El 7 DE AGOSTO MÁS FRÍO DE LA HISTORIA LOCAL

El “año sin verano” (1816) sembró Granada de hambruna y muerte

Ciudadanía - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 7 de Agosto de 2022
Hace hoy 206 años que se registró el 7 de agosto más frío de la historia de Granada. Gabriel Pozo Felguera te lo cuenta en este extraordinario reportaje en el que detalla las razones y las terribles consecuencias. Otra lección del maestro del Periodismo.
Vista del bosque de la Alhambra durante la nevada de 2018.
Europa Press
Vista del bosque de la Alhambra durante la nevada de 2018.
  • Tal día como hoy de 1816 no se superaron los 23,5º debido a la capa de polvo expulsada por el volcán Tambora un año antes

  • Durante más de un año se sucedieron nevadas, inundaciones, se malograron las cosechas y sobrevinieron hambruna y muerte

Cuenta la leyenda que, en tiempos de Tiberio, un 5 de agosto nevó en Roma. De ahí el origen de la Virgen de las Nieves. Algo similar ocurrió en el verano de 1816 en zonas de Centroamérica y Centroeuropa. Incluso se asegura que nevó en Teruel. Lo ocurrido aquel año ha pasado a la Historia como el “año sin verano”. Las temperaturas se desplomaron, nevó y llovió sin parar, y hubo malísimas cosechas. Todo por culpa del cambio atmosférico que provocaron las cenizas del volcán Tambora en Indonesia; las capas altas de la atmósfera se oscurecieron y no dejaban penetrar el sol durante muchos meses. Granada no vio nevar aquel verano, pero el mal tiempo arruinó las cosechas, trajo hambruna y notable aumento de muertes por inanición. El invierno y primavera fueron tan lluviosos en Granada que provocaron cuantiosísimos daños; ni un solo día del verano de 1816 se superaron los 28 grados. De madrugada incluso hacía frío. Hace hoy 206 años que se registró el 7 de agosto más frío de la historia en la ciudad: 15º de mínima, 23,5º de máxima. Ni punto de comparación con la racha tórrida de los últimos años.

Nuestros antepasados de hace dos siglos nunca conocieron temperaturas de 40 grados como las que soportamos en los últimos veranos. Entre 1350 y 1850, aproximadamente, Europa atravesó la Pequeña Edad del Hielo. Los otoños y primaveras fueron muy húmedos, los inviernos muy fríos y los estíos más suaves que los actuales.

Pero hay dos excepciones, una de ellas muy destacada: los días 7 de agosto de los años 1815 y 1816 aparecen temperaturas anormalmente bajas, tanto las mínimas del día como las máximas

He indagado en las temperaturas que solían ser habituales tal día como hoy, 7 de agosto, en unos cuantos años elegidos del periodo 1778-1824. Como se puede comprobar en el cuadro que sigue, la temperatura más alta que registraron los termómetros fue de 33,7 grados (medidos a las 5 de la tarde, hora solar). Se anotó los 7 de agosto de los años 1814 y 1824. Las tardes de agosto más calurosas solían rondar, a lo sumo, 30-31 grados. En cuanto a la temperatura mínima (tomada a las 7 de la mañana) osciló en ese periodo de 1778 a 1824 entre los 27,5º del primer año y los 20º de los años 1819 y 1822.

Pero hay dos excepciones, una de ellas muy destacada: los días 7 de agosto de los años 1815 y 1816 aparecen temperaturas anormalmente bajas, tanto las mínimas del día como las máximas. Tal día como hoy del año 1815 extraña un poco que la temperatura mínima se quedara en 18,5º, así como que la máxima de la tarde alcanzara sólo los 26,2º. Pero mucho más extraño aún fue lo ocurrido el 7 de agosto de 1816: la mínima se quedó en 15 grados y la máxima en 23,7º. Aquel día de hace hoy 206 años ha sido el más frío de toda la historia de España. Y de Granada. ¿A qué se debió tal anomalía climatológica?

TEMPERATURAS DEL 7 DE AGOSTO DE VARIOS AÑOS, siglos XVIII y XIX

Años

1778

1800

1813

1814

1815

1816

1817

1818

1819

1822

1824

 

A las 7 horas

27,5

24,3

21,25

23,7

18,7

15

21,8

22,5

20

20

23,7

17 horas

31,25

30

32,5

33,7

26,2

23,7

28,1

29,3

30

28,7

33,7

Fuente: Datos extraídos del Diario de Madrid. Las mediciones originales fueron tomadas con un termómetro Reaumur de alcohol en Madrid. Han sido traducidas a grados Celsius de mercurio actuales.

El año 1816 no hubo verano en Granada. Ni tampoco en buena parte del mundo. Las condiciones atmosféricas fueron rarísimas. Ya en el verano anterior y el otoño de 1815 se apreciaron extrañas señales en el cielo, los vientos y las temperaturas. Lo primero que empezó a extrañar eran los atardeceres con puestas de sol doradas, excesivamente amarillentos o rojizos. El otoño fue más lluvioso de lo normal; el invierno mucho más frío, incluso se helaron en exceso los ríos Genil y Darro; la nieve de Sierra Nevada descendió de cota, apenas se deshacía; el glaciar del Veleta aumentó varios metros. Y luego llegó una primavera de 1816 en la que apenas se veía el sol, lloviendo continuamente, con desbordamientos y daños en el campo. La primavera se comportó como si fuese invierno.

Su padre, que era juez de la Chancillería, escribió que su hijo había venido al mundo un día de primavera que parecía más de invierno, pues hubo 15º de temperatura mínima y 21,5º de máxima

El día 16 de junio de 1816 nació en Granada el arqueólogo e historiador Aureliano Fernández-Guerra y Orbe. Su padre, que era juez de la Chancillería, escribió que su hijo había venido al mundo un día de primavera que parecía más de invierno, pues hubo 15º de temperatura mínima y 21,5º de máxima. Las temperaturas de aquel junio fueron, en general, bastante frías: el verano entró el 21 de junio con 16º de mínima y 21,7º de máxima. Contrariamente, la media del inicio de junio en la primera década del siglo XIX venía siendo de 27,5º de máxima.

Pero lo más extraño estaba aún por llegar.

TEMPERATURAS MÍNIMAS y MÁXIMAS en el VERANO DE 1816

Fechas

1 JULIO

10 JULIO

20 JULIO

25 JULIO

1 AGOSTO

7 AGOSTO

15 AGOSTO

20 AGOSTO

31 AGOSTO

7 SEPT.

A las 7 horas

20

16,2

17,5

16,6

17,5

15

18,7

15

17,5

12,5

17 horas

27,5

20

25

23,75

20

23,7

27,5

25

26,2

22,5



Parte meteorológico del 7 de agosto de 1816, en el que se ven las bajas temperaturas en Madrid: 12º Reaumur (15º Centígrados) al amanecer, 19 (23,7º C) de máxima a las 5 de la tarde.

Comenzó el mes de julio con cierta normalidad. Como se ve en el cuadro de arriba, el primer día del mes hubo una temperatura mínima de 20º y una máxima de 27,5º. Día fresco, aunque podía entenderse normal dentro de lo que fue habitual en la Pequeña Edad del Hielo que estaba vigente. Continuó el mes de julio, siguió el de agosto y empezó el de septiembre: sus temperaturas mínimas y máximas nunca remontaron. Aquel verano de 1816 se confirmó que fue el más frío de toda la historia de Granada. O mejor dicho, con estas temperaturas se puede asegurar que no existió el verano. 

Tal día como hoy de hace 206 años, los granadinos debieron vivir en la gloria paseando por Puerta Real o las alamedas del Genil con sus chaquetas puestas

Las temperaturas mínimas de los 69 días analizados desde el 1 de julio al 7 de septiembre de 1816 oscilaron entre los 20º y los 15º. Y las temperaturas máximas no superaron los 27,5º. Incluso hubo dos días de aquel verano (el 10 de julio y el 1 de agosto) en que sus temperaturas máximas se quedaron en sólo 20º, muy pocos más que las mínimas de sus amaneceres. Fueron días casi planos en términos atmosféricos.

Tal día como hoy de hace 206 años, los granadinos debieron vivir en la gloria paseando por Puerta Real o las alamedas del Genil con sus chaquetas puestas. A las siete de la mañana hubo 15 grados, a las cinco de la tarde alcanzaron los 23,7º. Aquel 7 de agosto de 1816 ha sido el más frío de toda la historia de Granada.

¿Será por culpa del sol?

No fue hasta 1963 cuando la ciencia consiguió averiguar y demostrar plenamente a qué se debió aquella importante anomalía climatológica que trastornó la Tierra desde la primavera de 1815 y hasta entrado 1817. Con el negro resultado ambiental, económico y social que provocó en esos dos años. (Los científicos aseguran que las consecuencias se alargaron todavía dos décadas más).

Llovió y nevó en lugares donde no debía y cuando no debía

Llovió y nevó en lugares donde no debía y cuando no debía. En Centroeuropa apenas se pudo cosechar por exceso de humedad; las patatas se pudrieron, apenas hubo vino y los cereales no granaron. Hubo hambrunas y altercados sociales por su causa. La emigración europea se incrementó hacia Norteamérica. En Gran Bretaña se sumó el hambre al aumento de impuestos para pagar las guerras contra Napoleón. Las revueltas sociales se dispararon. También los muertos por hambre y por represión policial.

En Inglaterra se registraron infinidad de muertes por hambre. Cada día hubo que repartir miles de raciones de sopa social para evitar tumultos y saqueos. El sol se dejó ver muy poco en verano. Óleo de T. BENJAMIN KENNINGTON.

En 1816 no había ninguna información en España. Sólo se conocía que hacía demasiado frío, que no hubo verano, pero nadie explicó el porqué. No se pudo hacer porque el rey Fernando VII había impuesto un férreo control de la prensa y las publicaciones; en un decreto de mayo de 1815 suprimió todos los periódicos libres, a excepción de los dos diarios oficiales que controlaba él (la Gazeta de Madrid y el Mercurio de España) y dos de su cuerda absolutista (el Diario de Madrid y Diario Balear). A lo sumo, estos dos últimos publicaron algunas noticias sueltas de los estragos que estaba haciendo el frío en las cosechas de Europa, pero nada sobre lo que estaba sufriendo la población española.

Las únicas referencias a ese oscuro periodo histórico están contenidas en actas y archivos de ayuntamientos, libros de cuentas de alhóndigas y en libros parroquiales

En Granada, por supuesto, entre 1815 y 1820 tampoco se publicó ningún diario. Las únicas referencias a ese oscuro periodo histórico están contenidas en actas y archivos de ayuntamientos, libros de cuentas de alhóndigas y en libros parroquiales. Ni siquiera se hicieron censos ni movimientos de población. Al menos, a través del Diario de Madrid podemos conocer con detalle el parte meteorológico diario referido a la capital. Es prácticamente extrapolable a Granada, con uno o dos grados arriba o abajo.

En Francia se retrasó la vendimia hasta el mes de noviembre, con una calidad de vinos más que mediocre

La prensa europea se centraba en publicar datos sobre aquella ola de frío que apuntaban al sol como causante de las bajas temperaturas. Algunas de aquellas noticias fueron reproducidas por el Diario Balear. En el Journal de París de 2 de agosto un científico aseguraba que desde un mes atrás se observaban multitud de manchas solares. Todo el mundo les achacaba la ola de frío, lluvias e incluso nevadas en pleno mes de julio. Aquel hombre descartaba la influencia del Sol en las temperaturas que se estaban dando en París, al tiempo que recordaba que cada nueve años se venían dando ciclos de humedad, más achacables a los periodos lunares o humectación y desecación de lagos y montañas. Por tanto, en París nada tenían de particular. En Francia se retrasó la vendimia hasta el mes de noviembre, con una calidad de vinos más que mediocre.

Las noticias que trascendían desde Suiza afirmaban que durante abril y mayo no paraba de nevar. Estaban interrumpidos los caminos bajo una capa de hielo, los ganados se recogían a través de inmensos fosos excavados en la nieve, las casas estaban sepultadas bajo el manto blanco; en el valle de Emmenthal se hundieron varios edificios por el peso. Se temían inundaciones en julio y agosto por el rápido deshielo. Pero no ocurrió, porque la nieve de aquella primavera enlazó con las nevadas de octubre siguiente.

Noticia recogida en agosto por el Diario Balear, que refería las grandes nevadas y daños en Suiza.

Otro periódico de Nuremberg publicaba el 29 de junio de 1816 que no había la menor relación entre el sol y el calor-frío que se estaba dando en Alemania. Recordaba este periódico que en 1761 y 1783 habían aparecido manchas solares y no repercutieron en olas de frío de malas cosechas, tal como pasó en 1816. Científicos alemanes y franceses aseguraron que en el verano de 1816 el sol no presentaba manchas solares sospechosas. Descartado el sol, no se libraron los novedosos pararrayos de ser culpados de todos los males; se decía que su aparición en masa había modificado las corrientes eléctricas de la atmósfera. Que era tanto como decir que estaban trastocando el clima.

Fue un verano aún más frío que en Europa, de manera que para el 27 de septiembre ya cayeron las primeras nevadas en Nueva York

En Estados Unidos existía infinidad de prensa libre en 1816. Todos sus periódicos recogieron las nefastas consecuencias del bajón de temperaturas. El mes de junio había comenzado con temperaturas medias de 27 grados en el Medio Oeste; pero a partir de la segunda semana de junio se desplomaron las temperaturas hasta 7 grados. Nevó y heló en zonas altas, empezaron a amarillear las hojas de los árboles y a morir pájaros. La cosecha de maíz se malogró. Fue un verano aún más frío que en Europa, de manera que para el 27 de septiembre ya cayeron las primeras nevadas en Nueva York. Algo parecido ocurrió cerca de la frontera mexicana, donde se estaba en guerra y les azotaron grandes temporales y granizadas.

El volcán Tambora tuvo la culpa

No fue hasta 1963 cuando se conoció el motivo por el cual 1816 no tuvo su correspondiente verano. La culpa fue del volcán Tambora. La ausencia de medios de comunicación en la época no conoció hasta muchos años más tarde que había estallado uno de los volcanes más grandes de Indonesia. La montaña, de más de 4.000 metros de altitud, había explosionado el 10 de abril de 1816. Quedó reducida a unos 2.850 metros. Lanzó a la atmósfera miles de millones de metros cúbicos de cenizas, piedra pómez y azufre. Su explosión se oyó a 1.500 kilómetros de distancia. Ensombreció durante meses una superficie similar a toda Europa; mató a decenas de miles de personas; provocó tsunamis en todo el mundo, que dieron varias veces la vuelta a la Tierra, pero nadie supo asociar la actividad volcánica con el cambio climático. La nube de polvo se elevó más de 20 kilómetros y empezó a extenderse por las zonas templadas, e incluso dejó una fina capa todavía visible en los estratos de hielo de los círculos polares.

Volcán Tambora en la actualidad: 6 kilómetros de diámetro tiene su boca, 1.500 metros de profundidad su caldera. Su explosión de 1816 está considerada la de mayor potencia desde que hay registros.

El volcán Tambora está en Indonesia, casi en las antípodas de Europa, lejísimos de Norteamérica. Aquella inmensa nube de azufre se repartió por toda la tierra, fue la culpable de los atardeceres dorados que se vieron durante los dos años siguientes. También cambió la circulación de las masas de aire, modificó la climatología momentáneamente, con las consecuencias ya descritas. Hasta que poco a poco fueron cayendo las partículas y normalizándose las temperaturas.

Una de las muchas puestas de sol en Londres que pintó William Turner en los años 1816 y 1817.

Son famosas las reuniones que organizó aquel frío verano el poeta Lord Byron en su mansión suiza, rodeada de nieve, envuelta en niebla y todo helado. No paró de llover en todo el verano, de manera que se desbordó el lago Leman e inundó Ginebra. Byron y sus amigos se dedicaron a crear obras literarias caracterizadas por la fría climatología. De allí salió la obra Frankenstein, de Mary Shelley. También algunos pintores paisajistas dejaron reflejados los extraños atardeceres dorados con puestas de sol de sangre. El más famoso pintor de atardeceres de oro fue William Turner, a quien aquel verano sorprendió la extraña luz de los atardeceres londinenses.

Inundaciones, desempleo, robos y hambre en Granada

Granada empezaba a recuperarse tras los saqueos, destrozos y asesinatos durante la ocupación francesa de 1810 a septiembre de 1812. El arzobispo se quejaba desde el púlpito de la Catedral que la Alhambra se había convertido en refugio de infinidad de maleantes, borrachos y prostitutas, que no tenían otro lugar donde cobijarse. La pobreza ya debía ser extrema en el verano de 1816 cuando el prelado levantó su voz.

Durante otoño de 1815 y el comienzo de 1816 no cesó de llover un solo día en la tierra de Granada

Pero la situación arrastrada había comenzado a empeorar unos meses atrás, ya a finales de 1815 y con la nube de polvo envolviendo y ennegreciendo los cielos. Durante otoño de 1815 y el comienzo de 1816 no cesó de llover un solo día en la tierra de Granada. Es de imaginar que las malas cosechas –especialmente de aceite, vino y frutas tardías– fueron muy mermadas e iban a tener sus consecuencias.

Bando del corregidor de 9 de febrero. Decía que el Ayuntamiento no tenía fondos, había abierto una suscripción entre ricos e instituciones. No se permitiría mendigar por las calles, molestando con sus clamores al vecindario. Se arrestaría a quien se cogiera pidiendo. Quien deseara empleo debía presentarse en el Paseo de los Colegiales a que se le diera algún trabajo y un jornal de 5 reales. “Por este medio se evitarán los males que se notan” (robos). AHMGR.

El 9 de febrero ya se constató que deambulaban por las calles de Granada miles de personas sin empleo, hambrientas y sin tener un lugar donde cobijarse. Por los documentos que se guardan en el Archivo Histórico Municipal se lee claramente que había preocupación de las autoridades por tanta mendicidad, causa de los continuos robos en parajes y asaltos a tiendas. El corregidor reunió a su Cabildo el 9 de febrero y decidió intervenir. Elaboró una carta al Consejo de Castilla (gobierno) y al Rey en la que le expresaba la grave situación de desempleo y hambre que atravesaba Granada. Los continuos temporales habían impedido la actividad económica. El bando fue colocado en las esquinas habituales.

El corregidor abrió una suscripción entre las instituciones y familias ricas para que acudiesen en socorro de tanta hambre

El corregidor abrió una suscripción entre las instituciones y familias ricas para que acudiesen en socorro de tanta hambre. Se conservan unas cuantas cartas dirigidas a la Sociedad Económica de Amigos del País, a la Catedral, a la Capilla Real, al Gobernador militar, a la Abadía del Sacromonte, etc. Cada uno aportó lo que pudo. La administración de las donaciones la llevó Mariano de Zayas durante todo 1816 y parte de 1817. En total se recaudaron 10.470 reales procedentes de particulares. Sirvieron para dar empleo a unos 1.100 hombres en el arreglo de caminos, construcción de defensas en el río Genil, empedrado del barrio de San Lázaro, etc. Hubo aportaciones importantes, como los 2.000 reales que dieron Manuel López Borrajas y la viuda de Damas y Luque, 500 las familias Navarro de Palencia y Pedro de Monroy. La cantidad más importante la aportó la Catedral, con 4.000 reales, además de unos sacos de trigo; el arzobispo hizo saber al corregidor de Granada que si grande era la necesidad en la capital, igual o mayor era la del resto de pueblos. El Capitán general aportó 350 reales de los fondos del Estado.

Inflación disparada del trigo: más del 100%

El hambre entre las clases desfavorecidas debió ser mucha y prolongada. La repercusión inmediata de la falta de alimentos fue una inflación desbocada. La muestra más palpable de la enorme subida de los precios quedó reflejada en los libros de precios o cotizaciones diarias de los productos que se centralizaban en la Alhóndiga del Trigo. A esta institución llegaban a diario todos los que deseaban vender y comprar trigo, avena, garbanzos, habas, etc. Es decir, los productos básicos para la alimentación diaria de la época (las comidas se limitaban a pan, cocidos, potajes, gachas… y poco más).

Ante esta actitud de pre-rebelión civil, el alcalde decidió formar una comisión del pan, que presidía el Capitán General del Reino, con el presidente de la Real Chancillería y varios ediles en su auxilio

El precio del pan empezó a descontrolarse a principios de marzo de 1816. El público se hallaba inquieto –según podemos leer en las actas del Cabildo de 7 de marzo–, “… se agolpa en tiendas y hornos, murmurando contra el gobierno, culpándolo de las faltas, las cuales eran maliciosas en los panaderos, pues la mayor parte de ellos se hallaban con trigo y harina para amasar, y no lo enseñaban para obligar a encarecer y subir el precio”. Ante esta actitud de pre-rebelión civil, el alcalde decidió formar una comisión del pan, que presidía el Capitán General del Reino, con el presidente de la Real Chancillería y varios ediles en su auxilio. En adelante, se encargarían de crear una junta que velase para que los panaderos no hiciesen acopio de harina y encarecer los precios. Se establecieron multas. El fin no era otro que evitar el descontento social por falta de alimento. Pero la ley de la oferta y la demanda acabó por imponerse: los precios se volvieron incontrolables en los siguientes meses.

Acta del Cabildo (7 de marzo de 1816) por la que el Corregidor quiso frenar la enorme subida del precio del pan propiciada por acaparamiento de harina por parte de los panaderos. AHMGR.
Alhóndiga del Trigo, hacia finales del XIX, al final de la calle del mismo nombre.

El Ayuntamiento y su junta del pan no consiguieron para la inflación y la hambruna

En los años 1814 y 1815 se comprueba en los libros de cotizaciones de la Alhóndiga cierta estabilidad en los precios; la fanega de trigo, por ejemplo, solía oscilar entre 59 y 72 reales, dependiendo de la época. En primavera solía ser algo más cara. Ya en las cotizaciones de 1815 se ve cómo los precios empezaban a subir más de lo normal, entre 78 y 88 reales la fanega. La carestía del trigo continuó disparándose a final del invierno de 1815: en marzo siguiente ya subió hasta 106-107 reales/fanega; y a partir de mediados de junio de 1816, cuando se vio que no había buena cosecha porque no granaban las espigas, se dispararon los precios al doble de lo que era habitual. Se ven precios de una fanega de trigo entre 136 y 140 reales. La inflación de precios se había disparado el 100% en el verano de 1816. El Ayuntamiento y su junta del pan no consiguieron parar la inflación y la hambruna.

Los precios se mantuvieron altos hasta el otoño, y empezaron a bajar en noviembre

Los precios se mantuvieron altos hasta el otoño, y empezaron a bajar en noviembre. Quizás porque debieron llegar cargamentos de grano importados de otras latitudes. No volvieron a verse precios de 64-72 reales por fanega hasta el comienzo de 1817. Se supone que ese año ya hubo cosechas más o menos normales, pues los precios de cereales en la Alhóndiga se normalizaron. El 7 de agosto de 1817 el trigo ya se cotizaba entre 64 y 71 reales. Los granadinos podían volver a comer pan.

Cotización de los cereales en la Alhóndiga el 7 de agosto de 1815; ya se anunciaba una ligera subida: entre 78 y 88 reales. Libro de control de la Alhóndiga, AHMGR.
En las anotaciones del mes de mayo de 1816 se ve que la inflación del precio del trigo rondaba ya el 100%: hasta 140 reales costaba una fanega en la Alhóndiga. Los pobres no podían comprar pan.
El 7 de agosto de 1817 ya se habían normalizado los precios del trigo, entre 64 y 71 reales. Sabemos que se consumían alrededor de 500 fanegas de trigo a diario. La harina era el alimento básico de todas las casas.

En busca de la intercesión divina

El recurso habitual en Granada cuando aparecían catástrofes naturales que no se entendían era acudir a la intercesión divina. Misas repetitivas y rogativas con santos en procesión por las calles solían ser muy normales. Sequías, hambrunas, epidemias, temporales, etc. llevaban a la gente a pedir el favor de los santos de su devoción. La Catedral sacó en procesión a la Virgen de la Antigua, por entonces patrona de la ciudad; la iglesia de San Andrés procesionó por el Campo del Triunfo a su milagroso Cristo de la Salud, que tenía mucha fama tras las supuestas curaciones de peste bubónica de 1679; los devotos del Cristo de San Luis reeditaron y repartieron estampas por el barrio del Albayzín y le dedicaron novenarios. Los conocimientos de entonces no alcanzaban a explicar y comprender la naturaleza de los meteoros que les sobrevenían, ni su influencia en la meteorología y el clima.

Estampa impresa del Cristo de San Luis con motivo de las rogativas de 1816. Su leyenda le atribuía haber estado escondido y con velas encendidas durante 777 años. También era llamado Cristo de la Luz, ya que se decía fue hallado en una mina profunda del cerro del Aceytuno, iluminado por una vela, cuando unos obreros abrían los cimientos de la sacristía. Desapareció en el incendio de la iglesia el 9 de noviembre de 1933. AHMGR.

Para empezar, se prohibió alumbrar con aceite y se buscó sustituto con sebo

Cuando llegó el mes de febrero del año que no iba a tener verano, se añadió una nueva preocupación en el Ayuntamiento: escaseaba el aceite. Se creó una comisión municipal para ver cómo se solucionaba el problema. Para empezar, se prohibió alumbrar con aceite y se buscó sustituto con sebo. Es seguro que la cosecha de 1815-16 ya fue mala por los temporales y la que se avecinaba, la de 1816-17, no presentaría buenas perspectivas porque la flor se heló con los fríos de primavera y las abejas polinizadoras no se vieron. El cargo de alcalde había pasado a llamarse Corregidor político; era un teniente coronel de infantería impuesto por Fernando VII, además de ostentar la Capitanía de Guerra y dedicarse a perseguir constitucionalistas. No obstante, el Concejo mantenía activos a dos síndicos personeros o diputados del común; esta figura no ostentaba el cargo de Caballero XXIV perteneciente a la aristocracia local, sino que era una especie de funcionario elegido democráticamente por los ciudadanos. En septiembre, comprobado que escaseaba el aceite, uno de los síndicos presentó un informe al Concejo; el Ayuntamiento le encargó, en su reunión del 16 de septiembre, que “promueva las diligencias que estime oportunas para asegurar el abasto de aceite para que no tome malversación de precio que puede temerse en los apuros de este año y estación actual…” Se temía que también fuese objeto de una inflación tan brutal como la ocurrida con los cereales. El almacén de aceite de la ciudad estaba ubicado en la Plaza de los Naranjos.

Algo similar ocurrió unos días más tarde (actas municipales de 24 de septiembre) con la cosecha de lino y cáñamo de la provincia. Recordemos que buena parte de la actividad económica de Granada pivotaba todavía en la manufactura de cordelería y velas para barcos.

Consecuencia final: hambre y muerte

La consecuencia última de la falta de alimentos se tradujo en una hambruna que se prolongó durante la segunda mitad del año 1816 y primer tercio del año siguiente. Y la hambruna acarreó un decaimiento social importante en Granada en cuanto a matrimonios, nacimientos y aumento de defunciones. También la falta de cosechas mermó enormemente la recaudación de impuestos de propios (municipales) y del diezmo religioso.

El hambre afectó a todos los barrios (parroquias) de la capital, pero especialmente a los más relacionados con ingresos agrícolas. Este era el caso de los llamados distritos de Vega (en primer lugar, a los ajeros y cebolleros de San Ildefonso, seguido de los aceiteros de San Pedro y los hortelanos de la Magdalena)

Por lo general, el hambre afectó a todos los barrios (parroquias) de la capital, pero especialmente a los más relacionados con ingresos agrícolas. Este era el caso de los llamados distritos de Vega (en primer lugar, a los ajeros y cebolleros de San Ildefonso, seguido de los aceiteros de San Pedro y los hortelanos de la Magdalena). La media de fallecimientos en Granada durante los tres años anteriores, de 1812 a 1815, se había estabilizado en 635 entierros/año (1812 registró un exagerado número de muertes a causa de la guerra contra los invasores franceses, 1.094). En el año 1816 se dispararon las defunciones hasta el 35%, para subir los entierros hasta 857. Por ejemplo, en la demarcación de la parroquia de la Magdalena vivían dos tercios de oficios relacionados con la agricultura y un tercio con los servicios y la administración; solían morir una media de 15,2 vecinos/año. Pero en 1816 se incrementaron los entierros en más de un 25%, ya que murieron 21 personas. El enorme crecimiento de muertes en la parroquia de San Ildefonso es achacable, también, a que en su demarcación estaban ubicados el patíbulo del Triunfo, el hospital de San Lázaro y el Hospital de Locos, Asilo e Inclusa (Hospital Real).

No obstante, las zonas céntricas donde vivían los más pudientes, así como el Albayzín con sus múltiples manufacturas textiles, sufrieron menos las consecuencias. La conclusión es que la población de la capital retrocedió de manera importante por esta causa. No se sabe con exactitud la población que tenía entonces, ya que no se hacían padrones ni censos. No obstante, la consulta que he hecho en los libros de defunciones de cinco parroquias de la capital demuestra un pico de fallecimientos inusual: oscilan entre más del 30% de incremento en la de San Ildefonso y el 9% de las Angustias. La extrapolación de un incremento de 250 muertes más en el año sin verano no es nada exagerada. Son números aplicables sólo en la capital.

Información complementaria: 

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