REVUELTA DEL TRIGO EN MAYO DE 1847

El motín de mujeres albayzineras exigiendo “pan a ocho cuartos”

Ciudadanía - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 14 de Mayo de 2023
Gabriel Pozo Felguera nos ofrece con su habitual maestría un episodio de la historia de Granada, provocado por la subida del precio del pan a causa de los especuladores, que se saldó con tres muertos y demostró el arrojo de las mujeres, que tomaron las calles como protesta. Hasta el Corpus se suspendió. Un nuevo y extraordinario trabajo del mejor cronista de Granada.
Reparto de rancho a las puertas de un cuartel durante la hambruna que sacudió España en 1854.
Ilustración a partir de una foto de Jean Laurent/FOTOTECA NACIONAL
Reparto de rancho a las puertas de un cuartel durante la hambruna que sacudió España en 1854.
  • En la manifestación del 4 mayo, por falta de alimento básico, cayeron muertos tres jornaleros por disparos de militares; sus esposas les relevaron en la protesta

  • La especulación de la harina provocó una inflación del 100%; el Ayuntamiento obligó a los ricos a aportar 208.000 reales para subvencionar el pan a los pobres

  • Hubo que suspender la celebración de la fiesta del Corpus y desmontar el tabernáculo de Bibarrambla para cumplir la ley marcial

Mayo de 1847 estuvo más que revuelto en Granada. A la crisis política y económica sempiterna se sumó una enorme escasez de trabajo y, por tanto, de necesidad y falta de alimentos. La merma de trigo y la especulación hizo que faltara el pan; su precio estable había sido casi siempre de 8 cuartos, pero empezó a escalar hasta rozar los 19 a primeros de mayo. Las clases trabajadoras y pobres no podían comer; estallaron algaradas y los saqueos de almacenes. Ni Ayuntamiento ni jefe político (Gobierno civil) supieron atajar la situación; el capitán general asumió poderes, decretó la ley marcial y el estado de sitio. Infantería y caballería del ejército, más la Guardia Civil, se encargaron de perseguir y reprimir a tiros a los hambrientos manifestantes. Hubo varios muertos a principios de mayo. Se tuvo que anular la fiesta del Corpus. Hasta que una multitud de mujeres tomaron las calles y decidieron enfrentarse a los militares; muchas fueron encarceladas y sometidas a consejos de guerra. Pero al menos no las asesinaron, como a sus maridos. Su acción sirvió para que se relajara la situación. Para finales de junio empezaba a ser controlada la inflación del precio del pan, si bien hubo que recurrir a importar grano extranjero por el puerto de Málaga.

España fue exportadora neta de cereales durante la primera mitad del siglo XIX. Europa y Cuba eran los principales destinos de nuestros granos. En cambio, estaba prohibida su importación por considerar que las cosechas del país eran más que suficientes para asegurar el suministro estable. En la década de 1840 se mantenían estables los precios de la fanega de trigo en la Alhóndiga de la ciudad; también la hogaza de pan en las panaderías.

Ocho cuartos y medio equivalían a un real; cuatro reales a una peseta. El mercado se mantuvo más o menos estable hasta marzo de 1847

Los precios de la fanega de trigo en la Alhóndiga solían oscilar entre 38 y 45 reales. Una fanega pesaba 94 libras (en torno a 43,2 kg.); esas 94 libras de trigo, una vez molturado y convertido en harina, dejaban suficiente margen de beneficio al molinero y al panadero (De una fanega de harina podrían sacarse al menos 60 hogazas). Con lo cual, se solía vender con buen margen cada hogaza de pan a 8 cuartos (la hogaza pesaba unos 900 gramos; en muchas casas era el único alimento que entraba cada día). Ocho cuartos y medio equivalían a un real; cuatro reales a una peseta. El mercado se mantuvo más o menos estable hasta marzo de 1847.

La crisis alimentaria europea (ruina de la patata irlandesa y alemana) incrementó la exportación de trigo castellano, la inestabilidad política española y una mala cosecha que se preveía en la primavera de 1847 hicieron que cundieran las alarmas. Empezaron los rumores de hambre futura y, consiguientemente, el acaparamiento de trigos y harinas por parte de los almacenistas. Empezó a flojear la entrada de trigo en la Alhóndiga y a subir su precio cada día.

Protesta sangrienta y muertes el 4 de mayo

A finales de abril, la situación en Granada (también en otras ciudades de Andalucía), empezaba a ser insostenible; el precio de la hogaza estaba disparado. Empezaron las peleas y el acaparamiento. Los jornaleros no sólo no tenían dinero para pan, es que tampoco tenían trabajo para conseguir unas monedas. El día 4 de mayo, con el precio de la fanega a 68 reales y la hogaza a 16 cuartos, el jefe político de la provincia –Juan de Toledo y Muñoz– convocó a los jornaleros a que se presentaran en cuatro puntos de la ciudad para darles empleo: en el Triunfo, camino de la Torrecilla (de Purchil), camino de Pinos Puente y Carrera del Genil. Pero fueron tantos que apenas se pudieron repartir unos cuantos jornales a razón de 14 cuartos/jornada (el sueldo no daba para comprar una hogaza). El desencanto se convirtió en ira y la ira en violencia. 

Plaza de San Gil, con su iglesia en pie, donde ocurrieron las muertes de tres manifestantes. Todavía se conectaba con la calle Zacatín (actual callejuela Hermosa). Esa foto es anterior a 1847.

Los braceros defraudados creían todos los rumores interesados que les lanzaban políticos, manipuladores y fabuladores. Surgió el rumor de que la culpa la tenían los almacenistas de trigo. Y hacia el almacén de Miguel González Aurioles se dirigieron en manifestación multitudinaria aquel 4 de mayo

Los braceros defraudados creían todos los rumores interesados que les lanzaban políticos, manipuladores y fabuladores. Surgió el rumor de que la culpa la tenían los almacenistas de trigo. Y hacia el almacén de Miguel González Aurioles se dirigieron en manifestación multitudinaria aquel 4 de mayo. Estaba situado en la Placeta de Cuchilleros. El rumor apuntaba que este almacenista había acumulado 20.000 fanegas para provocar la subida del precio del pan y hacerse aún más rico. Incluso que había dicho en el casino que no aflojaría harina hasta que la hogaza subiera a una peseta, pues había gente dispuesta a comprarla a ese desorbitado precio. La multitud apedreó el almacén, rompió los cristales.

En unos instantes aparecieron los soldados del Destacamento de África, al mando del brigadier Ruiz y del coronel Santiago Pérez. Los mandos no dudaron en ordenar a los soldados que disparasen a matar para disolver a los manifestantes. Los disparos de fusilería provocaron infinidad de heridos por caídas al cauce del Darro (por entonces todavía sin embovedar a partir de calle Elvira); la Placeta de Cuchilleros e inmediaciones de San Gil quedaron convertidas convertida en una carnicería. Hubo tres muertos en el acto e infinidad de asistidos en la casa de socorro por herida de bala.

Para empeorar la situación, a unos pocos metros, donde comenzaba la calle Zacatín (por entonces desembocaba en Plaza Nueva) se registró otro suceso sangriento que fue asociado con el motín de los jornaleros sin pan

Para empeorar la situación, a unos pocos metros, donde comenzaba la calle Zacatín (por entonces desembocaba en Plaza Nueva) se registró otro suceso sangriento que fue asociado con el motín de los jornaleros sin pan. Resultó que en el Zacatín vivía un médico llamado Francisco Ponce; tenía un hijo enajenado mental que prendió fuego a la casa. El muchacho se subió al tejado y empezó a dar gritos. Guardias Civiles del cercano cuartel de los Migueletes se acercaron; le exigieron que bajara del tejado, pero el demente les respondió tirándoles tejas. Intentaron subir a reducirlo, pensando que era algún manifestante del pan; al ver que no se dejaba atrapar, le dispararon y quedó muerto en el tejado. La sangre chorreaba por las canales procedente del cadáver del inocente Pedro Ponce.

 El Eco del Comercio dio a conocer el Motín de Granada en una información publicada días más tarde, el 2 de junio de 1847. Hemeroteca de la Biblioteca Nacional.
El mismo diario, Eco del Comercio, seguiría con el asunto, en otra información publicada el 15 de junio de 1847. Hemeroteca de la Biblioteca Nacional.

Estado de sitio y acción del Ayuntamiento

El capitán general –Francisco Javier Espeleta– emitió un durísimo bando, en los siguientes términos: 1. Declaró el estado de excepción y asumió también todos los poderes civiles; 2. Serán sometidos a consejo de guerra los detenidos; 3. También aquellos que porten o guarden armas; 4. No se permitirá reuniones de más de tres personas en lugares públicos; 5. Pena de muerte a los alborotadores que se coja en la huida; 6. En 24 horas, todas las armas de la ciudad sin licencia deberán ser depositadas en los cuarteles; 7. Quienes tengan fuero de guerra deberán reincorporarse al ejército. Envió bandos a todos los alcaldes de la provincia para que controlasen los movimientos de quienes trabajaban con trigo, harina o pan, para evitar su acaparamiento y especulación.

El alcalde de Granada –Juan María Fonseca– emitió un bando por el que se obligaba a los más pudientes de la ciudad a que aportasen importantes sumas de dinero en concepto de empréstito al Ayuntamiento. Amenazaba con recurrir a métodos de fuerza en caso de no ser aceptado por las buenas.

El alcalde de Granada –Juan María Fonseca– emitió un bando por el que se obligaba a los más pudientes de la ciudad a que aportasen importantes sumas de dinero en concepto de empréstito al Ayuntamiento. Amenazaba con recurrir a métodos de fuerza en caso de no ser aceptado por las buenas. Fue una medida considerada demasiado dura e ilegal por todo el mundo; el resultado fue que dimitió el alcalde y varios concejales. Entonces el jefe político recurrió a recomponer la Corporación municipal con concejales antiguos; a cada uno que se negó a ser edil lo multó con 1.000 reales. 

El cabildo se reunía cada tres días para tratar la grave situación que se había creado de orden público por la carestía del pan y la especulación de almacenistas de trigo y fabricantes de pan. Las actas municipales de las juntas de aquellos días reflejan una máxima preocupación, pero también ineficacia de las medidas.

Grabado titulado "Hambre en Madrid, en 1811", durante la ocupación francesa./A. RAFFAELE GALIANO

A través de las actas (sesión del 7 de mayo) conocemos quiénes eran los mayores ricos de Granada en 1847; el Ayuntamiento elaboró dos listas de contribuyentes que debían aportar importantes sumas en el plazo de sólo ocho horas

A través de las actas (sesión del 7 de mayo) conocemos quiénes eran los mayores ricos de Granada en 1847; el Ayuntamiento elaboró dos listas de contribuyentes que debían aportar importantes sumas en el plazo de sólo ocho horas. En cada uno de los listados había 26 personas; a los primeros se les exigió una aportación de 5.000 reales; a los segundos, 3.000 reales por cabeza. En el listado de quienes prestaron, obligatoriamente, 5.000 reales al Ayuntamiento figuran: el jefe político; el alcalde Juan María de Fonseca; el nuevo alcalde, Antonio Díaz de Rivera; Juan Pérez de Herrasti; Conde de Santa Ana; Marqués de Vallalegre; Condesa de Villamena; Duque de Abrantes; Marqués de Casablanca; Marqués de Dílar; Conde de Guadiana; Duque de Wellington; Marqués de Saltillo; Duque de Gor; Marqués de Diezma, etc. En el listado de prestamistas de 3.000 reales figuraban, entre otros: Manuel Gómez Morales, José Béjar, Bernardo de las Rivas, Luis Dávila, Juan Ansoti, Marquesa de Zayas, Conde de Torre Arias, Marqués de Lugros, Cecilio Gallegos, Valentín Agrela e hijos, Antonio Torres Pardo, Francisco Tejeiro, Viuda de Rodríguez, etc.

En poco más de un día consiguió el empréstito de 208.000 reales

Quedaba claro que el Ayuntamiento estaba en la ruina, sin un real en caja. En poco más de un día consiguió el empréstito de 208.000 reales. Para poder devolverlo a los prestamistas se ideó incrementar el sistema de arbitrios cargando cantidades suplementarias de 40, 60 y 100 reales al censo de propietarios contribuyentes.

Parroquias convertidas en despachos de pan

Pero ahora lo inmediato era intervenir desde el Ayuntamiento para controlar la especulación y subida de precios. Lo contrario significaría reproducción de algaradas.  Se sabía que en las provincias de Jaén y Córdoba había trigo en el mercado a precios más bajos. No así en la de Sevilla, donde en Carmona estaba ocurriendo una situación similar a la de Granada. Se mandató a una comisión de concejales para que vigilasen más de cerca la Alhóndiga y se personaran en molinos y panaderías a controlar la fabricación del pan. Nadie se fiaba de almacenistas, molineros ni panaderos.

Los precios de cada hogaza de dos libras se habían duplicado en mayo: los máximos oscilaban entre 16 y 19 cuartos por pieza. La intervención municipal consistió en pagar el exceso de coste a los panaderos para que pudiesen vender la hogaza entre 11 y 10 cuartos

La solución inmediata fue destinar los 208.000 reales del empréstito a subvencionar la venta de pan. Los precios de cada hogaza de dos libras se habían duplicado en mayo: los máximos oscilaban entre 16 y 19 cuartos por pieza. La intervención municipal consistió en pagar el exceso de coste a los panaderos para que pudiesen vender la hogaza entre 11 y 10 cuartos.

Pero transcurrían los días y el Ayuntamiento no conseguía controlar la tremenda inflación. Y el dinero prestado se acababa, no se podía seguir subvencionando el pan sine die. Se sospechó que los panaderos recurrían a todo tipo de picaresca, reventas y favoritismo. Se sabía que vendían pan subvencionado de pobres y jornaleros a sus clientes pudientes y ricos. Las peleas y los disturbios en las colas del pan eran la miga nuestra de cada día. Incluso hubo roturas de brazos y navajazos por la espalda si alguien intentaba colarse o acaparar.

La nueva idea municipal fue recurrir a la ayuda de los párrocos para controlar los abusos en la cola del pan

La nueva idea municipal fue recurrir a la ayuda de los párrocos para controlar los abusos en la cola del pan. Los curas debían identificar con una papeleta a quienes fuesen necesitados de sus distritos, así se evitarían intrusiones de gentes de otros pueblos o criadas de ricos que eran enviadas a hacerse pasar por menesterosas. El consistorio estableció –vigilado por concejales desde el 11 de mayo– el siguiente sistema de reparto de pan subvencionado con dinero público: los residentes en las parroquias del Sagrario y Magdalena comprarían el pan público en la Plaza de la Constitución (Bibarrambla); parroquianos de San Matías y Angustias, en Alhóndiga Zaida (entrada a Calle Mesones); los de San Ildefonso, en el Hospicio (Hospital Real); San Justo y San Andrés, en  convento de San Felipe Neri; San Cecilio y Santa Escolástica, en convento de Santo Domingo; San Gil y San Pedro, en Plaza Nueva; San José (bajo Albayzín), en Placeta de San Gregorio; y el Salvador y Sacromonte, en Plaza Larga. Como se ve, la peregrinación y el tiempo de espera en la cola del pan subvencionado eran muy largos cada día. Al menos se consiguió estabilizar el precio público del pan en 10-11 cuartos a mediados del mes de mayo.

Casa de los Miradores, antiguo ayuntamiento en la Plaza de Bibarrambla, en cuyos bajos fue instalada la panadería municipal subvencionada en la crisis de 1847. Grabado del siglo XVIII.

Pero el dinero municipal no se podía alargar mucho tiempo para continuar subvencionando el pan de trabajadores, jornaleros y menesterosos

Pero el dinero municipal no se podía alargar mucho tiempo para continuar subvencionando el pan de trabajadores, jornaleros y menesterosos. Cada vez era más la gente que se sumaba a la cola. El 22 de mayo, el jefe político recibió autorización para adquirir trigo de importación que comenzaría a llegar al puerto de Málaga. El permiso se extendía hasta el 19 de junio siguiente, ya que se consideraba que en cuatro semanas estaría controlada la inflación de precios. Además, para esa fecha ya estaría disponible la nueva cosecha de grano. También se buscó trigo en Córdoba y Jaén, donde no se produjo acaparamiento ni especulación. Por los granos   importados se llegaron a pagar a 83 reales/fanega, el doble de lo que era habitual. Y encima eran de peor calidad.

La intranquilidad en Granada no se apagaba. El día 23 de mayo aumentaron los desórdenes en los puntos de venta de pan subvencionado

La intranquilidad en Granada no se apagaba. El día 23 de mayo aumentaron los desórdenes en los puntos de venta de pan subvencionado. Se recrudecieron las peleas y las acusaciones de que faltaba pan para pobres porque se lo vendían a los ricos. Estos rumores los publicaba el Diario de Avisos; la solución para acallarlos fue clausurar el único periódico que se editaba por entonces en Granada (en septiembre le sucedería el Diario de Granada, una vez calmada la situación).

Motín de mujeres del Albayzín

El 28 de mayo ya habían comenzado los preparativos del Corpus, la fiesta grande de Granada; se iba a celebrar del miércoles 9 al domingo 13 de junio. Carpinteros y pintores se afanaban en construir el tabernáculo de Bibarrambla y el recorrido de la procesión de la Custodia; el Ayuntamiento había contratado la obra con el empresario J. Calvo.

Aquel día la situación de falta de pan y su carestía se había vuelto a recrudecer, como cuatro semanas atrás. El trigo de Málaga no acababa de llegar en abundancia suficiente como para bajar los precios hasta los 8 cuartos/hogaza originales

Aquel día la situación de falta de pan y su carestía se había vuelto a recrudecer, como cuatro semanas atrás. El trigo de Málaga no acababa de llegar en abundancia suficiente como para bajar los precios hasta los 8 cuartos/hogaza originales. El empréstito municipal de 208.000 reales se había agotado; y la situación del empleo no mejoraba. Al mediodía del 28 se reprodujo lo que se calificó como motín del 4 de mayo por el pan de a ocho cuartos.

Pero en esta nueva ocasión la zona más levantisca fue la más obrera y superpoblada, el Albayzín. El capitán general envió patrullas al barrio alto. En esta ocasión, y por temor a que se repitieran las cargas de fusilería del día 4, fueron las mujeres las que tomaron el mando de la protesta. Estaban seguras de que los soldados y la Guardia Civil no tendrían valor de disparar a un grupo de mujeres sin arma alguna; algunas podrían ser sus madres. Ellas, por su parte, no dejaban de insultar a las fuerzas armadas, así como de apedrearles.

El Ayuntamiento no podía afrontar a diario los casi 8.000 reales que hacían falta para subvencionar el precio de la hogaza

La situación de falta de trabajo y carestía del pan no había sido resuelta; no podían limitarse a vociferar e insultar a los militares. Se conocía que entraba poquísimo trigo a la Alhóndiga, ni la mitad de las 680 fanegas diarias que necesitaba la ciudad. Para empeorar la situación, por la tarde se extendió el rumor en el Albayzín de que sólo había trigo para los próximos seis días. El pan volvía a oscilar entre 14 y 16 cuartos en el mercado libre, ya sin subvención municipal. El Ayuntamiento no podía afrontar a diario los casi 8.000 reales que hacían falta para subvencionar el precio de la hogaza.

En vez de regresar al Albayzín, el grupo de mujeres corrió por la acera del Tinte abajo (margen izquierda del río Darro) hasta congregarse de nuevo en el Campillo; se le habían ido sumando más mujeres, muchachos y algunos hombres

Al atardecer del 28, un numerosísimo grupo de mujeres del Albayzín decidieron dirigirse hasta Plaza Nueva. Para que el capitán general, el jefe político, el presidente de la Audiencia y el alcalde conociesen el hambre que estaban soportando sus familias desde tiempo atrás. Su grito de guerra era “Pan a ocho reales”.  Entonces volvió a aparecer un piquete de soldados que las quiso hacer retroceder y dispersar. Ellas los acometieron con palos, piedras y voces. Los guardias de la Real Chancillería salieron en ayuda del oficial militar y dispararon al aire. En vez de regresar al Albayzín, el grupo de mujeres corrió por la acera del Tinte abajo (margen izquierda del río Darro) hasta congregarse de nuevo en el Campillo; se le habían ido sumando más mujeres, muchachos y algunos hombres.

Castillo de Bibataubín, convertido en cuartel militar, a finales del siglo XIX. En esta zona se registraron tiros y detenciones de mujeres de jornaleros. CASA DE LOS TIROS

Entonces salió un grupo de soldados del Cuartel de Bibataubín y comenzó a dispararles, aunque todos los tiros iban dirigidos al aire. Los soldados incumplieron la orden de su superior de disparar a matar mujeres

Entonces salió un grupo de soldados del Cuartel de Bibataubín y comenzó a dispararles, aunque todos los tiros iban dirigidos al aire. Los soldados incumplieron la orden de su superior de disparar a matar mujeres. Se registraron carreras por todas las calles de la zona. Apareció de nuevo el coronel del Batallón de África (que había estado arrestado en la Alhambra tras la carga del día 4) y persiguió a los grupos de manifestantes. Incluso se introdujo en los cafés Comercio y Progreso. Detuvo gente a diestro y siniestro. Pero el grupo más importante encarcelado fue el de mujeres del Albayzín: la prensa de Madrid cuantificó entre 30 y 40 las manifestantes que fueron encerradas en Bibataubín acusadas de provocar un motín. Después fueron repartidas por varias cárceles de la ciudad en espera de consejo de guerra.

El juicio por lo militar sólo acabó en multas contra ellas. Aunque dos muchachos fueron condenados a muerte por haber agredido a soldados (después, las penas capitales les fueron conmutadas por seis años de reclusión). ¡Y sólo por protestar por la subida del precio del pan a causa de los especuladores!

Por fin, hacia el día del Corpus (10 de junio) empezó a llegar grano en abundancia desde el puerto de Málaga. En la ciudad de Granada continuó el estado de sitio hasta bien entrado el verano

Por fin, hacia el día del Corpus (10 de junio) empezó a llegar grano en abundancia desde el puerto de Málaga. En la ciudad de Granada continuó el estado de sitio hasta bien entrado el verano. Los precios del pan empezaron a moderarse; las recolecciones agrícolas en la Vega empezaron a ofrecer más trabajo. La calma retornó paulatinamente a los ánimos y a los estómagos de las granadinas que se echaron a la calle para poder dar algo de comer a sus hijos. Las heroínas albayzineras fueron liberadas unos días más tarde; en la cárcel no tenían pan para alimentarlas.

Acta del Ayto. en la que se ordena pagar los gastos de desmontaje de Bibarrambla y estaciones al empresario Calvo, ya que el Corpus quedó suspendido en 1847. AHMGR.

En aquella situación de tensión, el cabildo de la Catedral (no había arzobispo) decidió hacer la procesión del Corpus en un breve recorrido por el interior del templo metropolitano

El Corpus no atravesaba por buenos momentos en aquellos años. Sobre todo, en el aspecto religioso; el anticlericalismo estaba en plena expansión y ni siquiera los concejales iban a la procesión. De todas formas, el Ayuntamiento se encargaba de pagar el montaje y desmontaje de los adornos de Bibarrambla, los altares y demás colgaduras del recorrido de la procesión. En aquella situación de tensión, el cabildo de la Catedral (no había arzobispo) decidió hacer la procesión del Corpus en un breve recorrido por el interior del templo metropolitano. El Ayuntamiento ordenó desmontar todos los adornos al empresario J. Calvo y pagarle los gastos ocasionados hasta el día que fueron abandonados los trabajos del tabernáculo. A uno de los detenidos en el café Progreso lo acusaron de estar preparando el incendio de Bibarrambla durante la procesión del Corpus.

La exigencia de responsabilidades alcanzó a políticos del partido liberal, a quienes se acusó de promover las manifestaciones con el lanzamiento de bulos para provocar la subida de precios y levantamientos políticos contra el gobierno de los moderados

Con la llegada del trigo de Málaga y la nueva cosecha, la situación se fue destensando poco a poco. Aunque el toque de queda y las persecuciones de militares a grupos por las calles todavía se prolongó unos días. La exigencia de responsabilidades alcanzó a políticos del partido liberal, a quienes se acusó de promover las manifestaciones con el lanzamiento de bulos para provocar la subida de precios y levantamientos políticos contra el gobierno de los moderados; fueron reprendidos Antonio Maestre y el cura Enrique Crooke. La exigencia de responsabilidades alcanzó al magistrado de la Audiencia Francisco Amorós, que fue trasladado a Pamplona; un fiscal fue llevado a Sevilla y un juez de primera instancia a Mallorca. El oficial Santiago Pérez, responsable de las cargas del 4 y 28, fue apartado del cuerpo. También fue sancionado el brigadier Ruiz.

Los precios del trigo se estabilizaron a 1 de septiembre de 1847 en la Alhóndiga de Granada entre 48 y 54,5 reales/fanega. Pero la hogaza de pan de dos libras ya nunca consiguió bajar de los diez cuartos en adelante; lo del pan a ocho cuartos quedó para la historia. A pesar de que la venta del trigo en mayo del año siguiente volvió a moverse entre 40 y 47 reales/fanega. Algunos listos de entonces ya intuían, sin saberlo, la tajada que se puede sacar de un proceso inflacionista bien manejado. 

Tabla de precios medios de los productos vendidos a diario en la Alhóndiga de Granos y en la Alhóndiga Zaida, a fecha 1 de septiembre de 1857. DIARIO DE GRANADA
NOTA: Adjunto un párrafo de “Granada la Bella” (1896), de Ángel Ganivet. El malogrado autor granadino debió conocer aquellos motines del hambre por boca de sus antepasados. Al respecto escribió el siguiente párrafo, muy ilustrativo de aquellos tiempos decimonónicos:

“Hoy, con el sistema decimal, el pueblo ha perdido la cuenta: sabe que come poco y caro; pero no acierta a formular su antiguo grito de guerra ¡pan a ocho! en el equivalente ¡kilo a veintiséis céntimos! En lo antiguo, el pan era caro en pasando de ocho cuartos la hogaza mejor o peor pesada; se sufría refunfuñando los nueve y diez cuartos; se insultaba al panadero al llegar a los once o doce, y en subiendo de ese punto, venía la revolución. De los barrios extremos y de los pueblos del llano, dos o tres leguas a la redonda, esas gentes que, cuando nos visitó Edmundo de Amicis, no se habían enterado de la llegada de Amadeo, y ahora quizás no sepan que se ha muerto Alfonso XII, calan sobre la ciudad pidiendo pan y tomando todo lo que encontraban. Todos armados: los unos con estacas, con tijeras de esquilar, con hoces, hachas, rejones, paletas de atizar la fragua, martillos, almocafrones, piquetas, calderas, sartenes, badilas y almireces, instrumentos de guerra y música; los otros, los peores, los de las armas más peligrosas, embozados en sus capotes, prendas de abrigo que en Granada son armas de combate, por lo mismo que no se va a matar, sino a recoger. A recoger digo, y no a robar, aunque esto parecía lo propio, porque el pueblo amotinado, al suprimir el principio de autoridad, cree de buena fe que funda un estado de derecho -estado fugaz, pero estado al fin- en el que todas las cosas se convierten en cosas «nullius», como si volviéramos al sistema hebreo del año sabático. En tal situación todos recogen lo que pueden, y los de los capotes son los que recogen más.

Este género de revolución, ¿ha desaparecido para siempre? Por lo pronto, bueno será ser prudentes y no reforzar más las hordas extranjeras; no creemos alrededor de Granada un círculo cerrado de miseria que algún día nos ahogue. El amor al pan sigue en pie, quizás más desordenado que nunca, y mientras la causa subsista no hay que cantar victoria".

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