Campaña Inagra contenedor marrón.
la sorprendente historia del metal más preciado en granada y su extracción

La rica montaña de oro entre el Darro y el Genil

Cultura - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 28 de Enero de 2018
¿Sabías de la existencia de una gran mina de oro que extiende bajo la Alhambra hasta llegar a Cenes de la Vega? El periodista y escritor Gabriel Pozo Felguera nos sorprende este domingo con un excepcional reportaje sobre la milenaria extracción del metal más precioso en Granada. Te avisamos: No te lo pierdas.
Lavadores de arenas de oro en el río Darro, por debajo del Sacromonte. Al fondo aparece la Alhambra. Esta foto fue hecha en 1930 y publicada en un periódico de Madrid.
Lavadores de arenas de oro en el río Darro, por debajo del Sacromonte. Al fondo aparece la Alhambra. Esta foto fue hecha en 1930 y publicada en un periódico de Madrid.
  • Una lengua de tierra de más de seis kilómetros se extiende desde Cenes hasta debajo de la Alhambra, con cientos de toneladas de oro en polvo por extraer

  • Las coronas regaladas a la emperatriz Isabel de Portugal, Isabel II y al poeta Zorrilla fueron fundidas con láminas de oro del Darro

  • Los romanos sacaron grandes cantidades de la Hoya de la Campaña, desmoronando la ladera con el sistema de ruina montium

  • Hasta mediados del siglo XX abundaron los bateadores de arenas auríferas en los ríos en busca de láminas y pepitas, con las que subsistían

No es casualidad que en parajes cercanos a Granada abunden los topónimos relacionados con el oro: Cerro del Oro, Fuente del Oro, Barranco del Oro, Casas del Oro, Dauro, etc. Son lugares junto a la gran lengua de tierra aluvial repleta de oro, acumulada durante millones de años entre los ríos Darro y Genil. Dicen los geólogos que procede del desmoronamiento de Sierra Nevada. Esta gran mina de oro –que se prolonga hasta debajo de la Alhambra- ha dado decenas de quintales de oro en los últimos tres mil años; y quedan varios miles de kilos más. Hoy su explotación está abandonada por su bajo rendimiento; pero hubo tiempos en que trabajaron miles de personas en sus minas y en los placeres de los dos ríos, cuando el precio de extraerlo merecía la pena. Bajo el Cerro del Sol existen decenas de kilómetros de galerías, la mayoría cegadas en tiempos del maquis. Granada se enorgullecía fabricando joyas con el oro de su Darro para fundir coronas con que agasajar a personalidades que visitaron la ciudad.

Dicen los geólogos que el Cerro del Sol y la meseta de Huétor Vega son conglomerados aluviales formados hace 8-5 millones de años como consecuencia del desmoronamiento o erosión de la Unidad Mulhacén. La formación de Sierra Nevada hace unos cientos de millones de años originó el nacimiento de oro primario, en unas condiciones de presión y temperatura muy distintas a las de hoy. Aquel oro original fue arrastrado después en forma de pepitas y laminillas para depositarse formando los depósitos de tierra que conocemos en la actualidad, principalmente el Cerro del Oro. Se trata de una montaña que “nace” por Cenes de la Vega y se prolonga hasta la Sabika; podríamos decir que la Alhambra y Torres Bermejas están asentadas sobre la parte final de la montaña de oro. Esta lengua de tierra tiene unos 6 kilómetros de larga por dos en su parte más ancha, por unos 150 metros de altura media.



Panorámica aérea del Cerro del Sol, desde Cenes hasta la Lancha del Genil. Arriba se ven los campos deportivos del Llano de la Perdiz. En el óvalo rojo se marca la enorme mina a cielo abierto explotada desde tiempo de los romanos. 

La ley de oro (porcentaje del noble metal) de esta montaña se ha estimado entre 0,300 y 0,995 partes por millón, según los sondeos. En el mejor de los casos, la tierra del Cerro del Sol y las arenas de los ríos Darro y Genil no llegarían a contener ni un gramo de oro por millón. Con esas cantidades, su extracción no es rentable hoy día, puesto que existen minas en Suráfrica que multiplican por cinco o seis veces esa cantidad. Pero hubo tiempos pasados en que sí era rentable extraer oro de este cerro y sus riberas próximas.

Se trata de una montaña que “nace” por Cenes de la Vega y se prolonga hasta la Sabika; podríamos decir que la Alhambra y Torres Bermejas están asentadas sobre la parte final de la montaña de oro. Esta lengua de tierra tiene unos 6 kilómetros de larga por dos en su parte más ancha, por unos 150 metros de altura media

El Cerro del Sol y la meseta de Huétor Vega contienen cientos de toneladas de polvo de oro, obviamente mezcladas entre los miles de millones de metros cúbicos de tierra.

Oro de gran calidad, homenaje para reinas

El Cerro del Oro ha sido considerado –junto con Galicia- uno de los mayores depósitos auríferos de la Península ibérica. Existen infinidad de vestigios históricos que así lo ponen de manifiesto, desde tiempos de los primitivos ibéricos de Iliberri hasta pasada la mitad del siglo XX en que fue abandonada la última mina de oro de la zona.

Fueron cientos de personas, si no miles, las que se dedicaban a la explotación del oro. Lo hicieron de tres formas distintas: mediante el desmoronamiento de las montañas por el sistema romano de ruina montium; con la excavación de profundísimas galerías en busca de los filones; y mediante el cernido de las arenas auríferas del Darro y el Genil.

Granada se enorgullecía fabricando monedas y coronas de oro para pagar impuestos especiales o coronar a personalidades que honraban a la ciudad con sus visitas. Además, es rara la joya religiosa de siglos pasados que no contenga para su elaboración parte de oro procedente de la zona de referencia.

Los ejemplos más recientes que he hallado en la literatura mencionan que en 1913 los granadinos aportaron todo tipo de joyas para que el orfebre madrileño Marabini hiciera la corona a la Virgen de las Angustias. En prensa de la época y en la relación de donaciones los donantes solían comentar que donaban sus mejores joyas, heredadas de sus antiguos y hechas con el oro extraído del río Darro.

Un poco más atrás en el tiempo, la ciudad de Granada coronó (el 22 de junio de 1889) a José Zorrilla como poeta nacional. Lo hizo entregándole una corona de laurel hecha con oro procedente del río Darro, de casi medio kilo de peso. Bien que lo recalcaron los medios de comunicación de la época. Aquella corona existe todavía; Zorrilla la empeñó en una casa de préstamos de Madrid, de donde fue rescatada por la regente María Cristina y donada a la Real Academia de la Lengua en 1920. En la RAE se conserva expuesta en la actualidad.



Corona y plumas de oro regaladas a José Zorrilla en 1889. Las elaboró el joyero Manuel Tejeiro, quien después sería alcalde de Granada en tres ocasiones. Se conservan en la Real Academia de la Lengua.

La corona de Zorrilla la había elaborado el joyero Manuel Tejeiro y Meléndez, con establecimiento en la calle Zacatín, 9. Este platero fue tres veces alcalde de Granada (1891-2, 1899-1901 y 1903), además de promotor-presidente de una de las primeras compañías de electricidad establecidas en Granada. A su taller acudían a diario los pequeños buscadores de oro con batea en las aguas de los dos ríos auríferos de Granada; hay anuncios suyos en prensa ofertando buenos precios. Resulta evidente que una parte del oro utilizado por los fundidores de Granada tenía procedencia local; lo comprobamos por la infinidad de información en periódicos y revistas del momento (artículo de la revista La Alhambra, 15 de abril de 1905). Incluso hay buenas fotografías que recogen verdaderos enjambres de buscadores de oro en los lechos de los ríos. No obstante, todos ellos manifestaban a los periodistas que el oficio de bateador apenas les daba para malvivir. Había rumores acerca de que tal o cuál persona había  encontrado pepitas grandes que les permitieron vivir mejor, pero nadie era capaz de concretar a los nuevos ricos con nombres y apellidos.

Retrocediendo aún más en el tiempo, la Universidad de Granada se enorgulleció de regalar una corona de oro del Darro de casi un kilo de peso. Lo hizo el 15 de octubre de 1862 a la reina Isabel II durante su visita a la Universidad Literaria. La idea de comprar pepitas de oro del Darro y encargar la corona real la lideró el rector Pablo González Huebra. Conocemos el aspecto de aquella corona gracias a un grabado que hizo un dibujante de la Litográfica Carrera del Genil para un libro sobre la regia visita publicado por el impresor Francisco Ventura Sabatel.



Litografía publicada en Granada tras la visita de Isabel II. La reina aparece con la corona que le regaló la Universidad. Esta corona es muy probable que fuese subastada por Isabel II en su exilio de París; se encuentra el paradero desconocido.

La visita real a la Universidad Literaria fue recordada durante mucho tiempo por una placa de mármol blanco,  colocada en el claustro bajo, con letras de oro, también del río Darro. Las letras fueron arrancadas muy pronto; aquella corona regalada a Isabel II duró muy pocos años en joyero real pues, sólo seis años después de imponérsela, la reina fue expulsada de España por la Revolución Gloriosa y se la llevó en su maleta. Todo apunta que la subastó en el Hotel Drouot de París en 1879 para poder mantener su elevado nivel de vida y pagar la pensión al afeminado y cornudo marido. No sabemos dónde fue a parar aquella corona de oro granadino.

Otra corona anterior entregada a una reina, y hecha con oro del Darro, correspondió a la regalada a la emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V. Se la obsequió la ciudad en 1526, durante su estancia de medio año en la capital. Existen varias referencias literarias sobre aquella corona, proporcionadas por cronistas del momento. Henríquez de la Jorquera escribió en sus Anales lo siguiente: “… (el Darro) divide la ciudad en dos partes, ofreciéndole arenas de oro, pues de ellas le presentó Granada una curiosa y gran corona a la emperatriz Doña Isabel, cuando estuvo en ella, según Pedraza y otros graves autores”.



Isabel de Portugal luce la corona-diadema de oro del Darro regalada por Granada en 1526. Puerta del relicario de la Capilla Real.

Aquella corona de la emperatriz Isabel de Portugal debió formar parte del joyero-relicario depositado en la catedral de Granada cuando entregaron su cadáver (1539) y luego sería retirada al llevarse Felipe II los restos de su madre a El Escorial (1574). Esta corona formó parte del tesoro real español hasta el robo de joyas protagonizado por los invasores franceses, en 1814. No obstante, conocemos el aspecto aproximado que debió tener a partir del bajorrelieve esculpido por Alonso de Mena para las puertas del relicario de la Capilla Real; lo hizo en el año 1563, es decir, cuando la corona todavía estaba en Granada. Se ve en panel policromado que representa al Emperador Carlos con corona de laurel y a Isabel de Portugal con la corona-diadema de oro del Darro.

Durante aquella estancia real de 1526, Carlos V accedió a conceder una prórroga de cuarenta años a los moriscos para su obligada conversión al cristianismo y total integración en la sociedad castellana. Pero no lo hizo gratis, sino mediante la exigencia de un pago especial de 80.000 ducados de oro, las monedas conocidas como excelentes de Granada. Tan gran cantidad de piezas fueron acuñadas en las cecas de Granada y Sevilla; los moriscos tuvieron que aportar 288 kilos de oro para su elaboración, obviamente con oro de procedencia local en su mayoría.

Me aseguran especialistas en joyería que la custodia de la catedral de Granada también fue sobredorada con oro procedente del Darro durante la reforma y ampliación a que fue sometida por Francisco Téllez; de ser cierto este extremo, este trabajo orfebre habría ocurrido en el año 1535.

De esos mismos ducados excelentes de Granada se había hecho una tirada en 1497 en la ceca granadina por orden de Hernando de Zafra, secretario de los Reyes Católicos. Al poco de tomar el Reino, los monarcas se dieron cuenta del negocio minero que había en torno al desmoronamiento de tierra del Cerro del Oro y sus ríos vecinos. Su decisión inmediata fue declarar el preciado metal como propiedad de la corona.





Ducados excelentes de Granada (3,2 gramos), similares a los acuñados en la ceca de Granada en 1497 con oro procedente de las minas y ríos próximos a Granada. Debajo, excelentes de Carlos V, también similares a la tirada de Carlos V, de 1526.

Es notoria la gran afición de las mujeres pudientes nazaritas por lucir joyas elaboradas a partir del polvo de oro granadino. La joyería en época musulmana era bastante potente, con gran cantidad de joyeros cordobeses establecidos en Granada. La mayor parte de ajorcas y collares que han sobrevivido de cinco siglos atrás también están elaborados con oro del conglomerado Alhambra. Existe una referencia a los 276,5 kilos de oro (10.000 onzas) que la provincia o cora de Ilbira (Granada) debía tributar anualmente al emir Abderramán I de Córdoba, según una carta del año 758. Esa gran cantidad de oro exigido a la comunidad hispanovisigoda es un síntoma de que por entonces estaban en plena producción las minas de oro de Granada.

Desde tiempos iberos y romanos

La inmensa montaña de oro entre los ríos Darro y Genil ha venido siendo horadada y desmoronada desde hace más de tres mil años, cuando debieron comenzar a hacerlo los iberos turdetanos que poblaban la comarca. Esa abundancia de oro debió ser uno de los principales atractivos para que los romanos se asentaran por estas tierras al comienzo del siglo II antes de Cristo y comenzaran a explotar las vetas de un modo más industrial, el conocido sistema de ruina montium. Recuérdese que por entonces todavía no habían conseguido conquistar las tierras norteñas de las Médulas, sin duda el mayor yacimiento de oro que tendría el imperio cuando vencieron a cántabros y galaicos.

Los romanos dejaron importante huella de su actividad extractiva de oro en el valle del Genil, principalmente en la zona conocida como Hoyo u Hoya de la Campana. Se trata de la ladera del Cerro del Sol o Cerro del Oro que hay por encima de Cenes de la Vega. El lugar está perforado como un queso gruyere, con decenas de kilómetros de minas y pozos a distintos niveles

Los romanos dejaron importante huella de su actividad extractiva de oro en el valle del Genil, principalmente en la zona conocida como Hoyo u Hoya de la Campana. Se trata de la ladera del Cerro del Sol o Cerro del Oro que hay por encima de Cenes de la Vega. El lugar está perforado como un queso gruyere, con decenas de kilómetros de minas y pozos a distintos niveles. El lugar fue desmoronado por los romanos mediante el sistema de ruina montium; este método consiste en perforar pozos y galerías, y después inyectar agua a presión para que derrumbe las laderas. Posteriormente, se criba la tierra mediante su lavado con agua. Es un sistema muy  parecido a lo que vemos en los documentales sobre los mineros de Alaska (salvando las distancias y la maquinaria).

Los romanos subieron hasta la cabecera del río Beas, a unos 12 kilómetros de distancia, hasta alcanzar cota suficiente para canalizar agua a la parte alta del Cerro del Oro. Arriba establecieron una gran piscina para almacenar líquido, que luego precipitaban sobre las galerías. Los derrabes de tierra los recogían más abajo, en el piedemonte, donde tenían las cribas y los canales de lavado. Parte de las escorrentías están hoy distribuidas por las huertas próximas al cauce del río Genil.

La abundancia de túneles y bocaminas que hay en la zona se sospechan abiertas en épocas tardo-romana y, sobre todo, islámica. Se calcula que desde la Sabika, bajo la Alhambra, hasta Cenes hay más de 50 kilómetros de túneles mineros. Muchas de estas entradas a minas están situadas en la umbría del Darro, desde Jesús del Valle hasta el mismísimo Tajo de San Pedro (Del Carmen Rodríguez-Acosta parte uno de esos túneles). La Compañía de Jesús fue propietaria y explotadora de varias cortas y túneles próximos a su monasterio en la curva del Darro; todavía hoy se puede ver una escalera de decantación en la ladera de más de ochenta metros de longitud. Los buscadores decían que la ley de oro encontrado era mayor cuanto más profundo se encontraba.

Fiebre en el Valle del Oro

Pero la llegada abundante y más barata del oro de las Indias hizo que disminuyera la actividad minera en torno al conglomerado Alhambra. No obstante, a partir de 1848 volvió a reactivarse la minería del oro granadino. Coincidió precisamente con la fiebre del oro de California. Fueron constituidas La Nacional y La Sociedad Aurífera Granada; ésta abrió cantera en Barranco Bermejo. Cientos de braceros llegaron a Granada para cerner oro en los ríos; burgueses pudientes de Madrid y Barcelona crearon empresas y consiguieron permisos para explotar minas; empresas fabricantes de artilugios de extracción abrieron delegaciones en la capital para vender sus maquinarias y extraños inventos de cribado. Aquella eclosión minera del oro hizo que se solicitaran unos 1.500 permisos mineros, que no siempre resultaron rentables. Este hecho lo explica con mucho detalle el investigador Luis José García-Pulido en sus libros sobre el oro aluvial de la provincia de Granada.

Entre mediados del siglo XIX y mediados del siglo XX proliferaron los pequeños buscadores de oro en los cauces de los ríos. En fotografías de prensa del momento vemos verdaderos enjambres de buscadores metidos en sus aguas y provistos de cedazos y bateas

Entre mediados del siglo XIX y mediados del siglo XX proliferaron los pequeños buscadores de oro en los cauces de los ríos. En fotografías de prensa del momento vemos verdaderos enjambres de buscadores metidos en sus aguas y provistos de cedazos y bateas. Esos trabajos de supervivencia buscando pepitas se prologaron prácticamente hasta la guerra civil, aunque dos décadas después todavía se veían algunos. Incluso en 1953 fue solicitada la apertura de una mina de oro (la de José González Arín, en el Carmen la Constancia, por debajo de la acequia Axares).

Toda la umbría de la cuenca del Darro presenta desmontes y agujeros de la actividad minera en busca de oro.



Esta foto está tomada en 1930 y publicada en un periódico de Madrid (las firmaba Torres Medina –quizás sea una errata y fuese Torres Molina-). Se ven varios bateadores de arenas auríferas en el Darro, en una zona próxima al Tajo de San Pedro.


Aquí vemos a otro grupo cerniendo arena al comienzo de las Angosturas del Darro, con el Carmen de los Chapiteles y la Alhambra al fondo.


Dos buscadores analizando las pepitas aparecidas en su batea. Les apodaban El Jorobado y El Canijo.


Este grupo buscaba oro bajo uno de los puentes sobre el Darro, en la zona del Sacromonte.


El grupo anterior se dispone a trasladarse a otra zona río arriba.

La gran mina del Hoyo de la Campana

Pero sin duda la gran mina aurífera que más huella ha dejado de actividad durante tres mil años de trabajos ha sido la Hoya de la Campana; en 1873, en plena fiebre del oro, comenzó a trabajar en ella Carlos Álvarez de Sotomayor. No obstante, los verdaderos rehabilitadores de la vieja mina fueron franceses. El sistema ideado por los romanos fue reproducido por la compañía francesa del galerista, impresor y empresario Adolphe Goupil, ya en el año 1875.



Adolphe Goupil, promotor del canal y fábrica de oro de los Franceses.

Este hombre se interesó por la extracción de oro de Granada. Era marchante de las pinturas de Mariano Fortuny y una especie de chamarilero que trapicheaba con obras de arte proporcionadas por el pintor y su cuñado Madrazo. A través de Fortuny tuvo conocimiento de la fiebre del oro que había en Granada y de las inmensas posibilidades que presentaba la antigua mina de los romanos.











Evolución de la Hoya de la Campana. En la anterior secuencia fotográfica se aprecia la enorme excavación comenzada en tiempos de los romanos en la ladera del Cerro del Oro, por encima de la zona de Cenes. Una fotografía de periódico de 1930 nos demuestra que las estructuras todavía estaban en pie, ya que las cuidaba el Ayuntamiento de Granada. Debajo vemos cortes provocados por el efecto de ruina montium; el estado actual del edificio principal, que en la última foto se aprecia muy cercana a la iglesia de la Lancha, en el camino de subida a la depuradora de aguas.

El caso es que pocos años después ya había enviado a ingenieros franceses a hacer catas y mediciones; llegaron a la conclusión de que la ley que presentaba el Cerro del Sol les permitiría sacar buenos beneficios. Goupil invirtió 11 millones de francos en construir el llamado Canal de los Franceses (16 kilómetros) para llevar agua desde el río Aguas Blancas (el río Beas se consideraba de  caudal insuficiente); en poco tiempo alzó el costosísimo canal (hoy subsisten sus restos por varios lugares, reutilizados para la red de aguas de Granada) y la fábrica situada en la parte baja del cono de la Hoya de la Campana. La caída del agua del canal era de 117 metros de desnivel, a una presión de 16 atmósferas. Al final había unos canales de decantación donde se amalgamaba el oro con mercurio.

Lamentablemente, los resultados de la experiencia de los franceses no fueron buenos; había menos oro del que pensaban; su extracción les resultaba demasiado costosa. La empresa de los franceses acabó en 1893 con la muerte de Goupil (rumores apuntan que se suicidó por la ruina de esta empresa). Los herederos de Goupil la subastaron por sólo 200.000 pesetas

Lamentablemente, los resultados de la experiencia de los franceses no fueron buenos; había menos oro del que pensaban; su extracción les resultaba demasiado costosa. La empresa de los franceses acabó en 1893 con la muerte de Goupil (rumores apuntan que se suicidó por la ruina de esta empresa). Los herederos de Goupil la subastaron por sólo 200.000 pesetas; la compró Emilio Ortiz. Éste revendió los terrenos y el canal al Ayuntamiento de Granada (1912) por 800.000 pesetas. La Corporación cuidó de la mina hasta la guerra civil; pero posteriormente la visitó la ruina.

Posteriormente hubo algún intento de actividad (años 60-70 del siglo pasado), pero finalmente se desistió debido a que la ley estimaba menos de 0,500 gramos por tonelada (la mayor concentración se encuentra precisamente bajo la Alhambra y Generalife) y la legislación española ponía pegas a la utilización de mercurio/cianuro para el proceso de refinado. Tampoco había agua asegurada en cantidad suficiente.



El lavador del Darro. En 1913, el fotógrafo Martínez de la Victoria retrató a este buscador del Darro, llamado Francisco Victoria Fuentes.

Lo que sí llegaron a la década de los años cuarenta del siglo XX fueron los centenares de bocaminas abiertas en años anteriores. Algunas de ellas fueron objeto de actividades modestas de explotación. Hoy se localizan sus entradas por decenas; no obstante, la mayoría están taponadas o hundidas desde la posguerra. El motivo fue que esa amplia red de galerías de origen minero era utilizada por el maquis (especialmente por las cuadrillas de los hermanos Quero y los Clares). A los últimos se culpó del secuestro y asesinato del coronel Joaquín Milans del Bosch en su cortijo de Güéjar Sierra (8 de enero de 1947); el 23 de noviembre del mismo año, la banda tuvo un enfrentamiento con la policía en la zona de Cenes, en el que murieron Rafael Clares,  jefe de la banda, y un teniente.  La decisión de las autoridades franquistas fue provocar la voladura de los túneles para impedir su uso. Este hecho ocurrió a finales del año 1947. Los viejos del lugar comentaban que dentro habían quedado bloqueados algunos “bandoleros”, expresión acuñada para definir a la resistencia posfranquista.