Tribuna de Opinión, por Antonio B. Espinosa

Repensar las Andalucías

Política - Antonio B. Espinosa - Lunes, 8 de Mayo de 2017
Antonio Bernardo Espinosa firma este artículo de opinión, en el que ante la evidencia, reclama un posicionamiento firme para rediseñar Andalucía, las Andalucías, según el autor, quien repasa la historia reciente de Granada, para analizar la pérdida de peso de la ciudad, y centrarse en la amenaza que se cierne sobre la capital judicial andaluza. No te lo pierdas.
Miguel Rodríguez

Manuel Rivas, en una de sus novelas más fascinantes, “Los libros arden mal”, utiliza a Heidegger como personaje dando órdenes a sus discípulos para bajar a la caverna de Platón y hacerse a la fuerza con el proyector de ideas; de manera tan simple narra proceso de control de la memoria social y de alineación humana, revestido de experiencia ideológica. Todos en algún momento de nuestra vida hemos sido víctimas de ello. Yo, por ejemplo,  soy uno de los miles de jóvenes adolescentes que durante la transición salió a la calle en pos de un ideal que nos parecía real: aquello se llamó Andalucía.

La narrativa que absorbíamos era fresca, reivindicativa, aderezada con canciones y envuelta en una bandera que desconocíamos. Aquello nos llenaba de un orgullo reivindicativo: Andalucía, tierra de emigrantes  y de caciques, de oligarcas que hacían del plazo fijo y del rentismo su modo de vida y lastraban una tierra que creíamos anclada en tiempos ahistóricos. Nos lo creímos, a pesar de que algunos de nuestros mayores (y no precisamente personas ligadas a sectores franquistas) nos aconsejaban girar las cabezas y ver a los que manejaban el proyector de ideas. No importa, la desilusión vino pronto y Andalucía se convirtió en una ensoñación cada vez más cargada de retórica hueca a la que obstinadamente, al igual que los libros de Manuel Rivas, se oponía una realidad, la del humo de la historia y de los hechos que no permitía definir con nitidez el  resultado del nuevo proyecto ideológico llamado Andalucía.

El que Granada ha ido perdiendo peso de manera alarmante durante estos últimos treinta años era tan evidente como obstinada su negación por parte de la política

Granada, Málaga Almería, el oriente andaluz luchaban por encontrar su hueco en una nueva realidad que parecía volcada en ligar identidad y futuro a lo largo del Guadalquivir. La historia que viene después es conocida: Almería, tierra de luchadores, se reinventó a sí misma como tantas veces a lo largo de la Historia; Málaga reivindicativa frente a la neonarrativa centralista miró hacia el mar y hacia el interior, y sus políticos entendieron que por encima de todo eran malagueños; y Granada, se abandonó pronto en su desidia una vez pasados los primeros años del ayuntamiento democrático e instalada la Autonomía. La mayor parte de lo que se denominó generación del cambio, siguió votando por inercia, abandonados cada vez más a aquello que Laborit definió como el único medio de seguir vivos y continuar soñando: la fuga.

La de Granada es una historia triste en la que no hay villanos malos, sino acomodados cortesanos. El poder político, al que pertenecían y pertenecen los grandes partidos, tiene su sede en Sevilla, depende de intereses regionales y pende siempre del hilo de los repartos territoriales de poder que tienen su reflejo en las estructuras políticas y administrativas.  Málaga pronto lo entendió, tenían un proyecto provincial, a pesar de las desavenencias internas. Los malagueños son reivindicativos, Granada por el contrario, vive de la retórica, de la ensoñación de algo que no podrá ser. Ganivet le había dado forma, Gallego lo acomodó a los intereses de las oligarquías conservadoras de la ciudad, e incluso Lorca despojó a la ciudad de una de su mayores heroínas políticas convirtiendo a Marina Pineda, en una víctima romántica traicionada por los hombres y despojándola de su aplastante carga simbólica y política.

El que Granada ha ido perdiendo peso de manera alarmante durante estos últimos treinta años era tan evidente como obstinada su negación por parte de la política. No había lugar a la crítica porque aquello era localismo cateto; había que tener la mirada amplia, había que imbuirse de  “cultura de partido”-como la sevillana que se proclama “la máxima autoridad” y que mejor define  la grey cortesana-; y mientras tanto, todo cambiaba alrededor, y de pronto todo estalla o va a estallar.

A Derecha e Izquierda, (sin excluir a empresarios y sindicatos) todo es igual para Granada, los logros individuales se presentan como conquistas provinciales, salvo honestas excepciones. Esto no quiere decir que los miembros de los principales partidos políticos sean unos corruptos, como vocean sin cesar los nuevos populistas “apolíticos” surgidos en torno al Desastre, sino que son parte de un sistema cortesano en el que prima el logro individual revestido de interés grupal. No hay más.

El último capítulo de la debacle lo estamos viviendo en estos días: el desmantelamiento de los restos de la importancia histórica de Granada, la de ser la sede máxima de la justicia, primero (desde el siglo XVI) desde el Tajo hacia el sur de la península y muchos siglos después de albergar la máxima sede judicial andaluza. Es un símbolo, y los símbolos son más importantes de lo que en apariencia parecen. Si se consuma este despropósito, Granada habrá quedado absolutamente desprestigiada y humillada. Esto deben entenderlo todos los partidos políticos y los colectivos sociales reivindicativos que en los últimos años han surgido en la ciudad. Sin pretender protagonismos disfrazados de pureza virginal, de esa pretendida pureza que, ya nos lo advirtió Bernnard Henri-Levy, está cargada de populismo y que suele llevar oculto el huevo de la serpiente listo para ser incubado por las “tricotuses” que antaño jalearon la caída de la guillotina y hoy crean, a través de las redes cibernéticas, nuevos líderes, y decapitan sin piedad a todo aquel que señalan sus idolatrados héroes ahítos de soberbia.

No sabemos lo que resultará de todo este proceso, que ya no es momentáneo, sino histórico, pero estoy seguro que nada volverá a ser como antes, pero los principales partidos políticos y los nuevos movimientos ciudadanos, deben tener la voluntad de entenderse, de revertir la situación, de pensar en el futuro, de atreverse a decir no, tal como nos mostró Camus, y repensar una Andalucía que no fue ensoñación sino impostura: repensar las Andalucías.



Antonio Bernardo Espinosa Ramírez es Doctor en Información y Comunicación por la Universidad de Granada. Máster en Información y Comunicación Científica por la misma universidad. Actualmente es Director académico y profesor de la Escuela Superior de Comunicación y Marketing.