Campaña Inagra contenedor marrón.

'Diecisiete años después, Gospel vuelven a unir furia y talento'

Blog - Un blog para melómanos - Jesús Martínez Sevilla - Miércoles, 20 de Julio de 2022
Gospel – 'The Loser'.
Portada de 'The Loser', de Gospel.
Portada de 'The Loser', de Gospel.

La historia de la música popular a veces da lugar a desarrollos que, mirados con perspectiva, pueden parecer profundamente paradójicos. El post-hardcore es uno de esos géneros cuya base misma parece ser contradictoria. Nace de la escena del hardcore punk, la versión más extrema y ruidista del punk rock, el cual había surgido como respuesta a los desvaríos creativos (y a la consolidación comercial) del rock de los setenta, en particular del rock progresivo; pero el “post-” de su nombre precisamente se debe a que reintrodujeron la complejidad y diversidad musical en un género que había exaltado la simplicidad, acercándose poco a poco al refinamiento del que huyeron los punks originales. Así hasta que, ya en los noventa y dos mil, algunos grupos de esta tradición, como los del llamado Midwest emo, sonaban mucho más suaves y melódicos que el rock más mainstream que sonaba en la radio.

Así hasta que, ya en los noventa y dos mil, algunos grupos de esta tradición, como los del llamado Midwest emo, sonaban mucho más suaves y melódicos que el rock más mainstream que sonaba en la radio

Otros grupos, en cambio, mantuvieron la agresividad y los decibelios bien altos, pero introdujeron otras influencias insospechadas. Por ejemplo, el propio género cuyos excesos y cuya ubicuidad iniciaron toda la revuelta punk: el rock progresivo. Ahí están gente como The Fall of Troy, los texanos The Mars Volta (que recientemente anunciaron su regreso diez años después) o Gospel. Estos últimos disfrutaron de un breve momento de gloria a mediados de los dos mil: su debut, The Moon is a Dead World (2005), pronto se convirtió en un disco de culto entre los aficionados al screamo, y sus giras posteriores les granjearon una reputación como gran banda en directo. Pero el grupo se separó poco tiempo después: sus miembros fueron incapaces de ponerse de acuerdo sobre la dirección en la que llevar su sonido. Increíblemente, diecisiete años más tarde, Gospel han lanzado un segundo álbum, The Loser, y da la sensación de que tomarse su tiempo les ha llevado a la decisión correcta.

La verdad es que no sabía nada del grupo antes de escuchar el álbum, pero no hicieron falta más que unos segundos para engancharme por completo: “Bravo”, la primera canción, se inicia con un solemne órgano, feedback de guitarras, una poderosa explosión instrumental y los vehementes y rotundos gritos de Adam Dooling (“Joy and horror/I feel so alive/but life's not that fun anymore”). De inmediato, las virtudes de la propuesta se hacen evidentes de forma muy clara. La energía desenfrenada y la crudeza emocional del post-hardcore más intenso se dan la mano con las sonoridades y las ambiciosas estructuras del rock progresivo. La mezcla ideal probablemente la alcanzan en “Hyper”, que se inicia con toda la majestuosidad típica del prog antes de pasar por múltiples y siempre interesantes fases, llegando a los seis minutos de duración. La sección rítmica hace requiebros frenéticos mientras la guitarra y el órgano encuentran diversas maneras de complementarse. La fuerza brutal de la última estrofa propulsa la canción más allá de la estratosfera.

El tremendo talento de los músicos de la banda se muestra a lo largo de todo el álbum, aunque quizás queda en evidencia especialmente en “Tango”, que no tiene dos partes iguales

El tremendo talento de los músicos de la banda se muestra a lo largo de todo el álbum, aunque quizás queda en evidencia especialmente en “Tango”, que no tiene dos partes iguales. Empieza acumulando tensión, con una batería hiperactiva que contrasta con la calma de guitarras y bajo; después libera la tensión a gritos; después introduce un ritmo trotón y constante mientras Dooling se desgañita; y de pronto, cuando parece que va a estallar, se convierte en una cuasi balada donde todos los instrumentos brillan. Finalmente, se inicia un crescendo que desemboca en una tormenta brutal que despide el tema en su cénit. Ese mismo talento les permite hacer interesantes canciones más directas y breves, como “White Spaces”. Aquí la combinación de sonidos se decanta más por el punk con toques de alt-rock, pero el bajo de Sean Miller, la batería de Vincent Roseboom y la letra y la apasionada interpretación vocal de Dooling (¡ese desesperado “lalalala” del final!) le dan a la canción argumentos de sobra.

En cambio, hay otras veces en que el cóctel sonoro no da del todo con la tecla

En cambio, hay otras veces en que el cóctel sonoro no da del todo con la tecla. Es el caso de “S.R.O.”, cuya combinación de sintes arpegiados y guitarra hiperdistorsionada resulta algo molesta. Tampoco los riffs de guitarra más heavys que introducen en varios momentos tienen el mordiente que cabría esperar; aunque es cierto que, conforme avanza la canción, la propia energía del grupo acaba por compensar estos momentos menos inspirados. Y es que en general, no hay una canción realmente floja en el conjunto, aunque no todas sean tan redondas como “Bravo” o “Hyper”. Es el caso de “Metallic Olives”, que tiene una estupenda intro que parece sacada de un disco de Yes y después un excelente solo de piano Rhodes, aunque la interpretación vocal de Dooling y la parte final resulten algo menos convincentes. También tiene sus altibajos “Warm Bed”, donde la mezcla inicial de un sonido emo más sentimental con dos sintes muy diferentes que se entrecruzan me deja algo descolocado, mientras que el núcleo de la canción me parece excelente, con ese estribillo tan coreable (“Well he takes and he takes and he takes/Where there's nothing left to give”).

Pero cuesta darle demasiado peso a esos momentos flojos cuando hay otros de una intensidad tan concentrada como la que atraviesa “Deerghost”. El final, cuando Dooling escupe “To work alone/To work with all/To bear the fruit/To take the fall” mientras la banda nos apabulla con furia, deja sin aliento. Gospel demuestran aquí, como a lo largo de todo The Loser, que no importa lo disparatada o contradictoria que pueda parecer una combinación de sonidos y géneros a priori: si se tiene tanta convicción y, por supuesto, tanto talento instrumental y compositivo, casi cualquier cosa es posible.

Puntuación: 8/10

 

 

 

Imagen de Jesús Martínez Sevilla

(Osuna, 1992) Ursaonense de nacimiento, granaíno de toda la vida. Doctor por la Universidad de Granada, estudia la salud mental desde perspectivas despatologizadoras y transformadoras. Aficionado a la música desde la adolescencia, siempre está investigando nuevos grupos y sonidos. Contacto: jesus.martinez.sevilla@gmail.com