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El hombre que desafió a la muerte

Blog - El ojo distraído - Jesús Toral - Viernes, 16 de Marzo de 2018
Stephen Hawking.
BBC/Richard Ansett
Stephen Hawking.

Pónganse en la piel de un chico de 21 años que está empezando a forjarse un futuro. Un joven tan introvertido como inteligente, cuya mente despunta y deslumbra por doquier; alguien nacido en los años 40 del siglo pasado, con amigos, una vida como la de cualquier otro colega de fiestas en la universidad y estudio, con una novia a la que había conocido hacía poco tiempo y fascinado con los secretos del universo. Este chico, además, cuenta con un coeficiente intelectual tan privilegiado que es capaz de hacerse las preguntas idóneas para encontrar las respuestas que explican algunas de las principales leyes que rigen el firmamento. Y ese ser especial, nacido para destacar, con un futuro envidiable por delante descubre que tiene una enfermedad incurable que acabará con su vida en menos de tres años: una forma atípica de esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que ataca a las neuronas motoras encargadas de controlar los movimientos voluntarios.

¿Cómo se sentirían ustedes ante una noticia tan desgarradora? ¿Se preguntarían por qué a mí? ¿Por qué yo? ¿Se amargarían? ¿Se hundirían? ¿Dejarían de querer vivir para esperar a la muerte? ¿Decidirían que ya nada tiene sentido?

Por supuesto, Stephen Hawking también tuvo que pasar una etapa de caía libre hacia el vacío, pero debió encontrar un suelo y en él un trampolín para impulsarse alto, tan elevado que se convirtió en el científico de los siglos XX y XXI con más brío del cielo junto con Albert Einstein.

Lo decía un hombre que vivió un milagro en carne propia: el de sobrevivir a un diagnóstico fatal con una inexorable cuenta atrás. Nunca quiso ver más allá de una anécdota en el hecho de haber nacido justo 300 años después de que muriera el científico Galileo Galilei, considerado como el padre de la astronomía moderna y el defensor de que la Tierra  no era el centro del universo

El británico facilitó la detección de agujeros negros y propició el descubrimiento de que en el centro de nuestra galaxia se oculta uno de ellos: Sagitario A; demostró que la teoría de la relatividad de su predecesor Einstein implica que el espacio y el tiempo han de tener un principio, el big bang, y un final dentro de los agujeros negros y combinó las leyes de la mecánica cuántica y de la relatividad general para desmentir que esos lugares fueran completamente negros porque emiten una radiación que lleva su nombre desde entonces: “radiación Hawking”.

Aunque, sinceramente, a mí lo que más me llama la atención de este genio es que fue capaz de cambiar su destino. Mientras Ramón Sampedro o Inmaculada Echevarría decidían poner fin a su vida, hartos de sentirse una carga para los que les rodeaban, y sin el menor ánimo de juzgar esta actitud que merece todos mis respetos, hay que reconocer que Hawking dio un nuevo significado a la palabra vida después de ponerse frente a un futuro demoledor que en pocos años acabaría con su propia muerte. Fue perdiendo movilidad y llegó un momento en que ni siquiera podía hablar y tal vez todo ese espacio interior decidió enfocarlo en pensar, observar, perdonar o transmutar sus emociones antes de instalarse permanentemente en el enfado o la tristeza por sus limitaciones físicas. Y solo después de una reflexión más profunda, decidía comunicarse con el exterior a través de un ordenador que interpretaba sus gestos fáciles.

Hawking se ha ido, ¡quién sabe dónde! Porque él mismo reconoció que era ateo y que no creía en Dios, pese a que llegó a afirmar que “conoceremos la mente de Dios”, refiriéndose a que llegaríamos a comprender todo aquello que Dios fuera capaz de entender si acaso existiera. Él mismo añadió a su afirmación “Soy ateo. La religión cree en los milagros, pero estos no son compatibles con la ciencia”.

Lo decía un hombre que vivió un milagro en carne propia: el de sobrevivir a un diagnóstico fatal con una inexorable cuenta atrás. Nunca quiso ver más allá de una anécdota en el hecho de haber nacido justo 300 años después de que muriera el científico Galileo Galilei, considerado como el padre de la astronomía moderna y el defensor de que la Tierra  no era el centro del universo. Tampoco, por tanto, le hubiera importado demasiado saber que la fecha de su muerte coincide con la del nacimiento de Albert Einstein. Son detalles que acompañarán la leyenda de un hombre que sin creer en Dios se acercó como nadie a sus conocimientos.

Y es curioso porque pese a que yo sí que creo que existe, las religiones me producen desconfianza y frustración y en cambio la gente que llega a la conclusión de que Dios no tiene cabida en el mundo me otorgan confianza y simpatía. Tal vez sea por el hecho de que estos últimos llegan a una determinación a través de la reflexión, en la mayoría de los casos, y se han de enfrentar incluso a sus progenitores católicos, mientras que la religión entra a formar parte de nuestras vidas siendo tan niños que ni siquiera, en muchas ocasiones, se convierte en un tema de discusión: se acepta la existencia de Dios y punto, porque es lo que nos han enseñado.

Al margen de disquisiciones particulares, lo cierto es que el 14 de marzo quedará grabado con letras doradas. Los niños de generaciones venideras no se preocuparán de saber quién fue María José Campanario o El Rubius pero sí tendrán que conocer la biografía de Stephen Hawking, un hombre con unas limitaciones físicas que supo rebasar para trascender a la muerte, no solo por su fuerza interna y sus ganas de aportar sabiduría a nuestra sociedad sino también porque pese a que su cuerpo no esté más con nosotros entrará a formar parte del tablón cum laude de genios como Séneca, Cervantes, Mozart o el mismo Einstein, cuyo recuerdo los transforma en inmortales.

Entre todas sus célebres frases que ha dejado para la historia, me quedo con una que explica la calidad humana de este científico: “A pesar de la enfermedad que sufro, he sido muy afortunado en casi todo. He tenido mucha suerte de trabajar en la física en una época fascinante y es una de las pocas áreas en donde mi discapacidad no ha sido una desventaja”.

Como yo sí que creo en Dios, como ya he dicho, pienso que este ente especial no ha dejado de ser con su muerte, solo que desde ahora sí que será consciente de todo el conocimiento que persiguió en vida. Solo puedo sentirme agradecido por su dedicación, por su vocación y por el amor que puso en el trabajo.

Imagen de Jesús Toral

Nací en Ordizia (Guipúzcoa) porque allí emigraron mis padres desde Andalucía y después de colaborar con periódicos, radios y agencias vascas, me marché a la aventura, a Madrid. Estuve vinculado a revistas de informática y economía antes de aceptar el reto de ser redactor de informativos de Telecinco Granada. Pasé por Tesis y La Odisea del voluntariado, en Canal 2 Andalucía, volví a la capital de la Alhambra para trabajar en Mira Televisión, antes de regresar a Canal Sur Televisión (Andalucía Directo, Tiene arreglo, La Mañana tiene arreglo y A Diario).