SOMBREROS “MADE IN GRANADA” DESDE EL SIGLO XVIII

La potencia sombrerera granadina

E+I+D+i - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 27 de Marzo de 2022
Un nuevo y excepcional reportaje del maestro de periodistas Gabriel Pozo Felguera, para quitarse el sombrero, sobre la historia y declive de una industria de la que fue Granada una potencia.
Todos con sombrero. Homenaje a Manuel Gómez-Moreno, hijo, en septiembre de 1913 por haber ganado la cátedra de arqueología en Madrid.
M. RIOBOÓ
Todos con sombrero. Homenaje a Manuel Gómez-Moreno, hijo, en septiembre de 1913 por haber ganado la cátedra de arqueología en Madrid.
  • A finales del XIX trabajaban más de 2.000 personas en la decena de talleres de fieltro y sombrerería que se repartían por la ciudad, especialmente por el Realejo

  • La saga de los Serrano-Henares-Candenas cerró definitivamente en 1997 tras agudizarse la crisis del “sinsombrerismo”

  • En la actualidad solamente queda una tienda –MIROC–, que continúa la tradición de personalizar los sombreros a cada cabeza

Granada fue una potencia en la industria de sombreros de fieltro. A mediados del siglo XVIII ya existían más de quinientas personas trabajando en los distintos gremios que los fabricaban. El siglo XIX fue de verdadera eclosión, repartida en la actividad fieltrera y la del rematado del sombrero propiamente. Más de 2.000 granadinos trabajaron confeccionando sombreros de calidad desde mediados del siglo XIX y hasta prácticamente un siglo después. El colectivo de sombrereros protagonizó las primeras huelgas reivindicativas de la industria local, allá por 1881. Hubo marcas –José Entralla y Muñoz e Hijo– que obtuvieron medallas en la Exposición Internacional de Barcelona 1888. La fábrica más grande fue precisamente la de Entralla, con unos 500 trabajadores. La calle Zacatín llegó a tener hasta cinco sombrererías en sus locales. De la potencia sombrerera de Granada en siglos pasados poco queda en estos momentos: sólo una sombrerería con dos empleadas. Y es que hasta hace medio siglo todas las cabezas iban tocadas, el sombrero era una pieza más de vestir. El sinsombrerismo de Mayo del 68 francés dio la puntilla a aquella importante actividad que caracterizaba a Granada.

Los orígenes del sombrero de copa alta son difusos. En la pintura anterior al siglo XVI aparecen cabezas tocadas con boinas, gorras y sombreros de tela flexibles. Se trataba de sombreros de cabezas bajas y escaso volumen. El primer retrato de un rey español que aparece con un tímido sombrero es Felipe II, en la segunda mitad del siglo XVI; el primer bonete de un arzobispo de Granada fue el puesto de moda por Pedro de Castro (1590-1610). Cabe concluir que el sombrero había surgido en Europa por la necesidad de estilizar la indumentaria y realzar la imagen de la vestimenta social.

Retratos del arzobispo Pedro de Castro y del rey Felipe II, entre los primeros personajes “colgados” en Granada con bonete y sombrero sin ala.

Por supuesto, siempre ligado a las clases más pudientes; de ahí fue bajando el sombrero en los distintos estatus sociales. En el siglo XVII estaba ya generalizado el uso de la pieza que vestía las cabezas. Aunque cada tipo de pieza tenía su cabeza y cada cabeza su pieza: el sombrero se había convertido en un claro elemento de identificación social; el refrán rezaba “dime qué sombrero te pones y te diré quién eres”.  El pueblo llano y rural se cubría con casquetes o sombreros flexibles de tela, ni siquiera con alas; abundaban los pañuelos anudados; las barretinas, etc. Hasta que los cascos metálicos de milicia dejaron paso a los bicornios y tricornias entelados. En el caso del Reino de Granada, hay constancia de existir ya en el siglo XVII un primitivo catite, que no era otra cosa que una media copa cónica con unas gruesas alas.

La sociedad protestante holandesa del XVII añadió el ala a copa como signo distintivo.

También a finales el siglo XVI surgió en Alemania y Holanda la necesidad de elevar la copa, especialmente como signo de diferenciación de la sociedad protestante que se estaba formando. La necesidad de dar consistencia a las gorras derivó en la búsqueda de unos primitivos y rígidos fieltros hasta desembocar en el modelo capotain, de copa bastante alta y ala ancha. El fieltro endurecido lo habían conseguido a base de prensar pelo de distinta procedencia: conejo, castor, liebre, jabalí, ciervo, etc.

Origen de la industria en Granada

Cómo surgieron las primeras industrias de fieltro y sombreros en Granada es una incógnita. Pero seguramente muy ligados a la infinidad de manufacturas textiles y de cordelería que se extendían por toda la ciudad tras minorar el cultivo de la seda. Los vestigios conducen directamente a los batanes que existieron ubicados junto a las principales acequias de la ciudad, más concretamente a las fábricas de capotes de borra y lana prensada. Estuvieron situados junto a los molinos de las acequias Gorda, Arabuleila y Axares. La fuerza del agua fue imprescindible para mover las máquinas, hasta la posterior aparición de la caldera de vapor. La mayor parte de actividad fabril de fieltro estuvo concentrada en el ramal de la acequia Gorda que discurría por la calle Solares (Realejo) y moría en el molino de las Carretas (Salón). En cambio, para el acabado de los sombreros ya no se precisaba del uso de la fuerza de las acequias, sino de mucha mano de obra. El sombrero se podía acabar en cualquier otro lugar. En resumen, la primera fase de preparación de apelmazado de fieltros se puede considerar un proceso industrial ubicado junto a las acequias; el segundo ya es un trabajo artesanal que solía moldearse en los talleres de las sombrererías.

El salario de un buen maestro del sector sombrerero podía ascender hasta 12 reales/día, y el de los oficiales se movía entre 3 y 8 reales/día

En 1752, en el catastro del Marqués de la Ensenada, ya aparecen referencias a la importante actividad sombrerera que ocupaba a artesanos en Granada. El censo aportado por el Concejo distribuye los empleados en la fabricación de sombreros según su especialidad (no especificó cuántas tiendas de sombreros había en la ciudad). Empieza por los zurradores, artesanos encargados de quitar el pelo a las pieles para hacer el fieltro; había 20 maestros zurradores y otros veinte oficiales. En el sector de monterería (monteras, precursoras del sombrero), cuenta 21 maestros y 10 oficiales. Dos maestros boneteros (para religiosos). Y ocho maestros sombrereros auxiliados por 13 oficiales. El salario de un buen maestro del sector sombrerero podía ascender hasta 12 reales/día, y el de los oficiales se movía entre 3 y 8 reales/día. Es fácil conocer las fábricas y empleados de sombreros/monteras/bonetes que había en Granada en 1752: sólo hay que adjudicar un taller por cada maestro y diez trabajadores y/o aprendices por cada oficial. La conclusión es que existían unos 550 empleados en esta industria a mediados del siglo XVIII. Y unas 51 factorías.

Modelo catite, ya generalizado en la zona oriental andaluza a partir del siglo XVIII como sucesor de la montera.

Pero no fue hasta la década de 1840, cuando Pascual Madoz redactó su famoso Diccionario, en que aparecen menciones a la fuerte implantación que tenía la fabricación de sombreros en Granada. Este estudioso y político escribió que en Granada había una buena industria manufacturera de todo tipo, “muy buenas de sombreros”. Conocemos la existencia de un taller en Granada que poco después de la invasión francesa empezó a vender por los pueblos del Reino: hacia 1820 ya suministraba a la sombrerería Alhama de Guadix; en el año 1831 llevaba algún tiempo enviando sombreros a Gabriel Galera, el Sereno, sombrerero ubicado en la calle Morería, 14, de Huéscar. También se ubica otra partida enviada a Montefrío pocos años más tarde.

 Todos tocados. En estas dos fotos de Huéscar, de principios del siglo XX, se aprecia cómo todo el mundo llevaba la cabeza cubierta, hasta los niños. Las clases acomodadas vestían traje y sombrero de ala (arriba, Pascual Dengra y amigos), mientras los más humildes se ponían gorras. A. HISTÓRICO HUÉSCAR.

En los primeros padrones de población de la ciudad de Granada, referidos al primer tercio del siglo XIX, hay infinidad de referencias a profesiones que tenían mucho que ver con los complejos procesos de fabricación de fieltros para sombreros.

La primera referencia documental y exacta a los establecimientos de sombreros en Granada capital data de mediados del siglo XIX. Fue un hijo del sombrerero de Guadix, llamado José Alhama Teba, quien decidió desplazarse a la capital para trabajar en el oficio que había aprendido de su padre

La primera referencia documental y exacta a los establecimientos de sombreros en Granada capital data de mediados del siglo XIX. Fue un hijo del sombrerero de Guadix, llamado José Alhama Teba, quien decidió desplazarse a la capital para trabajar en el oficio que había aprendido de su padre. Fue un personaje muy conocido en su momento por haber protagonizado un episodio político-religioso relacionado con su militancia en la religión evangelista. Conocemos que la sombrerería la tuvo ubicada en el número 1 de la calle Zacatín, la más comercial por entonces. En su taller le aprehendieron documentación prohibida por entonces. La detención de este sombrerero causó un revuelo internacional al ser apoyada su causa por varios países de religión protestante. Fue deportado a Gibraltar en 1863 y liberado en 1868, con la expulsión de Isabel II y la llegada de la Revolución Gloriosa. José Alhama regresó con toda normalidad a Granada y dio origen a una saga de sombrereros que tuvieron talleres y tiendas, sucesivamente, en la calle Zacatín, 44, y Reyes Católicos, 26. Esta casa existió hasta principios del siglo XX.

Anuncio de la fábrica y tienda de Antonio Alhama en La Publicidad de 1884, con dos establecimientos en la calle Zacatín.
Anuncio de la sombrerería Alhama, de 1891, cuando ya la regentaba su viuda.
Un tercer establecimiento de los Alhama, abierto en la calle Reyes Católicos número 26 en 1890.

Competencia, publicidad y premios

Conocemos la existencia de un amplio abanico de talleres y tiendas de sombreros durante el último tercio del siglo XIX gracias a la abundante publicidad que insertaban en periódicos y revistas del momento. A partir de 1872, con la libertad de expresión que trajo la I República, hubo una verdadera eclosión de periódicos en Granada. En algunos momentos, sobre todo entre 1880-82 llegaron a convivir hasta nueve diarios en la capital. El nuevo soporte del papel fue aprovechado para dar a conocer el potente comercio local. No así las fábricas, que no precisaban anunciarse por no vender al detalle.

Conocemos algunas referencias de que a Granada se desplazaban comerciantes de otras provincias a llevarse remesas de sombreros

La primera conclusión que sacamos al ver tanto anuncio de tiendas de sombreros es que había bastantes, obviamente, y que la competencia era feroz. Conocemos algunas referencias de que a Granada se desplazaban comerciantes de otras provincias a llevarse remesas de sombreros. El hecho de que se anunciase una decena de sombrererías al mismo tiempo nos hace pensar que existirían por lo menos el doble, ya que los negocios más pequeños no solían recurrir a los anuncios. La geografía de los talleres-tiendas de sombreros más potentes de Granada se ubicaba en la zona céntrica más comercial, en el Zacatín y calle Mesones como ejes principales; más tarde, cuando se acabó de embovedar el Darro, también se iba a sumar la calle Reyes Católicos. Incluso Zacatín y Mesones llegaron a tener ubicadas varias tiendas de sombreros al mismo tiempo. La imagen podría ser muy similar a la actual, donde conviven varias zapaterías o boutiques a escasos metros una de otra. El sombrero era por entonces una pieza esencial, que todo el mundo vestía, y se precisaba contar con una amplia oferta ante la considerable demanda.

Buen ejemplo de aquella competencia y abundancia de sombrererías lo encontramos en el número extraordinario que sacó el periódico La Publicidad el Día de la Toma de 1883

Buen ejemplo de aquella competencia y abundancia de sombrererías lo encontramos en el número extraordinario que sacó el periódico La Publicidad el Día de la Toma de 1883. Llevaba anuncios de la Gran Fábrica de Sombreros de Antonio Alhama y hermano (con locales abiertos en Zacatín 44 y 79); Fábrica de José Entralla, con factoría en Pavaneras, 15, y tiendas en Zacatín 37 y San Sebastián, 9 (actual calle Salamanca); tienda sin nombre en la calle Zacatín, 71, que se ufanaba de vender quinientos sombreros al día; y José Garzón, con taller en Zacatín, 58. Una vez más, el Zacatín ostentaba el título de lugar con máxima concentración de la actividad sombrerera.

Un sector laboral potente

Seguro que me quedo corto al cifrar en 2.000 el número de empleos que mantenía a finales del siglo XIX el sector de las fábricas de fieltro y los talleres-tiendas de sombreros. En el aspecto laboral, el sector continuaba estructurado de manera muy similar a los gremios medievales: había un maestro que dirigía la forma de trabajar; una junta de maestros que regulaban la formación al siguiente estrato, el de oficiales; y un tercer estrato de obreros y aprendices. Por supuesto, no existía el sindicalismo en el sector. Pero ya para marzo de 1882 surgió el primer conflicto o huelga entre los fieltreros-sombrereros de Granada. La protesta se extendió entre el 11 y 21 de marzo de ese año; se pretendía regular la duración de la extenuante jornada laboral (que era superior a doce horas), la formación de aprendices, los salarios de los planchadores, etc. El malestar entre el sector no debió quedar solventado por completo, pues en 1891 volvió a surgir otro conato de huelga. La prensa calificaba al sector como de “importante”; se decidió hacer huelga con motivo del 1º de Mayo. Estas huelgas de sombrereros de Granada son los primeros paros laborales de que se tiene referencia en Granada.

Crónica de El Defensor que recogía la primera huelga del sector sombrerero de Granada durante diez días del mes de marzo de 1882.

Lo de sector “importante” nos hace pensar que quizás fuesen más de dos millares los empleados que trabajaban en la sombrerería por aquellos años finales del siglo XIX. Tan sólo la fábrica de Entralla cifraba en 500 los empleados que mantenía en sus distintos procesos de fabricación. Conocemos por la Guía Comercial e Industrial de 1895 que existían al menos siete fábricas de sombreros de importancia en Granada; eran las siguientes: Jerónimo Muñoz (Placeta de Fortuny, 1); José Entralla (Pavaneras, 17); Hijos de Gómez (Escudo del Carmen, 3); José Ramírez (Recogidas, 25); José Millán (Paseo de los Tristes, s/n); Padial y Santa María (Placeta de las Descalzas, 1); y José Fernández (Buensuceso, 22). Es curioso comprobar cómo en 1895 no figura ya ninguna de las factorías de fieltro asociadas a acequias; ya habían hecho su aparición las máquinas de vapor y no era necesaria la fuerza motriz del agua.

Tuvo la mala suerte de incendiarse en la primavera de 1882 y llevarse por delante todas las casas de aquella manzana

Hubo otra importante fábrica de sombreros, con unos cincuenta empleados, entre las calles Estribo y Zacatín. Se llamó Sombrerería Ruiz Gómez. Tuvo la mala suerte de incendiarse en la primavera de 1882 y llevarse por delante todas las casas de aquella manzana. Pereció el arquitecto municipal que la inspeccionaba.

Entralla, la mayor fábrica del XIX

José Entralla Ávalos tenía ya en funcionamiento su potente fábrica de sombreros para el año 1872. Justo cuando se generalizó el uso de las máquinas de vapor en Granada. Debió comenzar fuerte con el negocio, pues en pocos meses ya daba empleo directo a un centenar de personas. Estableció su actividad en la casa número 17 de la calle Pavaneras. Justo paredaña con la Casa de los Tiros.

Publicidad de José Entralla, la mayor fábrica del XIX, repartida en 1892.

Precisamente por esta vecindad comenzaron los problemas de la fábrica, que se prolongaron durante toda la existencia fabril. En año 1887 empezaron a recibirse denuncias en el Ayuntamiento por parte de Dolores Díaz de Rivera, que no era otra que la Marquesa de Campotéjar y Campohermoso, propietaria de la Casa de los Tiros. La denunciante esgrimía dos tipos de molestias: el ruido y los movimientos de la maquinaria. El industrial José Entralla había instalado, sin licencia municipal, una caldera y máquina de vapor como fuerza motriz; debía tener un tren de poleas que trasladaran su fuerza a los martillos batanes, taladros, etc. La marquesa, sus abogados e incluso un notario, afirmaban que la máquina de vapor hacía que temblara la vieja estructura de la casa que fue de los Granada Venegas. Se temía que la derribara. Además, la presión de la caldera podría hacer que explosionara en cualquier momento.

Para 1888, los arquitectos consideraron que una actividad con aquellas molestias debía trasladarse a lugar despoblado. Las desavenencias de la marquesa y el industrial se prolongaron todavía durante varios años

Las instalaciones fueron reiteradamente inspeccionadas por los arquitectos municipales (José Contreras Granja y Modesto Cendoya). Efectivamente, informaron que los movimientos de las máquinas podrían afectar la estabilidad de la casa. Para 1888, los arquitectos consideraron que una actividad con aquellas molestias debía trasladarse a lugar despoblado. Las desavenencias de la marquesa y el industrial se prolongaron todavía durante varios años. Los abogados acusadores se dirigían al Ayuntamiento contrastando su aparente blandura con las clausuras de otras máquinas de vapor instaladas en calles céntricas de la ciudad (una máquina de vapor clausurada en una carpintería de la calle Colcha, por ejemplo).

Quizás el Ayuntamiento no aplicaba las ordenanzas sobre actividades molestas teniendo en cuenta que de esa fábrica vivían varios centenares de familias.

En aquel año 1888 Sombreros Entralla obtuvo la medalla de oro en la Exposición Internacional de Barcelona por la calidad de sus productos

Precisamente en aquel año 1888 Sombreros Entralla obtuvo la medalla de oro en la Exposición Internacional de Barcelona por la calidad de sus productos. Si creemos la crónica que publicó el Diario Mercantil de Barcelona, daba empleo a nada menos que 500 personas y fabricaba unos 300.000 sombreros cada año. Disponía de una máquina de vapor y de la maquinaria más avanzada para su época. La mayor parte del pelo utilizado para el fieltro procedía de importación. Ofrecía un amplio catálogo de modelos, especialmente para hombres. (También la fábrica granadina de Antonio Muñoz e Hijo, herederos de Jerónimo Muñoz, concurrieron a la Expo de Barcelona, donde fueron condecorados con medalla de plata. Estos tenían la fábrica casi al lado, en Santa Escolástica 26).

Hacia 1896 José Entralla traspasó la fábrica a José Garzón Hernández, pues figura como nuevo propietario en el padrón municipal. Las quejas continuaron por parte de los vecinos afectados, de manera que, en octubre de 1899, el Ayuntamiento decidió proceder a la clausura y precinto de la fábrica de sombreros de Pavaneras, 17. En mayo de 1900, José Garzón pidió el desprecinto de las máquinas para trasladar su actividad a un lugar donde no causara molestias a los vecinos. La vieja fábrica del Realejo iba a dejar paso muy pronto a un edificio de viviendas; en 1901 fue renumerado como 1 de la Plaza del Padre Suárez.

Anuncio de sombreros Miguel Lopera, en la calle Gran Capitán, en el año 1930. TODOCOLECCIÓN.

Esta fábrica de José Garzón fue trasladada a la Huerta de Jerónimos, Gran Capitán 18 posterior, donde permaneció activa hasta los años cuarenta. Quizás su sucesor en el negocio sombrerero fuese el empresario Miguel Lopera, que se anunciaba en este lugar por aquellos años. En 1933 decía en su publicidad que contaba con 60 empleados, que controlaban todo el proceso productivo: descañonado, secretado, corte, soplado, arcado, orla del casco, planchado y forrado. Ofrecía una amplia gama de modelos: frégoli, mascota, cordobés, sevillano, etc. Como curiosidad, en su publicidad recordaba que sus precios asequibles iban a acabar con el sinsombrerismo de años anteriores. La protesta generalizada contra la carestía de sombreros y calzado hizo que la gente fuese en alpargatas y con la cabeza descubierta en los primeros años de la II República.

Vendedor de verduras en la plaza de las Pasiegas, hacia 1900, con un sombrero tipo cordobés. AHMGR.

Quejas similares por molestias, aunque con mejor final, le ocurrieron al industrial José Fernández en la casa número 22 de la calle Buensuceso. En vista de que el negocio sombrero iba viento en popa en Granada a finales del XIX, decidió adquirir una caldera y máquina de vapor de 7 cv. En principio, el proyecto fue informado favorablemente por el arquitecto municipal Modesto Cendoya. Pero muy pronto surgieron varios vecinos de la calle, e incluso de Puentezuelas, que mostraron su oposición por los ruidos y por el miedo a que estallase la caldera y hundiese sus casas. El Ayuntamiento pidió a los vecinos afectados que manifestasen su opinión por escrito; unos se opusieron, otros menos, aunque todos exigieron que se les garantizase el pago de posibles daños por algún accidente o explosión. Se concedió licencia de actividad a José Fernández para fabricar sombreros o como empresa auxiliar de otras más potentes. Hay referencias que tuvo abierta su fábrica hasta, al menos, principios del siglo XX.

Primer tercio del siglo XX

El mayor apogeo de las fábricas y tiendas de sombreros en Granada tuvo lugar durante el primer tercio del siglo XX. A partir de noticias y anuncios en la prensa local se localizan al menos una decena de tiendas principales. Imagino que continuarían existiendo algunas más en la periferia o que no se anunciaran por su menor potencia comercial. Fue también el momento en que entraron en el negocio los primeros almacenes del sector textil, procedentes en su mayoría de Cataluña y con sucursales abiertas en Granada.

Fue también el momento en que entraron en el negocio los primeros almacenes del sector textil, procedentes en su mayoría de Cataluña y con sucursales abiertas en Granada

Entre 1900 y 1930 las principales sombrererías que existieron en la ciudad fueron las siguientes: Justo Santa María (en Alhóndiga, 41). Roberto (Zacatín, 9), que perduró hasta después de la guerra civil. Cifuentes (en Zacatín, 3), quizás continuadora de la casa Alhama. Sombreros Benítez (en Zacatín, 45); esta tienda también tuvo taller en Mesones 47; también anunciaba sombreros canotier de paja y jipi-japa. Frías (en Mesones, 6). Almacenes Old England (en Reyes Católicos, 31). Sombrerería Gómez (trasladó su tienda desde el Zacatín hasta Reyes católicos, 19, esquina a Príncipe). Escribano (en Placeta del Santo Cristo, 4); Fernández (en Cerrajeros, 3). Almacenes El Águila, que ocupó a partir de 1914 el edificio de Gran Vía, 16 (actual CaixaBank). Hijos de Gómez vuelve a figurar en la década de los veinte con fábrica y tienda en calle Escudo del Carmen, 23, y sucursal en Puerta Real, 1 (donde hoy se abre la calle Ganivet).

Tienda de Old England, en Reyes Católicos 31, hacia el año 1925.

En el Almanaque comercial de 1928 figuró una fábrica de duración efímera en la Plaza de los Campos, número 2. Se trató de Industrial Sombrerera S. A. También por esa época estuvo Gregorio J. Prats con almacén y tienda de sombreros, forros y elementos para restauración acabado de sombreros, en la Alcaicería. Por esta misma época también apareció la tienda de Enrique Castro, en Reyes Católicos, 8 y 14, especializado en sombreros de tipo cordobés, sevillano, gorras para niños y sombreros para religiosos; en este caso su publicidad hablaba de fabricación importada de otros países.

La fábrica de Garzón, que había sucedido a Entralla y se ubicó en la calle Gran Capitán, número 18 actual, tuvo su máximo esplendor al comienzo de la II República, pero ya con el nombre de Sombreros Miguel Lopera. Incluso permaneció abierta durante toda la guerra como taller de plancha y acabado; no hay referencia a que fabricase fieltro. Pero ya para aquellos años había comenzado a desprenderse de maquinaria y propiciado la apertura de Serrano y Cía, en la calle Solares. No debió sobrevivir a la década de los cuarenta.

En el año 1930 aparece por primera vez el término sinsombrerismo. Fue el preludio de una manera de protestar de determinados sectores contra el uso de sombreros o gorras para vestir las cabezas

En el año 1930 aparece por primera vez el término sinsombrerismo. Fue el preludio de una manera de protestar de determinados sectores contra el uso de sombreros o gorras para vestir las cabezas. Rechazaban su utilización como símbolo de distinción y diferenciación entre clases sociales (Federico García Lorca y un grupo de amigos organizaron una sinsombrerada en la Puerta del Sol ante el escándalo de los transeúntes). 

La guerra civil española y la II Guerra Mundial sembraron confusión y miseria, pero continuó la costumbre de llevar sombrero todavía entre las clases más acomodadas. La moda perduró hasta finales de los años sesenta, cuando se extendieron las protestas del Mayo del 68 por toda Europa. Los jóvenes, que hasta entonces habían secundado la costumbre de sus mayores, fueron los primeros en dejar sus cabezas al descubierto. Empezaba una crisis en el potente sector de la manufactura fieltrera y sombrerera granadina que iba a tener nefastas consecuencias en las dos décadas siguientes. De los más de 2.000 empleos que daban los sombreros en sus buenos tiempos, se pasó a sólo dos al día de hoy.

La última gran fábrica del Realejo

La última gran fábrica sombrerera de Granada también estuvo ubicada en el Realejo, concretamente en el “polígono industrial” que fue siempre la calle Solares, al lado del ramal de la Acequia Gorda que sirvió de fuerza motriz hasta la aparición de la máquina de vapor.

SEYCO y HEYCAN fueron las marcas que fabricaron y comercializaron todo tipo de sombreros desde la década de 1930 hasta el año 1997 en que desaparecieron definitivamente

SEYCO y HEYCAN fueron las marcas que fabricaron y comercializaron todo tipo de sombreros desde la década de 1930 hasta el año 1997 en que desaparecieron definitivamente. La actividad de esta fábrica completa estuvo asociada a los apellidos Serrano, Henares y Candenas, tres generaciones de una misma familia. Digo completa, porque fue de las pocas fábricas sombrereras que trabajaron el proceso controlando en sus talleres la totalidad del proceso de producción, es decir, casi doscientas tareas desde que se cogía la materia prima y se entregaba el sombrero al cliente.

Parte de accionistas y trabajadores de SEYCO en 1949. El de la derecha era el fundador, José Serrano Frías. Al fondo se ve la iglesia de Santo Domingo.

El fundador de SEYCO fue José Serrano Frías. Éste, junto a su hermana Encarnación, su cuñado Félix Candenas Suárez y unos amigos, formaron la sociedad Serrano y Compañía. José Serrano conocía el oficio desde joven; se establecieron en el edificio número 12 de la calle Solares y empezaron a fabricar sombreros a partir de adquisición de maquinaria y utensilios de segunda mano, comprados en parte al taller de Garzón (el de la calle Gran Capitán). La demanda de sombreros era excelente; se calcula que Granada exportaba por aquellos años del primer tercio del siglo XX más de un millón de sombreros de calidad a todos los rincones del mundo.

SEYCO llegó a tener en plantilla, directamente, a unos 150 empleados

SEYCO llegó a tener en plantilla, directamente, a unos 150 empleados. Además, repartía operaciones sencillas a infinidad de personas que las completaban en sus casas: colocado de cintas, sudador, badana. Además de la fábrica en la calle Solares, habilitaron otro taller auxiliar en el cercano callejón del Señor, número 3. Aquí tuvieron almacén, oficinas y una pequeña imprenta.

Ramiro Candenas y Concepción Henares, fundadores de HEYCAN en 1954. Él era ingeniero de Industria, muy conocido como examinador del carné de condudir.

En el año 1954, otra rama de la familia decidió montar nueva fábrica de fieltros al lado, en el número 8 de la calle Solares. Se trató de Concepción Henares del Moral y Ramiro Candenas Serrano. Le pusieron por nombre HEYCAN (Henares y Candenas). Ramiro Candenas Serrano era ingeniero industrial, muy conocido en Granada porque durante sus años de trabajo en la Delegación de Industria era el examinador del carné de conducir (por entonces todavía no se había creado Tráfico). Este matrimonio adquirió parte de la maquinaria de sus familiares de SEYCO; durante las dos décadas siguientes permanecieron fabricando sombreros en paralelo.

Todavía hasta la década de los años sesenta fueron muy buenos tiempos para la actividad sombrerera mundial. Y especialmente para Granada

Todavía hasta la década de los años sesenta fueron muy buenos tiempos para la actividad sombrerera mundial. Y especialmente para Granada. No había calado la idea de destocarse la cabeza como señal de modernidad y de protesta contra los poderes establecidos. El muestrario de estas dos factorías con lazos familiares comunes era extenso, tanto para hombre como de mujer. Además de la especialidad de fieltro de alta calidad y precio, importaron panamá y se introdujeron en el campo del canotier, que ya venía causando furor en Estados Unidos y Europa desde dos décadas atrás.

Estas marcas compitieron con las primeras del país a la hora de hacerse con contratos para el ejército y las fuerzas de seguridad españolas. Muchos de los tricornios de gala de la Guardia Civil fueron fabricados en la calle Solares; también gorras de plato de la oficialidad de tierra y marina. En un par de ocasiones, HEYCAN fabricó sombreros para la policía montada del Canadá. Incluso tuvieron los moldes hechos para confeccionar los del cuerpo de Carabinieri itialianos, pero el contrato no cuajó. Un rumor con bastante fundamento apunta la preferencia del dictador Francisco Franco por lucir sombreros hechos a medida en esta fábrica.

Ramiro Candenas Henares, último director-propietario de HEYCAN, fotografiado en la actualidad con un aparato conformador de sombreros.

La tercera generación de esta saga sombrerera de la calle Solares la capitanearon los hermanos Ramiro y Manuel Candenas Henares, sobrinos-nietos del fundador José Serrano. Cogieron el negocio cuando la crisis sombrerera empezaba a asomar, a comienzos de los años setenta. SEYCO decidió cerrar su factoría de la calle Solares, 12, y sólo continuó adelante la del número 8. Modernizaron y diversificaron la producción, tratando de incrementar la exportación y la especialización para colectivos que continuaban usando sombrero. Pero, en general, la sociedad mundial había decidido que cubrirse la cabeza no formaba parte de la forma de vestir. Además, había surgido una fuerte competencia de fábricas baratas en el sureste asiático con la que no se podía competir. Los sombreros granadinos de alta calidad, de fieltro de pelo natural, nada podían hacer con los de lana, borra u otras fibras sintéticas. La sombrerería granadina daba sus últimas bocanadas en 1997, cuando HEYCAN decidió echar el cerrojo. En Granada ya sólo quedaba el taller de MIROC; y en sus calles apenas tres o cuatro tiendas para venderlos.

Dos páginas de uno de los últimos catálogos con los modelos de sombreros que exportaba HEYCAN desde Granada para el mundo.

¿Cómo se fabricaba un sombrero de fieltro?

Hasta hace medio siglo era muy habitual la estampa de pieles de liebre y conejo tendidas al sol. Los traperos iban por pueblos y cortijos comprándolas. Su destino eran las fábricas de fieltro. Igual ocurría con las de mataderos industriales. Su destino también era la fábrica de fieltro. Tanto SEYCO como HEYCAN recogieron la tradición granadina de controlar todos los pasos del proceso productivo. Acometían las aproximadamente doscientas labores de la entretenida confección de un sombrero.

También hay que distinguir si el pelo es de la raíz, del cañón o de las puntas. La parte más cercana a la dermis es la más suave y la mejor

Ramiro Candenas Henares, a sus 79 años, recuerda perfectamente todo el mecanismo de la fábrica que dirigió hasta su desaparición en 1997. “La calidad del producto final –explica- la marca el origen de la piel en que esté fabricada la pieza”. Lo normal era utilizar piel de castor importada, liebre, conejo de monte y conejo de granja. Y no es lo mismo la piel de estos animales cazados en verano que en invierno. También hay que distinguir si el pelo es de la raíz, del cañón o de las puntas. La parte más cercana a la dermis es la más suave y la mejor.

El proceso de fabricación comenzaba preparando la piel: lavado, estirado, recortado y eliminación de las partes no útiles. En el siguiente paso, el secretado, se escondía el secreto de cada maestro para diferenciar sus sombreros; el secretage (casi todos los términos de esta industria son de importación francesa) consistía en la fórmula que utilizaba el maestro de taller para impregnar la piel de una solución química que facilitara posteriormente el afieltramiento. Hacer fieltro consiste en confeccionar un tejido sin tejer. La piel de los animales era rasurada cuidadosamente y clasificada por capas, según su destino final. La piel resultante se aprovechaba en otro proceso para fabricar cola de pegar (cola de conejo), orientada a restauraciones o pinturas.

Fábrica de HEYCAN en la calle Solares, 8, cuando todavía estaba a pleno rendimiento en los años setenta del siglo pasado. Hoy está reconvertida en un bloque de pisos.

Del total de pelo que entraba a la fábrica, solamente un 10-12% se convertía en materia útil. Con el pelo se iniciaba el cardado en una máquina llamada soplosa; ésta iba separando el pelo según su calidad: el fino (raíz) del basto (punta o cañón). El paso siguiente consistía en pulverizar el pelo sobre un enorme cono de metal perforado, de medidas aproximadas a un metro de alto por otro de base. Una corriente de aire, mezclada con agua caliente, iba formando un cono de pelo que pasaba directamente al afieltramiento. El enorme cono es sometido a un lento proceso de apelmazado, prensado y reducción hasta dejarlo en un tamaño de la quinta parte del original. En este paso ya empieza a tener consistencia. La enorme campana original (cloches) ha pasado por máquinas-batanes que le dan uniformidad. Para todo este proceso se utiliza agua muy caliente o vapor, imprescindible para ir dando forma a los distintos modelos que se deseen conseguir al final. El proceso de fabricación lleva en este momento al lijado o alisado (rasé), dejando el pelo corto (velour) o largo (rama).

Los comercios procuraban personalizar cada sombrero a su cabeza, con un artilugio llamado conformador; la ventaja competitiva de las sombrererías era saber proveer a cada cliente del sombrero que realmente favorecía más a su cabeza

Hasta aquí el complicado proceso de fabricación del fieltro. Solamente las grandes fábricas granadinas contaban con las instalaciones suficientes. Para el siguiente paso, el de enformado y entallado, existieron talleres a mansalva; prácticamente cada tienda de venta al por menor contaba con una trastienda o taller en el que personalizaba la pieza a cada cliente. En la publicidad que vemos de los años dorados de las sombrererías de Granada, casi todas se reafirmaban en que eran fabricantes. En realidad, no era así. Las sombrererías tenían sus talleres con moldes con los que aprestaban las piezas, les recortaban el ala y les daban el acabado de plancha. También solían colocarle el desudador o badana con la marca de cada tienda. Los comercios procuraban personalizar cada sombrero a su cabeza, con un artilugio llamado conformador; la ventaja competitiva de las sombrererías era saber proveer a cada cliente del sombrero que realmente favorecía más a su cabeza. Porque en esta cuestión a cada testa la viene bien un tipo determinado de sombrero. En este sentido, era totalmente cierto que las sombrererías los hacían a medida, a partir de moldes u hormillones, pero siempre con fieltros previamente adquiridos a las grandes fábricas.

Se puede apreciar por lo narrado que el proceso fabril de un sombrero, desde la piel de una liebre hasta que alguien lo luce por la calle, es muy complejo y preciso. El gremio de artesanos granadinos estaba fuertemente jerarquizado y sometido a normativa de aprendizaje y formación arrastrado desde tiempos medievales. De ahí que mantuvieran reminiscencias gremiales y guardasen los secretos de su química. Muchos de los maestros sombrereros pertenecieron a logias masónicas (José Alhama fue maestre de la Lux in Excelsis).

La calidad, y también los precios, de los auténticos sombreros de fieltro de pelo natural son muy elevados

La calidad, y también los precios, de los auténticos sombreros de fieltro de pelo natural son muy elevados. No obstante, el proceso fabril utilizaba algunas sustancias químicas (principalmente mercurio) que tenían serias repercusiones para la salud de los trabajadores. La inhalación de vapores de mercurio acababa produciendo enfermedades de tipo nervioso (temblor de Sambito); quizás también cancerígeno. Además de causar contaminación por residuos en las acequias y darros de Granada. La legislación española prohibió el uso del mercurio e introdujo las anilinas naturales para el teñido de sombreros; aquella decisión mejoró las condiciones de salud a mediados del siblo XX y permitió abrir el abanico de colores y diseños, sobre todo en la modalidad femenina. Los tradicionales talleres, que antes se procuraba distribuir en patios ventilados, ya pudieron cerrarse en naves de tipo industrial.

No obstante, los fieltros fabricados con mercurio son infinitamente más duraderos que los actuales. Se conservan sombreros de seises de la catedral de Sevilla datados en el siglo XV, mientras muchos sombreros recientes se los come la polilla en pocos años.

MIROC, la única sombrerería de Granada

De los más de dos mil trabajadores en fábricas y talleres de sombreros en Granada, en sus tiempos de bonanza, y de más de una docena continuada de tiendas, hoy sólo queda una en la ciudad. Obviamente, vende modelos importados de las pocas fábricas que perviven en España y de importación. (Hay algunos estantes de sombreros en tiendas de tejidos generales; e infinidad de sombreros baratos en puestos de souvenirs. En el Zaidín queda otra pequeña tienda).

De los más de dos mil trabajadores en fábricas y talleres de sombreros en Granada, en sus tiempos de bonanza, y de más de una docena continuada de tiendas, hoy sólo queda una en la ciudad

Se trata de sombrerería MIROC, ubicada en la calle Capuchinas. Lleva el nombre de su fundador, Miguel de la Rosa Contreras. Este sombrerero y su padre fueron colaboradores de las fábricas de SEYCO y HUYCAN. También el abuelo –Ramón de la Rosa Roldán– regentó una fábrica de peletería en la calle Solares; así mismo, estuvieron de colaboradores en la fábrica que tenía Rafael Martín en la Cuesta del Pescado. Conocieron el oficio desde niños.

Miguel de la Rosa y sus pocos empleados, en su fábrica de sombreros de la calle Solares, hacia la década de los años sesenta.

En el año 1964 Miguel de la Rosa decidió establecerse por su cuenta y creó su propio taller, a partir del que abandonó Rafael Martín. Empezaron solamente cuatro personas de manera artesanal; trabajaban distribuidos en unos patios de la casa, conocedores del peligro que suponía para la salud la mezcla de productos químicos que intervenían en el afieltramiento. Al comenzar los años setenta y del inicio de la crisis del sombrero, MIROC consiguió hacerse más grande; llegó a dar empleo en aquellos momentos a 28 personas. Se mantenían gracias a los mercados abiertos en Cuba, Alemania, México y Japón. Se centraban en producir sombreros de gama alta, fieltro puro, sin colorantes; de ahí que prácticamente sus colores se ciñesen al negro y marrón. Tuvieron talleres en el Realejo y en el Zaidín (cerca de la Hípica).

En estos veinte últimos años, ya con el taller prácticamente reducido a arreglos y personalización de modelos, se ha centrado en la venta al por menor de marcas de media-alta gama

A principios de los años ochenta también llegó la crisis de la moda a esta marca y tuvo que cerrar transitoriamente. Hasta que poco después, con la plantilla muy reducida, Miguel de la Rosa volvió a reanudar la actividad, en esta segunda ocasión con carácter familiar y artesanal. Fue el momento en que se incorporó la tercera generación de MIROC, con Miguel Ángel de la Rosa Restoy al frente. En estos veinte últimos años, ya con el taller prácticamente reducido a arreglos y personalización de modelos, se ha centrado en la venta al por menor de marcas de media-alta gama.

Miguel Ángel de la Rosa Restoy, propietario de MIROC, única tienda de sombreros que queda en Granada.

Miguel Ángel de la Rosa Restoy dirige una tienda con dos empleadas, mientras él compatibiliza la dirección de la marca con la abogacía. De joven vivió y conoció cada uno de los pasos de las fábricas de sombreros granadinos, especialmente los de fieltro. También en el periodo de declive empezaron a introducir materiales más baratos, como el pelo de jabalí, ciervo, lana y borra; la intención era poder competir con los más baratos de otros mercados emergentes. Pero no había manera de conseguirlo. Se había prohibido el mercurio, pero a cambio aparecieron anilinas y tintes naturales a base de vinagre y sal, que se bañaban en agua hirviendo. La mayoría de operaciones hechas a mano.

A principios del siglo XX cerró la última sombrerería que había en el Zacatín (donde llegaron a concentrarse hasta cinco en alguna ocasión); muy poco antes lo había hecho el taller de Pérez Comba en Bibarrambla

El oficio de fieltrero y sus factorías desaparecieron por completo en Granada a finales del siglo XX. Solamente quedaron algunas sombrererías, pocas, en la zona comercial de Granada. Todas ellas no tuvieron más remedio que importar sombreros y gorras de otras procedencias. A principios del siglo XX cerró la última sombrerería que había en el Zacatín (donde llegaron a concentrarse hasta cinco en alguna ocasión); muy poco antes lo había hecho el taller de Pérez Comba en Bibarrambla.

Establecimiento sombrerero de la calle Capuchinas.

Hoy la tienda-taller de MIROC es el único vestigio de tiempos gloriosos de esta potente industria local; su última campaña como fabricante, hace ya dos décadas, contabilizó la exportación de más de 7.000 ejemplares. Siempre con el lema de la calidad, ante todo. Para lo demás ya están las fábricas chinas. Quien entra por su puerta puede tener la seguridad de que se va a llevar un sombrero personalizado, a medida y con la garantía de que saldrá con la cabeza tocada con el que más le favorece. Por supuesto, continúa con la secular tradición de las sombrererías granadinas de confeccionar sombreros a medida. Al menos su propietario está moderadamente satisfecho del ritmo de facturación que se mantiene cada ejercicio; nota cierta recuperación del mercado, tras unos años en los que pintaba mal el negocio de vestir cabezas.

Conformador de sombreros de hace un siglo que todavía continúa utilizando MIROC para ajustarlo con exactitud a cada cabeza.
Agradecimientos:

-Este artículo no hubiese sido posible sin las orientaciones, datos y fotografías aportadas por Ramiro Candenas Henares y Miguel Ángel de la Rosa Restoy.

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