Decálogo del conciertero

Blog - El camino equivocado - Guillermo Ortega - Miércoles, 27 de Mayo de 2015
Uno de los conciertos del pasado verano en Sierra Nevada.
Uno de los conciertos del pasado verano en Sierra Nevada.

1-Hay que beber antes de asistir a un concierto. Lo contrario es una falta de respeto hacia los artistas que se van a subir al escenario. No hace falta pillar una cogorza. De hecho, eso es desaconsejable porque en un estado lamentable no te enteras de nada. Bastará con una copilla para calentar motores.

2-El concierto se ve entero, así que nada de ir al cuarto de baño. Si vas, te estarás perdiendo una canción cuya ejecución igual resulta memorable y no te lo perdonarás en tu vida. No obstante, hay veces que la llamada de la naturaleza es tan fuerte que no lo vas a poder impedir. En ese caso…

3- Nada de remilgos. Los aseos, en los recintos donde se celebran actuaciones, no son un modelo de higiene. Hay que asumirlo, tirar palante y que sea lo que Dios quiera, que aquí lo que interesa es aliviarse pronto y volver al lío. (Anécdota personal: vi a Prince en el campo de fútbol del Marbella y los servicios estaban tan abarrotados que la gente miccionaba directamente en el suelo. ¡¡Y había mendas que iban en chanclas!! Nada más acordarme se me revuelve de nuevo el estómago). Otra cosa: si hay que evacuar la vejiga al aire libre y ante la multitud, se hace y sanseacabó, que tampoco se acaba el mundo si alguien te ve la pichita o el toto cotugno.

4- Quedarse con el dato de cuánto ha durado la actuación. Porque es algo que invariablemente te preguntará el colega que por una cosa u otra no ha podido ir. El tercer grado es el siguiente: “¿Viste entonces a Los Abucáncanos? ¿Qué tal estuvieron? ¿Cuánto tiempo tocaron? ¿Pero eso contando los bises o sin los bises?”.

5- A un concierto se va a escuchar música, fundamentalmente. Hombre, no estamos en misa y se puede hablar, pero convertir eso en una tertulia no procede. Sobre todo cuando se trata de un recinto pequeño y de una de esas citas que se dan en llamar intimistas, en plan acústico o así, si la peña está de cháchara al final no escuchas nada, y no es plan.

6- El/la cantante canta, que para eso cobra. Hay mucho jeta que prefiere que lo haga el público y eso es intolerable. Vale, una cosa es que deje a la gente corear un estribillo, pero otra muy distinta que le hagan todo el trabajo. (Anécdota personal: esa técnica la empleó una vez Coque Malla, el de Los Ronaldos, en un bolo en Málaga poco después de sacar su segundo disco, el que les encumbró. Me sentó tan mal que no lo pude evitar y, a voz en grito, le dije que a ver si cantaba de una vez, que nosotros ya cantaríamos en casa, si eso. Tengo para mí que me escuchó, pero no me hizo ni caso. Y ojo, yo vi a Los Ronaldos esa noche porque eran los teloneros de James Brown. Que si no de qué, con lo engreídos que se pusieron).

7- Los mecheros están para encender cigarrillos. O, en un momento dado, para quemar hachís. Pero no para encenderlos cuando suena una balada. Cursi iniciativa que ahora se ha sustituido por exhibir el móvil en modo linterna. Lamentable de verdad.

8- El entendido ha de quejarse del sonido, aunque sea sólo al principio. Eso queda muy profesional. Puede decir algo como: “Sí, el sonido luego mejoró, pero si os fijásteis empezó muy apelmazado”. Y añadir: “Claro, es que lo que pasa en este tipo de recintos es que rebota por todos lados”.

9- Si a ese artista o grupo ya se le ha visto con anterioridad en una o más ocasiones, hay que proclamarlo. Y comparar, por supuesto, la actuación que se está presenciando con las otras. Sugerencia pedante: “¡Bah, cuando yo vi a Los Abucáncanos en Huélago sí que molaron. Ahora están acabados!”

10- Hay que censurar a viva voz, insultar y, llegado el caso, hasta tirar piedras y otros objetos punzantes a la típica muchacha que se sube a los hombros de su novio y no te deja ver nada. Tranquilo: si le abres la cabeza y le explicas bien la cosa al juez, fijo que te absuelve. Sobre todo si es aficionado a los conciertos. 

Imagen de Guillermo Ortega

Guillermo Ortega Lupiáñez (Algeciras, 1966) es licenciado en Periodismo. Empezó a trabajar en 1990 en el desaparecido Diario 16 y después pasó a Europa Sur y Granada Hoy. También lo hizo durante un breve periodo en la Ser y colaboró en El Mundo, Ideal y ABC. Durante algo más de un año fue columnista en Granadaimedia. Ha sido encargado de prensa en los grupos municipales de UPyD y Ciudadanos en Granada y ahora trabaja en prensa del PP. Ha publicado cuatro libros: Cuentos de Rock (2008), Los Cadáveres Exquisitos (2012), Horas Contadas (2014) y La vida sí que es una pelea (2016).