Entrenando el oído: el metal extremo y la virtud de la paciencia

He comentado ya en varias ocasiones en este blog que estoy intentando escuchar más metal extremo. Pese a ello, hasta ahora no había dedicado una entrada completa a hablar del género; quizás porque, aunque quiera, introducir metal en mi dieta musical no me está resultando tan fácil. Me estoy dando cuenta de que necesito adoptar una actitud de escucha atenta para apreciarlo de verdad. Mientras que otros sonidos con los que estoy más familiarizado me entran con naturalidad los escuche como los escuche, soy incapaz de conectar con el metal si suena de fondo. De modo que, aprovechando el parón veraniego (y pensando un poco en la muerte del legendario Ozzy Osbourne apenas unas semanas después del concierto de despedida de Black Sabbath), he vuelto a un par de discos que había escuchado, pero había dejado pendientes de revisar con atención plena. Y debo decir que me alegro mucho de haberlo hecho: son dos discos más que notables que, además, pertenecen a artistas a los que tengo cariño.
Siempre he dicho que el disco de metal que más me ha marcado es el Sunbather (2013) de Deafheaven. Sin embargo, la devoción por el grupo me duró poco
En particular, siempre he dicho que el disco de metal que más me ha marcado es el Sunbather (2013) de Deafheaven. Como aficionado al rock alternativo/underground/indie, la colisión de esas guitarras bañadas en efectos que reconocía del shoegaze con la contundencia de los blastbeats me descubrió un nuevo espacio emocional al que la música podía transportarme. Nunca olvidaré la sensación de escuchar “Dream House” por primera vez y sentir que quería quedarme toda la vida suspendido en ese clímax brutal y bellísimo. Sin embargo, la devoción por el grupo me duró poco: New Bermuda (2015) me gustó en su momento, pero no me dejó tanta huella, y con el tiempo me doy cuenta de que se le veían mucho más las costuras a las combinaciones de géneros que ensayaban. Apenas recuerdo nada de Ordinary Corrupt Human Love (2018), y el desastre llegó con Infinite Granite (2021), donde los californianos abandonaban casi por completo el metal en favor de un shoegaze de juguete, casi dando la razón a los puristas del metal que los habían acusado desde el principio de posers. Para mí esta fue la gota que colmó el vaso: veía casi imposible volver a conectar con un trabajo de Deafheaven.
Y sin embargo, aquí estamos, cuatro años después, y el sexto LP de estos cinco está (mientras escribo estas líneas, y desde que salió a finales de marzo) en el primer puesto de los discos de 2025 en Rate Your Music. Lonely People With Power ha convencido a público y crítica por igual
Y sin embargo, aquí estamos, cuatro años después, y el sexto LP de estos cinco está (mientras escribo estas líneas, y desde que salió a finales de marzo) en el primer puesto de los discos de 2025 en Rate Your Music. Lonely People With Power ha convencido a público y crítica por igual, pero a pesar de ello yo me resistía a darle el reconocimiento que merece. Seguramente por una mezcla del escepticismo con el que llegaba al álbum y de nostalgia por Sunbather, no quería reconocer que estuviese la altura de aquel. Después de escucharlo más cuidadosamente, reconozco que, aunque siga sin tener, para mí, el mismo impacto emocional (para ser justos, es probable que eso sea imposible), está claro que se trata de un disco magnífico. El grupo ha sabido equilibrar los distintos sonidos que había explorado a lo largo de su carrera para adornar canciones que son auténticos torbellinos, compuestos de forma exquisita e interpretados con una furia perfectamente controlada.
En temas como “Doberman” o “Revelator”, el grupo deja en segundo plano los efectos en las guitarras en favor de riffs arrolladores, más propios del black metal puro o incluso del thrash metal
En temas como “Doberman” o “Revelator”, el grupo deja en segundo plano los efectos en las guitarras en favor de riffs arrolladores, más propios del black metal puro o incluso del thrash metal. Otros cortes, como “The Garden Route” o “Heathen”, tienen pasajes de ese shoegaze que tanto rechazo me causó en Infinite Granite, pero equilibrado aquí con la potencia que se echaba en falta allí. Por si fuera poco, para los nostálgicos como yo está “Winona”, donde el blackgaze soñador de los viejos tiempos vuelve a elevarme hasta que siento que floto. Y luego está “Amethyst”, una canción perfecta, que se construye lentamente sobre grandes melodías al estilo del post-metal hasta llegar a un final impresionante. Este equilibrio y variedad no se da solo a nivel instrumental: George Clarke usa su voz aquí en todos sus registros, desde los shrieks puros al spoken word, pasando por el uso de efectos sobre su voz cantada o los gritos más moderados de “Body Behavior”, y siempre al servicio de lo que necesita cada pasaje, reflejando a menudo el significado de las letras. Unas letras que recuperan la efectividad de otros tiempos al abordar las consecuencias para la salud mental del protagonista de una infancia a merced de un padre machista, cruel e incapaz de proteger a su hijo de la violencia que les rodeaba.
El trío SUMAC con la poeta Moor Mother
Con todo, diría que la estrella del álbum es el batería Daniel Tracy, cuya maleabilidad con las baquetas da consistencia tanto a los momentos más calmados como a los más apabullantes
Con todo, diría que la estrella del álbum es el batería Daniel Tracy, cuya maleabilidad con las baquetas da consistencia tanto a los momentos más calmados como a los más apabullantes. Así, Lonely People With Power es la demostración de que Deafheaven aún podía crecer: aprendiendo de errores pasados, cuidando el proceso de composición y encontrando el equilibrio entre los distintos sonidos que habían desarrollado hasta ahora, han creado su disco más completo. Me alegro de tener que tragarme mis palabras de hace unos años y poder decir que tengo ganas de escuchar lo que hagan de ahora en adelante. Precisamente el otro álbum del que quiero hablar es obra de otra de esas (escasas) bandas de metal a las que sigo con interés, aunque desde hace menos tiempo: SUMAC. Este trío originario del Pacífico Noroeste es un supergrupo que se mueve en los confines más experimentales y abstractos del sludge metal. El año pasado flipé con su quinto LP, The Healer, para mí uno de los mejores discos del 2024. Se trata de la mejor prueba de lo que decía al principio del artículo: sus cuatro canciones y más de hora y cuarto eran todo un reto que solo daba sus frutos con una escucha atenta a los minuciosos requiebros de estos tres pedazo de músicos.
Cuando se anunció que iban a lanzar un álbum colaborativo con Moor Mother, me quedé ojiplático: no se me ocurría nadie mejor para trabajar con ellos que la poeta y artista de spoken word de Philadelphia, cuyo acercamiento a la música ha sido siempre igualmente abstracto, fragmentario a la par que preciso. A finales de abril salió el disco, titulado The Film; le di un par de oportunidades, pero en ese momento no me terminó de atrapar. Eso sí, ha sido escucharlo una vez con cascos y sin distracciones y quedarme hipnotizado por la voz de tintes proféticos de Moor Mother. Siguiendo la línea de sus últimos trabajos, la poeta analiza las múltiples formas de violencia que viven los grupos racializados, en especial la comunidad afroamericana, como consecuencia del colonialismo y el imperialismo. Desde la violencia física (abundan las menciones a las bombas y los asesinatos) a la más sutil destrucción de la propia identidad y de cualquier esperanza o sueño (“They drop an atomic bomb on our memories/We don't remember what it means to ever be free/Whip and nae-nae ourselves away from our dreams”, declama en la solemne, casi fúnebre, “Scene 3”).
La fuerza de sus palabras va de la mano de un inteligentísimo uso de los efectos, que en varios pasajes le da a su voz un matiz terrorífico y fantasmagórico
La fuerza de sus palabras va de la mano de un inteligentísimo uso de los efectos, que en varios pasajes le da a su voz un matiz terrorífico y fantasmagórico. A ello hay que sumarle el interés por la dimensión visual: el título del álbum no es casual, ya que el tracklist está ordenado con precisión para generar la sensación de viaje narrativo y emocional que caracteriza a las películas, empezando con la puesta en situación que es “Scene 1” y terminando con la deprimente, aunque bella, renuncia a la esperanza en este planeta que es “Scene 5: Breathing Fire”. De hecho, la cima del disco seguramente sea “Camera”, donde Moor Mother se pregunta, sobre el instrumental más plástico y caótico del álbum, si es posible curar la ceguera racista de la blanquitud, que vuelve las vidas de las personas racializadas invisibles, mediante la exposición casi pornográfica de su sufrimiento. Esta combinación de tono de terror e inspiración fílmica para explorar el racismo conectan el disco con GOLLIWOG, la obra maestra de billy woods lanzada dos semanas después; no hay que olvidar que Moor Mother ya colaboró con woods en el notable BRASS (2020), donde ya se adentraron en temas similares.
En conjunto, el álbum tiene un impacto demoledor, aunque un par de aspectos quizás lo hagan menos atractivo que The Healer. Por una parte, “Scene 4” resulta algo estática en el plano instrumental, aunque sea importantísima a nivel lírico-narrativo y como respiro entre los mastodontes que son “Scene 3” y “Camera”. Por otra, creo que lo violento de la temática hace que sea aún más difícil de escuchar que su antecesor: hay que estar en un estado de ánimo muy, pero que muy específico para disfrutarlo. Esto no le resta méritos (A Crow Looked At Me es un disco magistral por más que sea tan duro que me resulta imposible volver a oírlo), pero es verdad que los empaña un poco, los hace más inaccesibles. En cambio, Lonely People With Power tiene la virtud de encapsular emociones extremas en un formato adictivo, con melodías, estribillos y pasajes instrumentales de muchos quilates. En cualquier caso, me alegro de haberme dado el tiempo para volver a estos LPs, ahora sí, con la disposición adecuada para poder apreciarlos. Porque el oído hay que entrenarlo, y este es un buen lugar por donde empezar.