Hepburn
La denuncia planteada de repente por el hijo Audrey Hepburn contra el patronato de la Alhambra debería ser incluida de inmediato en el libro Guinnes de la Necedad. Sean, uno de los dos chicos de Audrey, aconsejado por el indescriptible concejal Juan García Montero, considera que la directora del patronato usó la falsa noticia de su boda en el Carlos V para atacar la candidatura del alcalde Torres Hurtado. Y como compensación por el daño a su imagen (?) pide 100.000 euros al patronato. ¡Cuánto negociante descarado a costa del erario público! ¡Cuánto cretinismo y cuánta majadería con la complicidad de Torres y García! El único que va a ganar dinero en esta memez va a ser el abogado.
Que el alcalde de Granada, que no para de lamentar que el dinero de la Alhambra se lo llevan los sevillanos, pretenda a ahora dárselo a un tipo sin oficio ni beneficio que vive a costa del pasado rutilante de su madre es una chaladura que lo descalifica como político y como granadino. ¿Cuánto dinero ha cobrado Sean, por cierto, por exhibirse y exhibir los trapitos de mamá en el Retroback?
Y otra cosa: ¿estará relacionada la denuncia contra Villafranca con la necesidad del hijo de Herpburn de ganar el pleito contra su hermanastro Luca y quedarse con las gafas de sol redondeadas de concha, los guantes largos blancos, la pamela o los vestidos de Dior y Gyvenchi de mamá que, según el diario El País, permanecen bajo la tutela de la autoridad judicial en Los Ángeles?
¿Y qué pasó en el Carlos V?, ¿se casaron o no se casaron?, ¿fue una boda lo que celebraron allí? ¿Un teatrito frívolo o la versión granadina de una de esas locas correrías marbellíes a las que concurren toda clase de vanas celebridades podridas de dinero? Sean Hepburn vive desde hace años en Marbella, igual que el alcalde de Granada, que ha declaro tener un pisito por allí; también lo tuvo Díaz Berbel que era escoltado, mientras se tostaba en la playa, por una pareja de policías enviados por su amigo Jesús Gil.
Me pregunto cómo alguien tan fatuo como Sean Hepburn puede sentir su honor dañado por la noticia de su boda -o el esperpento de su boda- celebrada en un lugar público donde están prohibidas las bodas y los esperpentos.