Los universitarios progres del SUT que vinieron 'a revolucionar' a los analfabetos de la Granada profunda

Ángela Cerrillos: “En Granada descubrí que existía un mundo de injusticia”

Ciudadanía - Gabriel Pozo Felguera - Martes, 30 de Marzo de 2021
Ángela Cerrillos Valledor estudiaba Derecho en Madrid, junto a su amiga Cristina Almeida. Por 1962 tenía cierta conciencia política, pero nunca podía imaginar que existía un mundo de tanta miseria y tanta injusticia social. “Descubrí en el campo de Granada que existía otro mundo de injusticia, distinto al que se veía en las ciudades y en los medios de comunicación”, recuerda con nostalgia. Participó en varias campañas del SUT por toda España, las dos primeras en tierras de Granada.
Ángela Cerrillos aventando en el cortijo Pedro Bueno, de Loja, en 1963.
archivo del SUT
Ángela Cerrillos aventando en el cortijo Pedro Bueno, de Loja, en 1963.

–¿Por qué se sumó a la campaña del SUT de alfabetización?

–Por casualidad y curiosidad. Me enteré por un cartel que vi en la puerta del SEU de Madrid. Me pareció una forma de conocer otros lugares y de echar una mano en enseñar a gente. Llamé a mi amiga Cristina Almeida y las dos nos apuntamos. Fuimos destinadas, en el verano de 1962, a Alhama de Granada. Nos alojaron en casa del alcalde y del farmacéutico. Dábamos clases por la mañana a gente del mismo Alhama en un caserón del centro de la ciudad; por las tardes íbamos a barriadas de las afueras.

–¿Cómo les recibieron los lugareños?

–Las fuerzas vivas de Alhama nos recibieron bien, aunque pienso que no sabían cuál era nuestra misión ni nuestro papel allí. No se entendía muy bien a qué íbamos. El primer verano en Alhama apenas hay nada que destacar. Los problemas y los recuerdos más intensos los guardo del verano de 1963, cuando me destinaron a la cortijada de Pedro Bueno, en plena Sierra de Loja.

'Deplorables. Explotados y maltratados. Los caciques trataban inhumanamente a la gente, estaban reventados. Hubo un accidente, uno se cortó un brazo con una hoz, y se descubrió que no tenía a nadie dado de alta ni asegurado. Ya he dicho que dormían en cuadras y pajares, sin poder casi asearse. Por eso su máxima aspiración era poder aprender algo para emigrar de allí lo antes posible'

–¿Qué diferencias encontró con relación a Alhama ciudad?

–Aquel campo era otro mundo. En la cortijada había unos 25 jornaleros trabajando en tareas de siega y trilla. Dormían en pajares, mal vestidos y mal alimentados. Iban a sus casas de otros cortijos o pueblos a cambiarse una vez por semana. La alimentación era muy pobre: desayuno a las 7 de la mañana a base de una especie de pipirrana muy elemental y café; al mediodía, cocido; y por la noche, vuelta a la pipirrana. Todo con mucho pan, sin leche y sin apenas carne. Y su trabajo era muy duro. Se comía cocido todos los días, los garbanzos eran prácticamente la base de la alimentación.

Trabajaban de sol a sol. Tuve problemas para poder alfabetizar a aquellas gentes porque los dueños los explotaban y no les dejaban un respiro. Acababan cansadísimos. El cortijero creyó entender que yo había ido allí a dar clases a sus hijos, que era lo único que veía bien. Nada de enseñar a los jornaleros.

–¿En qué condiciones vivían los braceros?

–Deplorables. Explotados y maltratados. Los caciques trataban inhumanamente a la gente, estaban reventados. Hubo un accidente, uno se cortó un brazo con una hoz, y se descubrió que no tenía a nadie dado de alta ni asegurado. Ya he dicho que dormían en cuadras y pajares, sin poder casi asearse. Por eso su máxima aspiración era poder aprender algo para emigrar de allí lo antes posible. Me extrañó que hubiese muchas más mujeres que hombres; eso era debido a que muchos de los maridos ya habían emigrado a Alemania o Barcelona, huyendo de las duras injusticias laborales y sociales que se vivía en el campo granadino.

–¿Había muchas diferencias entre las zonas rurales granadinas y las de Galicia que conoció años después?

–El problema era muy similar. En Granada debido al latifundismo y en Galicia por el minifundismo, pero la gente vivía en condiciones parecidas de ausencia de casi todo. No era de extrañar que su máxima aspiración fuese salir corriendo lo antes posible.

–¿Venía usted con una predisposición política?

–En absoluto. Yo era inquieta, pero no estaba próxima a movimientos de izquierda. Eso vino después. Me acerqué al SUT con expectativas de mejorar la educación y la forma de vivir de la gente. Pero lo que me encontré en Granada me impactó y marcó mi vida. No me he atrevido a regresar por allí para no cambiar mis impresiones de juventud. Tras volver de aquellas campañas fue cuando tomé conciencia social de que había que cambiar muchas cosas en aquella España. Me metí en movimientos estudiantiles de izquierdas. Desde la Universidad deseábamos desmontar el franquismo. Nos abrieron expedientes a Cristina, a Manuela Carmena y a mí. Tuvimos que irnos a Valencia a terminar Derecho (Excepto Cristina, que su expediente se traspapeló y logró quedarse en Madrid, donde su padre era concejal). En Valencia me afilié al PCE, pero duré pocos meses al ver que aquello era lo mismo de democrático que el régimen del que huíamos.

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