Artículo de Opinión por Francisco Vigueras y Juan Antonio Díaz

Los descendientes de los moriscos quieren volver

Ciudadanía - Francisco Vigueras y Juan Antonio Díaz - Sábado, 24 de Noviembre de 2018
Francisco Vigueras y Juan Antonio Díaz, de Granada Abierta, centran este artículo de opinión "la diáspora andalusí" y piden al congreso que se celebra estos días en la Alpujarra con motivo del 450 aniversario de la rebelión de los moriscos que promueva una declaración en la que se solicite "el reconocimiento y la justicia que hasta ahora se ha negado a la comunidad de origen andalusí en el exilio".
Francisco Vigueras en la tumba de Al Mutamid en Agmat, cerca de Marrakech, símbolo del exilio andalusí.
Granada Abierta
Francisco Vigueras en la tumba de Al Mutamid en Agmat, cerca de Marrakech, símbolo del exilio andalusí.

Estos días se celebra en la Alpujarra el congreso “Recordar la guerra, construir la paz”, con motivo del 450 aniversario de la rebelión de los moriscos. Organizado por la Universidad de Granada, este congreso nos recuerda la deuda histórica que aún tenemos pendiente con los descendientes de la comunidad morisca en el exilio. Hace 450 años, el rey Felipe II puso en marcha una pragmática para erradicar la identidad cultural de los moriscos, que estaba protegida por las Capitulaciones de Granada, firmadas el 25 de noviembre de 1491 por Boabdil, último emir granadino, y los Reyes Católicos. La pragmática vulneraba dichas Capitulaciones y sería la causa principal de la rebelión de la Alpujarra.

Algunas medidas eran humillantes, pues quedaba prohibido el hábito morisco y las mujeres estaban obligadas a llevar el rostro descubierto. También obligaban a mantener las puertas de las casas abiertas, lo que suponía una violación del derecho a la intimidad. Por último, la pérdida de los nombres árabes era particularmente importante, “pues suponía la desaparición de linajes y genealogías, y con ello, la desintegración de una estructura social”, según el investigador Julio Caro Baroja. Y lo peor de todo, decretaba la prohibición de la lengua arábiga y el uso de nombres y apellidos de moros. Por tanto, medidas que suponían una amenaza para la supervivencia de esta comunidad. Ante la situación de emergencia, el caballero morisco Francisco Núñez Muley envió a la Audiencia de Granada un Memorial en el que intentó demostrar que tales costumbres nada tenían que ver con el Islam, pues eran propias de su identidad cultural. 

'Aplastada la rebelión, Felipe II decretó, el 1 de noviembre de 1570, la expulsión de 110.000 moriscos granadinos, una de las mayores deportaciones que ha conocido la historia de la humanidad'

Núñez Muley recordaba en su Memorial que cuando los musulmanes granadinos se convirtieron a la fe cristiana, ninguna condición hubo que les obligase a dejar el hábito, ni la lengua, ni las otras costumbres: “Y para decir verdad, la conversión fue por fuerza, contra lo capitulado por los señores Reyes Católicos, cuando el rey Abdilehi les entregó esa ciudad”. En cuanto al vestido morisco, proponía que fuese aceptado como el traje típico de Castilla o Aragón; y la lengua árabe, como el gallego o el catalán. Pero de nada sirvió la súplica de Núñez Muley. El Memorial no tuvo el menor éxito y la pragmática entró en vigor, provocando un nuevo levantamiento de la comunidad morisca. Aplastada la rebelión, Felipe II decretó, el 1 de noviembre de 1570, la expulsión de 110.000 moriscos granadinos, una de las mayores deportaciones que ha conocido la historia de la humanidad. Sus descendientes viven hoy en Marruecos, Túnez y otros países del Magreb. Se sienten andaluces y, en muchos casos, desean volver a la tierra de sus antepasados. 

El ideólogo del andalucismo, Blas Infante, nos enseñó a mirar al otro lado del Estrecho para comprender la dimensión histórica del éxodo andalusí. Infante hizo un viaje a Marruecos en 1924 para reunirse con los descendientes de lo que llamó “la diáspora andaluza”. Es decir, los moriscos y judíos que fueron deportados al norte de África por los Reyes Católicos (1502) y por Felipe II (1570): “Más de un millón de hermanos nuestros -decía Infante-, de andaluces inicuamente expulsados de su solar, hay esparcidos desde Tánger a Damasco”. Infante visitó en Agmat, al sur de Marrakech, la tumba de Al Mutamid, el rey-poeta de Sevilla, convertido en símbolo del exilio andalusí. Descubrió entonces que los hijos más ilustres de la Andalucía medieval tuvieron que exiliarse, perseguidos por dos integrismos: almorávide y católico.

Sin embargo, apenas se conocen las investigaciones que hizo en este viaje. Asesinado por los franquistas en 1936, la obra de Blas Infante fue silenciada. Se conoce al Infante del Ideal Andaluz, pero no al de la madurez intelectual, que escribió sobre la diáspora andalusí. Hemos seguido sus pasos por el norte de Marruecos y hemos descubierto en Chauén que, a pesar del tiempo transcurrido, sus descendientes no han olvidado aquella tragedia y mantienen vivo el deseo de volver a la tierra de sus antepasados. 

El historiador andalusí Mohamed Ibn Azzuz Hakim vino en el año 2002, desde Marruecos a la ciudad de la Alhambra, invitado por la Plataforma Granada Abierta. Durante su visita, Azzuz Hakim recordó la injusticia histórica cometida contra los moriscos y pidió una reparación a la monarquía española. Como dijo el hispanista Ian Gibson, en nombre de Granada Abierta: “¿Por qué don Juan Carlos pidió disculpas a los judíos sefardíes y no al medio millón de moriscos andalusíes, arrojados con saña de su patria? Firme defensor de una España multicultural y reconciliada con su pasado, Gibson recordó las palabras del poeta Federico García Lorca: “Yo creo que el ser de Granada me inclina a la comprensión simpática de los perseguidos. Del gitano, del negro, del judío… del morisco que todos llevamos dentro”.  

Han pasado los años y la petición dirigida por Azzuz Hakim al Rey de España en 2002 no han recibido respuesta. La deuda histórica con los moriscos sigue pendiente. Por eso, pedimos al congreso Internacional “Recordar la guerra, construir la paz”, organizado con motivo del 450 aniversario de la rebelión de la Alpujarra, que promueva una declaración en la que solicite al rey Felipe VI el reconocimiento y la justicia que hasta ahora se ha negado a la comunidad de origen andalusí en el exilio.