POMPAS Y FARFOLLAS GRANADINAS EN EL XVII Y XVIII

Frufrú de togas, casacones y sotanas

Ciudadanía - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 6 de Julio de 2025
Gabriel Pozo Felguera nos ofrece un delicioso reportaje sobre los graves problemas de protocolo en la Granada de los siglos XVII y XVIII, con fuertes enfrentamientos y disputas, incluso con espadas, entre jerarquías, que obligó a la mediación real, todo por cuestiones de figurar, con dos casos significativos, que retratan la rancia sociedad granadina de la época. Por el mejor cronista de Granada.
Recreación de una escena dieciochesca sobre una foto de la Real Chancillería de 1871.
L. R. R.
Recreación de una escena dieciochesca sobre una foto de la Real Chancillería de 1871.
  • No ceder el paso en la puerta de la Chancillería acabó en un serio enfrentamiento entre el Real Acuerdo y el joven Marqués de Salar

  • Unos asientos ocupados por mujeres de concejales en una corrida de toros en la Carrera acabaron en un juicio ante el rey Carlos III

Sevilla es la ciudad primus inter pares en pompas y farfollas a la hora de celebraciones y festejos. Seguida muy de cerca por Granada. Pero en este segundo caso se invierte la clasificación en cuanto a trifulcas, disputas, peleas, juicios y alguna muerte por aquello del quítate tú que ese es mi sitio. Las crónicas y los archivos judiciales están salpicados de pleitos curiosos en los que nuestros antepasados de los siglos XVII y XVIII perdieron su tiempo, su salud y sus haciendas. Todo por cuestiones de figurar o de protocolos a los que no estaban dispuestos a renunciar. Fueron famosos dos enfrentamientos en la puerta de la Real Chancillería y en la plaza de toros de la Carrera, que acabaron con la mediación del Rey. Una característica de Granada que ha abundado de manera directamente proporcional a la existencia de nobleza o aristocracia en nuestro solar, con grandeza, de medio pelo o sin ninguno de los dos. Y de esos personajes Granada estuvo a rebosar.

Los disgustos y desaires por asunto protocolarios, por figurar, siempre tuvieron a los mismos protagonistas: oidores de la Real Chancillería enfundados en sus togas, agrupados en el Real Acuerdo, que ostentaban la categoría de ministros en el Reino de Granada, los representantes de la Corona; la extensa nómina de caballeros veinticuatro, los concejales con sus casacones, que eran cargos hereditarios por sangre o comprados por los nuevos ricos; y también los canónigos ensotanados de la Catedral y Capilla Real, que en muchos casos no les iban a la zaga en aquello de figurar.

Los mejores escaparates para los figurones de aquellos tiempos eran las fiestas grandes de la ciudad, día de la Toma, Corpus, autos de fe y, sobre todo, los juegos de cañas

Los mejores escaparates para los figurones de aquellos tiempos eran las fiestas grandes de la ciudad, día de la Toma, Corpus, autos de fe y, sobre todo, los juegos de cañas. Siempre que se registraba alguna ejecución de importancia llevaba aparejada una fiesta; tanto en las horcas de Plaza Nueva como Bibarrambla se montaban las dos correspondientes tribunas de autoridades, la de la Ciudad y la de la Chancillería. Alguna vez también se sumó otra para la Inquisición. Por lo general, la del Ayuntamiento era algo más grande porque a ella también era invitado el estamento religioso, interventores fiscales, de abastos, etc. Pero había que tener mucho cuidado en que estuviesen alineadas, ninguna sobresaliendo a la otra, para que no pareciese que el adelantamiento era muestra de mayor importancia. Siempre la del corregidor de la ciudad tenía que tener a las otras autoridades a su derecha.

Hoy nos resulta gracioso aquel tipo de enfrentamientos, pero a nuestros antepasados debía irles la vida en ello

El problema del protocolo, el ir uno más adelantado que otro en las procesiones, el estar más o menos cercano a la custodia o al palio, se convirtió en otro motivo de disgusto. Hoy nos resulta gracioso aquel tipo de enfrentamientos, pero a nuestros antepasados debía irles la vida en ello. Recurrían a denuncias, juicios e incluso algún que otro reto a duelo y muerte.

Carroza del Viático que se utilizaba para dar la extremaunción a los ricos hasta el siglo XIX. Hoy está guardada en la iglesia de San Ildefonso.
Silla de mano para transportar autoridades de la nobleza y obispos en el siglo XVIII. Suele sacarse en algunas procesiones del Corpus.

La celebración de la Toma fue el origen de los primeros enfrentamientos entre las sotanas de los canónigos de la Iglesia y las guirindolas de puntillas con que adornaban sus pechos los caballeros veinticuatro

La celebración de la Toma fue el origen de los primeros enfrentamientos entre las sotanas de los canónigos de la Iglesia y las guirindolas de puntillas con que adornaban sus pechos los caballeros veinticuatro. De comenzar como un homenaje religioso instituido por los Reyes Católicos, poco a poco la Toma fue absorbida por los concejales para ganar protagonismo y vistosidad. Los estandartes reales habían sido confiados a los canónigos de la Capilla Real, pero el Concejo se fue apropiando hasta dejar un poco de lado a los religiosos. El resultado fue que en el siglo XVII se abrió una lucha entre la nobleza (coincidente con los caballeros veinticuatro) y los capellanes reales por ocupar los mejores sitios en el paseo de las insignias. El Ayuntamiento hizo réplicas de los símbolos de los Reyes Católicos depositados en la Capilla Real. Empezó un periodo de suplantación.

La tensión llegó a ser tan grande entre canónigos reales y ediles que durante la función religiosa de la Toma de 1601 sacaron sus espadas un cura y un concejal para disputarse un asiento en primera fila de la Capilla Real

Y por si los enfrentamientos del barroco no fueron suficientes entre la parte civil y la religiosa, también entre canónigos de la Catedral y de la Capilla Real surgieron disputas por dilucidar quiénes de ellos eran depositarios de los símbolos regios. Se sucedieron, por añadidura, impuestos a los religiosos para contribuir a los gastos de las sublevaciones en Cataluña, lo que desembocó en una ruptura de relaciones entre canónigos y ediles que llegaron a los tribunales. O los primeros excomulgaron a los segundos. Lo sufrió el decaimiento de las celebraciones mayores de la ciudad. La tensión llegó a ser tan grande entre canónigos reales y ediles que durante la función religiosa de la Toma de 1601 sacaron sus espadas un cura y un concejal para disputarse un asiento en primera fila de la Capilla Real.

El asunto de los enfrentamientos no sólo se limitaba a grandes procesiones, también en los espectáculos menos pensados surgían los acaloramientos. Cuenta Henríquez de Jorquera otro acaecido en la Casa de Comedias el 18 de septiembre de 1642, cuando empezaba la temporada de la Compañía de Manuel Ballejo. Un alcalde de Corte, de la Chancillería y un caballero veinticuatro llegaron a las manos. El primero de ellos se sentó en una silla en la puerta de los vestuarios de las comediantas para que los mozos no pasaran a manosearlas, como tenían por costumbre. El concejal le pidió que subiera a sentarse al palco en vez de controlar el camerino; pero se negó por orden del presidente de la Chancillería. La discusión entre ambos hizo que se suspendiera la representación teatral.

Todos los grandes enfrentamientos por cuestiones de protocolo, de figurar en lugar más lucido, son los que se han ido replicando en las hermandades y cofradías. Incluso han llegado al mundo de los políticos que copan las administraciones

Todos los grandes enfrentamientos por cuestiones de protocolo, de figurar en lugar más lucido, son los que se han ido replicando en las hermandades y cofradías. Incluso han llegado al mundo de los políticos que copan las administraciones. La mejor forma de evitar enfrentamientos entre farfollicas es dejarlo bien claro en las constituciones o libros de reglas. Han aparecido los puestos de encargados de velar por el buen protocolo para evitar desaires. Aun así, raro es el año en que no surge algún disgusto de importancia entre hermanos o entre hermandades, alcaldes o diputados. Cada uno debe saber el lugar que ocupa según su antigüedad, su origen o el rango de su cargo. Lo que antaño fueron obligaciones clasistas, hoy se han convertido en costumbres y tradiciones aceptadas. Aunque en algunos casos hay instituciones que continúan exhumando tufillos del barroco. Al menos si no se tienen ocho apellidos de conquistadores. Otros resultan curiosos e identifican a colectivos, como los palieros de las Angustias, que deben estar relacionados con cultivadores de la Vega y los horquilleros, vecinos de buenas familias de la capital.

El protocolo de canónigos, munícipes y maestrantes en la procesión del Corpus de Granada sigue siendo prácticamente el mismo que fue redactado en el año 1752. Las tres fotos anteriores son de hace cuatro décadas. Cada vez se ven menos uniformes de la nobleza local en este tipo de actos.

Pero no han acabado a latigazos, multas, recursos ante el Rey ni farragosos juicios como los del XVIII

Las disensiones por cuestiones de protocolo han ocasionado disgustos, regañinas, mediación del arzobispo o de otras autoridades. Pero no han acabado a latigazos, multas, recursos ante el Rey ni farragosos juicios como los del XVIII. No obstante, todavía hoy y con gran frecuencia suelen darse malos ejemplos heredados de disensiones protocolarias del pasado; me refiero a las disputas de tráfico por ceder o no ceder el paso, adelantar indebidamente o aparcar donde alguien guardaba el sitio. Desgraciadamente, son frecuentes las discusiones entre conductores, las peleas e incluso las muertes por desacuerdos en calles y carreteras. La falta de elegancia y educación tienen la culpa. Son comportamientos muy similares a los protagonizados por cocheros que no se cedían el paso en una calle estrecha y estaban horas parados esperando a que el otro retrocediera. Eso ocurría mucho en la calle Duquesa de Granada. Porque en tiempos pasados no existía la norma no escrita que enseñan en las autoescuelas: ¿Quién pasa primero por un puente estrecho que no tiene señales de preferencia, si dos coches llegan al mismo tiempo? Respuesta: evidentemente, el más maleducado.

Hubo dos casos muy señalados de enfrentamientos por protocolo en la Granada del siglo XVIII que dejaron retratada a la rancia sociedad granadina del momento

Hubo dos casos muy señalados de enfrentamientos por protocolo en la Granada del siglo XVIII que dejaron retratada a la rancia sociedad granadina del momento. Paso a recordarlos.

El Marqués de Salar contra el Real Acuerdo

Arraigó en el siglo XIX la creencia de que la monumental escalera construida en la Real Chancillería fue costeada con una multa que impuso el rey Felipe II al Marqués de Salar. El asunto lo elevó a categoría de verdad la Guía de Granada de Gallego Burín. Y así lo han replicado infinidad de textos posteriores y los guías turísticos. Para quien todavía no la sepa, el asunto se cuenta así: el Marqués entró un día ante el tribunal sin quitarse el sombrero, alegando que ostentaba la categoría de caballero cubierto ante el Rey. El presidente de la Real Chancillería le impuso una fuerte multa. El marqués se fue a ver a Felipe II y a protestarle. El Rey le habría respondido que, efectivamente, ante él podría presentarse con sombrero, pero no ante la justicia que representaban sus oidores. Así es que debería pagar la multa y ayudar a pagar la escalera. Esta fábula habría ocurrido poco antes de 1578 en que fue acabada la obra de la escalinata.

La realidad fue muy distinta, ocurrió un siglo y medio después, aunque sus protagonistas sí fueron el presidente de la Chancillería y el III Marqués de Salar

La realidad fue muy distinta, ocurrió un siglo y medio después, aunque sus protagonistas sí fueron el presidente de la Chancillería y el III Marqués de Salar. Ya avanzó otro descendiente del Marqués (Federico Fernández de Bobadilla y Campos, conde de la Jarosa. Ideal, 2 de noviembre de 1947) que no se desarrolló de ese modo. Y se ha encargado de investigarlo, puntualizarlo y demostrarlo recientemente la doctora Nieves Jiménez Díaz.

Plano de Plaza Nueva en 1861. La parte baja la ocupaba todavía la iglesia de San Gil y casas anexas. La flecha roja indica la calle por la que venía el Real Acuerdo; la verde, el trayecto del coche de caballos del Marqués de Salar.
Intenso tráfico de coches y peatones en Plaza Nueva en un grabado francés de 1715.
En esta miniatura exagerada el dibujante incluyó coches de caballos de varios tipos y sillas portadas por dos caballos.

Los hechos sucedieron del modo siguiente. El Marqués de Salar, III del título, se llamó Fernando Pérez del Pulgar y Fernández de Córdoba. Nada menos que descendiente de dos de las primeras casas nobiliarias de tiempos de la conquista de Granada: Hernán Pérez del Pulgar y la saga del Gran Capitán. Aquel III marqués tenía 22 años y era guardia de corps del rey Felipe V. Seguramente tendría muchas ínfulas con su uniforme. Su contrincante, o contrincantes, eran nada menos que el presidente de la Real Chancillería por entonces, Juan de Isla, Francisco Cascajales y Fernando José de Velasco.

Pero uno de los cocheros cogió su látigo y quiso “cascar” al alguacil para que se quitara. El alguacil les ordenó, además, que los cocheros se quitaran el sombrero para dirigirse a él. Cosa a la que se negaron.

El enfrentamiento ocurrió el 12 de julio de 1748. El lugar era la embocadura de la calle del Pan, que por entonces arrancaba de la esquina de la Real Chancillería y comunicaba con la calle Elvira, por detrás de la iglesia de San Gil. El más alto órgano de gobierno de la Chancillería, conocidos como Real Acuerdo y con categoría de ministros en el Reino de Granada, se estaban bajando del coche que los traía de un entierro en la parroquia de Gracia. Había muerto el oidor Juan de Hinojosa. En ese oportuno momento bajaba por la Carrera del Darro el coche de caballos del Marqués de Salar. El noble no quiso detenerlo y esperar a que se bajaran los magistrados. A la cabeza de la comitiva de oidores iba un alguacil a caballo, quien ordenó a voces que parasen los cocheros del Marqués. Pero uno de los cocheros cogió su látigo y quiso “cascar” al alguacil para que se quitara. El alguacil les ordenó, además, que los cocheros se quitaran el sombrero para dirigirse a él. Cosa a la que se negaron.

El Marqués de Salar, ya fuera del coche, se negó también a quitarse el sombrero ante los miembros del Real Acuerdo, que contemplaban absortos la disputa entre el alguacil y los cocheros. Los sirvientes del noble fueron detenidos y encarcelados hasta el día siguiente en que se celebró un juicio rápido por desacato al Real Acuerdo. A uno de los cocheros le condenaron a dos años de destierro del Reino de Granada y al que esgrimía el látigo a dos años de cárcel. En tanto que al Marqués de Salar lo multaron con el pago de 500 ducados (una fortuna en aquel momento). Además, el joven Marqués quedaría arrestado en su casa durante un tiempo, so pena de aumentarla a 2.000 en caso de que saliese a la calle. Como se ve, las penas eran severísimas por cuestiones que hoy consideramos infracciones de poca monta.

La noche siguiente consiguió escabullirse y encaminarse secretamente a sus tierras de Salar y desde allí vía Córdoba hasta Madrid. Acudió al Palacio Real a presentar quejas a Fernando VI por la soberbia con que, a su juicio, se comportaba el Real Acuerdo.

El asunto se complicó porque el Marqués no pudo ser detenido hasta que pagara la sanción, ya que se refugió en el Convento de la Soledad, donde residía su madre viuda. La noche siguiente consiguió escabullirse y encaminarse secretamente a sus tierras de Salar y desde allí vía Córdoba hasta Madrid. Acudió al Palacio Real a presentar quejas a Fernando VI por la soberbia con que, a su juicio, se comportaba el Real Acuerdo.

El monarca solicitó información al presidente de la Chancillería. Comprobó que la versión que le había dado el Marqués era totalmente diferente. El Rey dictaminó que, debido a la corta edad del protagonista y a que le había servido como guardia real, se le devolviese el dinero de la multa y a los cocheros se les perdonaran las condenas. No obstante, le advirtió que debería en adelante mostrar más respeto con los tribunales de justicia. El Real Acuerdo quedó un tanto descolocado, se sintió desautorizado por el monarca. No recurrió el veredicto real, pero sí se quejaron por escrito.

El III Marqués de Salar falleció joven, a los 37 años.

Una pelea por asientos en la plaza de toros

Más grave aún resultó el enfrentamiento que protagonizaron en 1763 todos los magistrados del Real Acuerdo con el corregidor y los caballeros veinticuatro de la ciudad. Es decir, la junta de gobierno de la Audiencia, con sus denominados ministros, y el alcalde con sus concejales. Todo a resultas de unos asientos ocupados indebidamente durante una tarde de toros en la plaza de madera de la Carrera de la Virgen.

Esquema del entarimado de palcos que se montaba en Bibarrambla en los siglos XVII y XVIII para las corridas de toros. Los balconcillos de la Ciudad y de la Chancillería sobresalían en la fachada de abajo (frente a los números 29 a 37, acera actual próxima a las calles Salamanca y Príncipe.
Recibo del alquiler de la ventana catorce, segundo piso, de la casa de Pedro Montesinos de Bibarrambla para ver los toros de agosto a nombre del Marqués de Algarinejo, año 1683. AGS.
En esta fotografía anterior a 1879 se ve en pie la Casa de los Miradores y toda la fila bloques de Bibarrambla, con los famosos balcones miradores que solían alquilar para los espectáculos. Detrás se ve la iglesia de la Magdalena antigua y a la derecha la iglesia del Sagrario.

A pesar de ello, siempre que se montaba una plaza empalizada en cualquier sitio de la ciudad, era obligatorio habilitar dos balconcillos en lugar preferente: uno grande denominado de la Ciudad (alcalde, concejales y sus invitados) y otro algo más pequeño, pero a la par, para el Real Acuerdo

Retrocedamos al 29 de agosto de 1763. Aunque el asunto se arrastraba desde unos años atrás, concretamente desde 1758. La Cofradía de la Virgen del Rosario estaba enfrascada en la construcción de su camarín en la iglesia de Santo Domingo. Solicitó permiso para montar la plaza habitual de maderos que se levantaba por entonces al final de la Carrera del Genil, ya embocando el Humilladero. Su idea era celebrar cuatro corridas, una cada año, para recaudar fondos con destino a las obras. Pero la mala suerte hizo que falleciera la reina Bárbara de Braganza (27 de agosto de 1758) y los festejos fueron pospuestos.

Cuando pasó el luto, en la corrida correspondiente al verano de 1763, hubo sesión taurina doble, una suelta por la mañana (4 novillos) y otra por la tarde (8 cinqueños). Se consideraba que eran festejos no oficiales de los que promovía la ciudad; por tanto, el protocolo era diferente. A pesar de ello, siempre que se montaba una plaza empalizada en cualquier sitio de la ciudad, era obligatorio habilitar dos balconcillos en lugar preferente: uno grande denominado de la Ciudad (alcalde, concejales y sus invitados) y otro algo más pequeño, pero a la par, para el Real Acuerdo (presidente de la Chancillería y sus ministros, que representaban al Rey y al Consejo de Estado).

En el montaje de la plaza de toros de la corrida de 1763 ya hubo quejas por parte de los ediles cuando se percataron de que su balconcillo estaba al mismo nivel al de la Chancillería

En el montaje de la plaza de toros de la corrida de 1763 ya hubo quejas por parte de los ediles cuando se percataron de que su balconcillo estaba al mismo nivel que el de la Chancillería. Cosa que no había ocurrido en años anteriores, porque el que pagaba era el Ayuntamiento y solía hacerlo preferente. Aquella novedad coincidió con la reciente llegada de un nuevo corregidor llamado Manuel Diego Escobedo.

A pesar del detalle, todos asistieron con normalidad a la sesión de la mañana. Pero en la de la tarde se armó la marimorena: la comitiva de oidores debió retrasarse y, cuando accedieron a su tribuna, se encontraron que estaba ocupada por señoras de concejales y sus invitados. El alcalde, en vez de tratar de solucionar el entuerto, no se dio por enterado y ordenó soltar el primer toro. Los magistrados no tuvieron más remedio que buscarse acomodo, a regañadientes, en balcones de las casas colindantes.

Y ahí comenzó la trifulca. El presidente de la Chancillería envió aquella misma noche una fuerte multa al corregidor. Aquel alcalde de estreno intentó escudarse en que habían llegado tarde y hubiese sido peor levantar a damas e invitados de los asientos usurpados

Y ahí comenzó la trifulca. El presidente de la Chancillería envió aquella misma noche una fuerte multa al corregidor. Aquel alcalde de estreno intentó escudarse en que habían llegado tarde y hubiese sido peor levantar a damas e invitados de los asientos usurpados. El asunto, en vez de solucionarlo en Granada, saltó inmediatamente al Consejo de Castilla y al despacho del rey Carlos III. Se abrió una investigación judicial en la que declararon desde el montador de los balconcillos de la plaza, los concejales, los vecinos que prestaron balcones a los jueces, etc. Se vieron implicados en Madrid los marqueses de Campo de Villar y de Esquilache, que eran ministro y presidente del Consejo. Toda la trifulca quedó recogida en un extenso sumario manuscrito que se conserva en el archivo de Simancas.

La solución de Carlos III fue salomónica: ordenó eliminar las multas impuestas al corregidor y sus caballeros veinticuatro y al Ayuntamiento cuidar más el protocolo y la consideración hacia el presidente de la Chancillería y sus ministros

La solución de Carlos III fue salomónica: ordenó eliminar las multas impuestas al corregidor y sus caballeros veinticuatro y al Ayuntamiento cuidar más el protocolo y la consideración hacia el presidente de la Chancillería y sus ministros. El tema debía venir repitiéndose ya desde tiempo atrás porque en 1752 el Ayuntamiento había redactado y publicado el primer libro de protocolo sobre la forma de proceder en la infinidad de fiestas, agasajos y recepciones en que empleaban su tiempo en la era del barroco tardío y rococó. Aquel libro se llama Ceremonias que esta ciudad de Granada ha de observar, y guardar, en las ocasiones que se ofrezcan funciones públicas. Fue redactado por el maestro de ceremonias Juan de Morales Hondonero y es el que prácticamente se ha tomado como base para el protocolo actual de la ciudad de Granada.

Aquel frufrú de togas contra casacas y varas de mando del Concejo al menos nos ha servido para que podamos conocer cómo era el montaje de aquella plaza de madera en la Carrera del Genil. También la disposición de la que se montaba en Bibarrambla con idéntico motivo

En su capítulo 58 recogía con detalle cómo había que proceder en los Regocijos de Toros que se celebraban en la Carrera del Genil: No asistía el Ayuntamiento como tal, por no ser una fiesta oficial; el concejal procurador invitaba al cabildo de la Catedral para que asistiera a su balcón, a los abogados y a las autoridades de otras instituciones. La presidencia la ostentaba el Corregidor; a sus lados se colocaban las otras personas, según su dignidad preestablecida. Los demás se irían sentando en los bancos de atrás y arriba. Al Real Acuerdo (Chancillería) se le hacía otro balconcillo y, en medio, se ponía el presidente de la Audiencia con su familia. Pero no asistían de manera oficial, sino a título particular.

Aquel frufrú de togas contra casacas y varas de mando del Concejo al menos nos ha servido para que podamos conocer cómo era el montaje de aquella plaza de madera en la Carrera del Genil. También la disposición de la que se montaba en Bibarrambla con idéntico motivo. Para el juicio que se elevó a Carlos III y sus ministros fue necesario adjuntar tres planos. El primero de ellos es la distribución de ventanas o compartimientos en que se dividía la plaza de Bibarrambla, en total 56 apartados sobre los que ubicaban las sillas. Por encima quedaban las ventanas-mirador de la mayoría de edificios. En cuanto a los balconcillos de la Ciudad y de la Chancillería, eran montados de manera sobresaliente en el lateral que discurría entre la Puerta de las Orejas y la calle Zacatín. Por el dibujo comprobamos que era más grande el del Ayuntamiento que el de la Chancillería.

Esquema de la plaza de madera montada en la Carrera en el verano de 1763, aportada para el juicio.
Esquema de la plaza de la Carrera en 1761, donde se ve que el balconcillo de alcalde era algo mayor y estaba más adelantado que el de los jueces de la Chancillería.
El balconcillo de la misma plaza ya había sido retrasado al mismo nivel que el del Real Acuerdo. AGS.

Los otros dos planos aportados al juicio corresponden a cómo fue montada la plaza en la Carrera del Genil los años 1761 para la primera corrida benéfica del Camarín del Rosario y la segunda de 1763, la de la trifulca.

Lo bueno de aquel enfrentamiento de egos fue que se dio por finiquitada la plaza provisional que se armaba cada dos veranos en la Carrera

Lo bueno de aquel enfrentamiento de egos fue que se dio por finiquitada la plaza provisional que se armaba cada dos veranos en la Carrera. A iniciativa de la Real Maestranza de Caballería, se promovió un concurso entre arquitectos para construir una fija, redonda como era la moda en otras grandes ciudades. Para el año 1765 ya estaba en disposición de ser utilizada. Es la que pervivió en mitad de lo que hoy es Avenida de la Constitución hasta el incendio de finales del XIX.

El que no llegó a verla construida fue el corregidor Manuel Diego Escobedo. El hombre se fue el 20 de julio a tomar las aguas termales en el balneario de La Malahá y allí le sorprendió la muerte súbita. Quedó enterrado en su cementerio. Había durado poco más de un año como corregidor enviado desde Madrid a gobernar la ciudad de Granada.

El diseño y tratamiento de imágenes es obra de Luis Ruiz Rodríguez.