En el 81 aniversario del asesinato de Federico García Lorca

Guía Lorquiana

Cultura - Gabriel Pozo Felguera - Viernes, 18 de Agosto de 2017
Tercera entrega de la serie en la que el periodista Gabriel Pozo Felguera ha desvelado pasajes menos conocidos de la vida de Federico García Lorca y que completa con un recorrido por los principales lugares de Granada relacionados con la vida, obra y muerte del autor.
Museo Casa-Natal de Federico García Lorca, en Fuente Vaqueros.
Miguel Rodríguez
Museo Casa-Natal de Federico García Lorca, en Fuente Vaqueros.

La Vega

Don Federico García Rodríguez, viudo de su primera mujer, se había instalado en Fuente Vaqueros. Contrajo matrimonio con una guapa y joven maestra de escuela, Vicenta Lorca Romero, a quien había conocido en la capital, concretamente en la Sombrería Prieto, en la calle Reyes Católicos. Don Federico vendió sus tierras de regadío en Fuente Vaqueros, entonces muy cotizadas para la siembra de remolacha, y adquirió grandes extensiones de secano en el borde de la Vega. La cercanía a la Acequia Grande y del río Cubillas le llevó a solicitar una toma de agua y a convertir en un vergel lo que antes era erial; allí levantó el cortijo de Daimuz Bajo y “ganó mucho dinero”. “La gran oportunidad vino al vender el cortijo. Mi padre ya era un campesino más acomodado, pero, al venderlo, se encontró con lo que se dice una fortuna. Enseguida compró tierras buenísimas en el vecino pueblo de Asquerosa (variación del sonido árabe de Acquarosa), y con el resto del dinero se metió en proyectos que entonces parecían arriesgados. El otro golpe de suerte vino con el auge que tuvo en la Vega de Granada el cultivo y transformación de la remolacha”. (Isabel García Lorca. ‘Recuerdos míos’. Pag. 70)

La influencia de aquellos paisajes, aquellas gentes, comenzaría a forjar su carácter y a marcar su sensibilidad

Los García Lorca, establecidos en aquella inmensa casa agrícola de Fuente Vaqueros, eran bastante ricos para el 5 de junio de 1898 en que Federico vino al mundo. Fue el primero de los tres hijos del matrimonio que nació en esta casa; le siguieron Concha y Francisco. Federico vivió los once primeros años de vida en el ambiente labriego y misterioso de las choperas de la Vega. La influencia de aquellos paisajes, aquellas gentes, comenzarían a forjar su carácter y a marcar su sensibilidad; la infancia en Fuente Vaqueros hasta 1907, el periodo en Asquerosa (1907-8) y los veranos posteriores en este último se muestran presentes en todas sus composiciones. La poesía de Federico va a estar llena después de las referencias y musicalidad de las cancioncillas populares de las tierras bajas de Granada; los temas y los personajes de sus obras de teatro no tenía que inventarlos, sólo recogerlos del campo, como se recogen las cosechas en el verano. La casa de Bernarda Alba, Poncia, Pepe el Romano (a los colonos del Soto de Roma se les llama así), la Fuente Fría (fuente Carrura), Yerma, la romería de Moclín, etc. todo, absolutamente todo era real y existía en el entorno de Federico. A lo sumo, él tamizaba algunos personajes cuando se hablaba mal de ellos. Allí iba Federico cada verano, a sacar la cosecha de su inspiración, igual que su padre iba a recoger su cosecha de trigo.



Ambiente labriego y misterioso de las choperas de la Vega.

Asquerosa (Valderrubio)

La familia se había instalado en la capital hacia 1909; los hijos necesitaban una formación que en Fuente Vaqueros era imposible darles. Pero toda la familia seguía yéndose al campo en cuanto sonaba el ‘trueno gordo’, el último y ruidoso cohete que marca todavía hoy el punto y final a la feria del Corpus en la capital. A partir de 1914 y hasta la compra de la Huerta de los Mudos (futura Huerta de San Vicente), el año 1925, los García Lorca veraneaban en Asquerosa (llamado Valderrubio desde la década de los años cincuenta del siglo XX). “En este pueblo -escribe Isabel en sus memorias- nuestra casa era grande, llena de recovecos, con un escalón alto en la entrada. No recuerdo los muebles, sí que había muchas sillas con el asiento de enea y una palma estilizada como espaldar, pintadas de negro, que me llevan a la escena del duelo de La casa de Bernarda Alba (…) Era una casa destartalada con patio que la separaba de los inmensos corrales y cuadras: con poyo de obra, una verja de madera pintada de verde, muchas macetas de geranios y dompedros, una parra y una enorme adelfa roja”. 



La casa de Valderrubio, convertida hoy en museo.

En aquella casa de Asquerosa -hoy convertida en museo lorquiano- pasaba Federico las tórridas siestas tocando la guitarra -está en la Huerta de San Vicente- y cantando canciones de los siglos XV y XVI. Solía recluirse en su habitación a escribir; allí, hasta la puesta de sol, escribía mucho.

El paisaje de aquella vega, que hoy no ha desaparecido por completo, está muy presente en su obra. Con la fresca de la tarde se acercaba hasta las acequias y el río Cubillas, en medio de inmensas alamedas que los agricultores inundaban. Allí nació su poesía juvenil. Aquellos aromas, aquellos verdes intensos, el frescor de corazón de las choperas (diez grados menos que en los tórridos trigales), los juegos de los niños... quedaron plasmados en la retina de su poesía.

Museo Fuente Vaqueros

En la actualidad, la casa natal del poeta en Fuente Vaqueros ha sido convertida en casa museo. Fue adquirida hace casi dos décadas por la Diputación Provincial, reformada y adecuada para centro de visitas. Cada año pasan a verla algo más de 150.000 personas. Su planta baja ha sido decorada con muebles originales, algunos de ellos utilizados por Federico y su familia en la primera década del XX: la cuna donde dormía de niño, el dormitorio de los padres, la mecedora y algunos útiles más. La casa-museo fue recuperada y ordenada a partir de los recuerdos que guardaba Isabel, la única superviviente de los cuatro hermanos, para el tiempo en que fue convertida en museo. El granero situado en la parte de atrás ha sido convertido en sala de exposiciones y librería, tanto su planta alta como la baja. La casa conserva en su patrio central el pozo con brocal típico de los pueblos de la Vega, que tantas veces usara Federico como símbolo; junto a él, un busto del poeta ya maduro, con la enorme cabeza que asombrara a Marañón. En este fresco espacio tiene lugar cada año el homenaje del 5 de junio, con la lectura de poemas y el hermanamiento con alguna de las personas que tuvieron relación en vida. No falta la tradicional limonada con hierbabuena. En esta casa-museo se pueden adquirir todas sus obras, fotografías y souvenirs turísticos. La visita concluye con la muestra de las únicas imágenes filmadas existentes de García Lorca. 



Museo Casa-Natal en Fuente Vaqueros.

Justo enfrente, en el que antes fuera grupo escolar, ha sido habilitado el Centro de Documentación Lorquiano. En él se han reunido varios miles de volúmenes que tienen algo que ver con la vida y obra de García Lorca, traducida a todos los idiomas. Justo al lado, de reciente construcción, está el teatro que lleva su nombre, también obra de la Diputación Provincial; cuenta con una programación relativamente estable, con obras de gran nivel.

Otra vez Valderrubio 

En Valderrubio, calle Iglesia, número 20, está la casa de la que ya hemos avanzado servía de residencia a los García Lorca cuando iban en verano a sacar las cosechas. Valderrubio (Asquerosa), su paisaje y sus gentes, fue la población que más obras inspiró a García Lorca. Era lógico porque su estancia allí se corresponde con su adolescencia y primera juventud. La casa, de dos plantas, tiene un comedor presidido por un gran retrato de Federico. Este inmueble fue mantenido por los caseros durante el exilio voluntario de la familia en Estados Unidos; está decorado tal y como lo dejaran en 1939 y hasta 1951 en que se instalaron definitivamente en Madrid. Desde esta casa se puede pasear hasta la Fuente de la Teja, uno de los lugares preferidos del joven Federico. La casa de Bernarda Alba está situada pocos números más arriba de la de los García Lorca, en la calle Ancha; en este lugar vivía la familia que dio origen a la obra. No es que Federico viviera de cerca el drama de aquella familia, donde la hija moría y el yerno viudo se casaba con la hermana más joven y lozana, sino que estaba perfectamente informado por los cotilleos de su tía Matilde, a quien Federico pedía que le comentara más y más cosas de los vecinos.

Entre los rincones lorquianos más importantes de la Vega granadina figura también el cortijo de Daimuz Bajo

En la visita a Valderrubio se pueden comprender algunos pasajes de la obra de Lorca, pues retrata fotográficamente su paisaje y sus gentes; allí está la vega de Zujaira, en la que vivió la familia por algunos meses, las enormes extensiones de tabaco, los maizales, el rumor de las acequias, los partidores, la parsimonia de sus labriegos… apenas nada ha cambiado desde entonces, salvo la mecanización de algunas tareas. Allí, como junto a su primera casa granadina, confluyen dos ríos -el Genil y el Cubillas-, muy cerca de donde estuvo la fuentecilla de La Carrura –“mi corazón reposa junto a la fuente fría”-, hoy imposible de encontrar. Entre los rincones lorquianos más importantes de la Vega granadina figura también el cortijo de Daimuz Bajo, injustamente olvidado de las rutas lorquianas oficiales; se localiza a unos dos kilómetros de Valderrubio, en dirección a Láchar. En este cortijo de Daimuz es donde el poeta abre sus ojos expectantes de niño al campo y a sus faenas de laboreo. Más tarde, recordándolo, escribiría: “Yo, niño curioso, seguía por todo el campo el vigoroso arado de mi casa… una vez el arado se detuvo, había tropezado en algo consistente, un segundo más tarde la hoja brillante sacaba de la tierra un mosaico romano”. Algunos de estos mosaicos, aparecidos en tierras de su padre, se conservan aún en la casa de Federico en Valderrubio. Esta casa-museo puede visitarse de miércoles a domingo, en horario de mañana.

La madre de Federico rescataba su vocación de maestra en aquellos veranos que volvían al pueblo de la vega. Doña Vicenta enseñaba a leer y escribir a decenas de agricultores y niños que no tenían oportunidad de ir a la escuela. Al casarse con Don Federico había abandonado su profesión. 

El Centro de Granada 

Cuando Don Federico García Rodríguez decidió trasladarse a vivir a la capital en 1909 buscó una casa acorde con su posición social. Por supuesto, lo más céntrica y cómoda. Fue en el número 60 de la Acera del Darro, un poco más abajo, enfrente, del actual Corte Inglés. Por aquella época el río Darro discurría descubierto y separaba la Acera de la Carrera de la Virgen; para comunicarse había que utilizar los puentes de la Virgen o de Castañeda. Nuevamente recurrimos a las memorias de Isabel García Lorca para saber cómo era aquella vivienda: “Una casa grande con vistas al río, entonces descubierto. En su orilla había un jardincillo lleno de cipreses, un cedro, una sierra siempre blanca, enorme, al fondo. Había rumores de agua, un pilar en el patio y una fuente con surtidor en el jardín -“fuente saltadora”, como se dice en Granada” (…) “A la entrada del patio, con su pilar y sus columnas de granito; el suelo era blanco y gris. Había una palmera pequeña y muchas macetas de aspidistras de grandes hojas de color verde oscuro (…) En el piso segundo estaban los dormitorios. Había un gran repartidor con cristalera al patio; enfrente, el cuarto de las muchachas. Dando a la calle, el cuarto de mis padres y el llamado de las niñas, el de Concha y el mío. Al otro lado, el cuarto de mis hermanos…”

Isabel ya percibía, desde bien pequeña, que su familia no era como todas las familias acomodadas de la ciudad. Describe a sus vecinos de la siguiente manera: “Aquella era una burguesía dominada por los curas y las órdenes religiosas, y nosotros estábamos al margen; como en muchas otras cosas, fuimos en Granada una excepción”.



Acera del Darro, la céntrica zona de Granada a la que se trasladó la familia desde la Vega.

Aquella vivienda de Acera del Darro, casi una casa de campo en plena ciudad, fue puesta en venta. Doña Vicenta no quiso que la compraran porque una casa con jardín daba mucho trabajo, a pesar de que ellos disponían de tres sirvientas; ocurría en 1916. Ocuparon momentáneamente -aproximadamente un año- un piso en el edificio de la Gran Vía 34, avenida que estaba en construcción por aquella época. Pero pronto regresaron  junto al río Darro, si bien cubierto, pues se establecieron en el Embovedado, en Acera del Casino 31-33-35. Aquella vivienda, en el corazón de la ciudad, era un lujazo. Nada menos que 225 pesetas al mes pagaban de renta (el sueldo medio de un linotipista de El Defensor era de 48 pesetas al mes). La familia ocupó los pisos segundo, tercero y el torreón; en el bajo había un comercio. A aquella casa, muy fotografiada, le ocurrió lo mismo que a todas las demás de la zona: se la llevó la piqueta por delante en una vorágine que comenzó a partir de 1940. 

En la pared del gabinete de aquella casa fue colgado, por vez primera, el famoso cuadro que Dalí regaló a Federico. Era 1924 y la familia lo llamaba el ‘cuadro de las peras’. “Chocaba muchísimo a todo el que iba a casa, pero mis padres ni se inmutaban. La gente trataba de describirlo, veían la botella y esa forma que parece un queso gruyere, que era lo que decían los que conocían el queso, porque los más ingenuos o los que no conocían el gruyere, decían: “Es un trozo de sandía blanca”. A muchos les gustaba, pero todos en general lo consideraban como otra de esas cosas de Federico”.

La Granada 'culta' de la época estaba toda a tiro de piedra de su casa

Aquel Federico adolescente de Acera del Darro y Acera del Casino comenzó a frecuentar los cafés y tertulias ubicados en un radio de doscientos metros, porque la Granada ‘culta’ de la época estaba toda a tiro de piedra de su casa. Asistía al bachillerato en el Instituto General y Técnico (actual Conservatorio de Música, en calle San Jerónimo); el poeta y sus amigos de juventud perdían/ganaban su tiempo en los salones del Centro Artístico (por aquella época en la Manigua, a espaldas de la Acera del Casino). El joven Federico asistía a clases en la Facultad Literaria (Derecho y Letras) a partir del curso 1914-15 y paseaba por las aceras de la Gran Vía, lo único que había totalmente acabado de aquella calle que se tardó casi medio siglo en construir (las obras comenzaron en 1895 y todavía en 1941 se trabajaba en el edificio del Banco de España).

Y a un tiro de piedra mucho más corto se hallaba el Café Alameda, hoy afamado restaurante Chikito, sede de la tertulia El Rinconcillo, “donde unos jóvenes y modernos granadinos de los años veinte intentaban con sus proyectos y sueños romper el provincianismo de la época. Se le llamó El Rinconcillo porque los jóvenes se reunían al fondo, en el rinconcillo que quedaba libre tras el escenario. Estuvo funcionando con mayor o menor asiduidad entre los años 1915 y 1922, en que sus participantes fueron ‘saltando’ hasta Madrid o se enfrascaron en otras ocupaciones.



Una placa de cerámica de Fajalauza recuerda la tertulia del Rinconcillo, en el actual Chikito.

Este es uno de los pocos edificios del entorno lorquiano que no ha sufrido grandes variaciones, al menos en su fisonomía exterior. Una placa de cerámica de Fajalauza recuerda aquella tertulia de ‘poetillas’. Y enfrente, el Teatro Cervantes, donde conoció a Margarita Xirgu y se enamoró de su dramatismo; en 1929 estrenaría su obra “Mariana Pineda”. Hoy aquel teatro ha dejado paso a un bloque de viviendas.

En el número 5 de Mesones vivía Agustina González López. Su nombre puede que no diga nada, aunque sí el personaje de ‘La zapatera prodigiosa’, farsa violenta basada en esta mujer impetuosa y excéntrica, consorte del zapatero, que Lorca veía en su trayecto a las aulas. Agustina vendía zapatos, y más tarde opúsculos filosóficos que nadie compraba, en los bajos de la casa de su propiedad. Casa prodigiosamente salvada del vendaval destructor que ha padecido la calle, pero de aspecto desaliñado. El bajo lo ocupa hoy una tienda de ropa. Las molduras que cubren los balcones de la primera planta dan prestancia a la fachada. Agustina González abrazó el feminismo y anarquismo. El brutal azar le unió a Lorca al ser fusilada (1936) en el barranco de Víznar.

Albayzín, Sacromonte y Alhambra 

Federico fue de adolescente como una esponja cuya memoria iba absorbiendo todo lo que veía para fluir, años después, sobre las cuartillas de su escritorio. Era niño bien, protegido en la infancia, no un niño callejero al estilo de la mayoría de los hijos de las clases populares. Por eso, cuando visitaba nuevos barrios o pueblos, todo le asombraba, le llamaba la atención sobremanera. Veía las cosas con ojos diferentes. 

En el Sacromonte empezó a inspirar su Romancero Gitano y a fraguarse su afición por el cante jondo

Él ya conocía a los gitanos de la Vega, gente labriega, tratantes de ganado, carniceros, artesanos,  familias integradas con el resto de su población, con sus mismas penas y alegrías. Cuando comenzó a visitar el barrio gitano del Sacromonte y arrabal de Albaida, percibió otro tipo de gitano, más sofisticado, urbano, no jornalero, vividor del incipiente turismo, un poco cuentista y, sobre todo, muy artista; allí asistió a sus zambras, esos bailes heredados de los moriscos, practicados en cuevas mayormente. Allí empezó a inspirar su Romancero Gitano y a fraguarse su afición por este cante jondo. Un arte que había que dignificar, pues entonces estaba recluido en zambras y tabernas, practicado por borrachos y gente de mal vivir, normalmente por encargo de señoritos para sus juergas y broches en sesiones de lupanar. En 1922, el joven Federico convence a todo un señor Manuel de Falla y es capaz de movilizar a un ejército de entusiastas para acabar organizando el Concurso de Cante Jondo en la plaza de los Aljibes de la Alhambra.

No sólo el Sacromonte es el paisaje de la adolescencia de Federico, también lo es el Albayzín. Lo dijo él en su conferencia ‘Cómo canta una ciudad de noviembre a noviembre’, un texto en el que se oyen las voces de las fuentes, se huelen los jardines de los cármenes granadinos, los de Doña Rosita la soltera, y que sirve para apreciar lo que el poeta llamaba “la estética de lo diminutivo”, cuya expresión más perfecta era la torrecilla mudéjar de la Iglesia de Santa Ana (en Plaza Nueva). 

Tanto Federico como después su hermana Isabel recordaban una Alhambra de niños en la que apenas había turistas

Y la Alhambra. Tanto Federico como después su hermana Isabel recordaban una Alhambra de niños en la que apenas había turistas; sus estancias y vergeles eran como un jardín público más donde iban a perderse tardes enteras los jóvenes con sensibilidad. Hoy, incluso los granadinos, sólo conocen -y practican- una manera de ir a la Alhambra, cuando van, que es en coche por la carretera del Cementerio. A comienzos del siglo XX cada gente tenía su acceso y cada calle su gente: los del Realejo-Angustias sólo tenían que serpentear por el Carril de San Cecilio o el callejón del Niño del Rollo, a través de huertas y cármenes que borboteaban jazmines desde sus tapias a la calle; los que venían del Sagrario-Gran Vía se encaminaban por la Cuesta de Gomérez; y los del Albayzín-Sacromonte entraban por el camino más hermoso y más corto que existe, la Cuesta de los Chinos. Perduró durante mucho tiempo la costumbre de llamar a este camino la Cuesta de los Muertos; tenía una explicación: por aquí subían al cementerio, a hombros, a los muertos de las clases populares; los de clases pudientes eran subidos en coches de caballos por la Cuesta de Gomérez.



La Cuesta de los Chinos, por donde Federico prefería subir a la Alhambra. 

Federico prefería subir a la Alhambra por la Cuesta de los Chinos. Cuando se sube, si uno para y se gira, contemplará las mejores panorámica de los campanarios del Albayzín, compitiendo con los cipreses de los cármenes. Y allá, a lo lejos, las sierras de Elvira y Parapanda -“Hay nubes por Parapanda, lloverá aunque Dios no quiera”-. Por allí baja dando trompicones un arroyo artificial creado por los señores de la Alhambra con el agua sobrante del riego; allí duermen todos los mirlos de Granada y tienen su origen los sapos verdes de los cármenes morunos. Es algo que sólo se comprende recorriendo este camino una mañana de otoño o primavera. Justo cuando se corona la cuesta, casi bajo el puente que comunica la ciudadela con el Generalife, escondida, está la placa dedicada a Federico hace unos años. Todavía la Alhambra está huérfana de una estatua en su memoria. 

Dentro del recinto alhambreño, en la calle Real, hay una casa morisca profusamente adornada con arabescos más recientes. Es la casa del Polinario, hoy museo del compositor Ángel Barrios; allí vivió el músico que compartiera aficiones musicales con Federico. Y enfrente, la iglesia de Santa María de la Alhambra, ocupando el solar que antes fue mezquita. De allí sale cada sábado santo la cofradía de Santa María de la Alhambra, con el capirote capado. La Semana Santa en Granada es muy reciente, al menos en cuanto a la antigüedad de sus cofradías; pero Santa María de la Alhambra ya existía para cuando un Federico angustiado acudió pidiendo salir de penitente, por lo que más quisieran. Se conserva su ficha de afiliación.



Hotel Alhambra Palace. 

También en la colina alhambreña se guardan dos de los mejores momentos de la juventud del poeta. En el hotel Alhambra Palace hay un teatrillo que sirvió para representar obras con la participación de Federico -¿nacería aquí La Barraca?- y también alguno de sus modestos estrenos. Y enfrente está el carmen-museo de Manuel de Falla. La casa, casi original, donde vivió la mayor parte de su estancia en Granada (1920-39) el compositor del ‘Amor brujo’ ha sido recuperada tras largos periodos de desidia. 

Manuel de Falla y Federico García Lorca congeniaron muy bien, a pesar de la diferencia de edad que los separaba. Pero los unía más la música y la poesía. Los dos juntos, en el coche de Don Federico, recorrieron muchos pueblos de la provincia de Granada a recolectar canciones populares. Federico le llevó una vez a El Fargue (barrio obrero nacido en torno a una fábrica de pólvora) a que oyera la ‘Canción las tres hojas’. Don Manuel quedó prendado y escribió sobre su joven amigo: “Es uno de los discípulos que más estimo desde todos los puntos de vista. En lo que se refiere a la música popular, un excelente colaborador”. Llevaba toda la razón el compositor porque Federico tuvo la gran virtud de elevar a poesía culta las cancioncillas populares, muchas de ellas de tradición morisca. La amistad entre la familia García Lorca y Falla fue magnífica desde el principio, hasta el extremo de que Doña Vicenta les ayudó a organizar la casa en una Granada en la que, al principio, el compositor y su hermana se encontraban perdidos.

La Huerta de San Vicente 

Hoy la Huerta de San Vicente es prácticamente el único lugar lorquiano concreto conocido y visitado por la inmensa mayoría de personas que acuden a Granada con la intención de recorrer la ruta vital del poeta. La casa está, exteriormente, tal como la abandonara Federico el 9 de agosto de 1936 para nunca más volver. El interior y el entorno están más cambiados, pero sirven para hacernos una idea de cómo era aquel ambiente huertano en 1936. La vivienda familiar de verano ha sido convertida en museo, con algunos de sus textos, dibujos y enseres (el piano, la guitarra, fotografías, los decorados para una representación de ‘La niña que riega la albahaca’, pintados por Lorca y Hermenegildo Lanz, un dibujo de Dalí…); acoge una tienda con las publicaciones del sello Huerta de San Vicente. Alberga exposiciones temáticas temporales y, en primavera-verano, se dan conciertos en el patio delantero.

A la familia García Lorca no le gustó ni la circunvalación ni el parque que rodea su antigua propiedad

La Huerta de San Vicente está incluida en el Parque García Lorca, zona hoy constreñida entre el muro que forman las viviendas de la calle Arabial y la faja de asfalto de la circunvalación que la aprieta contra la ciudad y la separa, definitivamente, de las huertas que tuvo por compañeras hasta comienzos de los años ochenta del siglo pasado. A la familia García Lorca no le gustó ni la carretera de circunvalación ni el parque que rodea su antigua propiedad. Especialmente a Isabel. La familia vendió la casa y los terrenos a la ciudad de Granada en 1984, por un precio de 32 millones de pesetas. Se creyeron con el derecho moral a intervenir en el diseño del parque, aunque no fue así. Isabel prometió entonces no volver nunca más a pisar la Huerta, defraudada por las ideas de los gestores municipales (PSOE). Pero no sólo fue crítica Isabel con el futuro que esperaba a la Huerta de San Vicente; en sus ‘Memorias’ dejó constancia de lo mucho que le desagradaban los cambios que había experimentado la ciudad en su ausencia. En algunas cosas llevaba razón, pero en otras muchas sus críticas están mediatizadas por un trauma personal que nunca consiguió superar.

Aquella casa estaba en el campo, pero era como vivir en la ciudad

Las últimas casas del barrio de Gracia, el más bajo de la ciudad, se diluían con la vegetación de la vega hasta confundirse. De tal manera, que era difícil precisar dónde comenzaban las casas de campo y dónde la raya de la urbe. A poco más de quinientos metros del arrabal de Granada estaba situada la Huerta de los Mudos. Era una de las primeras, que iniciaban un rosario de vericuetos de caminos, veredas y acequias -como el sistema de venas por un cuerpo- hasta conectar con la infinidad de pueblos, anejos y alquerías que pueblan todavía hoy estos feraces terrenos. Don Federico pensaba por 1925 comprar un carmen en el Albayzín para pasar los veranos. Seguramente estaban ya cansados de desplazarse a Asquerosa en tiempos de cosecha. Los hijos eran ya grandes, viajaban fuera y les apetecía una vida más urbana. Pero salió la oportunidad de adquirir una casa de campo situada cerca de la de sus parientes; la huerta de los Mudos, o también de los Marmolillos, era una almunia de la que se tiene noticia desde el siglo XIV. Aquella casa estaba en el campo, pero era como vivir en la ciudad. La propiedad tenía dos viviendas, la del ‘señorico’ y la del huertano. Disponía de un carril de entrada flanqueado por frutales, una yuca, granados, rosales, y un gran nogal que daba sombra a toda la placeta (Existen varias fotografías de la familia tomando el fresco bajo él). 

Federico echó bastante de menos, durante sus dos estancias en América y su residencia madrileña, la Huerta “con aquella divina luz y aquella suave tranquilidad de un paraíso”. Aquí escribió algunas de sus mejores obras: El Diván del Tamarit, el Romancero Gitano, Poema del Cante Jondo y Bodas de Sangre.

Casa Rosales

La calle Angulo es estrecha y tranquila. Hoy parece más corta y estrecha que debió parecerle a Federico en 1936, sus edificios han crecido una o dos plantas. Eso es lo que le ocurrió al inmueble número 1, esquina a calle de las Tablas. La familia Rosales hace muchos años que dejó de habitarla; en 1941 falleció el padre y poco después siguieron independizándose los hijos. Esa casona, situada entre dos plazas, la de la Trinidad y la de los Lobos, quedó demasiado grande para una familia. Aquellas 23 habitaciones, el trasiego de falangistas, las continuas visitas de pandillas de amigos dieron paso a una quietud propia de conventos. Hoy el edificio ha sido convertido en el hotel Reina Cristina y un restaurante llamado ‘Rincón de Lorca’; se han modificado algunas ventanas, cegado una puerta, cerrado la terraza, pero, por lo general, conserva la estructura central que giraba en torno al patio columnado. En aquel patio fue donde las mujeres de la casa -extrañamente solas la tarde del 16 de agosto- se disponían a merendar chocolate con galletas cuando Ramón Ruiz Alonso se presentó a detener a su huésped. En el remodelado patio del hotel no es difícil imaginarse a Federico, bajando por la escalera, chaqueta sobre el brazo, preparado para que lo interrogaran en el Gobierno Civil. Y también a Doña Esperanza, a la tía Luisa y a Esperancita queriendo abrazarlo, y él, negándose porque no pareciera que se despedían para siempre. Sobre el escritorio de su habitación, en piso segundo, se dejó los papeles sin recoger y la tapa del piano levantada. Pensaba regresar al ‘bombario’ para escuchar aterrado las sirenas que anunciaban bombardeos republicanos, junto a su ‘divina carcelera’. Todos se quedaron esperando.

No lejos de allí, en la calle Tendillas de Santa Paula, 6, estuvo situada la redacción de IDEAL durante un año, aproximadamente. Y algo más abajo, en la calle San Jerónimo, en lo que hoy es aulario anejo al Conservatorio Profesional de Música, se encontraban los talleres del periódico católico. En una de sus linotipias Minerva trabajaba Ramón Ruiz Alonso. Pero fue en la redacción de la calle Tendillas adonde se fue a redactar su denuncia -casi convertida en sentencia de muerte- el ex diputado cedista. Hoy, aquella casa de redacción provisional alberga en sus bajos un local de ambiente gay.



En Tendillas de Santa Paula, Ramón Ruiz Alonso redactó su denuncia -casi convertida en sentencia de muerte-.

Gobierno Civil 

El edificio hoy no es lo que era. El antiguo colegio jesuita de San Pablo pasó a propiedad pública tras la expulsión de la orden a finales del siglo XVIII. En la parte que tiene fachada a la calle Duquesa estuvo instalado el Gobierno Civil hasta mediados del siglo XX. Hoy forma parte del complejo de la Facultad de Derecho. La fachada ha sido transformada por completo, de manera que han desaparecido los famosos balcones y sólo hay ventanas que dan luz a sus aulas y despachos. 



El Gobierno Civil estuvo instalado en el compejo que hoy alberga Derecho, en la calle Duquesa.

Aquella casona fue la antesala del asesinato del poeta. Fue, junto con el Ayuntamiento, el primer edificio en ser tomado por los sublevados la tarde del 20 de julio del 36. Toda la guarnición del cuerpo de Asalto que tenía encomendada su custodia se revolvió contra la República. Las fuerzas rebeldes instalaron allí su centro de mando y represión para domeñar la ciudad; el centro operativo para los frentes de guerra quedó establecido en el Gobierno Militar. A Federico García Lorca lo encerraron en una especie de antedespacho de la primera planta, muy cercano al despacho del comandante Valdés. Una mesa, papel y tinta -quizás también un sillón- era el único mobiliario. Allí pasó su última noche o quizás sus dos últimas noches, según la versión que cojamos como cierta. 

Aquel edificio se convirtió en casa de la muerte durante toda la guerra civil

Ese edificio tenía un amplio vestíbulo en el primer piso, en el que había un numeroso grupo de personas la noche en que los falangistas acompañaron a los hermanos Rosales -Luis y José- a pedir explicaciones por el allanamiento de su casa y la saca de su invitado. Allí le tomaron declaración a Luis Rosales y allí mismo ocurrió el altercado con Ramón Ruiz Alonso. Aquel edificio se convirtió en casa de la muerte durante toda la guerra civil; el grupo dirigente firmó centenares de sentencias de muerte, sin juicio, sin defensa, sin nada. En la más absoluta impunidad.

De este mismo edificio guardaba un recuerdo muy distinto el joven Federico. Allí empezó a estudiar la doble titulación de Derecho y Letras, porque su padre quería que tuviera un título ‘serio’ antes de dedicarse a estudiar lo que quería. Porque Federico quiso estudiar música en París, pero su padre se opuso rotundamente. En aquella casona entabló estrecha amistad con una de las personas que más influyeron en su pensamiento: Fernando de los Ríos.

Víznar-Alfacar, su tumba 



Laderas sembradas de pinos en la Alfaguara.

Las laderas de la sierra de la Alfaguara fueron sembradas de pinos durante los años cuarenta y cincuenta. Dicen algunos vecinos de estos pueblos que se hizo con la intención de cubrir las múltiples fosas comunes donde hay sepultados, sin orden, unos cuantos centenares de represaliados. Hay quien asegura que la cifra se puede elevar a millares. No es cierto que se repoblaran aquellas laderas con la sola intención de tapar las fosas y evitar que las lluvias torrenciales desenterraran a los fusilados; la repoblación forestal abarcó también a muchas zonas de la provincia de Granada con el fin de dar empleo a amplias bolsas de hambre que existían tras la contienda.

El antiguo Camino del Arzobispo, hoy carretera entre Víznar y Fuente Grande, es un paseo horizontal que serpentea por encima de la acequia Aynadamar. El paisaje constituye un anfiteatro natural, con la sierra de la Alfagura a la espalda, y al frente se pierde la vista hacia Granada, la vega y la cadena de picachos que impiden la vista del mar, ya en los límites de las sierras de Cázulas y Almijara.

La parte superior del recorrido está salpicada de fosas donde fueron enterrados los represaliados

Toda la parte superior de este recorrido, de unos dos kilómetros, está salpicada de fosas donde fueron enterrados los represaliados. Los lugares de tierra más blanda, las vaguadas, son susceptibles de cobijar muertos en sus entrañas. Pero sin duda que el llamado Barranco de Víznar es el que guarda mayor número de inocentes. No sería extraño que aparezcan cadáveres en otros lugares más lejanos, como la subida a la Alfaguara y Puerto Lobo, los extremos de la montaña, pues en los primeros días del Alzamiento también allí fueron asesinadas algunas personas por las escuadras negras.



Fuente Grande.

El paisaje en 1936 fue muy distinto de lo que es hoy. Efectivamente, la Fuente Grande o Fuente de las Lágrimas o Aynadamar, que de las tres maneras vale, es un nacimiento de agua natural en cuyo fondo borbotean las gotas de lluvia que se filtran en toda la zona calcárea de la Sierra de Huétor. Pues bien, la Fuente Grande no se parece mucho porque ha sido urbanizado su alrededor hasta extremos de masificación; las edificaciones han subido hasta levantarse, con toda probabilidad, sobre tumbas de fusilados.

Esta acequia pasa junto al pago de Villa Concha, la tétrica Colonia donde los condenados a muerte pasaban sus últimas horas

La acequia Aynadamar se encarga de conducir el agua desde la fuente hasta Granada. Es una fábrica de época zirí, del siglo XI, hecha para repartir el agua a los cármenes del Albayzín. También abastece a la fábrica de pólvoras de El Fargue y, a partir del siglo XVII, se llevó uno de sus ramales hasta la Abadía del Sacromonte. Hace sólo unos años, precisamente coincidiendo con el nacimiento de García Lorca, la acequia fue objeto de unas obras en un tramo hasta de su comienzo; fue entubada y enfoscada en buena parte para evitar pérdidas de agua. El objetivo se consiguió, pero a cambio se perdió la vegetación de ribera y el paisaje verde de la franja que recorría y regaba con sus filtraciones. Esta acequia pasa junto al pago de Villa Concha, la tétrica Colonia donde los condenados a muerte pasaban sus últimas horas. Hoy nada queda de aquella casona. La piedra blanca traída desde el cerro de la Cruz para su construcción y la cal blanca que la enjalbegaba han desaparecido; sólo un aljibe seco da pista de aquel edificio, desaparecido hacia la década de los ochenta.



Monolito en homenaje a las víctimas del franquismo en el Barranco de Víznar. 

En algún punto cercano a esta carretera (probablemente donde estuvo el campo de instrucción) deben encontrarse ocultos los cadáveres de Federico García Lorca y los tres infortunados asesinados junto a él la madrugada del 18 de agosto de 1936.

(Extracto del libro “Lorca, el último paseo”, de Gabriel Pozo Felguera. Ed. Almed, 2019)

Fotografías: Miguel Rodríguez, P.V.Martín, Hotel Alhambra Palace, Huerta de San Vicente y Turgranada.

La serie de reportajes dedicado a Federico García Lorca en el 81 aniversario de su asesinato: