EL LADO OSCURO DEL HOSPITAL DE DEMENTES Y HOSPICIO

De Real Hospital de los Reyes Católicos a "antro de muerte y cubil de alimañas"

Cultura - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 26 de Septiembre de 2021
Si crees que todo lo conocías sobre el Hospital Real, sede del Rectorado de la Universidad de Granada, Gabriel Pozo Felguera te descubre el lado oculto de uno de los más bellos edificios de Granada, que desatendió su función inicial para derivar en un centro para dementes y abandonados, pero que tras un informe con fotos escandalosas que te ofrecemos, fue cerrado. No te pierdas este excepcional reportaje de un maestro del periodismo.
Patio de los locos (inocentes actual), en los años treinta. Un grupo de dementes leves toman el sol vigilados por un celador; en las ventanas se agolpan varios enfermos mentales.
DIPGRA
Patio de los locos (inocentes actual), en los años treinta. Un grupo de dementes leves toman el sol vigilados por un celador; en las ventanas se agolpan varios enfermos mentales.
  • El hospital general ideado por Isabel y Fernando pronto abandonó su cometido y derivó en centro de dementes, hospicio de expósitos, asilo de ancianos y casa-cuna

  • El tratamiento de enfermos mentales evolucionó muy poco entre el siglo XVI y mediados del siglo XX en que fue clausurado

  • Fue cerrado a raíz de la denuncia-moción, con fotos escandalosas, presentada por el presidente de la Diputación a Franco en el año 1944

Anticipo que lo entrecomillado del titular no es mío. Fueron expresiones empleadas por el presidente de la Diputación en 1944 para pedir a Franco la reforma o clausura del inmenso complejo hospitalario ordenado levantar por los Reyes Católicos cuatro siglos y medio atrás.  El Real Hospital de sus orígenes derivó muy pronto en cárcel de dementes, hospicio de niños, asilo de ancianos y casa-cuna. Cuatro siglos de terribles secretos, muerte y miseria  encerrados entre sus paredes, donde cada año fallecía una media de 150 asilados. La idea edilicia de sus constructores nunca fue rematada, el complejo quedó inacabado por desidia de Felipe II. Hasta que hace medio siglo fue adjudicado a la Universidad de Granada y recuperado como monumento, sede del saber y objeto turístico. Fueron más de cuatro siglos de funcionamiento como casa de los horrores. ¡Menudo cambio!

Los Reyes Católicos proyectaron construir el Hospital de la Concepción en 1504 como  un servicio público para enfermos de bubas, sífilis y otras enfermedades “importadas” de las Indias. Pronto empezaron a llamarlo Real Hospital. Reemplazaría al habilitado temporalmente en la Alhambra para sus soldados y primeros repobladores cristianos. La iniciativa se enmarcaba en el amplio programa cristianizador y castellanizador del reino musulmán conquistado. Y precisamente eligieron una ubicación simbólica, y quizás como aviso de sus intenciones de acabar con el pasado musulmán: el cementerio de Ben Malik.

Así funcionó desde prácticamente su fundación hasta mediado el siglo XX. Me atrevería a asegurar que la calidad asistencial evolucionó muy poco de la que recibía un asilado del siglo XVI y la que recibieron sus últimos inquilinos en 1955

Las obras comenzaron en 1511; se estrenaron parcialmente en 1526; continuaron dos décadas más. Pero el complejo quedó parado e inacabado en lo urbanístico, a excepción de añadidos menores y de la portada. En el aspecto sanitario, su función de hospital general se fue torciendo y modificando muy pronto, de manera que la primigenia idea de centro sanitario degeneró en cárcel de dementes y pordioseros, hospicio de expósitos, asilo de ancianos y casa-cuna. El lugar siempre estuvo superpoblado, con una media de 400-500 personas recluidas en su interior; precariamente asistido, ya que se le consideraba más lugar de encierro que de tratamiento; mal gobernado; y objeto de todo tipo de abusos y abandonos.

Así funcionó desde prácticamente su fundación hasta mediado el siglo XX. Me atrevería a asegurar que la calidad asistencial evolucionó muy poco de la que recibía un asilado del siglo XVI y la que recibieron sus últimos inquilinos en 1955.

Olvidado por Felipe II

El edificio principal en forma de cruz griega con cuatro patios interiores iba a tener sus correspondientes cuatro claustros. El primero de ellos, el de la Iglesia, fue acabado en tiempos de Carlos V; fueron colocadas profusamente las iniciales de Y y F, los fundadores. El segundo claustro, el de los Mármoles, se inició seguidamente pero no fue finalizado. Se desconoce el  motivo del parón de las obras con sólo la primera planta de columnas y arcos; quizás tuviese algo que ver el incendio de 1549, cuando en el mismo lugar originaron un incendio mientras asaban una vaca en su centro. El corredor de columnas y arcos quedó en tal estado hasta que hace medio siglo fue acabado por Prieto-Moreno, con un corredor superpuesto que mezcla columnata de mármol con techumbres ligeras de madera. Los dos patios de la derecha, los Inocentes y del Archivo, se quedaron sin sus correspondientes claustros.

Residencia de ancianos en el Patio de los Mármoles en los años veinte, obra sin acabar desde mediados del siglo XVI… DIPGRA
Patio de los Mármoles en la actualidad, tras su acabado en la segunda mitad del siglo XX para habilitarlo como sede del Rectorado universitario.
Patio de los inocentes en la actualidad. Las rejas de las ventanas han desaparecido.

Felipe II decidió no invertir un solo ducado en el Real Hospital de Granada a partir de entonces. Solamente se preocupó de enviar dinero para el sostenimiento de los enfermos y dementes que atendía. El Hospital de la Concepción, de carácter benéfico y público, se fue devaluando en su primera función a medida que los centros privados y el Hospital de San Juan de Dios entraron en funcionamiento. Poco a poco se le relacionaba más con función de Hospicio General de Pobres. De hecho, ese título llevaron durante los siglos XVI a XVIII las ordenanzas y constituciones para su gobierno.

Los informes de aquellos primitivos “hombres de negro” son demoledores: abundan las sanciones y expulsiones de personal por sus corruptelas, robos o maltrato de los asilados

La gobernación del Real Hospicio la dejó Felipe II en manos de una junta presidida por el virrey del Reino de Granada (Presidente de la Real Chancillería), ayudado por representantes del Arzobispado, Cabildo, nobleza y algunas órdenes religiosas. Siempre bajo la fórmula de patronato regio. Se trató de una forma de gestión marcada por la falta de personas capacitadas, la dejadez y la corrupción más absolutas. La Corona no se fiaba de ellos; enviaba de vez en cuando a veedores y visitadores para controlarlos. Los informes de aquellos primitivos “hombres de negro” son demoledores: abundan las sanciones y expulsiones de personal por sus corruptelas, robos o maltrato de los asilados. Aquélla fue actitud general del personal al servicio del Real Hospicio mientras perteneció al patronato regio (hasta 1836). A partir de aquel año fue transferido a la Diputación Provincial y publicadas nuevas normativas sobre el sistema asistencial.

La Corona decidió ya en el siglo XVII enviar a un administrador real, pues no se fiaba del control que ejercía su junta de gobierno formada por instituciones granadinas

El Consejo de Castilla ya se ocupó en 1593 de reformar el funcionamiento del Hospicio granadino, tratando de enderezar su marcha. Los visitadores de Madrid habían detectado excesos en los gastos, relajación de las costumbres, desasistencia, malos tratos a los dementes y ancianos (a los epilépticos y esquizofrénicos se les arrojaba a fosas sépticas para calmarlos). Las consecuencias de cada inspección a partir de entonces y hasta finales del siglo XVIII fueron severas medidas disciplinarias para sus empleados. La Corona decidió ya en el siglo XVII enviar a un administrador real, pues no se fiaba del control que ejercía su junta de gobierno formada por instituciones granadinas. Las referencias a desfalcos son continuas en sus informes.

Todavía en 1950 el edificio del Hospicio estaba rodeado de altas tapias para evitar fugas de asilados. Esta era la calle Divina Pastora, con el Convento de Capuchinos a la izquierda y los corrales de la plaza de Toros a la derecha. AHMGR.

A principios del XVII, el Real Hospicio había dejado de ser hospital de bubas y estaba reducido a lugar de encierro, o estancia temporal en el mejor caso, más que de curación. En realidad era una verdadera y lóbrega cárcel. Los informes de visitadores hablan de que los celadores utilizaban a las mujeres dementes como prostitutas de amigos y familiares; como resultado, no era extraño  que varias de ellas quedaran embarazadas cada año. Los dementes controlables eran “alquilados” para trabajar en el campo. El encargado del almacén revendía los alimentos destinados a los internos, especialmente la carne; la alimentación era escasa y mala. El Real Hospital tenía fama de ser la carnicería pública más barata de Granada. Hubo un caso en que la cocinera se llevó a vivir y comer a su numerosa familia, amante incluido. En suma, el latrocinio de empleados y el abuso de los internos estaban generalizados.

La Ilustración y el fin del antiguo régimen

El periodo de las luces que pareció abrirse con la Ilustración en torno al gobierno de intelectuales de Fernando VI trajo algunos cambios para el Real Hospicio de Granada. Aunque los resultados se notaron poco. Si el Hospicio ya estaba repleto de enfermos mentales, ancianos desahuciados y niños expósitos, la masificación aumentó como consecuencia de dos nuevas concepciones: había que eliminar la pobreza de las calles y aumentar la población española.

La otra consecuencia fue rebajar considerablemente el número de infanticidios que se registraban por parte de madres solteras o sin medios, pues ya tenían dónde entregar a los bebés indeseados: en la casa-cuna de la calle Elvira y, posteriormente, aquellos niños pasaban a vivir en el Real Hospicio entre los 6 y 12 años

Las Constituciones de 1756 que regirían el funcionamiento en adelante ordenaban retirar a toda persona sorprendida pidiendo limosna en las calles. La prohibición de la mendicidad callejera llevó a superpoblar el edificio con nuevos encarcelamientos, a la par que convertir su puerta en una larga cola de menesterosos que acudían a pedir comida. El Hospicio repartía a diario, ya en la segunda mitad del XVIII, más de 1.500 raciones de pan. La otra consecuencia fue rebajar considerablemente el número de infanticidios que se registraban por parte de madres solteras o sin medios, pues ya tenían dónde entregar a los bebés indeseados: en la casa-cuna de la calle Elvira y, posteriormente, aquellos niños pasaban a vivir en el Real Hospicio entre los 6 y 12 años.

Entrada principal al Hospicio en los años treinta, con los ancianos calentándose al sol en invierno. Eran de los pocos inquilinos del edificio que podían salir. DIPGRA

La mayoría de dementes y ancianos que entraban el Hospicio solían acabar sus días en el lugar. No ocurría lo mismo con los niños y niñas; a los varones se les enseñaba una instrucción básica, de manera que pudiesen salir a ganarse la vida. En cambio, las niñas no recibían instrucción, solamente formación en oficios del hogar. Infinidad de ellas eran sacadas del Hospicio para servir como criadas de por vida y sin sueldo en casas acomodadas; otras, las menos, salían para casarse, con una pequeña dote del Hospicio. Aunque la cruda realidad no ocultaba que muchos de aquellos niños/as hospicianos pasaron a engrosar la prostitución, la mendicidad o la delincuencia. Y vuelta a empezar con su regreso al Real Hospital.

La idea era que los varones recibieran una formación completa y pudiesen valerse por sí mismos en su madurez; las fábricas no llegaron a establecerse en el interior del recinto, pero algunos solían salir a trabajar y aprender al exterior

Otra reforma que pretendió, y no consiguió del todo, la Ordenanza de 1765 fue crear fábricas o talleres para enseñar oficios. La idea era que los varones recibieran una formación completa y pudiesen valerse por sí mismos en su madurez; las fábricas no llegaron a establecerse en el interior del recinto, pero algunos solían salir a trabajar y aprender al exterior. Descontando los abusos de los celadores que los “alquilaban”, a los más aplicados se les daba una parte del fruto de su trabajo para cuando salieran (si es que llegaban a salir).

La realidad es que en la mayoría de los casos se verificaba el lema de la institución: “Asistir a los pobres desde el nacimiento hasta su muerte”

La realidad es que en la mayoría de los casos se verificaba el lema de la institución: “Asistir a los pobres desde el nacimiento hasta su muerte”. Es decir, hubo muchos que nacieron allí y murieron allí. Hay que tener en cuenta que la alimentación y las condiciones de salubridad de Granada y, especialmente, del Real Hospicio eran pésimas. Prácticamente hasta mediados del siglo XX, con la acometida de la red de agua potable, el sistema de suministro de agua de la acequia Aynadamar y los canales de aguas sucias convivían armónicamente; el resultado en épocas de cólera era la muerte de un elevado número de asilados (Durante las epidemias de cólera de 1833-5, 1853-6 y 1885-6 fallecieron más de un tercio de inquilinos del Real Hospicio, en cada oleada).

Los niños recibían instrucción básica para hacerlos hombres de provechoy las niñas aprendían a coser y zurcir para ser buenas sirvientas o amas de casa. DIPGRA

En este complejo hospitalario siempre se vigiló la absoluta separación de sexos. Jamás se permitió que convivieran hombres y mujeres. No sólo había segregación a la hora de formar a los menores, también la había a la hora de comer, jugar, ir a misa. El comedor era el mismo para hombres y mujeres, pero se organizaban turnos absolutamente separados por sexos. Incluso si había algún matrimonio de alienados o ancianos asilados, cada uno de ellos debía estar durante el día con su correspondiente grupo y sólo se les permitía estar juntos, encerrados en una celda, durante la noche. Porque el enorme edificio se compartimentó en infinidad de celdas, que le confirieron más aspecto de cárcel que de hospital.

Los únicos lugares dónde se podía tomar el aire fresco y el sol era ante la fachada principal y en el patio trasero que hubo en lo que hoy es aparcamiento, lindero con la calle Hornillo de Cartuja

Los únicos lugares dónde se podía tomar el aire fresco y el sol era ante la fachada principal y en el patio trasero que hubo en lo que hoy es aparcamiento, lindero con la calle Hornillo de Cartuja. A estos patios daban también los edificios de horno, almacén, secadero de ropa, carnicería y los pocos talleres que llegaron a funcionar. Obviamente, a los expósitos más pequeños y a los enfermos mentales no se les permitía salir a las zonas exteriores (La verja actual no fue instalada hasta 1931, procedente del antiguo Hospital de San Lázaro. Altos muros cercaban la parcela).

Nuevos aires con la Diputación: el informe Fassio

El Antiguo Régimen no se desmoronó en España hasta la muerte de Fernando VII. Con la llegada de los gobiernos liberales y la época de las desamortizaciones, el Real Hospicio dejó de pertenecer al patronato regio y fue transferido a la incipiente Diputación Provincial, en 1836. También apareció nueva normativa sobre la beneficencia en España. En lo relativo a la gestión del Real Hospicio, las cosas continuaron más o menos igual: el complejo seguía convertido en una cárcel donde se custodiaba a dementes, a viejos sin recursos y a niños expósitos. En sus puertas continuaban agolpándose cada día en torno a 1.500 necesitados en busca de pan o algo de comer. El edificio estaba aún más desbordado que en siglos anteriores, pues la población había aumentado y los recursos de España -en continuas guerras carlistas y crisis económicas- se habían desmoronado.

La Diputación empezó a nombrar director, administradores, reforzar mínimamente el equipo médico y acabar con la enorme corruptela que había caracterizado a la institución durante los tres siglos anteriores

La novedad era que las Hermanas de la Caridad, en número 20 a 30, habían pasado a hacerse cargo de la atención, gestión y vigilancia. La Diputación empezó a nombrar director, administradores, reforzar mínimamente el equipo médico y acabar con la enorme corruptela que había caracterizado a la institución durante los tres siglos anteriores. Se procuraba remover constantemente a sus responsables para evitar los abusos y se confió la gestión del almacén y la cocina a las monjas de la Caridad. Se publicó un nuevo Reglamento, en 1857, tratando de mejorar la deplorable situación. Pero aquello continuaba siendo una cárcel más que un centro asistencial. La inestabilidad política y social del siglo XIX español la estaban sufriendo los olvidados asilados del Real Hospicio. Muestra clara de aquella inestabilidad fue que en el año 1879 se sucedieron cuatro presidentes en la Diputación: Francisco García Goyena, Miguel Sánchez Carrasco, José María Jáudenes y Manuel Rodríguez Bolívar.

Manuel Rodríguez Bolívar, presidente de la Diputación a finales de 1879 y 1880, retratado por Manuel Obrén. DIPGRA.

Este último era un prestigioso abogado granadino, preocupado por mejorar las terribles condiciones de vida de los internos del Real Hospicio. Estaba influenciado por la aparición de la psiquiatría como ciencia médica y las nuevas corrientes asistenciales. Hasta entonces, las enfermedades mentales se consideraban castigos divinos cuyo único tratamiento era la represión o el encarcelamiento. Manuel Rodríguez Bolívar nombró como nuevo director al abogado José Fassio Costa (1835-90), hijo de un genovés y de una granadina del Sagrario, que tan pronto aparece como Faccio o como Fassio) , con el encargo expreso de dar un cambio radical al complejo asistencial, tanto en la atención a los variopintos colectivos que acogía como al cochambroso contenedor. La fastuosidad de las trazas de los arquitectos renacentistas y sus hermosas techumbres quedaban oscurecidas por la miseria humana que pululaba por sus corredores y patios.

Propone tratarles como enfermos del alma y la mente, con medicamentos e instrumentos que ayuden devolverlos al mayor grado de normalidad. Describía el trato inmundo e irracional que se les venía infligiendo hasta entonces

El informe Fassio es el primer documento oficial en más de cuatro siglos en que se trata a los enfermos psiquiátricos como tales, no como endemoniados o poseídos por fuerzas del inframundo. Propone tratarles como enfermos del alma y la mente, con medicamentos e instrumentos que ayuden a devolverlos al mayor grado de normalidad. Describía el trato inmundo e irracional que se les venía infligiendo hasta entonces, cuyo único destino era el patio de encierro para los más controlables y una celda de aislamiento para los agresivos. En 1879 había alojados en el Real Hospicio 180 dementes (123 hombres y 57 mujeres), completamente separados, que ocupaban las celdas más cercanas a la calle Real de Cartuja. A cada uno correspondía una superficie de 12 metros cuadrados de espacio y 80 metros cúbicos de aire viciado de los corredores de encierro. Es imaginable la falta de condiciones higiénicas en que se movían. Por eso, el director proponía crear espacios verdes, patios y grandes ventanales para que percibieran aire de libertad y ayudasen a su curación. Al mismo tiempo, también planteaba reformar el edificio para hacer varios tipos de alojamientos, según el grado de cada interno; estaban mezclados los peligrosos con los inocentes, de manera que se sucedían las agresiones y los homicidios entre ellos.

Lo peor de todo era que aquellos 180 dementes sólo contaban con cuatro personas para asistirles y controlarles a diario. De ahí que se planteara aumentar el personal como ya venía ocurriendo en los modernos hospitales psiquiátricos que empezaban a aparecer en otros países

Lo peor de todo era que aquellos 180 dementes sólo contaban con cuatro personas para asistirles y controlarles a diario. De ahí que se planteara aumentar el personal como ya venía ocurriendo en los modernos hospitales psiquiátricos que empezaban a aparecer en otros países. En cuanto al trato a los dementes, se defendía “atender a los acogidos no como cosas según algunos pretenden sino como personas enfermas y necesitadas”. Aquel primitivo psiquiátrico necesitaba de agua para duchas, baños de vapor, aparatos de corrientes como demandaba la incipiente medicina psiquiátrica, “no imponiéndose por la fuerza, pues sólo se alcanza la exasperación del paciente, efecto contrario a su enfermedad, y por lo tanto crece ésta y se perpetúa, puesto que el castigo la alimenta y el alivio se hace imposible”. Resaltaba José Fassio la ineficacia del castigo corporal en los dementes, además de ser método infructuoso e inhumano. Por tanto, reclamaba mayor personal para atenderlos y, sobre todo, médicos con preparación.  Mas nada de ello consiguió.

Taller de niñas aprendiendo a tejer calcetines, vigiladas por hermanas de la Caridad. DIPGRA

Proponía hacer realidad, de una vez, los ineficaces intentos de crear fábricas o talleres, sobre todo para el autoabastecimiento de materias a precios más asequibles, mantener ocupados a los internos y preparar a los válidos para cuando saliesen a la calle. Solicitaba autorización y dinero para montar telares para hacer alpargatas, zapatería, aprender barbería, cerrajería, latonería, estañado de vasijas, fabricación de pan, fábrica de jabón, etc.

Resultaba que cada interno disponía sólo de un plato de barro y una cuchara de madera; cuando se les rompían, debían esperar a “heredar” el de un muerto o a que los repusieran al año siguiente

Resultaba que cada interno disponía sólo de un plato de barro y una cuchara de madera; cuando se les rompían, debían esperar a “heredar” el de un muerto o a que los repusieran al año siguiente. La ropa de vestir les era cambiada una vez cada año; las sábanas, una vez al mes. Cuando se les quitaba la ropa para lavarla y desinfectarla al sol, la mayoría debían permanecer encerrados desnudos o liados en mantas porque no solían tener otra muda. El panorama dibujado era desolador, incomprensible para nuestras mentes en la actualidad.

También en el informe Fassio se insinuaba la necesidad de acometer profundas reformas del edificio del Real Hospital o buscar lugares amplios y despejados.

En años sucesivos fueron adquiridos amplios terrenos junto a la Carretera de Pinos Puente y Armilla-Ogíjares; a estos lugares se llevarían, ya en el siglo XX, el primer Hospital Psiquiátrico, el Pabellón de Tuberculosos, el hogar de ancianos y el centro de acogida de huérfanos

José Fassio y el presidente Manuel Rodríguez Bolívar duraron muy poco en sus respectivos cargos en Diputación. No obstante, aquel informe debió servir para que se abriera un debate sobre la necesidad de abandonar el Real Hospital como casa de dementes, hospicio de expósitos, casa-cuna y asilo de ancianos. Muy pocos años más tarde se comenzó a hablar en la Corporación Provincial de adquirir terrenos amplios donde ubicar las cuatro secciones de beneficencia que concentraba, hacinadas, en el edificio del Triunfo. En años sucesivos fueron adquiridos amplios terrenos junto a la Carretera de Pinos Puente y Armilla-Ogíjares; a estos lugares se llevarían, ya en el siglo XX, el primer Hospital Psiquiátrico, el Pabellón de Tuberculosos, el hogar de ancianos y el centro de acogida de huérfanos.

[El primer Hospital Psiquiátrico de Granada fue proyectado por la Diputación junto a la Carretera de Pinos Puente a principios del siglo XX. No fue hasta 1929 cuando Fernando Wihelmi redactó el proyecto; el edificio estaba casi terminado en 1920, pero no llegó a entrar en funcionamiento. Durante la guerra civil fue militarizado y dedicado a polvorín. Una explosión lo destruyó en parte. Las obras de reconstrucción y acabado no se retomaron hasta los años cuarenta, de manera que fue acabado en 1955. En aquel año fueron trasladados los dementes del Real Hospital, tras más de cuatro siglos de penuria y estrecheces. Este Psiquiátrico estuvo en funcionamiento hasta 1986, en que pasó a la Universidad y reconvertido en la actual Facultad de Bellas Artes].

La denuncia definitiva de un falangista “socialdemócrata”

Al acabar la guerra civil de 1936-39, el Real Hospital se encontraba en una de las peores situaciones de toda la historia de Granada. En sus instalaciones se hacinaban más de 700 personas entre dementes, ancianos y expósitos. De todos los proyectos y peticiones anteriores no se había materializado nada; era una verdadera cárcel de enfermos mentales, viejos y niños sin futuro. Y la Diputación, responsable de la beneficencia provincial, estaba en la más absoluta ruina; no podía sacar adelante este centro, tampoco el Hospital Provincial, el Hospital de San Lázaro y otras instituciones benéficas a su cargo.

Se trató de Antonio Robles Jiménez. Su nombre y su biografía están un tanto oscurecidos por estar relacionado con el golpe de estado del 20 de julio de 1936 en Granada y no hacer nada para impedir el baño de sangre en el verano de aquel año

Un personaje manejaba por entonces muchos hilos de poder en Granada. Jugó un papel importantísimo para acabar con lo que él calificó como “antro de muerte, cubil de alimañas”. Se trató de Antonio Robles Jiménez. Su nombre y su biografía están un tanto oscurecidos por estar relacionado con el golpe de estado del 20 de julio de 1936 en Granada y no hacer nada para impedir el baño de sangre en el verano de aquel año. Pero Antonio Robles fue mucho más en la historia provincial. Hago un paréntesis biográfico antes de continuar:

Antonio Robles Jiménez, hacia los años cuarenta. ARCHIVO PATRIA.

Nació en Santa Fe en 1893, en una familia de la burguesía agraria. Se licenció en Medicina en la UGR, en enero de 1917. Hasta 1919 estuvo en Madrid doctorándose y especializándose en epidemiología. En fecha indeterminada comenzó a trabajar en el Instituto Provincial de Higiene, de la Diputación. Ya en 1921 fue elegido tesorero del Colegio Oficial de Médicos de Granada; al año siguiente pasó a ocuparse de la secretaría del COM y ya estuvo prácticamente formando parte de su junta directiva a lo largo de su carrera profesional. Aficionado al periodismo, se hizo cargo de redactar el boletín del Colegio Médico.

Como médico y trabajador de la Diputación conocía perfectamente las deficiencias que presentaban  la aglomeración, mezcla y abandono de los cuatro colectivos de pacientes hacinados en el Real Hospicio

Le recuerdan de porte elegante y aires aristocráticos. Sus posiciones políticas de juventud le acercaron a partidos monárquicos; en 1931, tras la expulsión de Alfonso XIII, se situó en el agrarismo y en 1934 fue uno de los primeros “camisas viejas” de Granada. En julio de 1936 era uno de los falangistas de más edad y prestigio profesional, por lo cual fue nombrado Jefe Provincial de Falange y de las JONS. La guerra la hizo en Granada trabajando en el Instituto de Higiene y como jefe provincial de sanidad.

En 1936 cofundó el periódico falangista Patria, en el que solía firmar artículos en su primera etapa. A partir de 1940 fue designado presidente del Colegio de Médicos, cargo que simultaneó con el de Presidente de la Diputación Provincial en el periodo 1941-46. Como médico y trabajador de la Diputación conocía perfectamente las deficiencias que presentaban  la aglomeración, mezcla y abandono de los cuatro colectivos de pacientes hacinados en el Real Hospicio. Había que ponerle coto de una vez por todas. Antonio Robles, con su inmenso poder como Jefe Provincial del Movimiento y Presidente de la Diputación, se propuso desarrollar las teorías “socialdemócratas” de los falangistas puros, como él se consideraba. Defendía una reforma agraria, un reparto de tierras, colonización de grandes fincas en manos muertas, la mejora de la educación, de la sanidad, etc. Algunas de ellas las empezó a llevar a cabo.

Corría 1944, cuando todavía los falangistas estaban fuertes en el gobierno de Franco y antes de que el Generalísimo comenzara a desembarazarse de ellos para suavizar su posición ante los aliados ganadores de la gran guerra. Aquel año, Antonio Robles encargó a Torres Molina un reportaje fotográfico que reflejase la negra realidad que escondían las paredes del Hospital Real. No sólo resaltar las bellezas renacentistas y barrocas. Las apariencias limitaban el lugar a un monumento histórico artístico del que hablaban maravillas las guías y libros de historia del arte. Dentro habitaba la miseria y la muerte (Curiosamente, había sido declarado monumento histórico artístico en 1931). Pero dentro encerraban grandes y oscuros secretos humanos.

La carta de Antonio Robles a Franco terminaba recordando algunas expresiones pronunciadas por algunos visitantes cuando conocieron lo que se ocultaba dentro: “visión dantesca, antro de muerte, cubil de alimañas, la antítesis de lo humano, lo que no se concibe en el siglo XX”, etc. Iba acompañada de veinte fotos del edificio y de sus ocupantes

El falangista “socialdemócrata” tomó las fotos de los asilados y de las lamentables condiciones de habitabilidad en que se encontraba su interior, redactó una carta-moción y la remitió al consejo de ministros del Generalísimo, vía ministro de Gobernación/Jefe Nacional de Falange (Blas Pérez González). La carta enviada a Madrid contiene un retrato muy real de lo que era el Real Hospicio en 1944. Antonio Robles recordaba la grandeza de un edificio histórico, de “timbres gloriosos y ecos del imperio”, pero en aquel momento estaba convertido en “antro inmundo, lobreguez de muerte, muros carcomidos, duplicidad de rejas como garantía contra la fiera humana, celdas gemelas a chiqueros que retienen a la fiera promoriente y donde el ser humano se revuelca en sus propias excretas, dormitorios de soberbios artesonados con ventanales inaccesibles, intensa y perjudicialmente fríos… patios reducidísimos donde se hacinan estos desgraciados seres influenciándose unos a otros en sus alucinaciones y perturbaciones; aquí y allá, recovecos en ruinas, pasadizos angostos, amenazantes de desplomarse, escaleras hundidas dejando ver la luz entre las grietas de sus desvencijados peldaños… paredes gibosas, mostrándonos la tumoración de su miseria ornamental, puertas y ventanas tuertas y patizambas, impresión de lo viejo, carcomido y decrépito.

En este centro, excelente y ostentoso en su parte monumental para museo o relicario de recuerdos y arte, pero a todas luces inadecuado a sus fines y hasta inhumano hoy por los distintos procederes asistenciales que reclaman otro ambiente bien ajeno al de hace más de cuatro siglos, se suceden generaciones de seres que sufren las consecuencias de lo inapropiado”.

La carta de Antonio Robles a Franco terminaba recordando algunas expresiones pronunciadas por algunos visitantes cuando conocieron lo que se ocultaba dentro: “visión dantesca, antro de muerte, cubil de alimañas, la antítesis de lo humano, lo que no se concibe en el siglo XX”, etc. Iba acompañada de veinte fotos del edificio y de sus ocupantes, de las que destaco las que siguen:

CELDA DE EPILÉPTICOS. Duplicidad de rejas como garantía contra la fiera humana, celdas gemelas a chiqueros que retienen a la fiera promoriente.
HABITACIÓN DE EXPÓSITOS. Dormitorios de soberbios artesonados con ventanales inaccesibles, intensa y perjudicialmente fríos.
“ASEOS” DE DEMENTES. Donde el ser humano se revuelca en sus propias excretas.
PATIOS DE ALIENADOS  (arriba) NO PELIGROSOS Y FEMENINO. Patios reducidísimos donde se hacinan estos desgraciados seres influenciándose unos a otros en sus alucinaciones y perturbaciones.
DORMITORIO FEMENINO DE ANCIANAS. Paredes gibosas, mostrándonos la tumoración de su miseria ornamental, puertas y ventanas tuertas y patizambas, impresión de lo viejo, carcomido y decrépito.
CELDA INDIVIDUAL FEMENINA. Se suceden generaciones de seres que sufren las consecuencias de lo inapropiado.

La suerte del edificio del Hospicio y casa de locos estaba echada. En Madrid debieron tomar conciencia muy pronto de la grave situación y empezaron a mover  hilos.

La Corporación Provincial empezaba a desmantelar el Hospital Real: se retomaron las obras del Psiquiátrico en la carretera de Pinos Puente, para inaugurarlo en condiciones infinitamente más dignas que en los cuatro siglos y medio anteriores; los ancianos pasaron a las instalaciones de Armilla

Antonio Robles Jiménez ya no vivió en primera persona el principio del fin del Hospital de Dementes en el Triunfo, fue cesado por el gobernador civil Fontana Tarrats en 1946 “por discrepancias ideológicas”. Los falangistas puros empezaban a perder peso en el escenario político español tras acabar la II Guerra Mundial. Ahora tocaba el turno a los tecnócratas. Robles se retiró a su profesión y desapareció de escena pública prácticamente hasta su muerte.

No obstante, muy pronto (en 1947) el edificio del Hospital Real fue adquirido por el Ministerio de Educación, a cambio de trasferir más fondos a la Diputación. La Corporación Provincial empezaba a desmantelar el Hospital Real: se retomaron las obras del Psiquiátrico en la carretera de Pinos Puente, para inaugurarlo en condiciones infinitamente más dignas que en los cuatro siglos y medio anteriores; los ancianos pasaron a las instalaciones de Armilla. Todavía una parte de expósitos continuaron asistiendo al colegio en las galerías del Hospital Real, hasta el curso 1964. En este año cerró por completo como centro asistencial.

Destino educativo

En 1961 ya comenzaron las obras de rehabilitación del complejo del Triunfo por la parte dejada sin uso, con proyectos de Prieto-Moreno y presupuesto del plan de regiones devastadas. El Estado no tenía claro su destino futuro. Se recuperaron las techumbres, se eliminaron infinidad de celdas y dormitorios de los siglos anteriores, se demolieron los pegadizos en las fachadas laterales que sirvieron de lavandería  y almacenes, se quitaron cientos de rejas interiores, etc.

Edificio de lavandería que estuvo anexo a la fachada de la calle Ancha de Capuchinos. A falta de jabón, la ropa se desinfectaba dejándola al sol. DIPGRA.

En 1981, en tiempos de Antonio Gallego Morell como rector, el Hospital Real acogió el Rectorado de la Universidad (procedente del Colegio de San Pablo), su imponente biblioteca y servicios centrales universitarios

En el año 1971, el Estado trasfirió el edificio a la Universidad de Granada. Continuaron las obras de rehabilitación de manera intermitente, especialmente el acabado de la segunda planta del Patio de los Mármoles y el ordenamiento de jardines y demolición de instalaciones traseras (hoy aparcamiento y patio al que dan otros servicios de la calle Hornillo de Cartuja). Este espacio lo ganó la Universidad a cambio de permutar el Palacio de Condes de Gabia con Diputación.

En 1981, en tiempos de Antonio Gallego Morell como rector, el Hospital Real acogió el Rectorado de la Universidad (procedente del Colegio de San Pablo), su imponente biblioteca y servicios centrales universitarios.

El Hospital Real recuperó el esplendor monumental y educativo que fue contenedor de tanto dolor durante más de cuatro siglos de oscuridad. Finalizó el lado oscuro e invisible de uno de los monumentos más señeros de Granada.

Fachada Norte (actual aparcamiento), desprovista ya de los añejos que tuvo pegados, en los que había celdas, almacenes, servicios varios y un patio para tomar el sol.