'Cicerón y la exigencia de la amistad en la antigua Roma'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 16 de Mayo de 2021
Fotografía de Robert Doisneau
Fotografía de Robert Doisneau
'Vivir sin amigos no es vivir'. Cicerón

Los antiguos romanos valoraban como un tesoro la excelsa virtud de la amistad. Otorgar el estatus de amigo no era algo que se considerase a la ligera. El mismo desconcierto que hoy nos afecta a los vertiginosos habitantes del siglo XXI, cuando consideramos algunas de sus costumbres o de su moral, les afectaría a ellos al observar la ligereza con la que hoy día consideramos a la amistad, prácticamente sin  ninguna obligación por parte propia, ni preocupación alguna por conocer las inquietudes o necesidades de aquellos que llamamos amigos. Ni respeto, lealtad o sacrificio, características del comportamiento humano tan importantes para la virtud romana. La exigencia de la amistad era elevada, porque lo obtenido a cambio también lo era, si se deseaba una vida plenamente satisfactoria. Para un romano la virtud de la amistad no recaía en los favores que pudiéramos obtener, como si habláramos de una transacción comercial. Más allá de los placeres que las riquezas, la lujuria o el poder pudieran ofértanos, se encontraba el placer de la verdadera amistad; el placer de los banquetes debe medirse no por la abundancia de las viandas sino por la reunión de amigos y la conversación. No es la cantidad, es la calidad, y está no la producen los objetos, por muy lujosos que sean, la produce el agrado de la compañía adecuada con la que se disfruta de la vida, según Cicerón, que como consecuencia lógica entendería el amor como una prolongación de la amistad acompañada por el placer físico obtenido de la persona amada.

La exigencia de la amistad es tal, según el concepto de virtud romana, que tan solo los sabios son capaces de obtenerla y de compartirla entre iguales. Solo entre los que en base a la moral romana son considerados hombres buenos se puede encontrar amistad

La exigencia de la amistad es tal, según el concepto de virtud romana, que tan solo los sabios son capaces de obtenerla y de compartirla entre iguales. Solo entre los que en base a la moral romana son considerados hombres buenos se puede encontrar amistad. ¿Quiénes son esos hombres buenos, esos sabios? A diferencia de los filósofos griegos que idealizan el mundo teorético como el lugar donde se encuentra la sabiduría, para el sabio romano son los saberes que facilitan la vida práctica, la real, los que importan, y entre éstos; aquellos que viven y se comportan de tal forma que solo encuentran fidelidad, integridad, justicia y liberalidad, y en los cuales no hay codicia, ni pasiones vergonzosas o violentas, y cuya firmeza sea inquebrantable. Sin estas elevadas virtudes éticas es imposible encontrar la amistad para Cicerón. De ahí la distinción que establece entre la amistad vulgar y la amistad verdadera. Hoy día podemos observar con facilidad en amplios sectores de la sociedad como denominamos amistad tan solo a relaciones basadas en la utilidad, como si habláramos de una relación comercial, donde se compran y venden favores. Nada nuevo bajo el sol, el filósofo romano era muy crítico con esta manera de entender la amistad, a la que denomina vulgar.

La amistad verdadera consiste en aceptar el elevado precio que conlleva; no solo estar dispuesto a compartir riquezas, felicidad y fortuna con aquellos que consideramos amigos, sino a estar dispuestos al sacrificio por ellos, compartir la mala suerte, los infortunios, la tristeza y no solo la alegría

La amistad verdadera consiste en aceptar el elevado precio que conlleva; no solo estar dispuesto a compartir riquezas, felicidad y fortuna con aquellos que consideramos amigos, sino a estar dispuestos al sacrificio por ellos, compartir la mala suerte, los infortunios, la tristeza y no solo la alegría. La amistad te permite sobrevivir a la soledad, sustituir desesperación por esperanza. Incluso las mayores de las tragedias pesan menos y se aligeran con la ayuda del calor humano de la verdadera amistad. La amistad es algo más que una relación entre individuos, es la base de una sociedad prospera, pues establece los principios de una benevolencia necesaria para que una sociedad respire salud, no tan solo física, sino mental. Sin el armazón que produce la amistad una sociedad se agrieta. Dos mil años después, si observamos las taras que producen el exceso de individualismo y la banalización del concepto de la amistad, podremos observar las fisuras que supone para la cohesión social, y de qué manera nos afecta en nuestra convivencia. Una lapidaria frase de Cicerón deja claro el principio que sustenta la amistad y que en tan escasas ocasiones podemos encontrar entre aquellos que se llaman así mismos amigos;  Éste es el precepto de la amistad: pedir a los amigos solo lo que es honesto, y hacer solo lo que es honesto por ellos. La honestidad, otra exigencia añadida a la exigencia de la amistad, que tan extraña suena a los oídos contemporáneos tan preocupados por aprovecharse de lo ajeno.

Un elemento resulta esencial a la hora de valorar la virtud de una verdadera amistad, y es su capacidad de sobrevivir a los estragos del tiempo

La amistad es uno de los escasos bienes que no dependen de la fortuna, depende exclusivamente de nuestro querer, de nuestra voluntad. El azar del que depende nuestra fortuna en la vida nos puede dar gratificaciones, sean honores, riquezas, amoríos, pero son por su propia naturaleza frágiles, inciertas y todas estas gratificaciones vienen con fecha de caducidad. La amistad es un bien que depende de nosotros, no de circunstancias ajenas. Un elemento resulta esencial a la hora de valorar la virtud de una verdadera amistad, y es su capacidad de sobrevivir a los estragos del tiempo. Cuántas amistades no sobreviven al peso de las experiencias del tiempo, quizá porque ya eran de por sí frágiles, quizá porque no fuimos capaces de adaptarla a los avatares que nos cambian, producto de nuestras experiencias y vivencias. La amistad es algo vivo, que debe evolucionar al igual que nosotros evolucionamos. Si idealizamos la amistad que sentimos hacia una persona, al igual que sucede con el amor, si pretendemos encerrar en ámbar la ilusión que nos produce, para evitarle fatigas, deterioros y daños, la amistad, ni el amor, sobrevivirán. No nos sentimos igual cuando somos jóvenes que cuando alcanzamos la plena madurez, nuestras ideas cambian, nuestros sentimientos evolucionan, nuestros deseos se alteran. Pretender que todo siga igual en una amistad es no comprender nada. Una amistad sana y fuerte, que arraigue de verdad, ha de evolucionar al ritmo de sus protagonistas. La búsqueda de un equilibrio es importante en la consolidación de la amistad: La confidencia corrompe la amistad; el mucho contacto la consume; el respeto la conserva, estas palabras de Cicerón centra ese equilibrio en tres pilares de la amistad con los que hemos de tener especial cuidado; ni tanto ni tan poco, ni hemos de asolar al amigo con confidencias, ni negarle las suficientes para que nos comprenda.  Una cosa es la necesidad de compañía en la amistad, otra diferente convertirnos en prisioneros de ella, e igualmente la necesidad de un respeto mutuo que evite abusos y empobrezca la relación.

Si es una herramienta para buscar únicamente beneficios y utilidades, es una herramienta que se convierte en un arma, y por tanto cambiará su finalidad, ya no nos ayudará a construir, tan solo nos herirá. Ese tipo de amistades siempre terminan por convertirse en tóxicas

La amistad es una ayuda mutua entre seres humanos que desean ser mejores personas, que se ayudan entre sí en tiempo de necesidad, y cuya ayuda está vinculada a una vida de virtud, pero si la utilizamos para una injusticia pervertimos su sentido. Si es una herramienta para buscar únicamente beneficios y utilidades, es una herramienta que se convierte en un arma, y por tanto cambiará su finalidad, ya no nos ayudará a construir, tan solo nos herirá. Ese tipo de amistades siempre terminan por convertirse en tóxicas. Creer que encontrar alguien que ayude a cometer una fechoría, causar algún mal o aprovecharnos de debilidades ajenas es disponer de un amigo es falso, encontramos un cómplice, algo muy diferente. Claro que, como buen romano pragmático que es, Cicerón no lleva esta exigencia a los altares de principio sagrado, en un mundo lleno de grises, no todo es blanco o negro, y deja una pequeña rendija a la interpretación: Sí, por desgracia, uno de ellos necesita la ayuda del otro en alguna empresa de dudosa justicia pero de la que dependa su vida o su honor, puede, en tal caso, desviarse del recto camino, a condición que eso no causa deshonra, pues la amistad excusa hasta cierto punto.

Poder, riqueza, egoísmo, ansía de honores y gloria dificultan enormemente la salud de la amistad, ¿cómo ser amigo de alguien que ostenta poder y sacrifica todo para obtenerlo o mantenerlo, incluida la propia amistad?

Poder, riqueza, egoísmo, ansía de honores y gloria dificultan enormemente la salud de la amistad, ¿cómo ser amigo de alguien que ostenta poder y sacrifica todo para obtenerlo o mantenerlo, incluida la propia amistad? La honestidad de una relación se basa en poder mirar a los ojos y decir la verdad al amigo. Cuántas veces el poderoso, o aquel que ostenta riquezas, se rodean de sucedáneos de amigos que tan solo le dicen lo que quiere escuchar, que nunca le llevan la contraria. Ni uno es en verdad amigo, ni el otro lo considera como tal, sino como un subordinado del que recibir halagos. La ayuda al amigo necesitado es importante en la amistad, siempre que no sucumba al desprecio o la indulgencia: hay que dar a los amigos, primero en la medida de tus posibilidades, y luego según la capacidad de aquel a quien ames y ayudes pueda soportar. Ayudar es un compromiso, no una obra de caridad.

¿Cómo es posible una amistad que desde un principio se encuentre emponzoñada por la posibilidad de convertirse en enemistad?

En ocasiones, a pesar de los esfuerzos, es imposible mantener la amistad, y más allá de las causas que llevan al deterioro, de la búsqueda de culpables, especial cuidado hemos de tener en no sustituir el amor, el cariño, por el odio o el desprecio. En las sabias palabras de Cicerón, a las que si hiciéramos caso más a menudo, daríamos lugar a un mundo algo más respirable: al dejar la amistad, hay que procurar no sustituirla por el odio. Pues nada hay más vergonzoso que estar en guerra con aquellos a los que durante mucho tiempo has amado. Tan importante como saber dar final a una amistad, si esta ha de terminar, es su principio, no ser banal, ni dejarse llevar por primeras impresiones, antes de otorgarla. Cicerón al analizar una frase de uno de los antiguos y míticos Siete sabios griegos, Bías, amad como si un día tuvieseis que odiar, provoca la reflexión  sobre la dificultad a la hora de otorgar una amistad. ¿Cómo es posible una amistad que desde un principio se encuentre emponzoñada por la posibilidad de convertirse en enemistad?

El afecto debe guiarnos, pues aunque aquello que consideramos verdad le resulte molesto, si la creemos firme y honestamente, y pensamos que es en su beneficio, guardárnosla, causa un flaco favor, a ambos

La exigente sabiduría de los pensadores romanos, sea Cicerón, Séneca, Plutarco u otros, se esfuerza en ayudarnos a distinguir las virtudes de aquello que hemos de considerar verdadera amistad; por ejemplo en la adversidad. Aquellos que desaparecen de nuestro radar, o que esconden la cabeza  o miran a otro lado cuando la desgracia nos acontece, nunca fueron nuestros amigos. Sin embargo, aquel que permanece con nosotros en tiempos tan aciagos mostrara siempre una amistad inquebrantable. Igualmente encontraremos la virtud del verdadero amigo en aquel que evite el fácil halago, el engaño y la hipocresía en su trato. Debemos ser capaces tanto de criticar al amigo cuando creemos que hay motivos, como de aceptar sin recriminación su reprobación cuando cree que estamos actuando inadecuadamente: no debemos ahorrarles a los amigos amonestaciones y reprimendas; y nosotros mismos debemos aceptarlas de buen grado cuando estén dictadas por la benevolencia. Si por indulgencia obviamos decirle la verdad al amigo, estamos envenenando la amistad. El afecto debe guiarnos, pues aunque aquello que consideramos verdad le resulte molesto, si la creemos firme y honestamente, y pensamos que es en su beneficio, guardárnosla, causa un flaco favor, a ambos. 

La amistad, la verdadera, es un ideal exigente, y como tal, se da muy pocas veces en la vida. No hay garantía de que perdure eternamente, ni de que no se corrompa, y por ello seremos afortunados si al mirar hacia atrás, en los prolegómenos de nuestra vida, podemos alzar con orgullo el recuerdo de un puñado de verdaderas amistades. No es fácil, pero si nuestra voluntad, y nuestro carácter, son capaces de sobrevivir a los retos cuya superación nos permite transcender de nuestro egoísmo, es posible encontrar y disfrutar de la verdadera amistad. Tan solo hemos de esforzarnos con el mismo ahínco,  con el que luchamos por obtener placeres banales, riquezas, honores, elogios, y tantas otras cosas que no son sino polvo en el viento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”