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Quiero ser negro

Blog - El camino equivocado - Guillermo Ortega - Jueves, 15 de Septiembre de 2016
deedees-jazz.com

Aunque el título de este artículo sea la traducción literal de una canción de Lou Reed, no quiero decir que me identifique con su letra, que habla de tener a tu disposición un montón de prostitutas, fastidiar a los judíos y, en fin, las finezas que llenaban habitualmente los discos de ese genio degenerado.

Tampoco pretendo emular a Michael Jackson pero a la inversa. Aunque me gusta el boxeo y me vendría bien para que no me la partieran, me niego a quitarme el hueso de la nariz y parecerme así a esos afroamericanos que pueblan el Bronx neoyorquino. Tengo la nariz que la Madre Naturaleza me ha dado y, aunque no es especialmente atractiva, me aguanto con ella. 

A lo que voy es a que adoro la música negra y a que eso es algo que tengo siempre presente, pero más aún como, cuando sucede en estos últimos días, he estado enfrascado en la lectura de un fabuloso libro repleto de aún más fabulosas fotografías. Se llama ‘Motown, el sonido de la joven América’ y, como cabe deducir de su nombre, narra la historia de la compañía discográfica que fundó a finales de los cincuenta Berry Gordy. Uno de los primeros empresarios negros que se hizo millonario, por cierto. 

La historia es interesantísima, sobre todo cuando habla de los primeros pasos del sello: El éxito de ‘Please Mr. Postman’ de The Marvelettes, amplificado, eso sí, por la inestimable ayuda que le brindaron unos blanquitos de Liverpool muy aplicados al versionarla. La irrupción de Marvin Gaye, The Supremes, Martha & The Vandellas, Four Tops o Smokey Robinson, este último en su doble faceta de intérprete y autor. La agradable sorpresa que supuso la llegada de Little Stevie Wonder, un mocoso ciego que cantaba como los ángeles y tocaba el piano y la armónica todavía mejor. El esplendor y el aluvión de números uno cosechados por The Jackson Five… Una maravilla de libro que se puede (y hasta se debe) degustar con un complemento igualmente fantástico: una caja de diez cedés que lleva por título Hitsville USA, el mismo nombre que recibió el cuartel general de la disquera de Detroit.

Recuerdo todo eso y me retrotraigo a principios de los noventa, cuando Atlantic sacó una colección de siete elepés dobles (que yo, tieso perpetuo, sólo pude grabar en casete) con lo más granado de su prolongada y fértil historia. Allí estaban, entre otros muchos, Ray Charles, Professor Longhair, Big Joe Turner, The Drifters o La Vern Baker. Aunque, si hablamos de Atlantic, habría que añadir a artistas extraordinarios que grabaron allí y también en otras compañías, como Aretha Franklin o The Coasters.

Entonces es cuando mi cabeza empieza a bullir y me dice: “Espera un momento, te estás olvidando de mucha gente, la cosa no termina ahí”. Claro que no; el repaso sería incompleto y mezquino si excluyera a bestias pardas del catálogo de Stax Records. Por ejemplo a Sam & Dave, pero también a Otis Redding, Isaac Hayes, Carla Thomas, Rufus Thomas o Booker T & The MG’s, donde, si es que quieren saberlo, tocó uno de mis guitarristas favoritos de toda la vida, Steve Cropper. Que no es negro pero tiene negritud, no sé si entienden lo que quiero decir.

De ahí paso a los musicazos de King Records, como el simpático Johnny Guitar Watson (que yo de pequeño pensaba que no existía, que era un nombre que se había inventado un compañero de clase para quedarse con nosotros), Nina Simone o el irrepetible James Brown. O a pequeñas factorías de genios como Hi Records, para la que grabaron Al Green o Ann Peebles. O aún más oscuros (y no es un chiste fácil) como Rhino o Curtom, que editaron obras maestras de Curtis Mayfield

Y luego están, naturalmente, Allen Toussaint, Ben E. King, Sam Cooke, Shangri-Las, The Ronettes (estos dos nombres siempre los tengo unidos, será por la canción de Siniestro Total…), Barry White, Sly & The Family Stone, Funkadelic, Prince, Chic, Solomon Burke y un etcétera que se haría eterno si además tuviera en cuenta que el reggae, al fin y al cabo, es también música negra; que el rock and roll clásico está plagado de monstruos tan poco pálidos como Little Richard, Bo Diddley o Chuck Berry; que en el blues tradicional hay material para hincharse (Howlin’ Wolf, Muddy Waters, John Lee Hooker, Elmore James…); que existe un subgénero colosal llamado Northern Soul y que hay blanquitos que le han dado y le dan al género tan bien como el que más, tipo Amy Winehouse, Mayer Hawthorne o, si me apuran, hasta los Talking Heads y Paul Weller en algunas fases de sus carreras. 

El presente está asegurado con lo que produce la factoría Daptone (Sharon Jones, el veterano Charles Bradley, Lee Fields o Saun & Starr), con divas en plan Erykah Badu y Janelle Monae, con un Eli Paperboy Reed aparentemente recuperado para la causa o con seres delicados como Frank Ocean. En cuanto al futuro, no sé qué pasará pero no me cabe duda de que se seguirán haciendo temazos. Es un género inagotable.

Total, que por si no ha quedado clara la cosa, lo negro me priva. Como creo que debe privarle a cualquiera con un poquito de sangre en las venas. Porque es música que te mueve, te divierte, te saca a bailar, te emociona, te lleva a la lágrima, te eriza la piel, te agita la conciencia y, en definitiva, te hace SENTIR VIVO Y BIEN. Que, me parece a mí, es de lo que se trata.

 
 

 

Imagen de Guillermo Ortega

Guillermo Ortega Lupiáñez (Algeciras, 1966) es licenciado en Periodismo. Empezó a trabajar en 1990 en el desaparecido Diario 16 y después pasó a Europa Sur y Granada Hoy. También lo hizo durante un breve periodo en la Ser y colaboró en El Mundo, Ideal y ABC. Durante algo más de un año fue columnista en Granadaimedia. Ha sido encargado de prensa en los grupos municipales de UPyD y Ciudadanos en Granada y ahora trabaja en prensa del PP. Ha publicado cuatro libros: Cuentos de Rock (2008), Los Cadáveres Exquisitos (2012), Horas Contadas (2014) y La vida sí que es una pelea (2016).