'Y si... lo que creemos real fuera un producto de nuestra mente'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 5 de Septiembre de 2021
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'Curioso de la sombra, acobardado por la amenaza del alba, reviví la tremenda  conjetura de Schopenhauer y de Berkeley, que declara que el mundo es una actividad de la mente, un sueño de las almas sin base ni propósito ni volumen'. Jorge Luis Borges, Amanecer.

De vez en cuando trato de recordar qué fue lo primero que me llamó la atención de la filosofía, cuando apenas era un adolescente, y daba precavidamente los primeros y fracasados pasos para comprender esa realidad tan extraña en la que inexplicablemente me habían arrojado. Había cosas que no me cuadraban, y como niño curioso que era, y que sigo siendo, a pesar de que la madurez trata de arrancar a golpes la curiosidad, buscaba algo que me diera una pista de porqué las cosas no terminan de encajar, porqué una pregunta siempre lleva a otra, y porqué nada es lo que parece. En recuerdo del niño que fui, del que todos seguimos siendo en un rincón olvidado de nuestro corazón, hagamos un pequeño ejercicio teórico: ¿Y si nada es real?, ¿y si todo lo que creemos que es, no es? Quién, al cerrar los ojos, no ha pensado alguna vez que todo podría desaparecer en un suspiro. De dónde procede esa necesidad de tocar, de percibir algo, para asegurarnos que realmente existe. Ni somos los primeros en tener esta inquietante sensación, ni seremos los últimos. Filósofos antaño, científicos hoy día, no dejan de darle vueltas a esta inquietante cuestión.

¿Y si nada es real?, ¿y si todo lo que creemos que es, no es? Quién, al cerrar los ojos, no ha pensado alguna vez que todo podría desaparecer en un suspiro. De dónde procede esa necesidad de tocar, de percibir algo, para asegurarnos que realmente existe

Primero, como ávido lector que fui en mi infancia, traté de comprender a través de la literatura, la fantasía, y ese realismo mágico que es un primo hermano bastardo y desterrado de la realidad. A través de la imaginación se despertaron en mí las primeras sospechas de que la realidad no era tan simple como nos contaban, y que aquello que percibía a través de mis sentidos, o las explicaciones más comunes de la escuela, tampoco cumplían los estándares para proporcionarme suficiente tranquilidad. La religión y sus fábulas pronto dejaron de interesarme, y eso me llevó a la ciencia. Agarrarme a algo sólido, a un realismo donde la causa y el efecto fueran el principio de todas las cosas. Me dio un armazón para solidificar mis creencias, pero no fue suficiente, y ahí entró en juego la filosofía, que despertó, cierto, irritantes preguntas nuevas, pero me proporcionó tantas respuestas posibles, que a pesar de resquebrajar aún más mi escasa certidumbre, me proporcionó confort, al dar la razón a esa primera intuición de mi infancia; la realidad es aún más extraña de lo que pensamos.

La ciencia y la filosofía a veces se complementan, y a veces divergen gravemente. No importa, mientras la honestidad de la razón sea la que guíe sus búsquedas

La ciencia y la filosofía a veces se complementan, y a veces divergen gravemente. No importa, mientras la honestidad de la razón sea la que guíe sus búsquedas. A veces siguen por los carriles más confiados y seguros, y a veces dejan que la imaginación, en ambos casos, juegue un papel similar al del realismo mágico de mi infancia. Tampoco importa, porque esos márgenes extremos en la búsqueda de respuestas, también nos proporcionan preguntas que confirman esa intuición acerca de lo extraño y maravilloso que es el universo que nos rodea. Aunque sus respuestas estén equivocadas, o no, quién sabe, al menos dan que pensar. Y qué mejor ambrosía podemos encontrar para calmar los delirios de una mente inquisitiva, que proporcionarle tentativas respuestas existenciales a todas esas preguntas que difícilmente encontrarán una única y satisfactoria respuesta.

Vamos a explorar dos curiosas teorías, una de la filosofía y otra de la ciencia, acerca de la realidad, y como nada es lo que parece. Teorías que se mueven en los márgenes de ambas disciplinas, y que debemos tomar con cierta precaución, pero las preguntas que nos obliga a hacer, despierta esa somnífera mente a la que hemos acostumbrado a nunca preguntarse por nada, especialmente si nos lleva a lugares incomodos. Quizá, con suerte y una mente abierta, logremos despertar la chispa de la imaginación inquisitiva de nuestra niñez, que nunca debimos dejar que nos arrebatará ese angosto y angustioso mundo de la sordidez adulta que todo lo da por hecho.

La realidad, el mundo tal y como lo percibimos, parece sólido. Pero, ¿sigue existiendo cuando no lo observamos? Si le hacemos esta pregunta a alguien en la calle nos tomará por loco, pero un filósofo del siglo XVIII, George Berkeley, no lo tenía tan claro.

La realidad, el mundo tal y como lo percibimos, parece sólido. Pero, ¿sigue existiendo cuando no lo observamos? Si le hacemos esta pregunta a alguien en la calle nos tomará por loco, pero un filósofo del siglo XVIII, George Berkeley, no lo tenía tan claro. Para este filósofo irlandés lo único que tenía existencia real eran las ideas, nada material existía como tal. No hay realidad más allá. Si alguien nos dijera: ¿y si te doy con una piedra en la cabeza, eso tampoco es real? No, diría Berkeley, existe en las mentes compartidas de los seres humanos la idea de la piedra (y en la de Dios) y por eso sentiremos el dolor del impacto de la (idea) de la piedra, pero esta no existe si no es pensada como tal. Una idea muy metafísica, pero como veremos cuando enlacemos esta teoría filosófica con la física cuántica,  ya dijo uno de sus teóricos, Erwin Schrödinger, la metafísica con el tiempo termina transformándose en física. Recordemos que las partículas subatómicas en la física cuántica están en un estado de indeterminación del que solo salen al ser percibidas, observadas (el  famoso ejemplo del gato encerrado en la caja que está vivo y muerto al mismo tiempo, y que solo resolveremos en la realidad si abrimos la caja, y lo encontramos muerto o vivo, mientras no lo observemos, se mantendrá en ese estado de incertidumbre, vivo y muerto a la vez).

El hecho, es que la materia se desvanece de la existencia si no es percibida

Para Berkeley ser es ser percibido (esse est percipi); y qué ocurre cuando nadie está percibiendo algo, pues que existe porque lo percibe la mente de un ser todopoderoso, Dios. El hecho, es que la materia se desvanece de la existencia si no es percibida. Dejemos que el mismo nos lo explique en un texto extraído de su Tratado sobre los principios del conocimiento humano; Porque, respecto a lo que se dice de la existencia absoluta de cosas no pensantes sin ninguna relación con su ser percibidas, parece totalmente ininteligible. Su esse consiste en percipi, y no es posible que tengan existencia alguna fuera de la mente o cosas pensantes que las perciben. Nada existe si no hay una consciencia que la piense, que la perciba. Es una tesis filosófica poco intuitiva, y suena más a magia, o a un desesperado intento por mantener la necesidad de Dios ante los avances de los descubrimientos de Newton y otros filósofos naturales (los primeros físicos), que a otra cosa. Necesita de la idea de un Dios todopoderoso que perciba en su pensamiento las cosas no pensantes para que existan sin ser observadas. Pero ¿y si sacáramos a Dios de la ecuación? ¿Qué sucedería? Sorprendentemente, una teoría relacionada con algunos descubrimientos de la física cuántica, sigue defendiendo siglos después que solo existe el universo en la medida que hay una conciencia que lo percibe. Se denomina biocentrismo, y su fundador es un doctor precursor de grandes descubrimientos en el campo de la genética, y científico, Robert Lanza. Veamos su sorprendente parecido a la hora de explicar la existencia de la realidad con Berkeley.

Hay cierto consenso en la comunidad científica acerca de la manera en la que nuestra consciencia, nuestro cerebro, crea la realidad que percibimos, al menos hasta cierto punto

Hay cierto consenso en la comunidad científica acerca de la manera en la que nuestra consciencia, nuestro cerebro, crea la realidad que percibimos, al menos hasta cierto punto. Esta tesis fue llevada al extremo por Lanza basándose en algunos descubrimientos de la física, y en concreto, en un experimento que en los últimos tiempos ha traído de cabeza a los físicos; el experimento de la doble rendija, y sus consecuencias a la luz de la teoría cuántica. Para este científico la conciencia no solo crea una determinada experiencia de la realidad, crea la realidad. En el experimento de la doble rendija se demuestra que las partículas se comportan como ondas hasta que las observas,  en ese momento su estado de onda colapsa y la partícula pasa a existir en un espacio tridimensional. Es el acto de observar, de medir, el que provoca que la partícula realmente exista como tal. Y algunas de las teorías inciden en que este hecho no es posible sin una conciencia humana que produzca ese colapso, y por tanto permita que la realidad exista tal y como la conocemos. Lanza no es un científico cualquiera, sus estudios sobre células madre fueron pioneros y poseen un reconocido prestigio. Esto no implica que sus teorías acerca del biocentrismo sean ciertas, ni que estén ampliamente reconocidas por la comunidad científica, pero no son tampoco equiparables a teorías conspiranoicas sin fundamento alguno, ni seudocientíficas.

Los principios del biocentrismo son siete:

1. Lo que percibimos como realidad es un proceso afectado por nuestra consciencia. Una realidad externa, de existir, por definición, debería existir en el espacio. Pero esto carece de sentido porque el espacio y el tiempo son tan solo herramientas que utilizan los cerebros de los animales (incluido el humano). La propia teoría de la relatividad de Einstein viene a confirmar que el espacio y el tiempo son subjetivos.

2. Nuestras percepciones, las internas y las externas, están indisolublemente entrelazadas. Son diferentes caras de la misma moneda y no pueden separarse la una de la otra.

3. El comportamiento de las partículas subatómicas, en definitiva, todas las partículas y objetos, está indisolublemente ligado a la presencia de un observador. Sin la presencia de un observador consciente, existen, como mucho, en un estado de probabilidad.

4. Sin la conciencia, la materia existe en un estado de probabilidad indeterminado. Cualquier universo que pudiera haber precedido a la conciencia habría existido solo en un estado de probabilidad. La base de este punto es una especulación que Lanza realiza a partir del experimento de la doble rendija, y lo expande a nivel no solo micro, sino macro del universo.

5. La estructura del universo solo puede ser explicada por el biocentrismo. El universo está perfectamente ajustado para que en él haya vida, lo cual tiene perfecto sentido, ya que la vida crea al universo, y no al contrario. El universo es sencillamente la lógica espaciotemporal de la conciencia. Es uno de los puntos más controvertidos y hay dudosas paradojas si lo analizamos científicamente, y probablemente uno de los aspectos más problemáticos y dudosos de esta teoría.

6. El tiempo no tiene existencia real fuera de la percepción sensorial animal. Es el proceso mediante el cual percibimos los cambios del universo. Aquí volvemos a la teoría de la relatividad y como la velocidad del observador altera la percepción del tiempo. El tiempo es la solución que la conciencia humana ha encontrado para la entropía del universo. La información continuada que va aumentando y causando más desorden en el mismo.

7. El espacio, al igual que el tiempo, no es un objeto. El espacio es otra forma de comprender la realidad de nuestra conciencia animal y carece de realidad independiente. Llevamos el espacio y el tiempo con nosotros adondequiera que vamos, como hacen las tortugas con sus caparazones. Así pues, no hay una matriz absoluta con existencia e independiente de la vida en la que ocurran los acontecimientos físicos. Aquí entra la teoría del entrelazamiento cuántico y cómo dos partículas entrelazadas pueden compartir información independientemente de la distancia a la que se encuentren, resquebrajando la teoría de Einstein sobre no poder ir más allá de la velocidad de la luz. ¿Cómo esto es posible? otro de los grandes y maravillosos misterios de la física de nuestro tiempo. Otros dos principios basándose en teorías de la física cuántica se añadirían en 2020 por parte de Lanza, y animo a cualquier que tenga curiosidad a explorarlos en su obra El Gran diseño del Biocentrismo, pero con estos siete principios principales podemos hacernos una idea suficiente.

El biocentrismo, al igual que las teorías de Berkeley,  produce más paradojas que certezas, y tanto la filosofía como la ciencia tienen explicaciones que seguramente  sean más certeras, y tienen menos asperezas lógicas, pero en tanto muestra, en ambos casos, de los misterios que nos rodean, de lo maravillosamente extraño que es el universo donde vivimos, son extraordinarias. Y pensar en ellas, salir de la comodidad de la gris realidad en la que creemos vivir, y descubrir que nada es lo que parece, tiene un valor incalculable para despertarnos de ese embobamiento existencial y cuántico tan propio de nuestros tiempos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                             

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”