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'La sobredosis de pensamiento positivo y la sociedad cansada'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 16 de Octubre de 2022
'Le Double Secret', de René Magritte (1927).
'Le Double Secret', de René Magritte (1927).
'El exceso de positividad se manifiesta, asimismo, como un exceso de estímulos, informaciones e impulsos. Modifica racionalmente la estructura y la economía de la atención. Debido a esto, la percepción queda fragmentada y dispersa'. Byung-Chul Han

A pesar de las calamidades que acechan la segunda década del nuevo milenio, llámense guerras, pandemias, populismos extremistas y crisis endémicas del avaro capitalismo financiero, somos proclives a vivir en una burbuja de eso que se ha llamado pensamiento positivo. Una sobredosis de capsulas de felicidad artificial que están produciendo, según el diagnóstico del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, una sociedad del cansancio. Muchas de los trastornos mentales que acucian a las sociedades capitalistas, de manera aparentemente inesperada, sea la depresión, la hiperactividad que impide concentrarse en una tarea concreta, el trastorno límite de la personalidad u otros similares, encuentran en muchos casos su origen en patologías sociales propias de estos tiempos, y de esta sociedad  tan acelerada y obsesionada por el  consumo compulsivo.

La sobredosis del “tú puedes” y del “todo es posible” causa en la sociedad tres enfermedades positivistas de fácil diagnóstico, pero complicada resolución

La sobredosis del “tú puedes” y del “todo es posible” causa en la sociedad tres enfermedades positivistas de fácil diagnóstico, pero complicada resolución. Es como tratar de parar un tren ya en marcha; se tiende a la superproducción, la producción de cualquier artículo de consumo en masa y disponible para toda la población (díganse los estúpidos teléfonos inteligentes o cualquier otro tipo de articulo similar). Todo está al alcance de casi todo el mundo (salvo de los desahuciados por no poder seguir este ritmo abusivo de compra y venta), y con un pequeño esfuerzo, aunque sea la paga de un mes, podremos presumir de nuestra banalidad con un eufórico tweet de ¡ya es mío!   Para poder seguir el vertiginoso ritmo de la superproducción se nos exige el superrendimiento, ya apenas disfrutamos de las cosas, disfrutamos de las nuevas cosas que sustituyen aceleradamente a las antiguas, y por ello nuestro tiempo deja de pertenecernos.

Tenemos la gran mentira del mal llamado trabajo horizontal, que se resume en todos somos iguales a la hora de rendir más, y por mucha mesa de ping pong y cafeteras con té exótico que haya en la oficina, sigue habiendo el mismo sistema jerarquizado de siempre y siempre pringan los mismos

Hasta existe esa paradoja inventada por el capitalismo financiero que te invita a trabajar en casa en base, no a horas trabajadas (límite de las mismas que fue un gran logro de las reivindicaciones obreras en el siglo XIX y XX), sino por rendimiento y logros que supuestamente has de cumplir. Puedes trabajar en cualquier lugar del mundo, incluyendo tu hogar, pero a cambio has de incrementar tu rendimiento, que ya no se mide en un tiempo laboral determinado, sino en un trabajo incrementado, que va aumentando objetivos a medida que vas cumpliendo, y por tanto requiriendo más horas y atención. Situación agravada, trabajes en un centro laboral o en casa, por el hecho de que la Era de la comunicación permite que hayas de estar disponible prácticamente las 24 horas del día, días laborables y festivos, para que tus objetivos se cumplan a criterio de tus jefes, y a su vez estos puedan rendir cuenta a los suyos, y así hasta el infinito en esa estafa piramidal en la que se han convertido las empresas del nuevo capitalismo, y sus gabinetes de recursos (in)humanos. Tenemos la gran mentira del mal llamado trabajo horizontal, que se resume en todos somos iguales a la hora de rendir más, y por mucha mesa de ping pong y cafeteras con té exótico que haya en la oficina, sigue habiendo el mismo sistema jerarquizado de siempre y siempre pringan los mismos.

Estamos sobreexpuestos a una dependencia fatal de estímulos comunicativos

El tercer virus que nos ataca es el de la supercomunicación; ya no es que, como hemos visto, se diluya peligrosamente el tiempo límite laboral, es que todo se solapa. Estamos sobreexpuestos a una dependencia fatal de estímulos comunicativos. Se han diagnosticado enfermedades de ansiedad causada por dependencias de los estímulos comunicativos de las redes sociales, como si por no comunicarnos continuamente, y no recibir estímulos de otros en forma de WhatsApp, Instagram, Tik Tok, Facebook y similares, eso hiciera que el resto del mundo desapareciera, cuando únicamente están tratando de vivir su vida, como nosotros.   Este exceso de comunicación, donde toda la jerarquía de la validez y veracidad de la información se diluye, pues todos somos críticos, periodistas, políticos y científicos de barra de bar, causa perversiones sociales de difícil solución, alienta la polarización hasta extremos insospechados, y en general, el incremento de estupidez planetaria.

¿Por qué creemos que existe esa obsesión de los gurús de la comunicación política por tweets tan simples como tontos, y el uso de videos de 15 segundos para simplificar cuestiones complejas, que necesitan de explicación y matices?

Byung-Chul Han defiende que ese logro de los gurús laborales, llamado pomposamente multitasking, es una regresión. La obligación de estar permanentemente atento a tareas diferentes a la vez no implementa tu capacidad intelectual, ni tu rendimiento, ni te hace estar mejor preparado como ser humano, lo que causa es un impedimento en tu capacidad de contemplar lo importante y centrarte en ello. Se pierde capacidad de atención, mientras pasamos de una cosa a otra, quedándonos únicamente en lo superficial. ¿Por qué creemos que existe esa obsesión de los gurús de la comunicación política por tweets tan simples como tontos, y el uso de videos de 15 segundos para simplificar cuestiones complejas, que necesitan de explicación y matices? De qué nos extrañamos si luego nos colonizan los populismos extremos y votamos a líderes que si les prestáramos atención nos darían vergüenza ajena por su nula preparación. El acoso laboral crece como una pandemia debido a esa necesidad de sobreproducción y de pasar de una tarea a otra, sin realmente profundizar en nada. Se quieren resultados, no que algo se haga bien. Más no siempre es mejor, cantidad no implica calidad, no en el sexo, no en el amor, no en el ocio, y desde luego no en el trabajo, pero ese parece ser el criterio de valoración actual.

El filósofo surcoreano defiende que los logros culturales de la humanidad, a los que pertenece la filosofía, se deben a una atención profunda y contemplativa

El filósofo surcoreano defiende que los logros culturales de la humanidad, a los que pertenece la filosofía, se deben a una atención profunda y contemplativa. La cultura requiere de un entorno en el que sea posible una atención profunda. Esta atención es reemplazada progresivamente por una forma de atención por completo distinta, la hiperatención. Qué es lo que ocurre con este tipo de atención; cambiamos continuamente el foco, alterando las fuentes de información y los procesos, porque nos han enseñado que lo correcto es evitar el hastío. Lo triste es que sin el aburrimiento no existiría la creación cultural, y si se nos permite la hipérbole, tampoco una sociedad civilizada. Si no nos da tiempo por la necesidad de cambiar continuamente de foco, a aburrirnos, tampoco tendremos necesidad de crear nuevas experiencias, nuevas maneras de crear, explorar en profundidad nuevas perspectivas. La hiperactividad exigida lleva a la desatención, y ésta nos lleva al desasosiego: Nunca ha sido (la vida) tan efímera como ahora. Pero no solo esta es efímera, sino que lo es el mundo en cuanto tal. Nada es constante y duradero. Ante esta falta de ser surgen el nerviosismo y la intranquilidad, diagnostica Byung-Chul Han.

No comprendemos el mundo, ni a los demás,  porque somos incapaces de comprendernos a nosotros mismos, ni centrarnos en nuestras propias necesidades, percepciones, deseos, anhelos, voluntades

En su obra La condición humana, pesimista sobre el destino del ser humano aciagamente condenado y encadenado a un trabajo con poco o nulo sentido, Hannah Arendt nos recuerda las sabias palabras de Catón, inconcebibles en el acelerado, hiperactivo, positivista y multitareas mundo de hoy día: Nunca está nadie más activo que cuando no hace nada, nunca está menos solo que cuando está consigo mismo. La pérdida de concentración en una única tarea, de contemplación de un solo instante, de mirar a una sola cosa o persona durante más de un minuto, no solo afecta a nuestra profunda comprensión del mundo, sino que ese mal hábito impide el contacto con la realidad de la persona más importante del mundo, nosotros mismos. No comprendemos el mundo, ni a los demás,  porque somos incapaces de comprendernos a nosotros mismos, ni centrarnos en nuestras propias necesidades, percepciones, deseos, anhelos, voluntades. No nos extrañe pues la histeria y el nerviosismo de un mundo contemporáneo, que al no pararse a reflexionar ni a contemplar en profundidad nada, no sabe a dónde dirigirse, ni para qué. Vivimos en una sociedad cansada. Todo se acelera, todo se desvirtúa, pues no prestamos atención, ni lo que es más importante,  ponemos la requerida pausa, a nada, sea el consumo que realmente necesitamos, sea el arte, sea la política,  sea el trabajo, sea la amistad, sea el amor, sea el sexo o sea el último libro que estamos leyendo (si aún leemos), la última película, la última serie. Cansados, hastiados, desconcertados, resbalamos por el vértigo posmoderno, incapaces de contagiar una esperanzadora sonrisa, ni saborear una amarga lágrima, pues no tenemos tiempo para ello.

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”