El monte se quema porque ha dejado de ser bosque y se ha convertido en boscoso

Más yesca en nuestros montes

Ciudadanía - Gabriel Pozo Felguera - Jueves, 21 de Julio de 2022
¿Por qué antes no había tantos incendios como ahora? A esta pregunta trata de responder en este magnífico artículo, que te recomendamos, Gabriel Pozo Felguera.
Comparación de cómo ha evolucionado el bosque en la zona de las Mimbres (Sierra de Huétor) desde 1958 a 2001.
A. CASTILLO/J.G. CORDERO
Comparación de cómo ha evolucionado el bosque en la zona de las Mimbres (Sierra de Huétor) desde 1958 a 2001.
  • En los últimos 80 años se han incrementado notablemente las zonas boscosas de los montes públicos de Granada

  • La merma de pastoreo, no recogida de leñas muertas, sin limpieza invernal y el cambio climático han multiplicado los riesgos de incendios

El monte se quema porque ha dejado de ser bosque y se ha convertido en boscoso.

He tirado de archivos históricos y hemerotecas en busca de noticias de incendios veraniegos: no he encontrado ninguna. En cambio, en lo que llevamos de año 2022, en España ya han ardido más de 190.000 hectáreas de zonas arboladas. Lo nunca quemado. Y vamos camino del récord. (En Granada sólo ha habido el del Sacromonte. Toquemos madera para que no nos caigan más chinas).

Cerro de San Miguel en 1958 (derecha) y cómo estaba en 2001. Recientemente se han quemado buena parte de los pinares.

 ¿Por qué antes no había tantos incendios como ahora? Al menos tantos fuegos de arbolado, porque sí solía haberlos de trigales y cebadales. La respuesta más simple es porque no existía tanto bosque ni tanta zona boscosa como ahora. Al menos si nos referimos a los montes públicos

Resulta de Perogrullo: sólo puede arder el árbol o matorral que existe. En los campos de Valdepeñas jamás habrá un incendio, todo son vides verdes. ¿Por qué antes no había tantos incendios como ahora? Al menos tantos fuegos de arbolado, porque sí solía haberlos de trigales y cebadales. La respuesta más simple es porque no existía tanto bosque ni tanta zona boscosa como ahora. Al menos si nos referimos a los montes públicos.

Hasta mediados del siglo XIX existieron en España grandes superficies arboladas, de generación natural y de origen centenario. Es decir, grandes encinares, pinares autóctonos y matorrales. En su mayoría pertenecieron al común de los municipios, que usaban de ellos para sus pequeñas industrias, recogida de leñas para hogares y carboneo. La población estaba muy diseminada, vivía muy pegada a la tierra. Además, existía una extensísima cabaña ganadera que pastaba y limpiaba los montes. De aquella época procede el dicho de “los incendios se apagan en invierno”. De la acción del pastoreo y también de las campañas de empleo público que organizaban el ICONA y los ayuntamientos con el antiguo empleo comunitario.

Voy a poner el ejemplo de la Sierra de Huétor (de extensión no coincidente con el actual Parque Natural del mismo nombre). En el Catastro del Marqués de la Ensenada figuran varias decenas de carboneros, caleros, gorrineros, pastores y labradores viviendo de su extensa zona montañosa; aproximadamente un tercio de la población del municipio de Huétor Santillán estaba censada, y viviendo, en más las cuatro aldeas y una treintena de cortijadas (Prado Negro, La Solana, El Molinillo, Correa, Carbonales, El Pozuelo, El Chorrillo…) La gente vivía en el campo y del campo.

Los tocones y leñas muertas se cotizaban muy bien para alimentar los abundantes hornos de cerámica de Granada; Manuel Rubio Sánchez, el santo del Molinillo, contaba que toda su juventud la pasó acopiando montones de leña junto a los caminos para venderla a los camiones de la Azulejera

Los grandes territorios comunales fueron cayendo poco a poco (finales del XIX, principios del XX) en manos de burgueses y absentistas, como consecuencia de las desamortizaciones de 1836 y 1855. Aparecieron las grandes fincas privadas. Ya para entonces también habían empezado a escasear los encinares y bosques autóctonos como consecuencia del excesivo pastoreo y carboneo. Los tocones y leñas muertas se cotizaban muy bien para alimentar los abundantes hornos de cerámica de Granada; Manuel Rubio Sánchez, el santo del Molinillo, contaba que toda su juventud la pasó acopiando montones de leña junto a los caminos para venderla a los camiones de la Azulejera.

Al primer tercio del siglo XX, la Sierra de Huétor (como la mayoría de montes públicos de Granada), llegaron muy clareadas, apenas sobrevivían masas boscosas de importancia. Durante la guerra civil de 1936-39 estaban tan claros estos montes que los bandos enfrentados se parapetaron en trincheras y casamatas que levantaron esos años. No había arbolado tras el que esconderse; se veían unos a otros desde sus apostaderos y se dedicaban a pegarse tiros.

Monte de los Peñoncillos-trincheras nacionales de los Atajuelos, en 1958, tomada desde las trincheras republicanas del Cerro del Colmenar. A. CASTILLO.
Zona cerrada de pinar en los Peñoncillos, imposible de ver la A-92 y las trincheras. J. G. CORDERO.

En la clasificación general de montes públicos de 1859 hecha para Granada, la superficie ascendía a 150.668 hectáreas. En 1931, al comenzar la II República, se habían reducido en un 20%. A partir de 1931 empezaron tímidas campañas de repoblación, que se convirtieron en sistemáticas a partir del franquismo inicial. El principal motivo fue dar empleo a la hambrienta población de posguerra, pero también se pensó en motivos de restauración de suelos y producción de madera autóctona. Comenzaron las repoblaciones masivas con pinos foráneos de rápido crecimiento.

Desde 1940 hasta el comienzo del siglo XXI han sido repobladas extensas zonas de montes públicos de la provincia de Granada

Desde 1940 hasta el comienzo del siglo XXI han sido repobladas extensas zonas de montes públicos de la provincia de Granada. El paisaje ha cambiado notablemente: se ha pasado de zona de pastoreo o agricultura de montaña a cerrados bosques de coníferas. Recuerdo un lugar muy conocido por todos, los llanos del Puerto de la Mora; esta zona, a unos 1.350 metros de altitud, siempre era aprovechada para sembrar garbanzos. Hoy la puebla un cerrado bosque de cedros, abetos y pinares que flanquea la autovía de Andalucía.

Las fotografías tomadas en la década de los años cincuenta del pasado siglo muestran la mayoría de nuestras sierras completamente despejadas de arbolado. A lo sumo, ya se ven con paratas o bancales escalonados por los primeros tractores de cadenas y con plantones de pinares jóvenes.

Monte de La Calahorra. Arriba, en 1958 y debajo en 2001. A. CASTILLO/J. G. CORDERO

En poco más de sesenta años han crecido bosques de pinos de enorme porte. En algunos casos alternan con manchas de encinar o quejigos autóctonos. Las tesis ahora pasan por ir talando pinar y facilitar el crecimiento de encinas que los sustituyan de manera espontánea.

La provincia de Granada tiene una superficie de 1.253.100 hectáreas; alrededor de un 60% (724.800 hectáreas) se dedican a zonas forestales. De ellas, 272.000 la ocupan masas arboladas tupidas (más del doble que las 134.500 alcanzadas en el año 1933). Dos de cada tres árboles de esas masas son pinares de alta combustión debido su resina; uno de cada seis árboles son encinas. El resto son chopos u otras plantas de ribera.

Los bosques públicos, en buena parte convertidos en parques naturales en 1989, han visto desaparecer el ganado que cada año limpiaba el monte bajo. También ha dejado de haber dinero para la limpieza invernal de los bosques

Los bosques públicos, en buena parte convertidos en parques naturales en 1989, han visto desaparecer el ganado que cada año limpiaba el monte bajo. También ha dejado de haber dinero para la limpieza invernal de los bosques. Cada vez hay más materia muerta en ellos y se están espesando más, especialmente en las zonas de difícil acceso. Ha habido tesis que defendían no retirar las leñas muertas con destino a biocombustible; en primer lugar, por su carestía en la extracción, y en segundo, porque los pinos muertos en descomposición acaban convirtiéndose en materia orgánica para abonar el suelo. La teoría es perfecta, pero no se cumple a rajatabla en zonas predesérticas como en la que nos encontramos. En el caso de la Sierra de Huétor, se ha pasado de contar algo más de 11.000 cabezas de caprino, ovino, vacuno y cerda pastando por unas 17.000 hectáreas (censo ganadero de 1950), a contar sólo con 1.915 autorizaciones de animales (PORN de 2022 en fase de aprobación). Y descendiendo.

El resultado ha sido que en las cinco últimas décadas se ha incrementado de manera natural la masa boscosa en nuestros montes públicos. A lo que hay que sumar el crecimiento del sotobosque por abandono. En las tres últimas décadas, con los montes convertidos en yesca, han empezado a registrarse los grandes incendios. Incontrolables en muchos casos. No paran de arder hasta que no agotan el combustible, llegan a un río o a una barrera natural. El primer gran aviso ya se registró en esta Sierra de Huétor hace veinte años, con la combustión de unas 8.000 hectáreas y que sólo se apagó hasta topar con la A-92.

Quizás la explicación se encuentre en el sistema que han utilizado lo vecinos de Tocón de Quéntar a lo largo de su historia: porque el monte era suyo, vivían de entresacar su madera, de alimentar a su ganado, criar resina y abejas

Me pregunto por qué en los montes comunales se registran pocos incendios. Y los que se dan no adquieren grandes proporciones. Quizás la explicación se encuentre en el sistema que han utilizado lo vecinos de Tocón de Quéntar a lo largo de su historia: porque el monte era suyo, vivían de entresacar su madera, de alimentar a su ganado, criar resina y abejas. Por eso, cuando daban la alarma, todos corrían a apagar las llamas antes de que se expandieran. No tenían que venir helicópteros ni hidroaviones (tampoco existían muchos).

Hoy el sistema de vigilancia y apagado de incendios se ha funcionarizado. Existe poco personal para tanto bosque. Sólo se les contrata para afrontar el peligro veraniego, no para campañas anuales de prevención en épocas frías y lluviosas. Encima, con el cambio climático, cada vez se dan menos lluvias y más periodos secos. He comprobado la climatología de hace noventa años: apenas he encontrado en prensa que se superasen los 37 grados durante dos días seguidos; las temperaturas medias máximas de 1932, de tal semana como la actual, oscilaron entre 32-34 grados. Incluso las mínimas nocturnas bajaron hasta los 12 grados en algunos casos. La temperatura media del mes de julio entre los años 1902-1932 fue de 24,2 grados (este mes está siendo de 31º). Eso no quiere decir que antes no se registraran temperaturas altas y fuera de contexto; por ejemplo, el 5 de agosto de 1940 no se bajó de 33,8 grados por la noche en Granada; y el 18 de marzo de ese mismo año se alcanzaron los 29,2 grados a la sombra. Rarezas en temperaturas siempre ha habido, pero no en oleadas tan largas como las actuales.

Parte meteorológico de hace noventa años. EL DEFENSOR.

Y, por si todo lo anterior de origen natural y administrativo no fuese suficiente, ahora hay que añadir la infinidad de negligencias o piroconductas humanas. Los investigadores de incendios calculan que el 94% de los fuegos tiene origen en la mano del hombre, por acción y omisión.

Los bosques, según la RAE, han sido siempre sitios poblados de árboles y matas. Bien cuidados y respetados, nuestros antepasados han conseguido legárnoslos casi intactos. Pero aquellos bosques los hemos hecho crecer y convertido en parques naturales muy verdes y bonitos, sin apenas uso por el hombre. A lo mejor nos hemos pasado en repoblarlos y los hemos convertido en amontonamientos boscosos, es decir, en una abundancia desordenada de algo, confusión, cuestión intrincada. Que también así lo define el Diccionario de la Lengua.