La hipócrita solidaridad

Una opinión que a nadie agradará

Opinión - Juan I. Pérez - Miércoles, 9 de Septiembre de 2015
Este artículo de opinión está condenado al fracaso. No será retwitteado, ni colgará de muros de Facebook, ni será mencionado. Acabará con el cierre de una interrogación y, antes, con la palabra defraudaremos.
 
Habla de la hipocresía en un mundo solidario en el que nos estremecemos con las tragedias, cuanto más lejanas, más agudo el dolor en el corazón. Nos volcamos con las víctimas inocentes de terremotos, tsunamis, hambrunas, genocidios, guerras; niños de Chernóbil, saharauis (a los que abandonamos miserablemente a su suerte)… Ahora, con los refugiados sirios, con toda la razón. Welcome refugees, dicen las pancartas que colgamos en los balcones y ventanas de nuestras casas y de nuestras bocas. 
 
Sin mirar si quiera la despensa y los dormitorios, ofrecemos nuestras viviendas. Nos alegramos de los ayuntamientos solidarios que antes, incluso, de que se organice la llegada, ya se declaran ciudades refugios, y nos cabreamos con aquellos municipios que se resisten. Hasta se prevé una red de casas refugios adaptadas para los discapacitados. Un acierto, que en todo estamos.
 
Queremos darle una vida mejor, una segunda oportunidad. Y nuestra generosidad nos hace felices.
 
Mientras lo pensamos, una patera con 23 inmigrantes -¿inmigrantes? ¿no son refugiados? ¿no huyen de guerras, dictaduras, pobreza, el hambre?- llega a Motril y en Marruecos, decenas aguardan para saltar la valla que hizo crecer el Gobierno hasta el cielo, plagadas de concertinas. Si lo consiguen, besarán la tierra, y serán ingresados en el superpoblado Centro de Internamiento de Extranjero, cuyo nombre ya asusta.
 
Condenados al top manta -”No gracias, no quiero” ver cedés pirateados- y a la persecución incesante de policías locales. Pero ya están en España, Europa, el nuevo mundo. Solo unos pocos podrán regular su situación. No me preguntes en qué trabajo. Ni en qué se emplean las mujeres y los niños. En Andalucía, afortunadamente, no les falta la atención sanitaria.
 
Los vemos paseando, vagando por carreteras…Hace semanas llegaron a la Costa de Granada los cuerpos sin vida de dos ¿inmigrantes? No hubo minuto de silencio y en la morgue de Motril, con un número identificativo, esperan a que alguien les reclame.
 
También llegan al nuevo mundo otros extranjeros por las puertas traseras de este país. Tampoco son ingenieros, ni médicos, ni letrados. Son personas, como las que vemos cuando nos miramos en el espejo.
 
Como los dos lituanos que perecieron ahogados por la infernal tromba de agua caída sobre Albuñol.  Los dos convivían en un zulo que habilitaron en un colector de aguas, hasta el lunes, sin tránsito de agua. Con ellos, un tercero, ruso, al que se busca con nulas esperanzas. Y una mujer, también extranjera, que se salvó por el azar.
 
Lo contó el martes El Independiente de Granada. Apenas cabían unos colchones. Restos de ropa y comida, salvados por la riada, entre el lodo y el barro.
 
La mujer se salvó porque quedó con alguien y, de paso, trataba de comprar comida. Vivían de lo que podían: una recolección; cargar un camión, de guarda. Lo que sea.
 
Veo la fría imagen captada por Paula V. Martín publicada en El Independiente de la entrada al colector donde vivían y no me imagino cómo se podía vivir allí.
 

Si esta es la entrada, ¿se imaginan en qué condiciones infrahumanas podían vivir? Paula V. Martín

Qué infrahumano.
 
Qué vergüenza. 
 
La desolación absoluta.
 
No tiene alma Europa, retratada en el niño sirio Aylan Kurdi, de 3 años, muerto, boca abajo, en una playa turca. La imagen no fue publicada por muchos medios, aunque la conmoción que causó agitó nuestras conciencias, no hay duda.
 
En otras playas más cercanas, en la costa de Granada, donde probablemente ha paseado, se ha bañado, y sus hijos hacían castillos de arena este verano, yacían los cuerpos sin vida de dos extranjeros y, desgraciadamente, no muy lejos, permanecerá sin vida el desaparecido.
 
Un minuto de silencio de las autoridades a las puertas del Ayuntamiento de Albuñol les recordó. A ellos y al almeriense residente en Los Gualchos, cuya pareja, rota de dolor, allí se encontraba.
Refugiados, inmigrantes, extranjeros del mismo mundo.¿Acaso hay refugiados de primera, de segunda, de tecera...?
 
Y me deja una profunda tristeza, una sensación de fracaso y de impotencia.
 
De vacío.
 
Intento hallar mi alma y no la encuentro.
 
Buscaban una vida mejor.
 
También a ellos les hemos fallado. ¿A cuántos más defraudaremos?