Campaña Inagra contenedor marrón.
Artículo de Opinión por Por Antonio Bernardo Espinosa

'Y Granada se cansó de perseguir el señuelo andalucista'

Política - Antonio Bernardo Espinosa Ramírez. - Miércoles, 8 de Diciembre de 2021
En una reflexión crítica sobre el encaje de Granada en Andalucía, Antonio Bernardo Espinosa saluda la decisión de un grupo de granadinos y granadinas, unidos bajo las siglas de 'Juntos por Granada', de convertirse en partido político y presentarse a próximas elecciones.
Imagen de archivo de la manifestación en defensa de la capitalidad judicial.
Juntos por Granada
Imagen de archivo de la manifestación en defensa de la capitalidad judicial.

Hace unos años circulaba una breve historia por los mentideros de la Junta de Andalucía. Se narraba el día en que la Universidad de Granada protestó porque siendo la que mayor investigación aportaba al global andaluz, no recibía lo que en compensación por sus méritos le correspondía. Aquello parece que alarmó a otras universidades como la de Sevilla y Málaga. La conclusión fue que a la de Sevilla de dieron 100, a la de Málaga 50 y a la de Granada le pusieron una medalla por su larga historia y su enorme contribución al desarrollo andaluz. La historia es cierta y dibuja, con trazo grueso pero paradigmático, la relación de Granada con los poderes autonómicos andaluces.

Lo que diferencia a Granada de otras provincias es su poco peso político en la comunidad, o mejor, su falta de mirada estratégica y su ciega mirada táctica

Granada ha tenido de todo tipo de políticos: gente de raza, luchadora (más de lo que creemos y desgraciadamente en número decreciente), petimetres fiados a su imagen y sus relaciones de partido, acomodados funcionarios, analfabetos funcionales aupados por poderes territoriales, familias poderosas, y en general personas producto de un sistema de equilibrio de poder territorial, heredero del caciquismo, que según vientos, lealtades cambiantes y mayorías provisionales terminaban en puestos institucionales. Lo que diferencia a Granada de otras provincias es su poco peso político en la comunidad, o mejor, su falta de mirada estratégica y su ciega mirada táctica.  

Málaga, por el contrario, es una provincia donde, desde un inicio, la mayor parte de sus políticos (de uno u otro  partido) entendieron que su diferenciación respecto al identitarismo andalucista pasaba por una estrategia común en la que todos iban a una: el modelo de desarrollo se ha basado en optar a espacios institucionales que poco a poco dejaran caer un reguero de inversiones en lo que consideraban el futuro de su provincia: infraestructuras de comunicaciones, turismo, equipamientos culturales, inversiones en I+D+i, tecnología, etc. Hoy el comentario jocoso es “Granada se ha convertido en el barrio histórico de Málaga”. Eso sí, somos los ciudadanos más condecorados del sur de España.

Granada ha jugado a formar parte de la corte de junteros/limosneros/cortesanos donde lo importante era conseguir el reconocimiento y la medalla

Granada, al contrario de Málaga, ha tenido siempre una mirada táctica y no estratégica: a Sevilla se iba a formar parte del poder territorial, a estar presente, a conseguir puestos donde colocar a nuestra gente y de paso, si podemos, conseguir alguna inversión. Granada ha jugado a formar parte de la corte de junteros/limosneros/cortesanos donde lo importante era conseguir el reconocimiento y la medalla. ¡Hemos conseguido una vicepresidencia, nos hemos hecho con una consejería política, hemos colocado a fulano en tal dirección general, estamos representados en la mesa del Parlamento…!, y todos tan panchos y lirondos: ya se podía dar juego a las necesidades de poder y equilibrio territorial (palabra mágica), que se resolvía colocando a determinadas personas en esos puestos institucionales. Mientras tanto tras el consejo de Gobierno, en una letanía inmisericorde para ojos avizores, veían el reguero de pequeñas inversiones para Málaga. Táctica frente a estrategia.

Los localismos fueron proscritos, estigmatizados por catetos y en cierta forma como antidemocráticos; incluso en el paroxismo del señalamiento acusador, estigmatizados como cantonalistas sin pararse a preguntarse la diferencia entre una y otra cuestión

Granada ha pretendido formar parte de un modelo territorial en el que siempre ha salido perdiendo. Como el perro que persigue a una liebre que se esconde bajo tierra, de pronto se para, olfatea y no la encuentra, y cansado ve que ha corrido en un espacio que no era el suyo: ya no le queda más que el consuelo de la caricia del amo. Durante años hubo muchos granadinos que se preguntaban sobre el encaje de Granada en la comunidad autónoma; la respuesta era siempre la misma: se les tildaba de catetos localistas o se les despachaba con el “ahora no toca”. La política española había decidido que todos debíamos contentarnos con el nuevo pensamiento único territorial que pasaban por el identitarismo neonacionalista, y el Sur de España no fue menos: de la noche a la mañana todos nos encontramos con el relato de que Andalucía era una nación y que teníamos un padre de la patria que desconocíamos. Como el perro que persigue la liebre todos habíamos corrido tras el señuelo andaluz, incluso a pesar de ser conscientes de que era un falso reclamo, y nadie protesto porque no tocaba, pero debíamos ser felices con nuestra nueva identidad, teníamos que ser buenos andaluces, hablar como tales, bailar, cantar y ver Canal Sur, que se convirtió en el principal canal de afirmación y transmisión identitaria. Es cierto que algunos protestaron o mostraron su disconformidad, pero en tiempos de bonanza es muy complicado ponerse frente a la corriente y al final al calor de la corte regional (aunque sea de paje), se vive mejor que en el frío exterior. Los localismos fueron proscritos, estigmatizados por catetos y en cierta forma como antidemocráticos; incluso en el paroxismo del señalamiento acusador, estigmatizados como cantonalistas sin pararse a preguntarse la diferencia entre una y otra cuestión. Mientras tanto la espiral de silencio crecía: nadie hablaba por temor a ser acusado, señalado.

El hecho de que un grupo de granadinos, aunados en torno a las siglas Juntos por Granada haya mostrado su deseo de presentarse a unas próximas elecciones no debe verse como un localismo trasnochado como leo por ahí, ni como el “quejío” eterno del granadinismo añejo, deberíamos saludar su presencia como un grupo de ciudadanos que han dado la patada al tablero y señalado que en el juego se estaba haciendo trampa

Y es hoy, en la España donde los identitarismos (de todo tipo y no sólo nacionalistas, como muestra la nueva izquierda), están poniendo las desnudeces políticas al descubierto,  cuando descubrimos que hay españoles de primera y de segunda (y aún de tercera). La España silenciada empieza a levantar la voz y surgen movimientos políticos locales que nada tienen que ver con localismos cerrados, sino que son respuesta a una estructura política que parece sólo responde a aquellos identitarismos-fuerza que chantajean a los diversos gobiernos como son los casos del nacionalismo catalán y vasco. Ante esta situación vuelve a escucharse de manera monótona y repetitiva, como mantra un mantra tibetano que se clava en el pensamiento, la idea del federalismo. Sinrazón de sinrazones leemos en el Eclesiastés (que me disculpen por citar la Biblia), intentar apagar el fuego con más fuego cuando lo que leemos y escuchamos es realmente un grito contra la construcción identitaria.

El hecho de que un grupo de granadinos, aunados en torno a las siglas Juntos por Granada haya mostrado su deseo de presentarse a unas próximas elecciones no debe verse como un localismo trasnochado como leo por ahí, ni como el “quejío” eterno del granadinismo añejo, deberíamos saludar su presencia como un grupo de ciudadanos que han dado la patada al tablero y señalado que en el juego se estaba haciendo trampa. Como los lebreles, se cansaron de perseguir el señuelo falso y no pretenden la caricia del amo. Aprovechemos la oportunidad.

Antonio Bernardo Espinosa Ramírez es profesor universitario.