Car Seat Headrest ensayan un nuevo camino con resultados mediocres

Blog - Un blog para melómanos - Jesús Martínez Sevilla - Miércoles, 13 de Mayo de 2020
Car Seat Headrest – Making a Door Less Open
Portada de 'Making a Door Less Open' de Car Seat Headrest
Portada de 'Making a Door Less Open' de Car Seat Headrest

Hace apenas unas semanas advertía sobre los peligros de crear expectativas poco realistas en torno a un grupo, particularmente un grupo de rock. Pero debo reconocer que yo mismo soy culpable de este pecado: cuando en 2018 descubrí a Car Seat Headrest sentí que el indie rock, género que tenía abandonado, volvía a tener sentido. Esto se debía a una rara combinación: la inmediatez de su música unida a una ambición desmedida en las estructuras de las canciones y en las temáticas de los discos, y unas letras hilarantes y dramáticas a partes iguales. Parecía exactamente el tipo de reinvención que hacía falta para dar un sentido renovado al sonido de The Strokes o Modest Mouse.

¿Qué hicieron después? Regrabar por completo uno de sus primeros discos, Twin Fantasy (2018), con mejores medios y sutiles cambios en las letras que dan una perspectiva distinta y más madura acerca de la tóxica relación que narraba. Todo un acto de myth-making que me dejó embelesado.

Además ellos (y en particular el líder, compositor y único miembro durante los primeros años de existencia del grupo, Will Toledo) daban muestras de ser perfectamente conscientes de esto, y del tipo de cosas que querían hacer con su carrera para resaltar ese aura. Tras muchos años de componer sin parar y subir la música a su página de Bandcamp de apenas unos cientos de seguidores, firmaron con Matador Records y editaron dos discos en menos de siete meses, el segundo de los cuales, Teens of Denial (2016), fue recibido con entusiasmo por la prensa musical. ¿Qué hicieron después? Regrabar por completo uno de sus primeros discos, Twin Fantasy (2018), con mejores medios y sutiles cambios en las letras que dan una perspectiva distinta y más madura acerca de la tóxica relación que narraba. Todo un acto de myth-making que me dejó embelesado.

Así pues, esperaba con ansias escuchar este nuevo disco de los de Leesburg, Virginia, y me alegré de saber que, a diferencia de la mayoría de artistas que tenían planeados sus lanzamientos para estos meses, habían decidido mantener las fechas a pesar de la pandemia. Los singles dejaban claro que la dirección esta vez iba a ser distinta: frente al rock guitarrero de sonido sucio que habían perfeccionado hasta ahora, estas nuevas canciones estaban construidas sobre bases electrónicas. Una decisión que, de entrada, podía salir muy bien o muy mal: desde que Radiohead se sacaran de la manga el giro de 180 grados más exitoso de la historia reciente de la música popular con Kid A, “el disco electrónico de un grupo de rock” se ha convertido en un género en sí mismo, hasta el punto de ser un tópico. Y un tópico es lo contrario de lo que el guion dice que tiene que ser ese “disco electrónico”: algo aventurado y diferente, una muestra de que al grupo le da igual arriesgarse a perder a sus fans de siempre porque lo que quieren es experimentar y crear arte sin restricciones.

Más bien se debe a que buena parte de las cualidades que antes elogiaba están desaparecidas en este álbum. Si empezamos por su característica más singular, la ambición y complejidad de su música, no encontramos nada tan estimulante conceptualmente como en otros trabajos

Pese a ello, es una estrategia que ha funcionado ocasionalmente (22, A Million de Bon Iver es un disco notable), por lo que cabía mantener la esperanza. Y hay que decir que no es exactamente esta la razón por la que Making a Door Less Open es una profunda decepción. Más bien se debe a que buena parte de las cualidades que antes elogiaba están desaparecidas en este álbum. Si empezamos por su característica más singular, la ambición y complejidad de su música, no encontramos nada tan estimulante conceptualmente como en otros trabajos. Si hay un hilo conductor del disco, sería la fragmentación y la falta de completitud. De esto hablan, según ha dicho Will, varias de las canciones; pero no lo hacen de una manera interesante. No dicen nada sobre su propia incompletitud: simplemente parecen incompletas. Sin duda esto está relacionado con el proceso de grabación y los objetivos que perseguía Will, que ha explicado en una carta en su página de Bandcamp titulada “Newness and Strangeness” (“Novedad y extrañeza”):

“Quería crear algo que fuera diferente de mis discos anteriores, y me resultó difícil averiguar cómo hacerlo. Me di cuenta de que debido a que mi forma de escuchar música había cambiado, mi manera de componer música también tenía que cambiar. Estaba escuchando cada vez menos álbumes y más canciones sueltas, canciones de todo tipo, encontrando cada pocos días una nueva que parecía tener una energía especial. Pensé que si podía hacer un álbum lleno de canciones que tuvieran esa energía especial, cada una única y diferente en su visión, eso estaría bien”.

Suena bien sobre el papel, ¿verdad? Por desgracia, no es lo que ha pasado. La impresión que deja el disco es que está deslavazado y falto de dirección. ¿Cómo casar el magnífico inicio que es “Weightlifters” (“¡el disco electrónico puede funcionar!”, pensé) con algo tan absurdo, molesto e indigno de ser llamado canción como “Hymn (Remix)”? El propio Will ha reconocido, no solo que la razón de ser de este remix es que la canción original no encajaba para nada en el disco… ¡sino que la original “apenas era una canción”! Y a pesar de ello, ha incluido esa original en la edición en vinilo del disco. Porque resulta que además el disco tiene tres versiones: la digital, la de CD y la de vinilo. Tanta indecisión, junto con el larguísimo proceso de grabación, parece indicar que este proyecto en ningún momento ha tenido suficiente cohesión o coherencia interna.

Un hombre al que se le caían los estribillos de las manos, con canciones que incluían tres y hasta cuatro ganchos adictivos, de repente parece incapaz de componer uno memorable, o de usarlos de forma lógica (el mejor “estribillo” del disco es el de “Martin”, ¡y solo suena una vez!)

Lo cual, por supuesto, puede compensarse al menos en parte con grandes canciones. Esta era la otra gran virtud de la música de Will Toledo: tanto sus temas rápidos de tres minutos como sus odiseas de dieciséis estaban cargadas de melodías imborrables que se te grababan a fuego a la primera escucha. Es difícil encontrar momentos así en este álbum. Un hombre al que se le caían los estribillos de las manos, con canciones que incluían tres y hasta cuatro ganchos adictivos, de repente parece incapaz de componer uno memorable, o de usarlos de forma lógica (el mejor “estribillo” del disco es el de “Martin”, ¡y solo suena una vez!). Así, se alternan buenas canciones como la minimalista “Can’t Cool Me Down” con temas tan planos como “Deadlines (Hostile)”, cuyo estribillo aburre y (¡ay!) se queda en puro tópico alt-rock. O, por poner otro ejemplo, el espléndido y épico arena rock de “Life Worth Missing” (cuya extraña estructura funciona pese a la falta, nuevamente, de estribillos) convive en este disco con la desagradable e hiper-comprimida “Hollywood”, que no se sabe exactamente qué intenta parodiar, pero lo hace fatal.

El álbum está plagado de momentos inexplicables: los susurros de Will y los gritos del batería, Andrew Katz, en “Hollywood”; buena parte del instrumental de “Deadlines (Thoughtful)”, con mención especial para los irritantes sonidos de computadora del estribillo; el desperdicio de acabar así “Famous”, que arranca maravillosamente y descarrila por completo al cabo de minuto y medio. Esto hace difícil apreciar incluso pequeños momentos de belleza que acaban pareciendo fuera de lugar: la voz del guitarrista Ethan Ives entona dulcemente la triste y paranoica “What’s With You Lately”, pero ¿a qué viene una canción acústica de minuto y medio en medio de este tracklist? Por contra, la canción más larga del disco, “There Must Be More Than Blood”, aunque cuenta una potente historia de abandono familiar, resulta monótona, especialmente en comparación con cortes mucho más largos pero más dinámicos de discos anteriores.

Es evidente que Will Toledo y Car Seat Headrest han trabajado mucho en este disco, y que han puesto mucho empeño en intentar cambiar la dirección de su sonido, pero los resultados son más bien mediocres

En conclusión, es evidente que Will Toledo y Car Seat Headrest han trabajado mucho en este disco, y que han puesto mucho empeño en intentar cambiar la dirección de su sonido, pero los resultados son más bien mediocres. No queda más remedio que reconocer que el grupo ha dado un paso en falso, intentando abrir camino por terreno pantanoso, usando herramientas que no encajan con sus virtudes y talentos (que son muchos). Esperemos que a partir de ahora, Will pueda dejar de obsesionarse con “hacer algo diferente” y recupere la fluidez de su producción (recordemos que este hombre editó cuatro discos en un año) y que, suene a lo que suene, el próximo disco vuelva a reflejar su inmensa ambición y talento compositivo.

Puntuación: 5.2/10

Si quieres escuchar el disco pincha en:

Imagen de Jesús Martínez Sevilla

(Osuna, 1992) Ursaonense de nacimiento, granaíno de toda la vida. Doctor por la Universidad de Granada, estudia la salud mental desde perspectivas despatologizadoras y transformadoras. Aficionado a la música desde la adolescencia, siempre está investigando nuevos grupos y sonidos. Contacto: jesus.martinez.sevilla@gmail.com