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Cuenca y los Mitos de Cthulhu

Blog - Alejandro V. García - Alejandro V. García - Jueves, 16 de Junio de 2016

La ciudad encantada de (Paco) Cuenca arrastra aún muchos estorbos heredados del régimen de Torres Hurtado, unos evidentes y otros invisibles. Los primeros están dispersos a tontilocas por la ciudad, las concejalías y las dependencias municipales, y los segundos aguardan como dragones dormidos en armarios, arcones y gavetas a que alguien los despierte para lanzar su dentellada mortal. Cuenca, desde que logró la alcaldía, anda por los despachos removiendo papeles y telerañas con las agallas de un Príncipe Valiente que sabe que su osadía es también su fatalidad: a medida que descubra enredos y maquinaciones antiguas estará, como se suele decir, cavando su propia fosa o, al menos, haciendo más esponjosa la tierra. Harán falta años y paciencia para destapar y luego para neutralizar todos los venenos colocados por sus antecesores como si fueran trampas para cazar roedores. ¡Hasta la juez ha tenido que ampliar otro mes el secreto sumarial para poder hacerse una idea de las argucias empleadas por unos y otros en el área de Urbanismo!

Pero como no me gusta agobiar con enredos tenebrosos el empeño de Cuenca y los Siete Indómitos (parece el nombre de un conjunto musical ligeramente punk o ingenuamente pop) hablaré de una parte de herencia evidente (quizá la más evidente de todas) y, aún más, aportaré una solución.

Pepe Torres no se ha ido: aguarda embozado en terracota, hierro o marmolina, vigilante y ansioso. Sus trece años de gobierno, por más que tratemos de encerrarlos en el subconciente, siguen vivos, simbolizados en el conjunto de estatuas que el alcalde y sus conmilitones diseminaron la ciudad para representar sus lóbregas preferencias estéticas. A pesar de que la convivencia con el terror acaba moderando sus efectos, a mí, que vivo en un pueblo y visito la ciudad con la cautela de un extranjero medroso, me sigue aterrorizando como el primer día la ominosa galería de esculturas colocadas estratégicamente y patrocinadas -¡claro!- por los constructores agradecidos: los burros apocalípticos, los homúnculos con el sexo dorado, los cantaores de manos sinuosas, las bailaoras traídas del fin de los tiempos o las fuentes hipertróficas.

¿Qué hacemos con semejante muestrario del horror, amigo Paco, cómo inhabilitamos esa parada de monstruos dispersa sin pecar de iconoclastas? A unos íntimos se nos ha ocurrido una idea: no destruir ni secuestrar, claro, para no estimular las maldiciones secretas, pero sí confinarlas a una especie de parque que podríamos localizar en el Triunfo, un lugar espléndido para ese menester, cercado, electrificado y con guardas, para que no escapen por la noche, donde ya conviven las imágenes de fray Leopoldo y de San Juan de Dios. Y con la ventaja añadida de la vecindad con los Mitos de Cthulhu de la Avenida de la Constitución. Todos allí concentrados, como ejemplos rutilantes de esa estética tan cara al PP, para que los turistas más arrojados se internen por sus laberintos de boj y rosas y vivan la conmoción de los parques jurásicos.

Eso sí, un miembro del antiguo equipo de gobierno, el más ilustrado, tendría que ser el gerente honorario.