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El minuto de silencio

Blog - Andres Cárdenas - Andrés Cárdenas - Lunes, 5 de Diciembre de 2016

A veces metes la gamba en cualquier asunto y no sabes cómo reaccionar, te quedas paralizado como si te hubiesen rociado con laca ultrarresistente. Me pasó hace catorce o quince años y me he acordado ahora al encontrarme un viejo regalo que me hicieron en el pueblo protagonista de esta historia. El tiempo que ha pasado y el que piense que allí no van a acordarse de lo que pasó, me permiten contar la anécdota.

Resulta que me invitaron a inaugurar unas jornadas culturales en un municipio andaluz, cuyo nombre no voy a poner por respeto a sus bondadosos habitantes, que con su genuino gesto hicieron que me avergonzara de mí mismo. Tres o cuatro semanas antes del evento, habló conmigo el concejal de Cultura de dicho pueblo, un hombre avezado en edad y en buenas intenciones. Me invitó a pasar el día en el pueblo y luego comer con unos amigos que tenían una casa en el campo. Yo dije en un principio que sí, pero un día antes me entró una pereza enorme. Tenía claro que debía ir a la inauguración, que era a las siete de la tarde, pero no me apetecía pasar todo el día en el pueblo y luego comer con unos desconocidos. Así que esa misma mañana, me inventé una excusa. Debía ser un pretexto solvente y repentino para que me creyeran. Le dije al concejal que había muerto un tío mío y que debía viajar a Bailén para ir al entierro, por lo que no podía estar en su pueblo por la mañana. Le tranquilicé diciéndole que llegaría para las siete de la tarde, que era la inauguración de la Semana Cultural.   

Efectivamente. A las siete menos cuarto estaba yo como un clavo en la Casa de Cultura para la inauguración. El concejal me saludó muy afectuosamente y me dio el pésame por lo de mi tío. Cuando comenzó el acto, en el estrado estábamos el concejal y yo. El local estaba a rebosar. Al menos doscientas personas. El concejal se levantó y dirigiéndose al auditorio, dijo:

-Señores y señoras, antes de comenzar el acto, levantémonos y guardemos un minuto de silencio por el alma de un tío del conferenciante, que esta mañana ha sido enterrado.

Todos los asistentes se pusieron de pie y respetuosamente guardaron el minuto de silencio. Yo me avergoncé tanto del resultado de mi mentira que bajé la cabeza para no ver aquella escena que me apuñalaba mi conciencia desalmada. Cuando terminó el minuto de silencio, el concejal, a modo de presentación, comenzó a leer un elogioso texto sobre mí. Alababa mi manera de ser y dijo que yo era un magnífico profesional y una buena persona. Sin embargo, cuanto más hablaba aquel buen hombre, más intruso me sentía en mi propia biografía. Tuve la sensación de que todo lo que decía sobre mí también era otra mentira.