'Mirar la vida con inocencia'

Blog - El ojo distraído - Jesús Toral - Viernes, 9 de Abril de 2021
Un día cualquiera, en Puerta Real.
María de la Cruz/Archivo
Un día cualquiera, en Puerta Real.

Hoy quiero hacer un experimento vivencial: voy a tratar de no enfadarme en todo el día o al menos reducir las discusiones habituales para ver si es posible conseguirlo y si al final de la jornada estoy mejor. Me despierto temprano porque tengo que llevar a los niños al colegio antes de ir a trabajar. El mayor está embelesado con la televisión y no desayuna; aunque me molesta, decido no echarle la bronca como es habitual, cambio de táctica: me siento junto a él y le pido que mantengamos una conversación sobre sus amigos mientras se toma la leche. Así consigo que la acabe antes y mientras despierto a su hermana le pido que se vista antes de volver a ver el televisor. La pequeña abre los ojos y empieza a llorar, no quiere que la vista y patalea. Estoy a punto de enfadarme mucho, lo noto y me fijo en una imagen de la noche anterior, cuando se acostó, me dio un beso y me sonrió y recuerdo que es la misma persona, así que la abrazo y le doy besos hasta que se calma. Procedo a vestirla y cuando se sienta en el sofá le doy un biberón. Llevo a los niños al colegio antes que otros días y mi humor no se ha agriado como casi todas las mañanas por pensar que me retraso, porque los pequeños no hacen lo que les pido o porque no me da tiempo de prepararme para ir al trabajo. Primera prueba conseguida.

Hoy quiero hacer un experimento vivencial: voy a tratar de no enfadarme en todo el día o al menos reducir las discusiones habituales para ver si es posible conseguirlo y si al final de la jornada estoy mejor

Me subo al coche sabiendo que voy a encontrarme un atasco muy probable en el camino y sopeso la idea de probar por otra carretera, aunque soy consciente de que puedo no librarme de las retenciones tampoco por allí. Aun así, la cojo y compruebo que hay bastante tráfico, pero los coches no van parados, así que llego antes que ningún día.

Al caminar desde el vehículo a la empresa me doy cuenta de que estamos en primavera y de que las flores empiezan a brotar en los jardines y eso contribuye a dibujarme una sonrisa porque recuerdo que falta menos para el verano y con él vendrán las vacaciones. Entro en la oficina y el jefe me llama a su despacho. Allí me echa una bronca de campeonato: dice que no estoy a la altura en las últimas semanas, que tengo que esmerarme porque mi puesto de trabajo está en peligro. Intento explicarme, pero no hay posibilidad, cualquier palabra que sale de mi boca es interpretada por él como una justificación estúpida y sin sentido, así que opto por callarme y tragarme la bronca. Me dice que estoy a prueba y que salga a dar todo de mí y me invade una sensación de agobio y de terror por lo que pudiera venírseme encima.

No puedo negar que sigo atemorizado y un poco enfadado por no haber podido explicarme ante el jefe, pero si lo comparo con mi reacción ante la última bronca que me echó hace unos meses, estoy mucho más tranquilo

Cualquier otra mañana me habría hundido después de la charleta y ya no habría levantado cabeza en las siguientes horas, pero hoy estoy decidido a intentar reducir todos los momentos de estrés, así que pienso con más objetividad en lo que me ha dicho, separo aquello de lo que realmente soy responsable de lo inevitable, eso que me ha achacado sin motivo, y me percato de que tampoco es tan grave, que es factible solucionarlo. Desvío mi atención hacia la foto de mis hijos colocada junto al ordenador y me río de la graciosa carita que pone el niño cuando come algo que no le gusta. Después, me dispongo a trabajar. No puedo negar que sigo atemorizado y un poco enfadado por no haber podido explicarme ante el jefe, pero si lo comparo con mi reacción ante la última bronca que me echó hace unos meses, estoy mucho más tranquilo.

Estoy a punto de saltar, pero recuerdo mi promesa de no alterarme y pienso que yo no sería capaz de dedicar mi vida a adular a las autoridades solo para lograr un ascenso, así que me calmo y me callo

Han fichado a un nuevo compañero joven, sobrino de uno de los socios, que se pasa el tiempo tratando de contentar a la empresa, dedica más su tiempo libre a labores para las que no ha sido contratado que a sus propias funciones, como organizar los ficheros, arreglar bombillas o hacer recados personales al jefe. En seis meses que lleva ya ha logrado que no se cuestione lo que hace, pese a que apenas alcanza a terminar la mitad del trabajo que el resto. Siempre llega media hora antes que los demás y hoy, a media mañana sale del despacho principal acompañado del jefe, quien nos dice a todos que tenemos que seguir su ejemplo, que lo van a ascender y que deberíamos fijarnos en todo lo que hace. Me lleno de furia y de impotencia por saber que no es justo que alguien que finge trabajar consiga engañarle de una manera tan sencilla. Estoy a punto de saltar, pero recuerdo mi promesa de no alterarme y pienso que yo no sería capaz de dedicar mi vida a adular a las autoridades solo para lograr un ascenso, así que me calmo y me callo. Seguramente, de haberlo hecho habría levantado aún más la ira del jefe y eso me habría complicado la jornada laboral e incluso mi futuro en la empresa.

Por la noche, en la cama, reviso mi día y siento que no ha sido tan malo como el de ayer, que pesan más los momentos agradables, que tengo mucho por lo que agradecer a la vida

Vuelvo a casa contento, porque no siento que me he reprimido sino que he desviado mi atención hacia otros asuntos que me parecen más importantes. Allí, decido olvidarme de lo que no me ha gustado y me centro en jugar con mis hijos, en dedicarles un tiempo del que sé que no me arrepentiré jamás. Mi pequeña se ríe y está encantada cuando la levanto por los aires y yo suelto varias carcajadas mientras la abrazo y me alegro de poder compartir mi vida con unas personitas tan inocentes y amorosas.

Por la noche, en la cama, reviso mi día y siento que no ha sido tan malo como el de ayer, que pesan más los momentos agradables, que tengo mucho por lo que agradecer a la vida y que cualquier problema que surja estoy preparado para afrontarlo porque lo único que he podido cambiar para estar mejor ha sido mi forma de mirar las diferentes situaciones y eso depende exclusivamente de mí: he podido retener la ira sin la sensación de haberme reprimido, he reducido los pensamientos sobre mi jefe, el trabajo, el atasco o incluso el incordio de sentir que mis hijos no actúan tal y como yo quiero y eso ha permitido que fluyan otros más felices que me han colocado en un estado de bienestar, en paz, y que ha completado una jornada más enriquecedora que todas las anteriores, en las que me pasé las horas reaccionando a situaciones que consideraba ataques hacia mí.

Si lo he conseguido un día, tal vez pueda vivir así y evitar mis pensamientos sobre las injusticias, los políticos corruptos, los supuestos enemigos que me salen al paso o los aparentes inconvenientes que se presentan en mi realidad cotidiana. Y entonces, tal vez estaré mejor. No pierdo nada por intentarlo, llevo toda la vida dedicándome a hacer lo contrario, a defenderme del mundo, quizás podría probar a disfrutarlo a partir de ahora.

 

Imagen de Jesús Toral

Nací en Ordizia (Guipúzcoa) porque allí emigraron mis padres desde Andalucía y después de colaborar con periódicos, radios y agencias vascas, me marché a la aventura, a Madrid. Estuve vinculado a revistas de informática y economía antes de aceptar el reto de ser redactor de informativos de Telecinco Granada. Pasé por Tesis y La Odisea del voluntariado, en Canal 2 Andalucía, volví a la capital de la Alhambra para trabajar en Mira Televisión, antes de regresar a Canal Sur Televisión (Andalucía Directo, Tiene arreglo, La Mañana tiene arreglo y A Diario).