No estoy gordo, soy gordo

Blog - El ojo distraído - Jesús Toral - Viernes, 10 de Mayo de 2019

Hace unos días, un familiar me describía su desconsuelo porque tiene pendiente una intervención quirúrgica de cadera y el médico, al evaluarla, no tuvo pudor al no disimular su risa antes de avisarle de que debía adelgazar de cara a la operación. El problema es que, con sus dificultades de movilidad, el ejercicio diario es una quimera y, pese a que controla sus hábitos alimenticios, no es suficiente para reducir peso. Es la pescadilla que se muerde la cola: si no la operan no puede andar bien y si no camina mejor se reducen sus posibilidades de pasar por el hospital. Ella dice que no es que esté gorda sino que es así, desde siempre. Y la actitud jocosa del especialista no le ayuda a mejorar en absoluto.

Aunque en apariencia seguimos caminando hacia la aceptación de las diferencias físicas de cada uno, a la hora de la verdad continuamos venerando la belleza escultural, la delgadez extrema más que lo contrario.

Cualquier profesional estaría de acuerdo con que un busto esquelético es tan insano como uno con obesidad mórbida, sin embargo, nos produce más rechazo todo lo que se acerque a un exceso de kilos.

Desde pequeños nos acostumbramos a excluir a los niños entrados en carnes, nos reímos despectivamente de los mayores y les llamamos "cachalotes", "hipopótamos" o "vacas", hacemos chistes que encontramos divertidos, como que "se acuesta y se cae por los dos lados de la cama", y no reparamos en el sufrimiento que conlleva para muchas de estas personas.

Un amigo que siempre está a dieta, pese a que su estado natural es con unos kilos de más, me cuenta la diferencia que experimenta en sus propias carnes: "Cuando estoy delgado y entro a un bar, no pasa nada, pero cuando me dejo un poco y engordo, las miradas inquisitorias se fijan en mí en cada local al que accedo".

La mayoría de quienes tienen exceso de peso se pasan la vida a dieta, tratando de no comer en público por temor a alguna carcajada peregrina

Mientras que la lucha de las mujeres ha permitido un avance social de este género y ya no es demasiado gracioso meterse con personas con alguna discapacidad, todavía es muy habitual que nos riamos de la gordura. Nos escudamos en el hecho de que conduce a enfermedades y lo vemos como un síntoma de dejadez, de alguien que no se cuida. Y no hay nada más lejos de la realidad. La mayoría de quienes tienen exceso de peso se pasan la vida a dieta, tratando de no comer en público por temor a alguna carcajada peregrina: "Ya está el gordo poniéndose las botas", obligados a justificar que padecen problemas de tiroides o de lo que sea y que su volumen no tiene que ver con la cantidad de comida que ingieren. Los obesos han de enfrentarse al dilema de dónde acudir para encontrar ropa de su talla en una sociedad que coloca en sus escaparates a maniquís con cinturas de avispa cuya moda solo se confecciona para delgados; tienen dificultades adicionales incluso a la hora de encontrar trabajo o sufren acusaciones, a veces infundadas, de su propia familia o el entorno más cercano. Para apoyarlo, nos deleitamos con modelos de talla 38, casi imposibles de alcanzar, que dedican toda su vida a no sobrepasarse ni un gramo para caminar en las pasarelas.

Es como si creyéramos que se lo merecen, por no poder contenerse en la mesa, pero no reparamos en que la constitución de cada uno es diferente y que, con la misma cantidad de alimento, unos engordan el doble que otros. 

Tengo algunos amigos obesos que no sienten complejo por ello, que cada vez que se hacen analíticas reciben buenos resultados de salud, que son ágiles y que llevan una vida normal. La gordura no siempre está conectada con la enfermedad. 

Seguramente tiene mucho que ver con nuestra adicción a juzgar a todo el mundo, como si supusiéramos que el resto debe vivir de acuerdo con nuestro sistema de valores y creencias y que lo contrario es susceptible de ser condenado.

Ya ha comenzado para muchos la operación bikini, más acusada incluso en el caso de la mujer, a la que se le sigue exigiendo aún más perfección física. En realidad, se trata de una gordofobia encubierta en la que todos participamos, hasta el punto de que si en la playa aparece un hombre o una mujer gorditos nos asombramos y apelamos al pudor para acusarles, se lo digamos o no a la cara.

En el mundo, afortunadamente, hay personas de distintos colores, estaturas y dimensiones, hay rubios, pelirrojos y morenos, guapos y feos, calvos y peludos, gordos y delgados, y todos deberíamos tener un hueco sin el temor a ser criticados por no ajustarnos a las medidas o estándares sociales. De hecho, cada uno, con nuestras características propias, somos únicos, distintos al resto, y eso debería enorgullecernos como sociedad variada y completa.

Una cosa es que alguien tenga que adelgazar por salud y, otra muy distinta, que se vea obligado a hacerlo por evitar llamar la atención, por el miedo al rechazo; de hecho, estar delgado no garantiza estar sano, aunque reírse de los demás por el físico sí que es una prueba de falta de educación, de respeto al prójimo. Tendríamos que reflexionar sobre el daño que podemos hacer a alguien antes de optar por despreciarlo sin más.

 
 
Imagen de Jesús Toral

Nací en Ordizia (Guipúzcoa) porque allí emigraron mis padres desde Andalucía y después de colaborar con periódicos, radios y agencias vascas, me marché a la aventura, a Madrid. Estuve vinculado a revistas de informática y economía antes de aceptar el reto de ser redactor de informativos de Telecinco Granada. Pasé por Tesis y La Odisea del voluntariado, en Canal 2 Andalucía, volví a la capital de la Alhambra para trabajar en Mira Televisión, antes de regresar a Canal Sur Televisión (Andalucía Directo, Tiene arreglo, La Mañana tiene arreglo y A Diario).