'Rocío Márquez deconstruye su propia voz'

Hace ya tres años que Rocío Márquez dio un golpe sobre la mesa para situarse definitivamente como la cantaora más apegada a la experimentación de su generación. Tercer Cielo (2022), su excelente disco con el productor jerezano Bronquio, exploró con una profundidad y solvencia inéditas el cruce exacto entre el flamenco y la música electrónica. Las comparaciones con el mítico Omega de Morente y Lagartija Nick no se hicieron esperar y, aunque no digan nada del contenido estrictamente musical del álbum, sí que aciertan al señalar al granadino como un referente para la onubense, por su sempiterna actitud de apertura y exploración. La recepción del disco por parte de la prensa fue inmejorable, consiguiendo el Premio Ruido por encima de más de una decena de candidatos que incluían otro álbum tan admirado como fue el MOTOMAMI de Rosalía. No solo eso, sino que han pasado estos años presentándolo en directo en teatros y festivales, con una puesta en escena hipnótica, elegante y enérgica, y cosechando elogios allá por donde han pasado. Han sido, en fin, uno de los fenómenos musicales más importantes del último lustro.
Rocío cuenta ahora con la madurez artística y personal de estar cerca de la cuarentena y haber hecho este proceso muchas veces: da la sensación de que ha sabido situar todo esto en su lugar correcto y volver al proceso creativo, no desde las ideas preconcebidas, no desde la necesidad de agradar, no desde un intento de alcanzar la perfección, sino desde el deseo y el juego
Tras un éxito así, habría sido de lo más natural sentir una presión y unas expectativas enormes. Para una artista, según su propia valoración, tan vulnerable a estas influencias externas, esto podría haber sido un problema. Sin embargo, Rocío cuenta ahora con la madurez artística y personal de estar cerca de la cuarentena y haber hecho este proceso muchas veces: da la sensación de que ha sabido situar todo esto en su lugar correcto y volver al proceso creativo, no desde las ideas preconcebidas, no desde la necesidad de agradar, no desde un intento de alcanzar la perfección, sino desde el deseo y el juego. En esta ocasión, se ha unido al guitarrista torreño Pedro Rojas Ogáyar, cuya combinación de formación clásica y afán experimental tan bien conecta con la trayectoria de la propia Márquez. En un proceso guiado por la improvisación, estos dos se enfrentaron juntos a sendos duelos para volver a conectar con sus voces creativas y parir este Himno vertical donde, justamente, acaban cuestionando el hecho mismo de que esas voces sean, en sentido estricto, suyas.
De ese inicio casi violentamente íntimo pasamos a un crescendo que culmina en un clímax brutal, donde las distorsiones sintéticas nos hacen pensar que quizás habrá aquí tanta densidad como en el anterior álbum
Esta idea está contenida especialmente en los tres “dictados” que vertebran el disco. En la “obertura”, escuchamos primero unas tímidas notas de guitarra eléctrica y unos murmullos sibilantes y frenéticos, con los que Márquez representa las voces interiores a las que debe dejar paso para poder crear (“Hago un silencio,/me llegan voces:/estoy atenta/desde mi adentro”). De ese inicio casi violentamente íntimo pasamos a un crescendo que culmina en un clímax brutal, donde las distorsiones sintéticas nos hacen pensar que quizás habrá aquí tanta densidad como en el anterior álbum. No es así: estas canciones se basan en general en combinaciones de guitarra clásica y eléctrica, rematadas en ciertos puntos con percusión sutil y algún violonchelo, delatando ese origen en largas improvisaciones entre ellos dos, reconvertidas después en canciones de entre dos y cuatro minutos. Lo que sí se mantiene es la tendencia a jugar con los efectos en la voz, como muestra el segundo dictado: este “interludio” termina con unos luminosos y vigorosos acordes de guitarra y con Rocío aplicando un chorus de lo más intencional al pronunciar los versos “porque hasta hay veces que pienso/que hay alguien dentro de mí/porque hay veces que siento/que dejé de estar aquí/para que otra en mí lugar/decidiera qué decir”.
La deconstrucción de su propia visión como artista culmina en el “finale”, donde reaparecen los bisbiseos mientras la guitarra, la percusión y el chelo crean una atmósfera ominosa y tensa
La deconstrucción de su propia visión como artista culmina en el “finale”, donde reaparecen los bisbiseos mientras la guitarra, la percusión y el chelo crean una atmósfera ominosa y tensa. “No importa que el dictado/no sea significado/con un significante/ni que no esté firmado/ni lo comprenda nadie”, nos repite una y otra vez Márquez, mientras la potencia de la música no deja de aumentar, antes de concluir con una suavidad y una humildad desarmantes: “no importa ni siquiera/que lo comprenda yo”. Este cuestionamiento de la autoría, esta despersonalización de la voz creativa, combinado con el antes mencionado proceso de duelo por la pérdida de una prima muy querida, me trae resonancias de aquel mítico final de To Pimp a Butterfly, de Kendrick Lamar. Allí, el de Compton sostiene una fantasmagórica conversación con el fallecido Tupac Shakur en la que este le explica que la razón por la que a menudo no sabe qué es lo que va a decir cuando se acerca al micro es que, en realidad, rapear es simplemente dejar que los espíritus de sus amigos muertos cuenten historias por ellos. Aunque, de forma más cercana, podría recordar a aquel “voy a parirme a mí misma” de “Droga cara”, una de las mejores canciones de Tercer Cielo.
Y es que Himno vertical está lleno de hilos que lo conectan a la obra anterior de Márquez, desde la misma referencia lírica al “tercer cielo” de “Vuelo – guajira” a la forma de transitar entre el recitado y el cante de la magnífica “Aire – tangos” (cuyo título tan bien dialoga con los tangos del álbum anterior, “Agua”)
Y es que Himno vertical está lleno de hilos que lo conectan a la obra anterior de Márquez, desde la misma referencia lírica al “tercer cielo” de “Vuelo – guajira” a la forma de transitar entre el recitado y el cante de la magnífica “Aire – tangos” (cuyo título tan bien dialoga con los tangos del álbum anterior, “Agua”). Y por supuesto, como ya ocurría en proyectos como Visto en El Jueves o Firmamento, las canciones se acercan a las formas de los palos flamencos, pero a menudo de formas oblicuas: la guajira ya mencionada tiene un aroma country de lo más peculiar, mientras que paradójicamente la malagueña “Ausencia” suena mucho más latina gracias al estilo interpretativo de Márquez y Rojas y a la sutil percusión. Por su parte, “Destino” tarda más de un minuto en tomar forma y, cuando lo hace, empieza siendo la bulería más contenida imaginable, antes de soltarse la melena en sus exuberantes últimos compases, donde deja una de las grandes frases del álbum: “hay flechas que se arrepienten/na' más echan a volar”.
El diálogo entre los preciosos arpegios de guitarra clásica de Rojas y la voz cristalina de Márquez no requiere interpretación alguna: es de una belleza transparente y cautivadora
Más tradicional, dentro del siempre peculiar estilo que aporta Rojas a la guitarra, parece el acercamiento que hacen a la seguiriya en “Arde”, con su potente énfasis rítmico; a la soleá en “Sombra”, con sus atmósferas oscuras y opresivas; y especialmente al fandango en la breve “Apariencia”, tal vez por ser, como buena onubense, el palo más primitivo en la formación flamenca de la cantaora. Y luego está “Palabra – canción”, quizás el tema más lindo y más pop que haya grabado jamás. El diálogo entre los preciosos arpegios de guitarra clásica de Rojas y la voz cristalina de Márquez no requiere interpretación alguna: es de una belleza transparente y cautivadora. Y, aun así, también suma al hilo central del disco con esos últimos versos que se van diluyendo entre el eco: “yo le pido a Dios llorando/que en mí encuentre la palabra/y a ti te la vaya dando”.
De hecho, la gran paradoja que alimenta el álbum es que esa alienación respecto a la propia capacidad creativa que tanto se pone en palabras se expresa a través de la exploración libre con su voz como instrumento, que es el núcleo de la propuesta de Márquez desde siempre y, de forma más explícita, desde que hizo su tesis sobre las posibilidades expresivas de la voz en el flamenco
De hecho, la gran paradoja que alimenta el álbum es que esa alienación respecto a la propia capacidad creativa que tanto se pone en palabras se expresa a través de la exploración libre con su voz como instrumento, que es el núcleo de la propuesta de Márquez desde siempre y, de forma más explícita, desde que hizo su tesis sobre las posibilidades expresivas de la voz en el flamenco. Esta búsqueda de autonomía, además, no se da solo en la música, sino también en el propio formato de edición: se trata de su primer disco autoeditado, en un reflejo más de esa inquietud constante que anima su trabajo. Himno vertical es, en ese sentido, una prolongación perfectamente coherente de su obra, y aunque quizás no esté llamado a dejar el tipo de huella que otros LPs suyos han dejado ya en el flamenco y en la música española, es una muestra simultánea de la maestría artística y del control sobre su propia carrera que tiene una de las grandes voces del presente en nuestro país.
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Puntuación: 7.7/10
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