Sacar el talento oculto

Blog - El ojo distraído - Jesús Toral - Viernes, 13 de Enero de 2017

A veces un pequeño éxito nos conduce directamente al abismo más oscuro. Si no que se lo cuenten a los ludópatas, entre los cuales hay infinidad de casos que comienzan a aficionarse al juego después de ganar dinero fácilmente en una partida. El motivo es que en cuanto obtenemos algo nos asociamos a ese rol de ganador y no nos percatamos de que nuestro camino no tiene por qué dirigirse hacia donde nosotros esperamos. Ahí llega la pérdida, la decepción, la amargura, el sufrimiento, el dolor.

Hace unos días me encontré con un amigo que llevaba varios años en paro y su discurso era un lamento lógico ante la desesperación con la que estaba viviendo la situación. Me contó que había trabajado como portero de un edificio y que la crisis había obligado al bloque a prescindir de sus servicios después de más de 20 años. Claro, lo primero que hizo al quedarse en paro fue comenzar a buscar un empleo de las mismas características que el que había tenido, pero entre que cada vez es menos habitual encontrar comunidades que requieran de estas funciones, que mi amigo tiene más de 45 años y la reducción descomunal producida a causa de la crisis, su objetivo se convirtió en una quimera. A los meses de estar desempleado, empezó a prepararse para trabajos que no solicitaran muchos requisitos, y fue de cursillo en cursillo sin que ninguno le abocara a un destino satisfactorio para él. El otro día me confesó que ya estaba tan harto que incluso buscaba un puesto para limpiar casas, cuidar niños…pero que tampoco nadie quería contar con él. 

Lo que no me explicó, pero yo sí que recordé, porque lo conozco desde hace años, fue que había estado hastiado de su trabajo de portero. Muchos días quedábamos, mientras trabajaba en ese puesto, y se lamentaba de la poca sensibilidad de los vecinos, de que le utilizaran para labores particulares y que no tuvieran en cuenta que vivía con su esposa y dos hijos. Así que le ayudé a hacer memoria de que había llegado a plantearse la marcha de ese empleo en aquel tiempo; al escucharme, sonrió y me respondió: “¡Fíjate! Y ahora estaría deseando volver a pillarlo”.

Ciertamente, no era ése el efecto que yo pretendía al lanzarle este recuerdo, si no que se percatara de que se había liberado de aquello que tanto odiaba. Después le pregunté si seguía dibujando y me contestó que sí, que precisamente eso era lo que le impedía volverse loco. Y es que mi amigo siempre fue un dibujante excepcional, le salía sin esfuerzo. “¿Por qué no te planteas dirigirte hacia ahí: hacer cursos de pintura, tratar de exponer, yo qué sé…?”. Su respuesta no dejaba opción: “Yo necesito un trabajo ya. No puedo soñar con quimeras. Si tuviera 20 años, no te digo yo que no, pero en este punto, me conformaría con tener un sueldo fijo al mes y estar tranquilo con mi familia”.

Y ese “me conformaría” sentenciador es el que vive mi amigo, sin darse cuenta, como una tragedia. Y no sólo él. Mucha gente se pasa la vida lamentándose por lo que no tiene sin mirar hacia su interior y aprovechar el potencial interno. Lo dijo Rabindranath Tagore: “Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas”.

Todos tenemos un talento oculto y la mayoría se empeña en encerrarlo bajo siete candados en un baúl que posteriormente arroja al mar. En ocasiones, está tan profundo que ni siquiera nosotros somos capaces de acceder a él. ¿Y qué es un talento? Es algo natural, en lo que cada uno destacamos y nos hace felices, aquello que hacemos porque nos apasiona, porque nos encanta, y no porque nadie nos lo diga ni porque creamos que tenemos que hacerlo y que lo disfrutamos tanto que no nos sentimos por ello merecedores de ninguna contraprestación, ni económica ni de ningún tipo.

¿Por qué damos más valor a un muy buen médico que a un muy buen modelo de pasarela? Tal vez porque consideramos que su trabajo es más importante, que requiere más sacrificio y más sabiduría, más inteligencia. No obstante, si ambos destacan es porque han explotado ese talento oculto con el que nacieron. Obviamente, una persona que llega a destacar como modelo necesita contar con unas cualidades físicas innatas determinadas: ha de ser alto, guapo, proporcionado…pero también el que consigue sobresalir como médico debe tener una capacidad intelectual mínima, con unas condiciones específicas con las que ha nacido. Y después, ambos tienen que practicar: uno ha de evitar comer en exceso, o ir al gimnasio, o aprender a caminar con distinción; el otro, ha de estudiar y poner el alma en su trabajo. Lo que ambos, muy probablemente, tienen en común es que les apasiona lo que hacen y un día comprendieron que ese talento les podía suponer una forma de ganarse la vida. Y no se achantaron ante las dificultades, porque entendían que levantarse tras una caída era la única manera de salir adelante.

El mundo sería mejor si en el colegio además de enseñar a los niños tanta álgebra y física les ayudáramos a potenciar sus talentos. Claro que la asignatura de música nunca ha contado tanto como la de geografía, pero… ¡Cuántas vidas han salvado una canción! ¡Cuánta felicidad ha sido capaz de transmitir una pieza musical! ¿Qué sería de nosotros sin la música, sin el arte o sin el deporte?

Para acabar la conversación con mi amigo, le animé, a pesar de todo, a potenciar su talento oculto, porque si en 5 años no había encontrado trabajo de nada que le permitiera sobrevivir económicamente, tal vez debía de abrirse a caminos inexplorados hasta entonces.

Samuel L. Jackson antes de los 45 años en que trabajó en Pulp Fiction no había hecho apenas nada en el cine, José Saramago, brillante Nobel ibérico de literatura con 76 años no se estableció como escritor hasta los 60 años…y hay decenas de casos similares, así que la edad nunca puede ser una excusa para buscar nuestro talento oculto y desarrollarnos. Porque la alternativa es dejar que la marea nos arrastre y pasemos el resto de nuestras vidas victimizándonos, sufriendo, culpando a los demás de nuestras elecciones y pensando que nos han tocado unas cartas demasiado mediocres como para aspirar a algo más.

 
Imagen de Jesús Toral

Nací en Ordizia (Guipúzcoa) porque allí emigraron mis padres desde Andalucía y después de colaborar con periódicos, radios y agencias vascas, me marché a la aventura, a Madrid. Estuve vinculado a revistas de informática y economía antes de aceptar el reto de ser redactor de informativos de Telecinco Granada. Pasé por Tesis y La Odisea del voluntariado, en Canal 2 Andalucía, volví a la capital de la Alhambra para trabajar en Mira Televisión, antes de regresar a Canal Sur Televisión (Andalucía Directo, Tiene arreglo, La Mañana tiene arreglo y A Diario).