'Sopor, insomnio, ensueño: facetas de la electrónica en pandemia'

Blog - Un blog para melómanos - Jesús Martínez Sevilla - Miércoles, 3 de Febrero de 2021
Portada de 'Isles', de Bice.
IndeGranada
Portada de 'Isles', de Bice.

La experiencia de escuchar cualquier tipo de música cambia de forma brutal cuando la oyes en directo frente a cuando oyes una grabación. Evidentemente, la invención de métodos que permiten la grabación de sonido ha sido la innovación musical más importante en el último siglo y medio: antes toda música era en vivo. Esto da que pensar: nuestros actuales hábitos de escucha eran simplemente inconcebibles para cualquier ser humano hasta hace doscientos años. Pero bueno, a lo que iba: todos los géneros cambian entre el directo y la grabación, pero se podría argumentar que ningún tipo de música popular cambia más en directo que la música electrónica. La conexión entre el sonido y el baile (por no hablar del consumo de sustancias) es más explícita en esta escena que en ninguna otra. Por eso, el cierre de todos los locales y festivales debido a la pandemia seguramente esté afectando más a este género, tanto cuantitativa como cualitativamente.

Quiero decir con esto que es imposible oír la electrónica del mismo modo ahora que hace un año. Algunas de las experiencias físicas más intensas que he tenido con la música (plantarme ante un muro de altavoces y absorber la vibración de los bajos, bailar en la semioscuridad de una discoteca con cientos de otros cuerpos que se mueven y sudan cerca del mío) son ahora mismo impracticables

Quiero decir con esto que es imposible oír la electrónica del mismo modo ahora que hace un año. Algunas de las experiencias físicas más intensas que he tenido con la música (plantarme ante un muro de altavoces y absorber la vibración de los bajos, bailar en la semioscuridad de una discoteca con cientos de otros cuerpos que se mueven y sudan cerca del mío) son ahora mismo impracticables. Es inevitable que esto tenga un impacto en cómo escuchamos y, por extensión, también en cómo los artistas componen música electrónica. Jazz Monroe ha recopilado algunos testimonios de artistas sobre este curioso efecto. Sin el feedback de la pista de baile, hay una parte de la construcción de la canción que está incompleta. Por tanto, resulta lógico pensar que los artistas de este género estén buscando otras maneras de crear, con otros objetivos en mente.

Uno de los primeros discos que ha hecho algo de ruido este 2021 ha sido Isles, el segundo LP del dúo norirlandés Bicep. No conocía al grupo, pero al leer que su anterior trabajo Bicep (2017) fusionaba dos géneros que me entusiasman como son el house y el garage, me pareció una buena oportunidad de descubrirlos. Además, según declaraciones de Matt McBriar, uno de los integrantes, su enfoque a la hora de hacer el álbum había sido el de crear “la versión para escuchar en casa” de estas composiciones, reservando una mayor intensidad para la vuelta de los directos. Pulsé el play pensando que podía estar ante un disco definitorio de una época, pero la supuesta “euforia” que debía despertarme la música ni asomó la patita. Al contrario: al cabo de dos escuchas, ya me había cansado de unas canciones que parecen más bien carne de lista de reproducción anónima de YouTube.

Hay momentos interesantes en más de un corte: la atmósfera que crean las voces al principio de “Atlas”, la percusión asfixiante del inicio de “Sundial”, los divertidos ritmos del primer minuto de “Cazenove”, algunos ganchos en “Rever”. Pero ninguno de esos sonidos llega a sostener una canción entera: se quedan en pequeños destellos que se desarrollan de manera profesional, pero poco imaginativa. Por no hablar de las canciones que no tienen ni ese elemento que las salve: “X” es irritante, “Lido” es apenas un bosquejo de algo que no pega en absoluto con el resto del disco, y la mayoría de los demás temas simplemente no dejan huella. Esto, en un álbum que dura casi 50 minutos, resulta agotador. En lugar de apostar por darnos descargas de éxtasis con las que echar de menos ese necesario directo, el proyecto de Bicep se queda en tierra de nadie: ni suficientemente rítmico para bailarlo, ni suficientemente sofisticado para escucharlo en el sofá.

Portada de acts of rebellion, de Ela Minus.

Otra estrategia totalmente distinta es la que ha seguido la colombiana afincada en Nueva York Gabriela Jimeno, alias Ela Minus. Su debut en largo, acts of rebellion, lanzado en octubre del año pasado, es una colección de composiciones pop imbuidas de techno que no renuncian a hacernos bailar, pero que exploran también las regiones más oscuras del alma. El single “dominique” habla sobre el insomnio y la depresión, y consigue reflejar el retorcido encanto que nos atrae hacia ese agujero del que es tan difícil salir. Ya cante en inglés, en español o mezclando ambos, la actitud de la colombiana es desafiante, en consonancia con el título del disco: ya sea al señalar a quienes prefieren los grandes gestos románticos al trabajo diario y la atención que sostienen realmente las relaciones (“el cielo no es de nadie”), al interpelar al protagonista de “tony” (“¿No ves que solo tienen miedo?/No seas como ellos/No seas tan moderno/Bailemos como mis abuelos”) o al entonar la arenga política de “megapunk” (“There's no way out but fight/You won't make us stop”).

La propia Minus ya señalaba un año antes de iniciarse la pandemia que su música “cambia mucho de grabada a en vivo”, siendo mucho más limpia y menos “punk” en la versión de estudio, pero la música de acts of rebellion parece perfecta para el momento actual. Sus estribillos y ganchos se insertan en el cerebelo al tiempo que es imposible quedarse quieto mientras escuchas algo como “they told us it was hard, but they were wrong”. Además, los cortes instrumentales, como el cuasi-ambient “let them have the internet”, suponen respiros esenciales en el viaje del álbum. Escuchar este trabajo te hace sentir al mismo tiempo que estás atrapado en tu cuerpo y que el potencial de tu cuerpo es infinito, por lo que es la banda sonora ideal para una noche de insomnio en estos tiempos de semiconfinamiento. Y al mismo tiempo que se disfruta inmensamente como grabación, me hace soñar con un concierto en un sala pequeña y mal iluminada con otras doscientas personas coreando ese adictivo “no quiero dormir hasta que salga el sol”. Sin lugar a dudas, de haberlo escuchado antes de lanzar mi lista de discos del año pasado, habría tenido un lugar de honor.

Imagen del vídeo de It's Okay to Cry, de SOPHIE, en el que salió del armario como trans.

Habría sido fascinante saber cómo iba a adaptar su música a la nueva realidad pandémica la escocesa SOPHIE. Si ha habido alguien que haya innovado en las fronteras de la electrónica y el pop en la última década, esa ha sido ella: en sus primeros singles, la combinación de texturas industriales y distorsionadas con ganchos azucarados abrió una nueva vía para el pop, que después se encargaron de explorar tanto ella como el colectivo PC Music en sus producciones para Charli XCX. Más tarde, su alucinante LP OIL OF EVERY PEARL'S UN-INSIDES (2018), con el que salió del armario como trans, construyó una especie de utopía de plástico y silicona, un lugar donde las limitaciones a la libertad que imponen el cuerpo humano sexuado y la sociedad de consumo implosionaran, fusionando lo superficial y lo profundo, lo que se ve y lo que somos en el fondo. El resultado era pavoroso, brillante y perturbador a partes iguales. Desde entonces, había editado un disco de remixes y había participado en la producción de varios trabajos ajenos, pero no había lanzado música nueva. Sin embargo, el mundo de la música se había empezado a parecer a lo que ella había imaginado: el surgimiento del hyperpop como género habría sido imposible sin sus aportaciones.

En la madrugada del sábado pasado, cuando ya había empezado a escribir este artículo, SOPHIE resbaló y cayó al vacío desde su tejado en Atenas, Grecia, falleciendo esa misma mañana. Tenía 34 años. La pérdida humana es devastadora; la pérdida musical es incalculable. Mientras pensaba qué decir en estas líneas, descubrí que apenas dos días antes del accidente SOPHIE había lanzado un single grabado a mediados de los 2010, “UNISIL”. Al escucharlo me di cuenta de que SOPHIE no necesitaba adaptarse a los nuevos tiempos: su música era intrínsecamente futurista, referida siempre a un no-tiempo y un no-lugar, y por tanto trascendía por completo la dicotomía grabación-directo. Pese a ello, sus espectáculos en directo habían sido también espectaculares e innovadores, y se echarán de menos. Pero en cualquier situación en que se escuche, la música de SOPHIE remite siempre y únicamente a sí misma. Que la tierra le sea leve.

 

Imagen de Jesús Martínez Sevilla

(Osuna, 1992) Ursaonense de nacimiento, granaíno de toda la vida. Doctor por la Universidad de Granada, estudia la salud mental desde perspectivas despatologizadoras y transformadoras. Aficionado a la música desde la adolescencia, siempre está investigando nuevos grupos y sonidos. Contacto: jesus.martinez.sevilla@gmail.com