'Violencia machista'

Blog - Punto de fuga - Cristina Prieto - Jueves, 24 de Noviembre de 2022
Una mujer, con un cartel en la manifestación del 25N del año pasado.
IndeGranada
Una mujer, con un cartel en la manifestación del 25N del año pasado.

Mañana, día 25 de noviembre, volverán a llenarse las calles de pancartas y manifestantes con buenas intenciones para pedir, de nuevo, el fin de la violencia contra las mujeres. Desde hace días, asociaciones, oenegés, instituciones y centros educativos se afanan en preparar actos específicos para cumplir con esta fecha en el calendario. El resto de los 364 días del año, la violencia contra las mujeres pasa a ser una noticia más en los medios y un dígito para cambiar en el conteo de los ministerios.

Erradicar la creencia de que las mujeres somos cuerpos sujetos a la propiedad de los hombres, siempre dispuestos para su disfrute y susceptibles de ser maltratados a voluntad, es el trabajo pendiente para desarrollar con las generaciones más jóvenes

Un total de setenta y ocho mujeres fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas el año pasado y, en el ejercicio actual, aún sin concluir, se han contabilizado ya setenta y seis. Las cifras no parecen bajar y, es evidente, que algo está fallando. La violencia no cesa. Y, a los asesinatos hay que sumar los datos de las que viven bajo la amenaza continua de sus maltratadores. Según los cuerpos policiales, durante el año pasado se registraron 16.986 víctimas de delitos contra la libertad y la intimidad sexual de las que 14.608, el 86%, son mujeres y niñas.

Incluso, en esta fecha tan señalada, hay carteles y actividades en los que los mensajes contienen sólo la palabra violencia, como un término genérico, eliminando la referencia específica que señala a las mujeres y niñas como el objetivo de la misma

Las campañas contra la violencia machista son necesarias, pero la raíz del problema no estriba en convencer a los maltratadores de que no está bien lo que hacen. Erradicar la creencia de que las mujeres somos cuerpos sujetos a la propiedad de los hombres, siempre dispuestos para su disfrute y susceptibles de ser maltratados a voluntad, es el trabajo pendiente para desarrollar con las generaciones más jóvenes. La coeducación ha desaparecido de los centros educativos y ha sido sustituida por unos contenidos que nada tienen que ver con la igualdad. Durante esta semana, el alumnado de muchos centros ha estado preparando actividades contra la violencia que sufren las mujeres pero, incluso, en esta fecha tan señalada, hay carteles y actividades en los que los mensajes contienen sólo la palabra violencia, como un término genérico, eliminando la referencia específica que señala a las mujeres y niñas como el objetivo de la misma. Y no sólo los centros educativos, las propias universidades han diseñado actividades para esta fecha con propuestas como la de Málaga, con una conferencia titulada “El círculo de los cuidados: la comunidad ballroom frente a la violencia de los cuerpos leídos como femeninos”. Lo de la eliminación de la violencia contra las mujeres se les ha olvidado. Quizás no han sabido leer bien.

Las niñas, en sus móviles, reciben continuamente fotografías con contenido sexual enviadas por sus compañeros varones, los requerimientos entre los hombres para realizar ciertas prácticas sexuales con sus parejas que provocan lesiones a las mujeres van en aumento como consecuencia del visionado de pornografía muy violenta

Y, mientras, el consumo de pornografía continúa avanzando y se accede a estos contenidos a edades cada vez más tempranas, en torno a los ocho años. Las niñas, en sus móviles, reciben continuamente fotografías con contenido sexual enviadas por sus compañeros varones, los requerimientos entre los hombres para realizar ciertas prácticas sexuales con sus parejas que provocan lesiones a las mujeres van en aumento como consecuencia del visionado de pornografía muy violenta. Así no avanzamos.

La violencia contra las mujeres tiene muchas formas, institucional, psicológica, física, vicaria, económica, laboral, sexual u obstétrica pero un solo objetivo: dominar, subyugar, dañar y maltratar a más de la mitad de la población por su sexo. Los agresores son conscientes de ello y su conducta no obedece a una casualidad. La socialización masculina basada en el poder, la fuerza, el control y el éxito en todos los campos lleva a los varones a percibir que todo a su alrededor está a su disposición para alcanzar los objetivos soñados y las mujeres entran también en el paquete. Cambiar mentalidades, educar en igualdad y respeto es la clave para conseguir una ciudadanía sana pero vemos cómo los retrocesos se suceden y la erradicación de la violencia contra las mujeres se divisa cada vez más lejana.

La pandemia de la COVID-19, la crisis económica, la subida del desempleo, la pérdida de poder adquisitivo de las familias, la pobreza o el deterioro de la sanidad pública golpea con más virulencia a las mujeres y ello también es violencia

“No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida” decía Simone de Beauvoir. Nada más cierto en estos momentos con las cifras que arrojan los organismos oficiales. La pandemia de la COVID-19, la crisis económica, la subida del desempleo, la pérdida de poder adquisitivo de las familias, la pobreza o el deterioro de la sanidad pública golpea con más virulencia a las mujeres y ello también es violencia.

Desde 2003, 1.171 mujeres han sido asesinadas. Es la cifra de la vergüenza y no se puede obviar porque es el reflejo de la violencia más extrema pero hay otras cifras que contribuyen a que miles de mujeres vayan apagando poco a poco sus vidas sin ver puertas abiertas para escapar.

 

 

 

Imagen de Cristina Prieto

Madrileña afincada en Andalucía desde 1987, primero en Almería y posteriormente en Granada donde he desarrollado mi carrera profesional como periodista. Me licencié en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, cursé mi suficiencia investigadora en la Universidad de Granada dentro del programa Estudios de la Mujer y leí mi tesis doctoral en la Universidad de Málaga.