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Los más importantes fueron hallados en la Alhambra, la Gran Vía y en la Alpujarra

Guía de fabulosos tesoros ocultos por los 'moros' en el Reino de Granada

Cultura - Gabriel Pozo Felguera - Domingo, 25 de Junio de 2017
Un reportaje fascinante sobre los tesoros escondidos en Granada por el periodista y escritor Gabriel Pozo Felguera, en su serie sobre la historia poco conocida o que permanece oculta de Granada. No te lo pierdas.
Tesoro de la Alhambra. Entre 1077 y 1090, el rey zirí Abdalá, encontró 3.000 dinares de oro cuando abrían una zanja en el castillo de la Alhambra (entonces no era ciudad-palacio). Seguramente habían sido escondidas por algún judío huido o asesinado en el pogromo de 1066. Eran de oro fino, acuñadas en la ceca de Zaragoza, similares de las de esta ilustración.
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Tesoro de la Alhambra. Entre 1077 y 1090, el rey zirí Abdalá, encontró 3.000 dinares de oro cuando abrían una zanja en el castillo de la Alhambra (entonces no era ciudad-palacio). Seguramente habían sido escondidas por algún judío huido o asesinado en el pogromo de 1066. Eran de oro fino, acuñadas en la ceca de Zaragoza, similares de las de esta ilustración.
  • Expulsiones de judíos, mozárabes y moriscos de manera traumática han propiciado la aparición de importantes tesoros escondidos por sus propietarios

  • Los más importantes (conocidos) fueron los del muro de la Alhambra (siglo XI), Gran Vía de Colón (1904) y tres moriscos en la Alpujarra (Mondújar, Bérchules y Bentarique)

  • Ziríes, Almorávides y Almohades explotaron el comercio directo con las minas de oro del reino de Ghana

¿Quedan tesoros escondidos en subsuelo de Granada? Probablemente. Es muy posible que todavía aparezca más de uno de cierta entidad en el futuro. La ciudad de Granada y su reino han protagonizado en el pasado importantes hallazgos de monedas de oro y valiosas joyas. Fueron escondidos por judíos, mozárabes y moriscos en sus precipitadas expulsiones. Algunos están depositadas en museos, tanto nacionales como extranjeros; pero la mayoría engrosan colecciones particulares. En este artículo vamos a repasar algunos de los hallazgos más sonados de tesoros que se han registrado en el antiguo Reino de Granada.

En la pasta del libraco que recoge los documentos del proceso de los Libros Plúmbeos del Sacromonte había pegado un librito curiosísimo. Se trataba de un opúsculo titulado algo así: Recetas para hallar tesoros escondidos por los moros de Granada. Era uno de los muchos librillos que se vendían en las alcanás del siglo XVI como guías seguras para dar con fabulosos escondrijos de oro y piedras preciosas. Cada vez que aparecía alguno, cientos de personas corrían a horadar campos próximos o derribar tabiques.

Los esclavos que sirvieron a los nazaritas no fueron expulsados. Durante el siglo XVI, ya convertidos en hombres libres, se dedicaron también a buscar los tesoros que supuestamente habían dejado emparedados o enterrados sus antiguos dueños

Los argumentos de aquellos recetarios tenían su cierta lógica. Recordaban que Granada era un reino ocupado y reaprovechado sucesivamente por culturas; la capital había estado colmatada de habitantes; en varias ocasiones, sus moradores habían tenido que huir apresuradamente o habían sido expulsados por la fuerza. No habrían tenido tiempo de sacar antes sus riquezas, se habrían ido con la esperanza de regresar a recuperarlas; pero el olvido o la muerte se lo impidieron.

Los argumentos continuaban: la riquísima sociedad judía del barrio Garnatha al Jejudi (San Matías, Realejo, Antequeruela…) había sido diezmada en la matanza o pogromo de 1066, sus habitantes huyeron con lo puesto. Además, entre los 4.000 judíos asesinados se encontraban numerosos banqueros, comerciantes y orfebres. No se les permitió llevarse nada de valor, excepto seda, en su precipitada huida de la ciudad.

Poco después, en 1126, más de 12.000 mozárabes también habían abandonado el reino siguiendo al rey Alfonso I de Aragón, el Batallador. Con su cruzada desde el norte no había conseguido conquistar la ciudad en manos almorávides; las represalias de los nuevos invasores norteafricanos serían terribles por haber pedido ayuda a los cristianos. Otro importante colectivo que huyó con lo puesto, no se le dejó llevarse ni armas ni animales ni riquezas. Sólo salvar sus vidas.

En 1492, nada más ser conquistado el reino por los cristianos, el pueblo judío fue expulsado sin consideración por los Reyes Católicos. La mayoría se llevó recuerdos, planos y llaves de donde dejaba escondidas sus riquezas. También pensaban en volver. Finalmente, la guerra de las Alpujarras (1568-71) acabó con la expulsión o muerte de la mayoría de moriscos que habían sorteado las presiones del pueblo cristiano en los tres cuartos de siglo anteriores. Este hecho afectó fundamentalmente a las comarcas montañosas e influyó en la posterior aparición de tesoros.

Todos los expulsados de Granada entre los siglos XI y XVI (judíos por dos veces, mozárabes y moriscos) siempre pensaron en regresar. Se llevaron las llaves de sus casas. Existen casos concretos, como el del morisco Luis Gostín, expulsado en 1571; nueve años después se había convertido y solicitó, desde Zaragoza, trasladarse a Granada a recuperar los ahorros de 9.000 ducados que dejó escondidos. Peticiones de este tipo, comprometiéndose a pagar un tercio a la Corona, abundan en el Archivo General de Simancas.

Curiosamente, los esclavos que sirvieron a los nazaritas no fueron expulsados. Durante el siglo XVI, ya convertidos en hombres libres, se dedicaron también a buscar los tesoros que supuestamente habían dejado emparedados o enterrados sus antiguos dueños.

El oro de Al-Andalus, el dólar medieval

Las monedas de oro y plata de la ceca de Al-Andalus (situada en Córdoba) fueron el patrón seguido por el Emirato y Califato español entre los siglos VIII y XI. No sólo en la vieja Hispania, sino que fue aceptado también más allá de los Pirineos y por el Mediterráneo. Aquellas monedas de Al-Andalus debieron ser algo así como el dólar del momento, aceptado como moneda internacional.

Abdalá el Zirí escribió sobre el fabuloso tesoro que había acumulado su abuelo Badis en su palacio de la Alcazaba (Albayzín), con el judío Samuel Nagrela como visir y acaparador de riquezas

Los imperios zirí, almorávide, almohade y nazarita continuaron el modelo monetario cordobés, pero con ceca principal en Granada. Las tres primeras dinastías mencionadas ya no tenían un origen árabe, sino africano. Sus territorios y relaciones comerciales llegaban hasta Centroáfrica. Y allí abundaban las minas de oro. El origen de las caravanas de oro de los Banu Zirí estaba en el imperio de Ghana, entre los ríos Níger y Senegal, en la zona de Tívar.

Las primeras noticias de la abundancia de oro en el reino Zirí de Granada (1013-1090) nos las ofrece el último rey de aquella dinastía, Abdalá (1077-1090), en sus “Memorias del siglo XI”. Dedica varios pasajes a comentar la necesidad de oro que tenía su reino para pagar las parias exigidas por el rey castellanoleonés Alfonso VI. También el gran tesoro hallado de procedencia judía y la  inmensa fortuna que guardaba en la cámara real cuando fue destronado por el emir almorávide en 1090.

Abdalá el Zirí escribió sobre el fabuloso tesoro que había acumulado su abuelo Badis en su palacio de la Alcazaba (Albayzín), con el judío Samuel Nagrela como visir y acaparador de riquezas. Alfonso VI, una vez tomado Toledo en 1085, se dedicó a presionar al reino de Granada para vivir a costa del oro granadino. Así lo hizo en varias ocasiones, de forma que el sultán tuvo que vaciar varias cámaras de oro en repetidas ocasiones, a razón de un impuesto de 10.000 meticales/año (este dinar solía tener un peso medio de 3,80 gramos de oro).

El tesoro del rey Abdalá

Este último rey zirí fue el primero en dar con uno de los tesoros escondidos por los judíos en 1066. Dice en sus Memorias: “Cuando ordené la construcción de un muro contiguo a la Alhambra (…) tuvimos la buena fortuna de que los albañiles encontraron, al hacer los cimientos, una orza llena de oro. Hallé en dicha orza tres mil meticales yafaríes…” Aquellas monedas habían sido impresas en la ceca de Zaragoza; fueron halladas durante la construcción de la muralla que bajaba desde el castillo alhambreño al Darro, en lo que quizás fuera residencia de un acaudalado judío huido a Lucena en 1066.

Es de suponer que aquella abundancia de oro africano sirvió a la dinastía zirí para trazar la trama urbana de Granada y acometer las grandes construcciones de la cochambrosa ciudad hispanovisigoda, que durante las etapas emiral y califal había cedido importancia en favor de Medina Elvira.

Los almorávides encontraron, al conquistar Granada en 1090, un inmenso tesoro, intacto, acumulado por Abdalá. Éste acudió al campamento de sus conquistadores ofreciéndoles sus fabulosas riquezas, “un escriño de oro lleno de collares de perlas preciosas” llevó como presente. El general Garur, al mando del ejército invasor, se pasó muchos meses horadando el subsuelo de la Alcazaba albaicinera en busca de más riquezas. No sabemos cuántos tesoros encontró. Algo similar ocurriría cuatro siglos después en suelos y paredes de la Alhambra y palacios de nazaritas, tras la conquista cristiana por los Reyes Católicos.



La revista La Alhambra publicó un artículo de Francisco de Paula Valladar que explicaba el hallazgo, con este dibujo y transcripción de una de las monedas.

Existen infinidad de referencias literarias al hallazgo de tesorillos en el viejo solar granadino, pero no sabemos calibrar su valía. Rara ha sido la demolición de una casa antigua en la que no haya aparecido la típica vasija u olla con los ahorros de su antiguo poseedor. Paredes y suelos fueron las cajas fuertes de nuestros antepasados.

El tesoro de la Gran Vía

Durante los trabajos de demolición de casi trescientas viviendas para abrir la Gran Vía de Granada (a partir de 1895) aparecieron no menos de una decena de tesorillos, es decir, vasijas conteniendo monedas de etapas anteriores. Casi todas acabaron en manos de colecciones privadas o fundidas; no obstante, la mayoría eran de plata o cobre.

Hasta que el 19 de enero de 1904 apareció un verdadero tesoro. Los albañiles estaban abriendo los cimientos de lo que iba a ser el edificio situado justo detrás del ábside de la catedral. El propietario del futuro edificio Hotel París era Nicolás García Ruiz (cuñado del que fue presidente de la Diputación y Alcalde, Manuel Sola). Seguimos el relato del Defensor de Granada para conocer los detalles: los obreros dieron con una olla de unos quince centímetros de grosor por veinticinco de alta; dentro había una especie de fichas  llenas de polvo, unas 600; no le dieron valor y comenzaron a ofrecerlas a los transeúntes que pasaban por allí, a real la pieza. La voz corrió por Granada y acudieron algunos coleccionistas y plateros a comprarlas. El precio se había elevado hasta una peseta por ficha. Un tal Rafael Rubio Orellana se percató del valor del hallazgo y compró 120 fichas; los plateros del Zacatín Sr. Bocanegra y Tomás Rubio se hicieron con 78 entre los dos. De la olla, vitrificada por dentro y por fuera, Nicolás García sólo recuperó pequeños trozos.



Obras en Gran Vía. Esta fotografía fue tomada en 1899 desde la actual Reyes Católicos. Las monedas aparecieron al demoler la casa blanca de la izquierda (tras la farola) para abrir los cimientos del Edificio París. Al fondo ya se aprecia construida la iglesia del Sagrado Corazón y el convento del Ángel Custodio todavía sin derribar (actual edificio de Fiscalía).

El rumor se hizo noticia y llegó a oídos de numismáticos, quienes no dudaron en asegurar que se trataba de antiquísimas monedas árabes, en perfecto estado de conservación, de oro finísimo que brillaba en cuanto eran limpiadas. El propietario del solar corrió a su obra en cuanto se enteró de lo que ocurría; requirió todas las monedas para depositarlas en el Banco de España. Pero ya era tarde: los plateros negaron haber comprado alguna, a otros fue imposible localizarlos… las 120 de Rafael Rubio le fueron reembolsadas, más las que todavía tenían los albañiles en su poder. En total, el propietario de la obra consiguió recuperar casi un tercio; recurrió al juzgado para buscar las que faltaban.

El tesoro de la Gran Vía estaba constituido por dinares almorávides y doblas almohades. Había aparecido en lo que antes fue solar del Colegio Eclesiástico, muy cerca del ábside de la Catedral, a unos diez metros de la línea de fachada. Se extrañaban de que no hubiese sido removida aquella tierra durante la construcción de la Capilla Mayor, a comienzos del siglo XVI. La olla apareció a unos cuatro-cinco metros de profundidad. El periódico decía que a ocho metros de profundidad se “hallaron restos de edificaciones, muy antiguas también, hechas de mampostería y una especie de hormigón, todo ello de mucha solidez”. Justo en el edificio de enfrente (donde está la Caixa actualmente), tuvieron que perforar hasta 10 metros para hallar terreno sólido; había limo del río, escombros y restos de otras edificaciones de cemento y sillares; lo más interesante es que apareció una calzada romana y un ataúd romano de plomo con un cadáver dentro. Es bastante probable que aquellas cimentaciones romanas correspondiesen al teatro o anfiteatro romano de época imperial (siglos I y II d. C.).





Tesoro de Gran Vía. Dinar almorávide y dobla almohade, acuñados entre finales del XII y principios del XIII, similares a los que aparecieron en las obras de la Gran Vía en 1904. Curiosamente, la descripción que hizo la prensa del momento indicaba que algunas monedas llevaban pequeñas anillas para ensartarlas en collares. De las aproximadamente 600 aparecidas, dos terceras partes fueron malvendidas por los albañiles. 

Antonio Almagro Cárdenas analizó varias de aquellas monedas y las tradujo. Pesaban entre 4,25 y 4,65 gramos, redondas, con diámetros que oscilaban entre 28 y 30 milímetros. Algunas de ellas tenían pequeñas asitas, como de haber estado engarzadas en algún collar. Almagro informó que había una mezcla de monedas almorávides y almohades. Estaban escritas en caracteres nesji, con un cuadrado en el reverso. No llevaban fecha de acuñación ni indicación de la ceca donde fueron acuñadas. Almagro las dató entre finales del siglo XII y principios del XIII.

El paradero de aquellas 600 monedas quedó muy repartido, se desconoce en su mayoría. Pocas acabaron en el Museo Arqueológico. Eran prácticamente nuevas, algunas posiblemente ni llegaran a circular.

Tesoros alpujarreños de moriscos

El siglo XIX fue bastante afortunado en cuanto a la aparición de tesoros escondidos por moriscos, seguramente procedentes de la nobleza que acompañó a Boabdil a su señorío alpujarreño y escondidos en algún momento entre 1492 y 1571; allí quedaron cuando sus propietarios huyeron precipitadamente tras la guerra, fueron deportados o murieron.  Los más importantes aparecieron en Mondújar, Bentarique y Bérchules; todos ellos muy similares, pero con destinos muy diferentes.

Tesoro de Bérchules. El día 9 de marzo de 1880, el agricultor José Arana cavaba en un haza cercana a Bérchules. Dio con un lío de trapos que envolvían varios objetos. Se los llevó al cura del pueblo para que los colocara adornando al Santísimo de la iglesia. Francisco Rodríguez Manzano, el sacerdote, le aconsejó que mejor los llevara a un platero o anticuario, que le servirían para ayudar a su pobre economía. El labriego pidió al cura que se encargara de hacerlo por él en su próxima visita a la capital. El cura rural contactó con otro de la capital; el labrador salió de su pobreza con unos cuantos miles de reales que le llevaron a Bérchules.

José Arana continuó labrando pago a los pies del castillo, llamado el Reyezuelo o Atalaya del Moro. En cuanto se supo de su hallazgo, todos los vecinos corrieron a agujerear el terreno en busca de más joyas. El tesoro de Bérchules era importante, todo elaborado en oro fino durante el siglo XV, etapa final de la dinastía nazarita. Se componía de un collar, dos pulseras de aro ancho (ajorcas), dos brazaletes estrechos, dos brazaletes reducidos y algunas piezas sueltas. Nos podemos hacer una idea a partir de la fotografía publicada por la Ilustración Española y Americana en su número 46 (diciembre de 1887).





Tesoro de Bérchules. Esta foto fue publicada por la Ilustración Española y Americana en 1896, al poco tiempo de entrar en el Museo Arqueológico Nacional y ser catalogado por su director, Amador de los Ríos. Está el collar completo. En la otra foto, de la actualidad, se aprecia que el collar ya no está completo en el Museum Metropolitan of Art de Nueva York, adonde fue a parar por misteriosos derroteros. Es una original mano de Fátima.

La tela del envoltorio también contenía dos monedas de época de los Reyes Católicos, además de habérseles añadido una inscripción en castellano. Todo ello aseguraba que las joyas fueron fabricadas por artesanos nazaritas, pero finalmente pertenecieron a algún morisco que las retocó tras la conquista. El collar grande, compuesto de cinco piezas cilíndricas, sólo era propio de la familia real o de la alta nobleza.

El estar aquella bolsa con joyas a los pies del castillo de Bérchules llevó a especular en su momento que podrían haber sido escondidas durante el transcurso de las escaramuzas ocurridas durante la cruenta guerra de las Alpujarras y pertenecer al gobernador de la plaza (Recordemos que en una cueva cercana fue asesinado Abén Abóo, el último reyezuelo de los moriscos).

En 1881 consta que el cura que las tenía en su poder no era otro que un capellán de la Capilla Real de Granada llamado Juan Sierra. En diciembre de 1886 ya estaban en poder del Museo Arqueológico Nacional, según se desprende de un informe de su director, Amador de los Ríos. Este Museo fue objeto de varios robos a comienzos del siglo XX.

La siguiente noticia que tenemos de estas importantes joyas es de 1917, cuando J. Pierpont Morgan las donó a The Metropolitam Museum of Art de Nueva York; no se sabe cómo llegaron a sus manos, pero es de suponer que producto de una receptación. En ese momento no estaba junto todo el tesoro hallado en Bérchules, pero sí la mayoría de piezas. En este museo norteamericano continúan expuestas.

Tesoro de Bentarique. En 1922, una propietaria de tierras en Bentarique (Alpujarra almeriense) llamada Concepción Echevarría García, se dirigió al Museo Arqueológico Nacional proponiéndole la venta de una colección de joyas nazaríes. Se componía de un collar, dos ajorcas y nueve sartales, todo en oro; más dos ajorcas de plata y un hilillo con aljófares.

Todo el lote fue comprado por el Estado en 35.000 pesetas. Uno de los adornos del collar desapareció tras la exposición que hizo el Museo en 1925.



Collar de Bentarique. También a finales del siglo XIX fue encontrado este collar de procedencia nazarita en un campo de cultivo de Bentarique, muy cerca de Laujar de Andarax a donde fue a parar la corte de Boabdil tras la entrega de Granada. Su propietaria lo vendió al Estado en 1922 por 35.000 pesetas. Se puede ver en el Museo Arqueológico de Madrid.

Este conjunto había sido hallado unos cuantos años antes (1896) en las inmediaciones de Bentarique, dentro de una vasija de barro; su factura estaba fechada en época plenamente nazarita. Este tipo de joyas de gran valor eran utilizadas para las pedidas de mano entre princesas o mujeres de la nobleza del último reino de Granada.

Tesoro de Mondújar. También el Museo Arqueológico Nacional conserva parte de las joyas aparecidas en Mondújar, de factura y origen muy similares a las dos colecciones anteriores; algunas de sus partes también han desaparecido a lo largo de los años.

Mondújar se tiene por el lugar adonde Boabdil desplazó en noviembre de 1491 todos los cadáveres de sus antepasados que estaban en la Rauda de la Alhambra;  las crónicas aseguran  que aquí enterró a su mujer, Moraima, fallecida en 1493 en Andarax. Pues en este territorio apareció un collar de canutos o alcauciles que alternan con pasadores oblongos, de 47 centímetros de largo; más dos pulseras y una higa, hoy desaparecidas.



Collar de Mondújar. No conocemos la fecha ni el lugar exacto de Mondújar (Lecrín) de origen de este tesoro. El collar y algunas pulseras fueron adquiridos por el Museo Arqueológico Nacional a un particular en 1869. Pertenecieron a una princesa de época nazarí. Moraima, la esposa de Boabdil, y los reyes de la Alhambra fueron enterrador en la rauda de Mondújar a finales del siglo XV…

Las piezas fueron vendidas por Juan Ignacio Miró al Estado en 1869. No se conoce con exactitud cómo llegó a sus manos ni quién ni dónde lo encontró. La pertenencia a una dama de la alta sociedad nazarita concuerda con el hecho de que allí fueron enterrados varios reyes y reinas que gobernaron el reino de Granada entre 1238 y 1492.

Tesoros de Alhama

El llamado Tesoro de Alhama es de plata y también está depositado en el Museo Arqueológico Nacional. Está compuesto por 476 monedas pertenecientes a varios reinados, con una horquilla que abarca más de un siglo. La mayoría están fabricadas en la ceca de Córdoba en época califal, y quizás algunas en una ceca de Medina Elvira.  La mayoría corresponden a tiempos de Abderramán III (891-961).

Fue hallado en una olla escondida en el campo a finales del siglo XIX (antes de 1892 en que fueron depositadas en el Museo Arqueológico) y, posteriormente, adquirida por el especialista numismático Antonio Vives Escudero, quien lo traspasó al Estado.



Tesoro de Alhama. Moneda de plata perteneciente al reinado de Abderramán III (año 157 H). Es muy similar a alguna de las 472 contenidas en la olla encontrada en Alhama de Granada.
(Recordemos que el Marqués de los Vélez ya escribió, tras la rebelión morisca de 1568-71, que unos soldados de Murcia habían hallado un tesoro enterrado en una huerta cercana a la localidad de Alhama y se lo llevaron a fundir a su tierra).

El tesoro de Loja

En el Cortijo de la Mora, del término de Loja, también apareció un pequeño tesoro en joyas y monedas. Por las monedas, fue datado de época califal, a partir del reinado de Abderramán III, fabricado en algún taller de joyería cordobesa.

Las seis monedas son de distintos periodos: dos de Abderramán III, otras dos de Hisam II, una de Suleimán al Mustaín y otra fatimí, todas ellas de las cecas de Al-Andalus (Córdoba) y Medina Azahara; son dírhemes que llegan hasta el año 1009, casi a las puertas de la descomposición del Califato.



Tesoro de Loja. En un cortijo de Loja apreció un tesorillo formado por monedas de tiempos de Abderramán III y Hisem II. También estas joyas cordobesas con piedras preciosas engastadas. Son propiedad del Instituto Valencia de don Juan.

En cuanto a las joyas, se trata de dos pulseras de plata, un colgante en forma de lágrima, varios canutos, 17 báctreas y 6 placas rectangulares que tuvieron incrustadas piedras preciosas y, probablemente, estuvieron engastadas en un cinturón.

Este tesorillo se encuentra hoy custodiado en los fondos del Instituto Valencia de don Juan, Madrid.

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