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La fascinante historia del santo venerado en granada

San Cecilio, patrón de Granada inventado por los moriscos

Cultura - Gabriel Pozo Felguera - Jueves, 1 de Febrero de 2018
La fascinante historia de San Cecilio, patrón de Granada, que nos ofrece el periodista y escritor Gabriel Pozo Felguera. No te pierdas esta parte de nuestra historia.
Parte central del grabado de Francisco Heylan "Martirio de San Cecilio y dos escudos".
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Parte central del grabado de Francisco Heylan "Martirio de San Cecilio y dos escudos".
  • Desde el siglo V y hasta 1601 los cristianos de Granada sólo veneraban al santo local Gregorio el Bético

Cada 1 de febrero, desde 1599, Granada sube al Monte a honrar a su santo patrón San Cecilio. Pero no siempre fue así: desde los albores del siglo V, la comunidad cristiana de lo que hoy es Granada tuvo en San Gregorio a su mejor y mayor santo local, al que veneraba. San Cecilio le quitó la preeminencia de un plumazo, a raíz de las falsificaciones del Pergamino de la torre Turpiana y aparición de los Libros Plúmbeos. La tradición del actual patrón basa sus cimientos en antiquísimas leyendas sobre el origen del cristianismo en Hispania, aún por demostrar en su mayor parte. Concretamente, San Cecilio no fue más que una readaptación de aquellas leyendas protagonizadas por la mente del ilustrado morisco Alonso del Castillo. Si bien, con la segura inspiración del monje cordobés Ambrosio de Morales… más la guinda con que remató la historia el arzobispo Pedro de Castro.

SAN GREGORIO BÉTICO. En la segunda mitad del siglo IV, en el tramo final hispano romano, existió por estas tierras un obispo cristiano al que llamaban Gregorio de Elvira o Bético (de 353 a 393). Fue una persona real, mencionado incluso por San Jerónimo y San Isidoro de Sevilla en su “Misal Breviario”. San Gregorio asistió al concilio de Rímini en 359. Los calendarios señalan el día de su muerte: 24 de abril.

El 24 abril fue precisamente la fecha que los cristianos hispano-romanos, y después los cristianos godos y los mozárabes de Granada celebraban la festividad de San Gregorio Bético, entre los siglos V y XI. El obispo Usuardo lo incluye en su calendario de 858. Así lo dejó escrito  también el arzobispo Recemundo de Ilíberis en su “Calendario Hispano-Mozárabe” del año 961; este arzobispo granadino llevó por nombre árabe Rabí Ben Zaid y fue fiel embajador y asesor de los califas cordobeses de su tiempo. En su “Calendario” no encontramos ninguna referencia a la existencia de San Cecilio (cosa muy extraña tratándose del supuesto primer obispo de su diócesis); a lo sumo, nos dice que entre el 27 de abril y 3 de mayo de cada año, a los mozárabes granadinos se les permitía honrar a los varones apostólicos que San Pedro y San Pablo habían enviado a predicar a Hispania en el siglo I, nada más morir Jesucristo. Debieron morir  en sus lugares de evangelización. Al único que menciona por su nombre es a San Torcuato, los otros son sus “socios”.

La permisividad de práctica del cristianismo por estas tierras fue truncada por los almorávides en el año 1099, cuando prohibieron toda oración ajena al islam y destruyeron la basílica mozárabe situada extramuros de la Puerta de Elvira. Por tanto, concluimos que San Gregorio desapareció en esa fecha de las festividades locales de los cristianos granadinos.

No se volvería a recuperar su patronazgo, si bien muy mermado, hasta la conquista de Granada por los Reyes Católicos. Durante los cuatrocientos años anteriores habían desaparecido prácticamente los cristianos de Granada y la devoción por San Gregorio Bético.

Capilla antigua, construida sobre el vericueto de cuevas, en tanto se ultimaba la gran abadía y colegio del Sacromonte.

SIETE VARONES APOSTÓLICOS DE LEYENDA. Por la cuenca mediterránea occidental se extendió una leyenda para explicar la expansión del cristianismo primitivo. Decía que San Pedro y San Pablo consagraron a siete venerables obispos y los enviaron a predicar por Hispania. Incluso iba más allá: habían llegado a las costas de Almería de la mano de Santiago el Mayor. Pero también existió leyenda parecida en las costas del sur de Francia.

Una de las primeras referencias a los siete varones apostólicos nos la ofrece San Isidoro de Sevilla (principios del siglo VII), pero sin concretar. Los varones apostólicos saltaron desde ahí a los calendarios litúrgicos cristianos. Beda, en el “Martirilogio Gótico” del siglo VII recoge esta tradición, aunque nunca dice que fueran discípulos de Santiago. Incluso en el año 806, el “Martirilogio de Lyón” incluye esta referencia cristiana. No sabemos la fecha en que el Calendario Juliano incluyó la festividad de los varones apostólicos en el día 15 de mayo, pero lo cierto es que así fue durante toda la baja Edad Media. Por tanto, San Cecilio nos aparece en la Granada recién conquistada del siglo XVI como un santo más del calendario cristiano, asociado a sus otros seis compañeros (Isicio, Torcuato, Tesifón,  Segundo, Eufrasio e Indalecio).

Hasta 1501 poca gente había oído hablar de San Cecilio. Fue la fecha en que se decidió levantar la Parroquia del mismo nombre en la Antequeruela, parece que a partir de una gima musulmana o sinagoga judía. No fue ni la primera ni la segunda en ser cristianizada, sino la décimo-cuarta de las parroquias erigidas por el afán catequizador de Cisneros, y ya tras la prohibición taxativa de que se pudiera practicar otra religión por estas tierras. Es decir, San Cecilio era un santo más, si bien ya separado de sus otros compañeros varones apostólicos por creer que se trataba del primer obispo cristiano que tuvo Granada en el siglo I. Pero la cosa no estaba demostrada. Todavía San Gregorio continuaba ocupando el principal lugar en el corazón de los cristianos granadinos.

Plancha hallada en las excavaciones de 1595 en la que se narra el martirio de San Cecilio como primer obispo de Granada, por orden de Nerón.

EL CONCILIO Y EL CÓDICE EMILIANENSE. Los cristianos granadinos conocían que el primer concilio ibérico llevó por nombre la ciudad de Elvira. Y que debió desarrollarse aquí a principios de siglo IV, siempre antes del 314 en que se convocó el de Arlés. Sus Actas dan por segura la existencia de una comunidad cristiana en Ilíberis (Granada), también que la diócesis granadina estuvo representada por un obispo llamado Flavianus.

Y llegamos al 962, un año después de que Recemundo de Ilíberis publicase su calendario mozárabe en latín y árabe. En tierras riojanas aparecen los primeros escritos en romance, primitivo castellano. Nos referimos al “Códice Emilianense”. En este antiguo texto se enumeran los supuestos obispos cristianos de Granada, que comenzarían con un tal Cecilio. Cuenta que restando hacia atrás a partir de Flavianus (ca. 300-306), el obispo real que sí estuvo en el Concilio de Elvira, Cecilio haría el obispo número nueve y sería el primero de los cristianos. Pero quien hizo los cálculos debió restar mal, o echarle mucha imaginación, ya que a lo sumo el tal obispo Cecilio existió entre el año 200 y 225, nunca en el siglo I o en tiempos de Nerón.

LA CUESTIÓN MORISCA. El entronamiento de San Cecilio le llegó por las maquinaciones de la comunidad morisca en el último cuarto del siglo XVI. Los moriscos buscaban argumentos religiosos e intelectuales para convencer a Felipe II y su corte de que sus linajes no podían ser despreciados, ya que eran de origen “cristiano arábigo”. Sostenían que a ellos les ocurría lo mismo que un tal San Cecilio, que murió martirizado por orden de Nerón en el año 56. Vino desde Tierra Santa a predicar a Granada, donde fue su primer arzobispo, y aquí lo habían martirizado los romanos. Igualito que ahora a los moriscos.

Veamos el origen de aquella invención y sus más que probables protagonistas. El licenciado Alonso del Castillo (ca.1527-1609), médico y traductor de origen morisco, trabajó para el Arzobispado, la Inquisición, la Chancillería, el Cabildo, etc. En la Guerra de las Alpujarras (1568-71) fue traductor de los ejércitos cristianos. A partir de 1573 comenzó a ofrecer sus servicios a Felipe II como traductor. Consiguió empleo para el Rey en la biblioteca de El Escorial, en calidad de traductor, acopiador de libros árabes y recolector de reliquias de santos destinados a la colección real (más de 7.000 santos reúnen los relicarios escurialenses).

En El Escorial conoció al monje jerónimo Ambrosio de Morales. Este religioso, de origen cordobés, había sido elevado a la categoría de cronista del Reino. Por aquellas fechas en que Alonso del Castillo trabajó con él, ya tenía preparada la publicación de sus ocho tomos de “Crónica General de España”. Felipe II le había encargado recopilar todos los hechos memorables de sus reinos, especialmente referidos a libros antiguos y reliquias de santos.

El monje Ambrosio de Morales y el médico-traductor granadino Alonso del Castillo debieron intercambiar muchas ideas sobre sus respectivos trabajos en aquella empresa colosal de Felipe II. Coincidieron en El Escorial muchas veces entre 1573 en que llegó Alonso del Castillo a Madrid y 1582 en que Ambrosio de Morales se retiró a su Córdoba natal. Es más: volvieron a verse en Córdoba entre mediados de octubre-mediados de noviembre de 1583, cuando Alonso del Castillo fue a verlo para cumplir un nuevo encargo de Felipe II, consistente de la catalogación de manuscritos de la mezquita-catedral y un estandarte.

Desmonte de la Torre Turpiana, en la mezquita mayor (1588), donde comenzó la historia de las falsificaciones moriscas.

Alonso del Castillo conocía perfectamente lo que debió contarle y lo que había escrito el doctísimo teólogo e historiador en su “Crónica General de España”: en el libro IX, capítulo XIII, editado en 1574, había dedicado unas páginas a glosar la historia de los siete varones apostólicos. Debió hacerlo a partir del ejemplar de “Glosas Emilianenses de los Concilios” que el mismo Morales había comprado a Pedro Ponce de León, obispo de Plasencia, para la biblioteca de El Escorial. Pero de San Cecilio escribe sólo dos líneas diciendo que tiene una iglesia en Granada; ni siquiera dice que fuese de origen árabe. No debía tener más datos de este difuso santo al que mil años de  leyendas hicieron retroceder siglo y medio hasta convertirlo en mártir en tiempos de   Nerón.

Para más inri, el historiador cristiano Ambrosio de Morales debió explicarle que los restos martiriales de cuatro santos varones estaban localizados desde tiempo atrás (a cuatro los ubica en sus lugares respectivos), mientras los del granadino San Cecilio eran una incógnita, como también Isicio y Tesifón, quienes, misteriosamente recalaron en Granada y no en sus respectivos lugares de martirio que contaban las leyendas. Ítem más: el traductor sabía que San Cecilio podría ser un valor en alza en la Granada recristianizada, ya que entre 1526-40 los arzobispos Pedro Ramiro de Alva y Fernando Niño habían estado rastreando sus restos.

Grabado de Heylan que representa la subida al Monte del Arzobispo Pedro de Castro a recoger los Libros Plúmbeos y las cenizas de los supuestos santos.
Arzobispo Pedro de Castro, retratado por Pedro de Raxis.

Así debió ser cómo Alonso del Castillo utilizó el nombre de un supuesto santo local de la Granada romana del siglo primero, rodeado por la nebulosa de la leyenda, pero avalado por la publicación oficial de nada menos que el cronista oficial del rey Felipe II. Si el Rey quería restos de santos martirizados, de los que tanto afloraban tras la conquista de Al-Andalus a los moros, iba a tener en abundancia en sorpresivas e ignotas catacumbas de los montes granadinos.

Son suficientemente conocidas el resto de las invenciones iniciadas por Alonso del Castillo, proseguidas por su yerno Miguel de Luna y acrecentadas por ciertos círculos ilustrados moriscos y cristianos viejos, principalmente el crédulo y predestinado arzobispo Pedro de Castro. Una inmensa biblioteca de libros plúmbeos y restos óseos de San Cecilio martirizado aparecieron en el monte Valparaíso, actual Sacromonte, entre 1595 y 1599. Incluso no estamos exentos de que no apareciera alguno más o pueda aparecer todavía, puesto que alguno de los títulos anunciados no llegaron a hacerlo. El fin no era otro que enlazar la Granada cristiana del siglo XVI con la historia protocristiana anterior al largo paréntesis musulmán.



Arriba, grabado de Alberto Fernández que representa el bautismo de los hermanos San Cecilio y Tesifón. Debajo, lienzo del taller de Pedro de Raxis sobre el mismo motivo. En el grabado el bautismo se sitúa en Granada, mientras que en el óleo se situó en una ciudad de Judea.

SAN CECILIO DESPLAZA A SAN GREGORIO. Y bien que los moriscos y sus inventos consiguieron desplazar a San Gregorio del corazón de los granadinos. En 1599, los Caballeros Veinticuatro se acojonaron por la mortal epidemia de peste que diezmó la ciudad; corrieron al Monte Sacro a pedir la intercesión de San Cecilio, el flamante santo local. Decían que el nuevo mártir obraba todos los milagros que se le solicitaban las crédulas gentes del XVI.

El arzobispo Pedro de Castro, en su vehemencia y sus creencias de predestinación personal, no dudó un solo instante sobre la veracidad de los hallazgos. En el Concilio provincial de 1600 se declararon auténticas las reliquias del supuesto San Cecilio (también las de Isicio y Tesifón) halladas en las cuevas de Valparaíso. Como quiera que una plancha de plomo decía que fue martirizado y quemado, allí mismo, el 1 de febrero del segundo año del mandato del emperador Nerón (año 64), pues ése día quedó fijada su fiesta litúrgica. La festividad de San Cecilio del calendario cristiano se trasladó del 15 de mayo al 1 de febrero.

A la decisión religiosa le siguió un acuerdo oficial del Cabildo, de 30 de enero de 1601, por el que se declaró patrón de la ciudad de Granada también a San Cecilio. En agosto de 1610 fue inaugurada la obra de la Abadía del Sacromonte para albergar reliquias y libros; también para llenarse de religiosos, estudiantes y cultura.

Así conviven desde hace 417 años un santo que fue real y otro que nació de una realidad inventada por el pueblo morisco y sus compinches, pero que ha generado una imponente institución religiosa, cultural y social durante los últimos cuatro siglos de historia granadina. Y un día de holganza para sus habitantes.

DEDICATORIA: A mi amigo Antonio Fernández Siles, flamante cura párroco de la Abadía del Sacromonte.