ARTÍCULO POR Juanjo Ibáñez, secretario de Cultura y Patrimonio del PSOE de Granada

'Después de los aplausos, ¿qué cultura queremos?'

Política - Juanjo Ibáñez - Domingo, 27 de Julio de 2025
Juanjo Ibáñez, secretario de Cultura y Patrimonio del PSOE de Granada, nos ofrece en este certero artículo una cerrada defensa de los trabajadores y trabajadoras de la cultura, que argumenta, y que justifica el Manifiesto por la Dignidad Laboral en la Cultura, impulsado por los socialistas y suscrito por UGT y CCOO. No te lo pierdas.
Juanjo Ibáñez, en una imagen de archivo.
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Juanjo Ibáñez, en una imagen de archivo.

Durante el confinamiento, la cultura nos sostuvo. Cinco años después, el Manifiesto por la Dignidad Laboral en la Cultura exige devolver esa entrega con derechos, justicia y respeto. Porque no hay cultura sin quienes la hacen posible.

La pandemia de 2020 no solo evidenció nuestra extrema vulnerabilidad como sociedad, sino que dejó al descubierto la fragilidad de unos oficios frente a otros. Mientras algunos sectores lograban amortiguar el golpe con ayudas y recursos, el mazazo para la cultura fue brutal. Sus cimientos precarios quedaron al desnudo

El PSOE de Granada y los sindicatos de clase (CCOO y UGT) hemos firmado hace poco más de una semana un documento que coloca en el centro del debate algo tan básico como justo: los derechos de quienes trabajan en el sector cultural. Se trata de un texto gestado durante meses, trabajado a múltiples manos y desde la escucha activa. Un ejercicio de participación que parte de una premisa sencilla pero rotunda: hablar desde la realidad que viven —y sufren— a diario los y las profesionales de la cultura.

La pandemia de 2020 no solo evidenció nuestra extrema vulnerabilidad como sociedad, sino que dejó al descubierto la fragilidad de unos oficios frente a otros. Mientras algunos sectores lograban amortiguar el golpe con ayudas y recursos, el mazazo para la cultura fue brutal. Sus cimientos precarios quedaron al desnudo. Baste recordar la movilización que tuvo lugar en el Albaicín para que los artistas que, a diario, regalaban sonrisas a los visitantes en las cuevas flamencas del Sacromonte pudieran comer durante los peores días del confinamiento.

Aquella imagen tan vulnerable caló hondo. Mostró, con crudeza, lo que ya era una constante: la precariedad estructural del trabajo cultural, su dependencia de ayudas públicas y lo raquítico de sus condiciones. Y, sin embargo, fue precisamente ese sector el que inundó nuestras redes con música, lecturas, funciones grabadas… tratando de aliviarnos, de hacernos compañía entre tanto dolor. Antes de los aplausos al personal sanitario, cada tarde, un grupo musical nos regalaba un directo desde su salón. Recuerdo cómo Niños Mutantes, que acababan de lanzar su disco Ventanas, ofrecieron un concierto desde su local de ensayo, retransmitido por sus redes sociales. Fue emocionante y duro a la vez.

Aquella experiencia me abrió los ojos. Porque si la cultura es un derecho — como repetimos tantas veces—, si sus profesionales fueron esenciales en uno de los momentos más duros de nuestras vidas, si desde lo público se les exige visión crítica, emoción, memoria y belleza… entonces lo mínimo que podemos ofrecerles es lo que reclaman: derechos. Dignidad. Respeto

Han pasado cinco años. Y, aunque el tiempo corre rápido, hay cosas que no se olvidan. Yo no he vuelto a mirar el mundo de la misma forma. Viví de cerca las penurias de muchas personas dedicadas a la cultura, conocidas y queridas, que pedían ayuda para sobrevivir. Aquella experiencia me abrió los ojos. Porque si la cultura es un derecho — como repetimos tantas veces—, si sus profesionales fueron esenciales en uno de los momentos más duros de nuestras vidas, si desde lo público se les exige visión crítica, emoción, memoria y belleza… entonces lo mínimo que podemos ofrecerles es lo que reclaman: derechos. Dignidad. Respeto.

Eso es lo que inspira el Manifiesto por la Dignidad Laboral en la Cultura. Y eso es lo que unió a PSOE, UGT y CCOO en un compromiso conjunto: que las administraciones públicas ofrezcan un marco laboral coherente y justo para quienes hacen posible la cultura —toda la cultura, desde la más elevada hasta aquello que algunos despachan como mero entretenimiento—.

El Manifiesto parte de un diagnóstico claro: la importancia vital de la cultura y la precariedad crónica de quienes la sostienen. Desde ahí, se articulan propuestas concretas para revertir esa situación: medidas de igualdad y justicia social; seguridad y salud laboral; lucha contra cualquier forma de violencia hacia las mujeres —que también en este ámbito sufren una doble o triple discriminación—; inclusión laboral de colectivos vulnerables; cultura accesible, con presupuestos blindados y marcos normativos que se apliquen y se cumplan.

Cada línea de ese documento recoge inquietudes de profesionales de la música, las artes escénicas, la gestión cultural, el cine, el derecho… Y de ahí emergen propuestas realistas, viables, cuantificables

Cada línea de ese documento recoge inquietudes de profesionales de la música, las artes escénicas, la gestión cultural, el cine, el derecho… Y de ahí emergen propuestas realistas, viables, cuantificables. La firma de este Manifiesto es, en sí misma, un gesto de generosidad política y sindical. Pero —y eso es lo más difícil— ahora toca hacerlo realidad. Y con más motivo en el contexto actual, en plena carrera por convertir a Granada en Capital Europea de la Cultura en 2031. Entiendo que este manifiesto, y su aplicación real y efectiva, es una de las aportaciones más valiosas que la izquierda puede hacer a ese proyecto común. Porque esto no va solo de agendas y eventos, sino de personas y empresas (en su mayoría pymes) que harán posible cada concierto, cada exposición, cada actividad. Granada, tierra de talento desbordante y metrópoli cultural de facto en Andalucía, debe ser también —por todo eso— quien marque el camino a seguir en esta senda: la de los derechos, la igualdad y la dignidad para quienes hacen cultura.

Ese es el verdadero reto que el PSOE de Granada asume: trasladar el Manifiesto a la gestión cotidiana de ayuntamientos y de la propia Diputación. Porque este texto, pionero en nuestro país, no es un punto de llegada, sino una hoja de ruta. Como dijo Daniel Mesa en su presentación, debe convertirse en guía -en casi un dogma- para quienes gestionamos lo público con vocación de justicia. Y, sobre todo, con el respeto que merecen quienes hacen posible que la cultura tenga alma, crítica, y sentido.