Aristóteles y los saberes divorciados

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 12 de Noviembre de 2017
Number 1, de Jackson Pollock (1912-1956).
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Number 1, de Jackson Pollock (1912-1956).

 'La sabiduría es intelecto y ciencia, una especie de ciencia capital de los objetos más honorables'. Aristóteles, Ética a Nicómaco.

Vivimos en una era en la que el saber vive compartimentado, cada pizca de conocimiento vive en su propio mundo, con sus propias reglas, y lo que principalmente se pide a aquellos que profundizan en esos saberes, sean científicos, humanísticos, o técnicos, es que se aprendan a fondo esas reglas, las jergas propias de cada disciplina que la salvaguardan de curiosidades de neófitos curiosos, y les da una pátina de respetabilidad, y así se disuade a otros saberes de contaminar el propio. Se sobreentiende que hemos de formar especialistas, profesionales,  que sepan mucho básicamente de lo suyo, y que en todo caso conozcan superficialmente algo de los demás saberes, o habilidades, que conforman el conocimiento. Si sabes de química, en el sentido académico, y sin embargo, tienes amplios conocimientos de literatura, lees profusamente y disfrutas debatiendo sobre las últimas tendencias literarias o sobre si Dylan merecía un Nobel o no, te miran como un bicho raro, un friki, una curiosidad. Esa tendencia a compartimentar saberes y profesionalizarlos no es nueva, lleva muchos siglos incubándose en nuestras sociedades, provocando también absurdos, como aquellos que pretenden saber de todo sin saber de nada. Una tendencia no podría sobrevivir sin provocar la otra contraria, igual de dañinas ambas, para aquello que hace milenios dio nacimiento a la filosofía, y que no era otra cosa que la inacabable búsqueda de la sabiduría bajo un único parámetro; la curiosidad inacabable, mantener intacta nuestra capacidad de sorpresa ante la complejidad de este universo en el que vivimos, y nunca desprendernos del sentido de la maravilla ante cada pequeño secreto que somos capaces de arrancarle.

Esa tendencia a compartimentar saberes y profesionalizarlos no es nueva, lleva muchos siglos incubándose en nuestras sociedades, provocando también absurdos, como aquellos que pretenden saber de todo sin saber de nada

Nuestros sistemas académicos y educativos cada día avanzan más en la dirección contraria a formar seres humanos completos y complejos, haciendo lo posible por profesionalizarlos de la peor manera posible, compartimentándolos, y extinguiendo esa natural chispa de curiosidad y asombro ante el conocimiento del mundo que alimenta la búsqueda de la sabiduría en su sentido más propio. Muestra de ello es el desprecio que se tiene, no ya a la filosofía, sino a las lenguas clásicas, o al arte o la literatura, como si fueran actividades menores que nos distraen de lo verdaderamente importante; crear trabajadores manuales obedientes, que sepan cómo manejar determinadas habilidades técnicas,  y donde no haya que pensar demasiado, o profesionales que desde sus atalayas económicas más o menos altas, tengan la misma preocupación ética por sus decisiones empresariales que un león por la salud del cervatillo que se va a comer.

Puede que seamos piojos intrascendentes de ese cosmos en el que vivimos, como decía Cioran, pero al menos seamos piojos impertinentes, y no nos quedemos estancados en saberes compartimentados, como si solo hubiera de importarnos lo nuestro. Sin alimentar la curiosidad que nos lleva al conocimiento, y de ahí a la sabiduría, nos estancaremos como seres humanos, o peor, volveremos a los charcos de la ignorancia en la que nacimos y de la que tanto nos costó desprendernos.

Hemos de aprender que puede haber una hermosa, excitante y útil conexión entre aprender a ver una flor como un ser vivo, que funciona de una determinada manera, química y naturalmente, como la vería un científico naturalista, que a su vez refleja una belleza artística que nos enfrente a una bella metáfora sobre la fragilidad de la vida, como la vería un pintor o un filósofo, a comprender que una flor puede ser la mejor manera de dar a entender sentimientos que no podemos trasmitir solo con las palabras, como la vería un poeta, a aprender mil maneras diferentes de pronunciar sus nombres en mil idiomas diferentes, como la vería un lingüista o un antropólogo. Todo el conocimiento, toda la sabiduría está conectada, que no determinada, por las diferentes maneras de aprehender esos objetos de conocimiento, qué decir de las disciplinas sobre actividades propiamente humanas; la ética o la política, la literatura, el arte o la gastronomía, la poesía o el deporte.

Hemos de aprender que puede haber una hermosa, excitante y útil conexión entre aprender a ver una flor como un ser vivo, que funciona de una determinada manera, química y naturalmente, como la vería un científico naturalista, que a su vez refleja una belleza artística que nos enfrente a una bella metáfora sobre la fragilidad de la vida, como la vería un pintor o un filósofo

Resulta refrescante volver la mirada al pasado, a Aristóteles, para entender que uno puede ser un especialista en astronomía y sentirse igualmente fascinado por el canto de los pájaros, el teatro, y las reglas de la política que rigen la convivencia humana.  No se trata de convertirnos en un sabelotodo que realmente no sabe de nada; se trata de aprender que tu mundo no se queda en tu pequeña y confortable área de interés profesional. Que hay muchos mundos ahí fuera llenos de conocimientos a los que acercarnos con la dúctil pretensión de que conocerlos nos ayudara a conocernos a nosotros mismos, que los límites de nuestro pequeño mundo de interés, es parte y está conectado a otros muchos pequeños mundos, y ver esas conexiones ampliara nuestros reducidos límites de maneras impensables, y nuestra vida podrá dar giros sorprendentes.

Parte de esa trilogía de filósofos griegos de la época clásica a los que tanto debemos, junto a  Sócrates y Platón; el filósofo nacido en Estagira, en la Macedonia pre-imperial de Alejando Magno, en el 384 a. C., se define por una curiosidad inacabable; le fascinaba todo, entendía la necesidad de abstracción, en determinados saberes, pero nada más fascinante que analizar lo concreto, perderse en los detalles de la poliédricas maravillas de la vida natural y de la vida humana; ya fuera zoología, astronomía, historia, política o teatro, entre otras muchas posibles briznas que conforman el tejido que da sentido a nuestra existencia. Su Liceo fundado en Atenas es lo más parecido que hubo en la antigüedad a una Universidad moderna; sus alumnos, sus investigadores, eran enviados a los diferentes rincones del mundo conocido en busca de conocimientos, ya fueran de biología o las diferentes constituciones o sistemas políticos que regían las polis griegas. Su biblioteca fue una de las más completas del mundo antiguo. Todo saber conocido era digno de investigación, su brillantez y minuciosidad tuvo sin embargo un efecto muy desafortunado, que fue totalmente contrario a lo que guiaba su búsqueda del conocimiento. Durante siglos se valoró tanto su aportación en las diferentes disciplinas que nunca se cuestionaron sus resultados, se sacralizaron, con la natural tendencia absolutista de las religiones que se apropiaron de ellos (convenientemente descontextualizados y recortados para adaptarlo a la doctrina).  Eso provocó que costase mucha resistencia avanzar en determinados campos científicos; por ejemplo, una de las cosas que afirmaba en su física es que si dejáramos caer dos objetos iguales pero construidos por materiales diferentes, madera y metal, el más pesado caería primero al suelo. Evidentemente, hoy sabemos que no es así, pero hasta que Galileo se atrevió a demostrarlo experimentalmente, dejando caer una bala de cañón y una bola de madera desde la torre de Pisa, y ambas cayeron al suelo al mismo tiempo, no se demostró que estaba equivocado.

Aristóteles creía que la filosofía, la búsqueda del conocimiento, la sabiduría, es un camino que siempre ha de ser alimentado por la duda y el contraste de perspectivas. Nadie duda de la fiabilidad de la física para explicarnos las leyes escritas en el universo y que determinan cómo funciona la materia, pero cuando al igual que las matemáticas se enfrentan a su límite, muchos físicos vuelven a la filosofía y sienten fascinación por esos incansables pensadores griegos, pues necesitan una mirada refrescante sobre un mundo de la materia que no puede explicarse sin retorcer el pensamiento de una manera, que tan solo los filósofos practicaron en alguna ocasión. No se puede desanclar la economía o la política de la ética, como no puede hacerlo la medicina, más mientras más avanzada se encuentre. No se trata de volver más humanas las ciencias o más exactas las humanidades, se trata de entender que no hay ninguna división juiciosa entre ambos saberes como si estuvieran enfrentados, ambos se necesitan, ambos deben ser parte no ya de cualquier formación educativa, en cualquier fase, de primaria a superior, sino que las diferentes perspectivas que unas y otras aportan a nuestro mundo no tienen por qué ser excluyentes, como nos hacen creer. Ciencia y filosofía han de tener un dialogo permanente, como poesía y ciencia, o arte y ciencia, o política y economía. Compartimentar continuamente los saberes, cuando no enfrentarlos, divorciarlos de manera tan irresponsable, nos debilita, como sociedad y como seres humanos.

El pensador griego poseía un incansable afán por clasificarlo todo, por picotear en todos los campos donde la curiosidad humana pretendiese conocer algo del mundo, sin esa curiosidad, sin esa manera de enfrentarse a un mundo que parecía tan caótico y desordenado, no habría ciencia, ni habría filosofía

El pensador griego poseía un incansable afán por clasificarlo todo, por picotear en todos los campos donde la curiosidad humana pretendiese conocer algo del mundo, sin esa curiosidad, sin esa manera de enfrentarse a un mundo que parecía tan caótico y desordenado, no habría ciencia, ni habría filosofía. Era capaz de escribir sobre astronomía, sobre física, sobre el primer motor del mundo y no se le caían los anillos por tomarse igualmente en serio la ética o las artes teatrales, por poner un ejemplo. Su espíritu enciclopédico, su ánimo investigador incansable, su ansia de conocimiento sin límites se movía entre la lógica,  la política, la  ética,  o la indagación sobre la naturaleza, ayudando a sistematizar los saberes.  La filosofía en sus orígenes nos dio un punto de partida, nos indicó una salida a una encrucijada. Hoy, más de dos milenios después, hemos llegado a otra encrucijada, donde los saberes se excluyen y se desprecian mutuamente, la pena es que no parece haber ningún Aristóteles para ayudarnos a encontrar una salida, o lo que es peor, si lo hubiera, o bien se le despreciaría o se le acallaría de la peor forma posible.

Qué tal si como un pequeño y divertido ejercicio de evasión, hoy decidimos leer algo ajeno totalmente a nuestra profesión, aprender algo sobre otra perspectiva ajena a nuestro marco de creencias, hacer algo diferente que nos aporte algo de conocimiento ajeno a lo habitual, despertar nuestra curiosidad y explorar esos mundos que de tan ajenos y desconocidos nos parecen alienígenas, aunque se encuentre tan solo a la vuelta de la esquina. 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”