'Bob Dylan, Friedrich Nietzsche y el sentido de la vida'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 28 de Agosto de 2022
Bob Dylan y Friedrich Nietzsche, frente a frente.
IndeGranada
Bob Dylan y Friedrich Nietzsche, frente a frente.
'No es necesario ni deseable que alguien tome partido por mí.Al contrario, una dosis de curiosidad, como la que nos inspira una planta extraña, acompañada de una resistencia irónica, me parecería una posición incomparablemente más inteligente en relación con mi persona' (F. Nietzsche, julio 1888)
'La gente me pregunta por qué escribo de la manera que lo hago, qué estúpida, qué monstruosa, una pregunta así me choca…me hace pensar que no hago nada, me hace pensar que no se me oye' (Bob Dylan, 1963)

El sentido de la vida es una cuestión que atañe a dos peculiares especies del ser humano: la primera rara avis son los filósofos, que si son responsables palidecen cuando algún valiente les plantea la cuestión, o se les cae la baba, si la soberbia les vence, pensando en la verborrea con la que tratar de deslumbrar con alguna que otra obviedad, vestida de trascendencia, a una pregunta tan irritante. La otra rara avis son aquellos que lo han perdido todo, o temen perderlo, sea dinero, salud, amor o destino, y cuya única manera de avanzar (acaso no termina siendo la de todo el mundo) es tropezar una y otra vez, rezando por caer hacía delante, y no hacía atrás.

Aquél que escribe no sabe muy bien a qué especie de rara avis pertenece, y tampoco es relevante, lo importante es que unos u otros, tratan de responder a tan tragicómica cuestión, y sea que respondan enloquecidos por el delirio, o por la serena certeza del que ha creído encontrar una respuesta en la embriagadora lucidez que acompaña los ocasos de la vida...

Aquél que escribe no sabe muy bien a qué especie de rara avis pertenece, y tampoco es relevante, lo importante es que unos u otros, tratan de responder a tan tragicómica cuestión, y sea que respondan enloquecidos por el delirio, o por la serena certeza del que ha creído encontrar una respuesta en la embriagadora lucidez que acompaña los ocasos de la vida, algo en común poseen sus respuestas, si vas a su esencia: la vida no es sino un baile de máscaras, al que te han arrojado en medio de un frenético carnaval. Desconoces la música y a aquellos que la interpretan, desconoces quienes en verdad se encuentran tras las exóticas o grises máscaras con las que te cruzas en tu deambular, desconoces cuándo dejarte arrastrar al frenesís del enloquecido baile, o cuando esconderte en un rincón asqueado del gentío. Desconoces hasta el momento en el que la música dejará de sonar y tu papel, deslumbrante o patético, llegue al final de su interpretación.

Saben que no hay salida al laberinto, que los trucos del tipo, gira siempre en la misma dirección (llamémosle religión o espiritualidad), son engañabobos para distraerte y que no dejes de correr buscando la inexistente salida

La mayoría de los invitados al carnaval de la vida se esconden bajo monocromáticas máscaras que apenas cambian hasta que te expulsan del baile, y que por si fuera poco suelen elegir por ellos. Algunos, no muchos, algo más avispados en la búsqueda del sentido y del verdadero significado del laberinto al que nos han arrojado, eligen ellos mismos sus máscaras, con las que presentarse ante los demás. Saben que no hay salida al laberinto, que los trucos del tipo, gira siempre en la misma dirección (llamémosle religión o espiritualidad), son engañabobos para distraerte y que no dejes de correr buscando la inexistente salida. Puedes detenerte, y decidir dejar de jugar, pero qué hay de divertido en ello. Ya que juegas, y bien poco tienes que decir sobre las reglas, al menos contribuye a embellecer el baile de máscaras que es la existencia humana. Schopenhauer y su elitista pesimismo, que muestra en el arte una de las salidas a la atonía de la vida, sin duda estaría de acuerdo, aunque no fuera en sus reflexiones capaz de pagar el precio de la respuesta correcta, al dejar en mera retórica sus escritos, y no atreverse a practicar sus principios hasta sus últimas consecuencias. Nada reprochable, siguió con la tónica cotidiana, ya que la cobardía es nuestra respuesta habitual.

Se negaron a jugar según las reglas y decidieron inventar algunas propias, no por ello encontrarían la salida al laberinto de la existencia, pero al menos crearon nuevos caminos ajenos a los preestablecidos

La clave de la cuestión, que veremos a través de algunas pinceladas de dos estrambóticos personajes, es que el único material maleable del que disponemos es nuestra vida y sus obras, y sea a través de la filosofía fragmentaría de Nietzsche, o de la poesía envuelta en música, del trovador Dylan, ambos se dieron cuenta de ello. Se negaron a jugar según las reglas y decidieron inventar algunas propias, no por ello encontrarían la salida al laberinto de la existencia, pero al menos crearon nuevos caminos ajenos a los preestablecidos. Puede que todos ellos terminen desembocando en muros inalcanzables y que solo quede retroceder, pero al menos fueron los delineantes de su propia vida.

El verdadero valor de tus diferentes experiencias, elecciones, acciones, con la misma temática, es proyectarlas con diferentes variaciones, a veces dejando que la interpretación se mueva de manera más libre e improvisada, a veces más ceñida a una estricta métrica o ritmo que evite que desbarres

Dylan siempre interpretó un papel, diferente en cada momento existencial de su vida. Una extraordinaria película, I am not there bucea en su camaleónica forma de interpretar su vida y moldearla como su propia obra de arte a través de su música y de su poesía. Cambiaba continuamente la música, cambiaba continuamente los versos de las canciones, según la máscara con la que en cada momento interpretaba, pero si diseccionáramos una canción, pongamos Blowin in the Wind, en sus mil y una interpretaciones diferentes, veríamos la misma canción desde mil y una perspectivas variadas. Solo al terminar la vida, al disponer de la panorámica completa seríamos capaces de disfrutar de la maravillosa obra de arte que ha compuesto en torno al tema de la canción. Variaciones e interpretaciones sobre el mismo tema común. Y lo mismo con otras tantas canciones. Dylan nos enseña que lo mismo es posible hacer en la vida. El verdadero valor de tus diferentes experiencias, elecciones, acciones, con la misma temática, es proyectarlas con diferentes variaciones, a veces dejando que la interpretación se mueva de manera más libre e improvisada, a veces más ceñida a una estricta métrica o ritmo que evite que desbarres. Da igual, creas sentidos y significados sobre la misma temática, una y otra vez, pero tú eliges cómo interpretar el mismo e invariable tema, según tu momento vital. Y al final, si como dioses que pudiéramos trascender el tiempo y viéramos como hemos vivido, amado, existido, sufrido, disfrutado, en perspectiva, qué preferiríamos, la opción de Dylan, o la de aquellos artistas que una y otra vez interpretan la misma canción exactamente de la misma manera. 

El dilema de la vida es que como las canciones, preferimos la versión congelada en el tiempo de la grabación, que nunca cambia, pero el verdadero artista sabe que esa canción es solo un punto de partida, que cada vez que la interpreta en directo es única y ha de ser diferente. No puede ser grabada, porque la grabación desvirtúa su valor, solo existe en el aquí y ahora del eterno retorno nietzscheano.

Pero ese es el conocimiento, necesario, pero estéril de la ciencia, el de la filosofía de la existencia, el de la lucidez embriagadora, altera nuestra mirada sobre lo conocido. Usamos máscaras para poder sobrevivir a la crudeza de esas verdades escondidas

Precisamente Nietzsche escribe en “La Ciencia Jovial”: ¿Nos hemos quejado alguna vez de que se nos entienda mal, se nos ignore, se nos confunda, se nos calumnie y se nos pase por alto? Ese es precisamente nuestro destino… ¡Y por mucho tiempo aún!, digamos para ser modestos, hasta 1901. Lo mismo podría haber escrito Dylan en cualquier momento de su carrera. Es uno de los riesgos de aquellos que optan por el vértigo del pensamiento entrelazado con el arte, sea filosofía o poesía. Para el filósofo alemán el conocimiento es un arma de doble filo. Nos enseñan que adquirir información, sobre ese baile de máscaras, o laberinto que es la vida, que cada cual elija que metáfora prefiere, nos da control sobre el mundo, sobre nuestra existencia. Pero ese es el conocimiento, necesario, pero estéril de la ciencia, el de la filosofía de la existencia, el de la lucidez embriagadora, altera nuestra mirada sobre lo conocido. Usamos máscaras para poder sobrevivir a la crudeza de esas verdades escondidas. Sin ellas seríamos devorados por la vida. En un laboratorio el conocimiento está controlado, todas las variables mesuradas y los resultados son asépticos. La vida nunca es un laboratorio, nada es mesurable ni controlable. Tan solo nos queda la ilusión del control. Si somos conejillos de indias en un experimento metafísico, al menos que nos dejen realizar nuestros propios experimentos.

No sigas los pasos de baile que los demás te imponen, y quizá, no venzas al laberinto, pero te darás cuenta de que ya no es tanto una prisión, sino un cómodo hogar decorado a tu gusto, y con el aliciente de bailar en un carnaval de exóticas máscaras de tu propia elección

Toni Llacer en El superhombre y la voluntad de poder habla de tres máscaras esenciales en la vida y el pensamiento de Nietzsche, que tanto se suceden cronológicamente, como se solapan unas y otras. En las palabras del pensador alemán : Todo lo que es profundo ama la máscara. La primera máscara es la dionisiaca, que nos muestra que rodeados de dramas y tragedias existe un componente lúdico en la vida, una jovialidad que trasciende lo apolíneo sin lo cual todo sentido carece de significado. La segunda es la del nihilismo, etapa necesaria para suspender las reglas de los juegos y experimentos con los que nos conducen como borregos en el laberinto. Olvida las mentiras y subterfugios de las reglas que te han hecho creer que son inviolables, el eterno retorno y la trascendencia del ser humano, convirtiendo su vida en su obra de arte nos llevan a la tercera máscara; la voluntad de poder. Somos perspectiva, y el círculo se completa, volviendo a Dylan y su manera de interpretar cada canción en directo siempre de manera diferente. No vivas nunca de la misma manera, no ames nunca del mismo modo, no seas feliz nunca igual a cómo lo fuiste en el pasado. No sigas los pasos de baile que los demás te imponen, y quizá, no venzas al laberinto, pero te darás cuenta de que ya no es tanto una prisión, sino un cómodo hogar decorado a tu gusto, y con el aliciente de bailar en un carnaval de exóticas máscaras de tu propia elección.

Si como Sísifo estamos condenados a subir una y otra vez la misma roca a la cima de la montaña, para ver como cae rodando cuesta abajo; amar, odiar, ganar, perder, sonreír, llorar, en un eterno ciclo de los mismos temas, introduzcamos algunas variaciones que muestren nuestro orgullo y nos permitan escupir a la cara a los dioses del destino, que nos condenaron tan solo por pretender ser libres.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”