Botellódromo maldito

Blog - El ojo distraído - Jesús Toral - Viernes, 26 de Junio de 2015

Parto de la idea de que este artículo no va a ser popular porque hoy en día o estás en contra del botellón o eres un inconsciente e insolidario con los vecinos. Pero responder sí o no me parece una simplificación excesiva.

Hace unos días un conocido presentador de televisión soltó las mayores lindezas sobre el botellódromo granadino: “Huele mal”, “es un espacio de mierda”, “allí no ves a la gente feliz”, “me da asco”. Opiniones todas legítimas y comprensibles pero que dejan en muy mal lugar a los jóvenes de Granada.

Empecemos por el principio: entiendo perfectamente que los vecinos de Arabial se quejen de ruidos constantes, de suciedad, de dejadez en el entorno del botellódromo. Es así, no hay vuelta de hoja. Lo que nunca hacemos es ponernos en el lugar de los jóvenes ni buscar las causas reales de su existencia.

¿Cuántos de nosotros no hemos disfrutado de beber al aire libre durante nuestra época de juventud? ¿Cuántos de nosotros no disfrutamos aún hoy de tomarnos una cervecita en una terraza de verano abarrotada?

Hemos creado una sociedad que alterna en torno al alcohol, que se junta en los bares a comer y especialmente a beber y todas las connotaciones agregadas a una cerveza, una copa o un combinado son positivas cuando se trata de los padres, y no nos percatamos de que ese es el ejemplo que trasmitimos a nuestros jóvenes: que el alcohol es diversión.

Recuerdo lo que me contaba un colega periodista hace unos años: “No hay mayor botellódromo que las terrazas del Paseo de la Castellana, en Madrid, pero ahí nadie se queja porque una coca cola puede costar 5 euros”.

¿Tal vez pensamos que el ruido se reduce cuando se paga más? No se escuchan tantas quejas por los lugares donde las terrazas se abarrotan cada noche en el verano granadino, como si a esos vecinos les importara menos o tal vez se les hiciera menos caso.

Y es que una diferencia fundamental entre las terrazas y el botellódromo es que éste último es más barato y por tanto más accesible a los jóvenes, siempre escasos de dinero. Hacen lo mismo que nosotros sólo que amoldándose a sus circunstancias.

Claro que hay otro dato objetivo: la suciedad que producen los asistentes al botellódromo no la retiran los camareros de los bares. Pero la suciedad se evita con educación y más medios municipales. Cuando yo era un niño, las calles de mi pueblo estaban bastante sucias, la gente tiraba los paquetes de pipas vacíos al suelo, los papeles, los chicles…nadie esperaba a encontrar una papelera. Hoy en día, se ha multiplicado el número de papeleras y de alguna forma la gente ha tomado conciencia de la importancia de no ensuciar su entorno y casi en cualquier lugar es más difícil encontrar un papel en plena acera.

Llevo años oyendo los problemas que causa el botellódromo con justificaciones como que “los jóvenes son unos vándalos”, “hoy en día no tienen valores”, “no hacen nada…”. Parece como si nos olvidáramos de que esos jóvenes son nuestros hijos, sobrinos, los que nosotros mismos hemos educado a nuestra imagen y semejanza.

Hace unos años, cuando llegué a Granada y todavía era posible, reconozco que también hice botellón. Me reunía con un grupo de amigos y disfrutaba en alguna placeta preciosa del Albaicín, alejada de vecinos, a tomarme un combinado frente a la Alhambra, con la certeza de saber la marca de alcohol que tomaba, y la tranquilidad de poder charlar sin escuchar la música con el volumen a tope como sucede en los pubs cada noche. Después agarrábamos nuestras botellas vacías y las tirábamos a un contenedor. Nadie se quejaba alrededor porque no había nadie al que molestáramos.

Deberíamos ponernos en la piel de los jóvenes para entender que no les estamos dando alternativas aparte del botellódromo y les estamos pidiendo que actúen con más madurez de la que nosotros mismos hacemos gala.

¿Qué puede hacer un joven un viernes o sábado por la noche aparte de salir de fiesta?

Lo primero que deberíamos hacer es educar a nuestros menores en tolerancia a los demás, respeto, educación y limpieza. Después, estaría bien que empezáramos a darles opciones distintas: campamentos de verano, espectáculos nocturnos a precios asequibles, cines más baratos, talleres originales de fines de semana…Es aquí donde tenemos que aguzar el ingenio y la imaginación. Y también no olvidarnos de dar ejemplo: ellos harán lo que vean hacer a sus padres, tíos, etc.

¿Es que no nos damos cuenta de que estamos exigiendo a los chavales que hagan algo distinto a lo que nosotros hacíamos a su edad y a lo que aún seguimos haciendo sólo que en bares, restaurantes, fiestas o incluso nuestras casas, porque económicamente nos podemos permitir esos lujos inaccesibles para ellos?

Los jóvenes granadinos no son unos vagos, ni unos irrespetuosos, al contrario, estoy seguro de que si muchos de ellos no fueran cívicos, el botellódromo hace tiempo que se habría convertido en una batalla campal.

Nuestra mayor victoria como padres sería conseguir que a ellos mismos dejara de interesarles ir a un espacio a emborracharse y a perder el control. Pese a que creamos que se trata del hijo de otro, nunca el nuestro, lo cierto es que la responsabilidad de lo que ocurre en ese lugar maldito es de todos, no sólo de los jóvenes. Dejemos de echar balones fuera. Empecemos a buscar soluciones y no culpables frente a nosotros.

Imagen de Jesús Toral

Nací en Ordizia (Guipúzcoa) porque allí emigraron mis padres desde Andalucía y después de colaborar con periódicos, radios y agencias vascas, me marché a la aventura, a Madrid. Estuve vinculado a revistas de informática y economía antes de aceptar el reto de ser redactor de informativos de Telecinco Granada. Pasé por Tesis y La Odisea del voluntariado, en Canal 2 Andalucía, volví a la capital de la Alhambra para trabajar en Mira Televisión, antes de regresar a Canal Sur Televisión (Andalucía Directo, Tiene arreglo, La Mañana tiene arreglo y A Diario).