CajaGranada: Todo en ti fue naufragio

Blog - Antonio Cambril - Antonio Cambril - Lunes, 20 de Marzo de 2017

La Caja ya es un féretro, un 0,000 a la izquierda. Se la han dado al peor postor. CajaGranada, La General, la hucha del chavico, el calcetín del ahorro granadino. Se ha diluido en el BMN, un banco nacionalizado, que se ha diluido en Bankia, otro banco nacionalizado, a costa del sufrimiento de todos los españoles que no poseen acciones en el IBEX. Era tal la ruina que a CajaGranada, tan resultona en otro tiempo, nadie la quería. Son cientos las razones que la condujeron a la quiebra, pero hay algunas que el paso del tiempo vuelve meridianas. Ésta, más que nada: no la mató la corrupción, la mató la estulticia

Desde que se democratizó, la Caja sólo ha tenido a dos economistas en su presidencia: Manuel Martín y Julio Rodríguez. Ambos realizaron una magnífica labor, ambos conjugaban la preparación especializada con una sólida formación intelectual. El primero no tenía carnet de ningún partido. Y el segundo, aunque del PSOE, siempre lució criterio propio y se mostró tremendamente celoso de su independencia. ¡Así le fue! Lo laminaron para sustituirlo por Antonio María Claret García García, cartagenero moreno, socialista histórico y hombre de carácter afable y contrastada sensibilidad social. ¿De profesión? Oftalmólogo. Pero se puede ser oftalmólogo y miope…porque no las vio venir.

La permanencia de Julio Rodríguez hubiese supuesto una garantía de pervivencia de la entidad. Formado en el Servicio de Estudios del Banco de España, el motrileño, que fue el primer consejero de Economía e Industria del Gobierno andaluz, llegó a La General después de abandonar la presidencia del Banco Hipotecario. Siempre abominó, en público y en privado, de la creciente especulación urbanística, y son infinidad sus conferencias y sus artículos en prensa contra lo que entonces se conocía como la cultura del ladrillo. Si algo es seguro es que, con él al frente, la Caja hubiese restringido y vigilado al máximo los préstamos a empresas constructoras y promotoras que están en el origen de la bancarrota. Pero Julio era hombre crecido que admitía pocas injerencias y contrarió a Magdalena Álvarez, entonces consejera de Economía y Hacienda, lo que aprovechó el secretario provincial del PSOE, Francisco Álvarez de la Chica, para cometer su mayor error político. En 2001 acabó con el mandato de Rodríguez y promocionó a Claret,  quien ya por entonces, o poco después, harto de que los periódicos se fatigaran y confundieran con su nombre, lo abrevió cargándose un apellido y pasó a llamarse Antonio Claret García. A secas.

Con él en la Presidencia, el secretario del PSOE y el entonces presidente del Partido Popular, el desaparecido Juan de Dios Martínez Soriano, impulsaron el Pacto del Saray, en el que también incluyeron a empresarios y sindicatos. El pretexto fue la pacificación de la Caja, pero aquello, más que un pacto, fue un reparto que propició la entrada en tropel de militantes de ambos partidos en los órganos decisorios de la entidad. Establecieron una suerte de lista cremallera (uno para ti, otro para mí; uno rojo, otro azul y, en ocasiones, otro colorao) y facilitaron la ocupación de puestos fundamentales por gente sin la más mínima formación bancaria. Ni un cursillo de contabilidad les dieron. Ahora, que, entre los dietados, había de todo: maestros, maestros, maestros, maestros, ingenieros técnicos industriales, licenciados en Derecho, médicos,  bajitos, barbudos, ciclotímicos… y hasta un ¡profesor asociado de Derecho Financiero! Entonces llegó la crisis.

Con un oftalmólogo en la Presidencia y los medios de control colmatados por una legión de afiliados con  menos luces que un barco pirata (financieramente hablando) se fue a lo fácil: se produjo una excesiva concentración de préstamos en el explosivo mercado inmobiliario, se invirtió una millonada en un proyecto más ostentoso que meditado, el Museo de la Memoria de Andalucía (un mausoleo a la inoperancia, un dispendio equiparable, por lo desnortado, a los edificio de Calatrava en el antiguo cauce valenciano del Turia) y se tomó dinero prestado de los mercados financieros cuando no bastaba con los depósitos de los clientes. ¡La tormenta perfecta! Así que CajaGranada zozobró sin que dijera una palabra más alta que otra ninguno de los ignorantes (financieramente hablando). El pacto del Saray, o del Nanay, está, pues, en el origen de la desgracia actual y anuncia a las claras y a escala provincial los peligros de la Gran Coalición, del acuerdo entre los dos grandes partidos propuesto por el complejo financiero-mediático para evitar que los partidos emergentes lleguen algún día al poder. PSOE y PP. Si malo es que no se lleven, peor es que se lleven bien.

Antonio Jara, el último presidente, el que ha apagado la luz, entró en CajaGranada ignorando que el destino estaba escrito, que ya se había incubado el huevo de la serpiente. Luego poco pudo hacer este profesor de Filosofía del Derecho que rigió con brillo y gallardía los destinos de la ciudad durante la primera década de la democracia. Aunque no es menos cierto que despreció la unión con otras entidades andaluzas, que equivocó la apuesta de la fusión, que permitió que el director general aumentara el sueldo un 25% en tiempos de desgarro colectivo y que, cuando los sustituyó, enterró en chatarra, condecoraciones, insignias, medallas y púrpura a toda la caterva de indocumentados (financieramente hablando). Y el postre: no supo retirarse a tiempo, cuando ya era consciente de que su función se reduciría a contemplar el continuo cierre de oficinas y el despido cruel de cientos de trabajadores que son también sus vecinos. ¡Qué paradoja! El alcalde más valioso de Granada desde la Transición ha dilapidado su inmenso prestigio al frente de una Caja que él mismo defendió con furia en el ocaso de los 80. ¡Para enterrador vale cualquiera!

CajaGranada. “¡Todo en ti fue naufragio!” ¡Los que tanto sufrimos con tu informatización y aquellos tus cajeros, siempre fuera de servicio, te echaremos mucho de menos!