Los filántropos de AIDE
Cuando Torres Hurtado y su séquito empezaron a gestar el expolio de la Casa Ágreda, el infausto alcalde (Pepe Torres, El Infausto, podría ser el nombre con que ingresara en la Historia Local de la Infamia una vez que los juzgados consolidaran su leyenda negra) explicó a los periodistas que por fin había dado con un comprador para el histórico edificio cuya catadura nadie cuestionaría. Es más, agregó que incluso los reticentes no tendríamos más remedio que cantar la palinodia y confesar nuestro error. El comodín que el alcalde guardaba en la manga del chaleco para obrar el milagro de la persuasión consistía en revelar que el comprador no era una cadena hotelera ni una desalmada constructora sino una ONG, en concreto la federación de Agencias Internacionales para el Desarrollo, una rarísima corporación filantrópica, de la que nadie tenía hasta ese momento noticias, pero que era capaz de invertir una millonada y cerrar un negocio redondo en un edificio del Albaicín.
¿Qué era AIDE, cuál el nombre de sus auténticos filántropos, de qué naturaleza sus objetivos y cuál su ideología? El nombre, AIDE (“ayuda” en francés), me recordaba vivamente el famoso cartel que diseñó Miró en París en 1937 para recaudar fondos para la República Española, el aidez l´Espagne. ¿Aidez Granade? ¿Aidez Torres Hurtado, Aidez la especulación o incluso el más directo de Aidez al PP? ¿Cuál era la consigna que ocultaba aquella oscura operación de socorro o misericordia?
El señuelo de las oenegés ha servido para blanquear la reputación de muchas corporaciones dotadas no ya de ánimo de enriquecimiento sino de ánimo de depredación. Las páginas de sucesos están llenas de numerosas oenegés cuyos caritativos bienhechores acabaron en la trena reclamando ellos mismos caridad.
A estas alturas sabemos que el gobierno del PP llegó a vender a los humanitarios socios de AIDE por 1,9 millones de euros un edificio que costaba 6,2. Un negocio redondo que recuerda las artimañas que se utilizaban en los tiempos de la Marbella de Gil, cuando se traficaba a precios de risa con el patrimonio de la ciudad.
También nos consta que los socios quizá eran humanitarios pero desde luego la virtud principal que los adornaba era la de negociantes habilísimos. También sabemos que un juzgado, a petición de la Fiscalía, investiga al exalcalde y a su entonces concejala de Urbanismo por la misma ristra de delitos especulativos que ha llevado a la cárcel a otros políticos desvergonzados. Y poco más, salvo que la sede central, al parecer, está en Marruecos, donde fueron recibidos con toda suerte de lisonjas un par de enviados de Torres Hurtado. Si no acudió él a Rabat no fue por ganas sino porque los medios ya habían dado la alarma a pesar del impenetrable secretismo de las negociaciones.
Pues bien, aunque ahora sabemos algo más yo, al menos, continuo ignorando qué es AIDE, cuántos golpes del mismo tenor han dado sus filantrópicos dirigentes, cuál es su patrimonio, para qué lo usan, cuántas tapaderas utilizan y en qué países.
Sería muy bueno romper o, al menos, descascarillar los muros que rodean a esta singular oenegé que estaba dispuesta a ensayar en Granada un obra de caridad que le iba a reportar unas ganancias de cuatro millones de euros. Porque si al final resulta que las autoridades granadinas prevaricaron, los fantasmagóricos benefactores de AIDE deberían comparecer y explicar si conocían las tripas del presunto fraude e incluso si ellos mismo formaban parte del intestino delgado.