Fiona Apple deslumbra con un rabioso alegato a la libertad emocional, artística y política

Blog - Un blog para melómanos - Jesús Martínez Sevilla - Miércoles, 29 de Abril de 2020
Fiona Apple – 'Fetch the Bolt Cutters'
Portada de 'Fetch the Bolt Cutters' de Fiona Apple.
Portada de 'Fetch the Bolt Cutters' de Fiona Apple.

Se me ocurren pocas carreras comparables a la de Fiona Apple. La cantautora estadounidense saltó a la fama siendo aún adolescente, gracias especialmente al éxito de su single “Criminal, pero rápidamente se desmarcó de las expectativas que cabía tener respecto a una joven estrella del pop en esos tiempos. A través de sus entrevistas, sus discursos al aceptar premios y, ante todo, sus letras (su vehículo predilecto de expresión), la personalidad arrolladora de Fiona se negaba a ser encapsulada en los marcos y narrativas que los medios usaban para describir a las mujeres artistas. Así pues, se la encasilló como una “loca”, una it girl salida de quicio e intoxicada, una histérica. La calidad de su segundo disco, When the Pawn… (1999), no evitó que la percepción pública se mantuviera en sus trece, presentándola como alguien difícil y molesto. Y claro, cuando la honestidad emocional es tu bandera artística, es fácil que estos juicios se extiendan a la música, por lo que incluso los elogios venían acompañados de bilis. Hasta el título, un poema asombrosamente largo, se tomó como un síntoma de rebeldía infantil, en lugar de la declaración de intenciones artística y personal que claramente era.

Pero, a juzgar por lo sucedido desde el momento en que cortó su vínculo artístico con Brion, Fiona tenía razón, al menos a largo plazo: su música es tan intensa, hasta dolorosamente personal, que lo que mejor puede sentarle es que ella sea quien tome todas las decisiones

Desde entonces, en 21 años, Apple solo nos ha dado tres discos – o cuatro, si contamos las dos versiones de Extraodinary Machine (2005), la que hizo con Jon Brion y no le convenció y la que regrabó sin él y acabó lanzando años más tarde. Este fue otro caso en que la percepción pública la juzgó severamente: la opinión más extendida era que Brion, padrino de Apple en el mundillo cultureta de Los Ángeles y productor de When the Pawn…, considerado un genio por la prensa alternativa, había hecho un trabajo excelente, y Fiona había arruinado un gran álbum por celos. Pero, a juzgar por lo sucedido desde el momento en que cortó su vínculo artístico con Brion, Fiona tenía razón, al menos a largo plazo: su música es tan intensa, hasta dolorosamente personal, que lo que mejor puede sentarle es que ella sea quien tome todas las decisiones. Lo vimos en 2012 (¡siete años después del anterior álbum!) con The Idler Wheel…, que esta vez sí fue recibido con elogios universales. No era para menos: lo conformaban diez canciones excelentemente compuestas, con un punto clásico pero con la idiosincrasia de sus letras a máxima potencia, arregladas de forma sencilla y acústica, con el piano como hilo conductor, un mayor protagonismo de la percusión y todo el espacio restante libre para el despliegue de una voz fiera y rotunda pero capaz de una tierna ironía.

Y desde entonces, nada. Ocho años en que lo más que nos llegaba eran canciones para series de televisión o colaboraciones con otros artistas. Fiona, por su parte, apenas salía de casa, y sus apariciones en directo eran escasas. Pero había rumores. A finales de 2019, mientras The Idler Wheel… se posicionaba merecidamente en altos puesto de las listas de lo mejor de la década, al fin ella misma lo confirmaba: estaba terminando un disco. La fecha de salida no se reveló hasta principios de este mes, y para entonces todo el mundo de la música era presa del hype. Una emoción intensificada aún más por el aplauso crítico universal: Fetch the Bolt Cutters ha conseguido un 100 en Metacritic, algo hasta ahora reservado para las reediciones de discos clásicos, además del primer 10 de la todopoderosa Pitchfork desde que se lo concediesen a My Beautiful Dark Twisted Fantasy, de Kanye West, en 2010.

Y hay que decir que aluciné desde la primera escucha. Si el disco anterior destacaba por presentar canciones muy pulidas, con un sonido elemental y muy limpio, estos adjetivos no podrían ser más inadecuados para describir la bomba que es Fetch the Bolt Cutters. Pero no será porque los elementos que lo componen sean muy distintos

Este es el contexto en que yo, como tantos otros fans, me enfrenté a este álbum. Y hay que decir que aluciné desde la primera escucha. Si el disco anterior destacaba por presentar canciones muy pulidas, con un sonido elemental y muy limpio, estos adjetivos no podrían ser más inadecuados para describir la bomba que es Fetch the Bolt Cutters. Pero no será porque los elementos que lo componen sean muy distintos: la principal diferencia es que la percusión pasa a primerísimo primer plano, con un sonido mucho más caótico, primario. Este protagonismo se entiende mejor al leer (en el imprescindible perfil de hace unas semanas en The New Yorker) cómo se ha construido el álbum: arropada por un grupo selecto de músicos, Fiona grabó, casi exclusivamente en su propia casa, cientos de sonidos producidos al golpear objetos de todo tipo (incluidos los huesos de su perra Janet), para armar con ellos una “orquesta de percusión” que le sirvió de esqueleto para las canciones. Es imposible identificar todos los sonidos que pueblan el álbum en un momento determinado; ese caos da un aire de espontaneidad a un trabajo concienzudo y milimétrico.

Una vez pasado el impacto de la primera escucha, visto el bosque, pude centrarme en los árboles, es decir, las canciones. Y hay que decir que en este disco no hay nada tan inmediato como Werewolf, pero aun así hay varios temas de factura clásica. “I Want You to Love Me”, que abre el disco, o “Cosmonauts”, compuesta originalmente para la banda sonora de una película, entran en esta categoría: canciones con introducción, nudo y desenlace. En cambio, otros cortes llevan la lógica salmódica de Hot Knife, todo ritmo y voces superpuestas repetidas, a extremos aún más catárticos. La visceral “Relay” es el ejemplo más extremo: acumula tanta tensión que parece que esté a punto de deshacerse por las costuras; y efectivamente así sucede, la canción se descompone poco a poco hasta que la voz de Apple te acuna suavemente, ayudándote a recuperarte para la escucha del resto del álbum. E incluso canciones que parecen encajar en el primer tipo se contagian de esta energía, como ocurre al final de la deliciosa “Under the Table”.

Así pues, queda claro que la efervescencia emocional de sus anteriores trabajos no se apaga aquí. Si acaso aumenta, pero hay una diferencia: en Fetch the Bolt Cutters hay al mismo tiempo un trasfondo de aceptación de toda esa furia y un discurso más elaborado sobre la liberación que persigue la artista

Así pues, queda claro que la efervescencia emocional de sus anteriores trabajos no se apaga aquí. Si acaso aumenta, pero hay una diferencia: en Fetch the Bolt Cutters hay al mismo tiempo un trasfondo de aceptación de toda esa furia y un discurso más elaborado sobre la liberación que persigue la artista. En relación con lo primero, la apertura y el cierre del disco, con “I Want You to Love Me” y “On I Go”, que siguen respectivamente los esquemas antes esbozados de “canción pop” vs. “cántico que induce al trance”, reflejan la misma idea: sus versos hablan desde una perspectiva influida por el budismo sobre el movimiento como metáfora de cualquier actividad, concluyendo que hay que tomar distancia, desprenderse de la necesidad de impresionar a nadie y “moverse por moverse”, hacer las cosas por el disfrute de hacerlas. Esta actitud benevolente se extiende también a todas esas violentas emociones que pueblan cualquier canción de Fiona Apple: me quedo con la sensación de que, frente a la lucha encarnizada consigo misma que retrataba la letra deEvery Single Night, la estadounidense ahora se acepta más (“I’m pissed off, funny and warm”) e identifica mejor al enemigo.

Y el enemigo del que quiere liberarse es, prioritariamente, el patriarcado. Un patriarcado que en estas canciones se encarna, naturalmente, en los hombres que abusan, de diversas maneras, de las mujeres, pero también en la propia Fiona y otros personajes femeninos. Porque Apple entiende muy bien que el patriarcado es algo que nos atraviesa en lo más íntimo. Por ello examina con la misma profudidad despiadada la psique de estos abusadores (con extraordinaria potencia en ese puñetazo en el estómago que es “For Her”: “Like you know you should know, but you don't know what you did/Like you know you should know what happened when I came to bed/Well, good morning, good morning/You raped me in the same bed your daughter was born in”) y la suya propia. Así, se obliga a desaprender su forma tóxica de relacionarse con el mundo (“Relay”), en particular con las mujeres, como las parejas de sus exparejas (“Ladies”, “Newspaper”), localizando la raíz de estos problemas en su adolescencia (“Shameika”, “Fetch the Bolt Cutters”), negándose a permanecer callada (“Under the Table”) y decidiéndose de una vez por todas a deshacerse de sus cadenas (de ahí el título, que podríamos traducir como “Tráeme la cizalla”).

El efecto de esta liberación es contagioso. Pese a la oscuridad inherente a una canción sobre la depresión, como es “Heavy Balloon”, el giro del estribillo es tan vigoroso e inspirador (“I spread like strawberries/I climb like peas and beans”) que uno siente que va a estallar de energía

El efecto de esta liberación es contagioso. Pese a la oscuridad inherente a una canción sobre la depresión, como es “Heavy Balloon”, el giro del estribillo es tan vigoroso e inspirador (“I spread like strawberries/I climb like peas and beans”) que uno siente que va a estallar de energía. Y es que, como cantante, Fiona muestra el dominio que tiene de todos sus registros: encontramos aquí su versión más sombría, la más irónica, la más dulce, la más mezquina, la más furiosa, la más sabia, la más experimental. Sus letras se ven claramente reforzadas por esta expresividad proteica, llegando incluso a componer coros enteros con su voz (“For Her”) para conseguir efectos aún más poderosos, y acompañándose en otros momentos de la voz de su hermana (“Newspaper”). Se trata, en conclusión, de un disco cuya aparente rusticidad no impide que el talento de su autora se expanda en todas direcciones al mismo tiempo.

Y el mundo ahora sí que está listo para aceptar todo ese talento. En un mundo post-#MeToo, comprendemos muy bien que Fiona no es una histérica: es una mujer que ha sido oprimida de múltiples maneras (violencia sexual, abuso emocional, ninguneo artístico…), pero se niega a ser una víctima. En un mundo confinado, el espíritu “hazlo en tu propia casa” de este disco resuena en toda persona que lo escuche. Es tal el impacto que produce el disco, que casi se puede pasar por alto que haya alguna canción relativamente menor (“Rack of His”, “Drumset”) o que su final sea tan anárquico, con tres cortes seguidos de estructura poco definida. Estamos claramente ante un disco que marca época; no hay tantos de ellos, así que cuando nos llega uno, lo suyo es disfrutarlo sin reservas.

Puntuación: 9.7/10

 

Imagen de Jesús Martínez Sevilla

(Osuna, 1992) Ursaonense de nacimiento, granaíno de toda la vida. Doctor por la Universidad de Granada, estudia la salud mental desde perspectivas despatologizadoras y transformadoras. Aficionado a la música desde la adolescencia, siempre está investigando nuevos grupos y sonidos. Contacto: jesus.martinez.sevilla@gmail.com