'Maquiavelo en la Era de Putin y Ayuso'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 6 de Marzo de 2022
Vladímir Putin.
Vladímir Putin.
'No te enfrentes con el poder si no tienes la seguridad de vencerlo'. Nicolás Maquiavelo

Estos días estamos asistiendo a dos ejemplos de libro de la capacidad destructiva que genera la ambición y la lucha por el poder. Por un lado y con consecuencias aún inimaginables, la invasión por parte de Rusia de Ucrania, que ha decidido dejar de lado la estrategia de las guerras geopolíticas frías de baja intensidad, dar un golpetazo al tablero y desperdigar cualquier gramo de sentido común que quedara en la cabeza de su desquiciado dirigente. Si una vez fuimos un imperio, ¿por qué no volver a serlo? ¿Les suena algo al discurso que algunos hacen más o menos sibilinamente en nuestro propio país? Curioso como aquellos que se apoyaron en Putin ahora se escoden o tratan de mirar a otro lado y hacer ruido para ocultar su pasado. Por otro lado, con afortunadamente consecuencias menos sangrientas, pero igualmente cruentas para los implicados, la lucha por el poder en el Partido Popular. A Pablo Casado no le molestaron las sospechas de corrupción o de actuaciones de dudosa moralidad política de Isabel Díaz Ayuso hasta que supuso un obstáculo en su camino por el control del PP. Pasó de aliada a enemiga en un segundo cuando sintió que se le movía la silla. Destrucción mutua preventiva como máxima política. Tampoco le molestó al pronto expresidente del PP que Ayuso utilizara la demagogia más banal y populista contra el gobierno de la nación para ganar poder, en lo peor de la pesadilla de la pandemia, hasta que ese hipócrita victimismo le ha derrotado en su propio juego. Es una de las máximas que los dirigentes de los partidos políticos no terminan de asimilar; si te vale cualquier medio para conseguir un fin, si te importa más el poder en sí mismo que el para qué lo vas a utilizar, de qué te vas a quejar cuando el adversario político o tus propios compañeros de partido apuesten por las mismas artimañas para quitarte de en medio.

Tanto en un conflicto como en el otro, a la vez que se desarrollan las hostilidades, se encuentra eso que los asesores de comunicación llaman la lucha por el relato. Todo vale con tal de justificar lo que realmente es: la crudeza del rostro del poder cuando los equilibrios que mantenían el 'statu quo' saltan por los aires

Tanto en un conflicto como en el otro, a la vez que se desarrollan las hostilidades, se encuentra eso que los asesores de comunicación llaman la lucha por el relato. Todo vale con tal de justificar lo que realmente es: la crudeza del rostro del poder cuando los equilibrios que mantenían el statu quo saltan por los aires. Todo vale con tal de mantenerse en el poder o aumentarlo. Todo vale para quitar de en medio a quien se encuentra en tú camino por mantener o conseguir lo que crees que te pertenece por derecho propio. ¿Por qué se actúa sin miramientos para mantener o aumentar el poder que se tiene? Sencillamente porque se puede. Rusia invade Ucrania porque puede, porque nadie de la comunidad internacional va a hacer nada por evitarlo. Lo sabían de sobra. ¿Por qué Isabel Díaz Ayuso ha destruido la carrera política de Pablo Casado con 4 ruedas de prensa y una manifestación? Porque puede. Sabía de sobra que nadie en su propio partido iba a cuestionarla por las sospechas de corrupción beneficiando a su propia familia, y tampoco la mayoría de sus votantes que prefieren la libertad de tomarse una cerveza que la sanidad pública que salva vidas. El vacío que supone perder poder es inimaginable para las personas subsumidas por la ambición, y este pequeño detalle las ciega. Lo hemos visto continuamente y en todos los ámbitos de la vida. Y nunca aprendemos.

En una época dominada por las noticias falsas, la confusión y el predominio de lo visceral, la alternativa más sensata es reflexionar desde la razón sobre cómo funciona el mundo real, centrarse en lo que es, más que en lo que debería ser, si quieres al menos alcanzar un discernimiento adecuado y equilibrado de lo que está sucediendo

En una época dominada por las noticias falsas, la confusión y el predominio de lo visceral, la alternativa más sensata es reflexionar desde la razón sobre cómo funciona el mundo real, centrarse en lo que es, más que en lo que debería ser, si quieres al menos alcanzar un discernimiento adecuado y equilibrado de lo que está sucediendo. Al menos para saber cómo funciona el mundo, otra cosa es la necesidad de cambiarlo. La política puede quedarse en mera gestión de lo que hay o en el imposible de cambiar lo que es por lo que debe ser, pero si no somos plenamente conscientes de las limitaciones y trampas que pervierten las reglas del juego, de poco vale.  Quien decide jugar según las normas, pongamos como ejemplo las democracias frente a las tiranías, o los políticos honestos y con límites éticos frente a los que no conocen la vergüenza moral, han de saber que las cartas están marcadas, y que han de encontrar la manera de convencer a los que comparten la partida de expulsar a quien no respeta esas reglas. O te expulsarán a ti. O la Comunidad internacional expulsa incondicionalmente de su seno a quien rompe las reglas o no hay nada que hacer con sanciones a medio camino. O en un partido político democrático se es implacable con quien actúa con impudicia moral o terminarán éstos por expulsar de ese partido a todos aquellos que sí mantienen el decoro ético.

Deberíamos preguntarnos si de facto no estamos cambiando también lo que antaño considerábamos virtudes en nuestros líderes políticos y ahora admiramos otro tipo de valores. Lo digamos en público o no

Y si hay un maestro precursor de los tiempos modernos, que puede darnos algunas lecciones que nos ayuden a saber por qué se desatan este tipo de conflictos y sus consecuencias, es el pensador, ensayista y consejero político Nicolás Maquiavelo. En tiempos homéricos lo virtuoso era ser atrevido, valiente, poderoso, independientemente de lo que sucediera en el camino. El fuerte tenía derecho a pisotear al débil. Esa era la virtud. El paso a una sociedad más cosmopolita, más demócrata, y un puñado de malcarados filósofos, cambiaron el significado de virtud, y la conciencia de comunidad y de justicia pasó a predominar como lo virtuoso frente al individuo que consideraba libertad imponerse por la fuerza frente a sus adversarios, utilizando cualquier medio necesario, porque podía. El humanismo continuó alabando la virtud como ejemplo de sabiduría encarnada en los valores comunitarios de la vida civil. Todo eso comienza a cuestionarlo Maquiavelo. No tanto por ensalzamiento, sino más bien como la constatación de la regresión de lo que antaño se consideraba virtuoso en alguien dedicado al servicio público. César Borgia, su astucia taimada, su gusto por la fuerza sin miramientos cuando debe emplearla para mantener el poder, hasta la depravación moral, pasan a ser ejemplos virtuosos. Así de retorcida es la historia moral de la humanidad. Deberíamos preguntarnos si de facto no estamos cambiando también lo que antaño considerábamos virtudes en nuestros líderes políticos y ahora admiramos otro tipo de valores. Lo digamos en público o no.

Maquiavelo nos habla de lo que es, no lo que debiera ser, y como tal defiende su pensamiento un filósofo como Francis Bacon: Estamos en gran deuda sobre Maquiavelo y otros porque escriben sobre lo que el hombre hace, no sobre lo que debería hacer (…) No, un hombre honesto no puede hacer ningún bien a los perversos mientras les reclame sin la ayuda de este conocimiento del mal. Si no conocemos cómo funciona el mundo, cualquier idealismo por muy honesto que sea, está destinado al más estrepitoso de los fracasos. Los gestos fútiles nos podrán hacer sentir bien, pero no detienen el mal. Decir No a la Guerra puede resultar muy satisfactorio o vistoso, pero no basta. Hay que apoyar medidas duras que nos pueden doler en nuestro propio bolsillo, como poco. La ingenuidad de las buenas intenciones nunca detuvo a ningún tirano, y no va a detenerlos ahora.

Lo bueno es que, en teoría, tras el predominio de la bajeza moral volverá a repetirse una época de predominio de la virtud

Maquiavelo adelantándose a Nietzsche ve en el comportamiento histórico del ser humano un ciclo continuo de generación de virtud, degeneración de la misma. Un bucle. Como no terminamos de aprender las valiosas lecciones de la historia, lo que antes era virtud ahora degenera, la corrupción y la ambición desmedida termina por imponerse de nuevo. Pasamos de alabar al ciudadano virtuoso creyente en la justicia y la libertad común, a entregarnos al bárbaro Aquiles que no respeta más que su fuerza si lo considera necesario para obtener lo que quiere. Lo bueno es que, en teoría, tras el predominio de la bajeza moral volverá a repetirse una época de predominio de la virtud. Maquiavelo nos obliga a reflexionar sobre la naturaleza humana en su búsqueda de poder. Hasta qué punto nos dejamos dominar por la corrupción, el egoísmo, la degeneración de los valores y las virtudes en la esfera pública y cívica. Nos pone frente al espejo de nuestras debilidades.

Las guerras culturales lanzadas por la extrema derecha, las campañas de desinformación de las autarquías como la rusa, no se vencen únicamente desde la superioridad moral de las democracias y sus virtudes

La obra de Maquiavelo es un manual de instrucciones que nos advierte de cómo funciona el mundo. Trata de despertar a los ingenuos que creen que la superioridad moral de por sí basta para imponerse al mal. Parece claro que estas décadas del siglo XXI están más cerca de la regresión de la virtud que de la regeneración de la misma. En nuestra mano está quitarnos velos ingenuos para enfrentarnos a las consecuencias de esta degeneración moral. Las guerras culturales lanzadas por la extrema derecha, las campañas de desinformación de las autarquías como la rusa, no se vencen únicamente desde la superioridad moral de las democracias y sus virtudes. ¿Debemos pues caer en utilizar cualquier medio para nuestro fin porque es mejor? No, pero sí ser conscientes que no vamos a deshacernos del mal simplemente afirmando que somos los buenos. Habrá que ver qué medios valen para nuestro virtuoso fin y cuales son meros placebos para hacernos sentir que hacemos algo. Con todo su realismo Maquiavelo apuesta por ser amado y no odiado (para gobernar) y anteponer lo bueno a lo malo siempre que sea posible. Lo que no podemos permitir es ser destruidos, por no saber que entre no caer en el mal y ser ingenuamente buenos, hay un término medio. Un término medio que supone ser firmes y defender con “uñas y dientes” aquellos valores que nos hacen estar en el lado correcto, sin convertirnos en aquello que hemos repudiado, pero tampoco sin dejarnos vencer por un exceso de ingenuidad naíf.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”