'Rachika Nayar pasa de la contemplación al éxtasis'

Blog - Un blog para melómanos - Jesús Martínez Sevilla - Miércoles, 14 de Septiembre de 2022
Rachika Nayar – 'Heaven Come Crashing'.
Portada de Heaven Come Crashing, de Rachika Nayar.
https://rachika.bandcamp.com/album/heaven-come-crashing
Portada de Heaven Come Crashing, de Rachika Nayar.

A veces es totalmente cierto que una imagen vale más que mil palabras. En el mundo de la música esto pasa con las portadas de los discos. ¿Quién no ha decidido escuchar un álbum simplemente porque le ha llamado la atención la portada? En mi caso, me ocurre de vez en cuando que, entre toda la infinita variedad de proyectos que encuentro recomendados por aquí y por allá, decido darle una escucha a uno de ellos simplemente porque la imagen de portada es demasiado impactante como para ignorarla. Cuando vi que varios medios cubrían de elogios el segundo LP de la compositora y productora de música electrónica afincada en Brooklyn Rachika Nayar, lo que se me quedó grabado en la retina fue esa foto medio desenfocada de dos personas abrazadas en medio del tráfico. ¿Cómo pasar de largo ante una expresión tal de vulnerabilidad y pasión?

Combinando las sedantes atmósferas del ambient, la épica del post-rock y (como añadido frente a su debut del año pasado, el más reposado Our Hands Against the Dusk) el éxtasis de la música rave, Nayar crea un viaje emocional indeleble desde la primera escucha.

Por supuesto, esto no era ninguna garantía de que el disco me fuera a gustar; pero no solo me ha gustado: me ha hechizado. Combinando las sedantes atmósferas del ambient, la épica del post-rock y (como añadido frente a su debut del año pasado, el más reposado Our Hands Against the Dusk) el éxtasis de la música rave, Nayar crea un viaje emocional indeleble desde la primera escucha. Su maestría como compositora se hace evidente desde el principio, con una pareja de temas iniciales que sitúan de inmediato en el universo sonoro y emocional del álbum. “Our Wretched Fantasy” tiene una progresión simple pero perfecta, y sus capas de sonido (un arpegio de órgano, múltiples sintes que van de lo más etéreo a lo más físico y la otra gran protagonista del disco, la evocadora guitarra de Nayar) se hilan con gran mimo, transportándonos a un estado entre la nostalgia y el asombro. A continuación, “Tetramorph” supone un viaje delicioso de diez minutos, pasando por todo tipo de picos, valles y hasta mesetas, culminando en un precioso pasaje de guitarra que suena a Midwest emo. Antes de llegar a la mitad de la canción, el oyente está ya atrapado sin remedio.

En su primera mitad, el disco mantiene un compás pausado, con ocasionales momentos de mayor vigor. Así, “Death & Limerence” empieza queriendo hacernos flotar y acaba con distorsión y una guitarra que parece gemir de pena. “Nausea” suena como meter los pies en el mar de noche: sus olas de sintes oscuros vuelven una y otra vez y nos calan hasta los huesos. Y entonces, cuando su sencillo riff de guitarra se desvanece como huellas en la arena, aparecen unos sintes afilados que lo inundan todo y nos elevan hasta un final poderoso. “Gayatri”, en cambio, es sin duda la canción menos interesante y emotiva del conjunto. Quizás sea porque se pasa de contemplativa, con un poco inspirado riff de guitarra anclando un instrumental de sonido tan amplio que resulta lejano, frente a la inmediatez del resto de cortes. Aunque es cierto que en su segunda mitad aparece una discreta percusión que le inyecta un nuevo pulso al tema, permitiendo que el diálogo de las guitarras se sienta más urgente.

Pero estos pasajes más movidos en los primeros cortes palidecen en comparación con lo que ocurre en la segunda mitad del LP. Hacia la mitad de “Heaven Come Crashing”, después de un comienzo mucho más desnudo y tranquilo que los otros temas, un breakbeat demoledor nos impacta con la fuerza de un camión

Pero estos pasajes más movidos en los primeros cortes palidecen en comparación con lo que ocurre en la segunda mitad del LP. Hacia la mitad de “Heaven Come Crashing”, después de un comienzo mucho más desnudo y tranquilo que los otros temas, un breakbeat demoledor nos impacta con la fuerza de un camión. El diálogo entre sintes y guitarras se expande entonces hasta que la emoción no nos cabe en el cuerpo. “The Price of Serenity”, cuyo sonido remite a la electrónica británica de principios de los noventa, no llega a tales extremos, pero su progresión está entre lo celestial y lo desasosegante, acumulando tensión sin llegar a romper. Para terminar, “Our Wretched Fate” se beneficia de la angelical e incorpórea voz de Maria BC, que adorna un instrumental digno de Explosions in the Sky; la percusión empieza a emerger poco a poco en la mezcla, moviéndose entre el canal izquierdo y el derecho, hasta que de nuevo estalla un breakbeat que, de la mano de sintes evocadores, nos acompaña hasta el abrupto final del álbum.

Para suavizar estos picos de intensidad, Nayar inserta un par de cortes claramente pensados para acompañar la bajada ('comedown tracks', como se les llama en inglés)

Para suavizar estos picos de intensidad, Nayar inserta un par de cortes claramente pensados para acompañar la bajada (comedown tracks, como se les llama en inglés). “Promises” es un sencillo arpegio de guitarra repetido en bucle, que me recuerda bastante a una canción que cumplía una función similar en un disco muy diferente en muchos aspectos pero también con elementos en común: “Irresistible”, la pausa después de la tormenta blackgaze que es “Dream House”, en Sunbather (2013), la obra maestra de Deafheaven. Eso sí, aquella tenía bastante más variedad en su recorrido. “Sleepless” cumple un papel similar, pero es más compleja, con un intercambio entre guitarras y sintes que evoluciona mejor. Quizás estos momentos sean algo menos lucidos que las canciones centrales, pero forman parte esencial del viaje del disco. Y es que Rachika Nayar puede haber captado mi atención con la portada del disco, pero lo que la vuelve una artista única es su exquisito control de las emociones que su música genera en el oyente. A través de sus paisajes sonoros, de su sensibilidad con la guitarra y de su juicioso uso de la percusión nos guía hacia un lugar más abierto que está, paradójicamente, dentro de nosotros mismos.

Puntuación: 8.1/10

 

 

 

 

Imagen de Jesús Martínez Sevilla

(Osuna, 1992) Ursaonense de nacimiento, granaíno de toda la vida. Doctor por la Universidad de Granada, estudia la salud mental desde perspectivas despatologizadoras y transformadoras. Aficionado a la música desde la adolescencia, siempre está investigando nuevos grupos y sonidos. Contacto: jesus.martinez.sevilla@gmail.com