Soul de Pixar y el propósito de la vida

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 17 de Enero de 2021
Cartel de 'Soul'.
Pixar, Disney
Cartel de 'Soul'.
'No sé qué voy a hacer con mi vida, pero sí sé que voy a vivir cada minuto de ella'. Joe, personaje principal de la película de animación Soul.

'Todavía en este momento veo yo mi futuro, ¡un amplio futuro!, lo veo como si fuera un mar terso: ninguna aspiración ondula sobre él. No siento el más mínimo deseo de que algo sea distinto de lo que es, yo mismo no quiero ser diferente de lo que soy'. Friedrich Nietzsche.

Desde que nacemos un mantra nos machaca constantemente en la cultura occidental: todos tenemos un determinado propósito en la vida. Si no alcanzamos ese propósito para el que hemos nacido hemos fracasado, estamos incompletos y la vida deja de tener sentido. Cumplir nuestra vocación es la nueva moda. Todos tenemos un oficio determinado que es el ideal. Desde nuestra más tierna infancia nos hacen creer que ese y no otro es el propósito de nuestra existencia. Todo queda abocado a cumplir nuestro destino. La verdad, inquietante o maravillosa, tú decides cuál de los dos adjetivos aplicar, es que a pesar de lo que nos quieren hacer creer, la vida, nuestra existencia, no tiene otro propósito que ser vivida, que existir en el aquí y ahora. Cumplir metas u objetivos puede ser más o menos satisfactorio, o necesario, en el haber y deber de éxitos y fracasos inevitables, pero el simple, pero contundente propósito de vivir no es otro que existir. Cada segundo, cada minuto, por el mero hecho de sentir que estamos vivos, que existimos. Los propósitos han de ser variados y en la medida de lo posible placenteros. Puede que algunos sean más útiles que otros, puede que no puedas elegir, porque otros se han apropiado de ellos, o seas incapaz. Probablemente alguno no termine de convencerte, pero lo único que importa es que cumplan su finalidad, experimentar la vida, con sus sabores y sinsabores. No hay más, tampoco menos.

Vivir la vida es vivir como si nada tuviera más importancia que este momento del presente. El pasado o el futuro son cantos de sirena, que nos distraen del innegable hecho que existimos en el ahora, el ayer ya no es, el mañana podría ser o no, pero aún no es

No sabemos si alguno de los guionistas de Soul han leído o conocen el vitalismo existencial de filósofos como Friedrich Nietzsche, y en el caso de que así fuera, dudo mucho que su compañía madre, Disney, lo admitiera, pero la exultante filosofía vital de la última película de Pixar tiene algo que ver con ese placer de una filosofía vital que no depende de cumplir un determinado propósito, sin el cual estamos incompletos. Vivir la vida es vivir como si nada tuviera más importancia que este momento del presente. El pasado o el futuro son cantos de sirena, que nos distraen del innegable hecho que existimos en el ahora, el ayer ya no es, el mañana podría ser o no, pero aún no es. Nos han hecho creer que debemos asumir un determinado rol, obligaciones o tareas, para convertirnos en seres humanos respetables, útiles, o en caso contrario corremos el riesgo no solo de no ser apreciados, sino de que nuestra vida carezca de sentido. Hoy día aún damos pábulo a esas voces que desde un patriarcado obsoleto tratan de convencer a la mujer que su principal propósito en la vida es ser madres, y que todo lo demás ha de ser sacrificado ante ese propósito, porque es voluntad de Dios, de la Naturaleza o del varón. No podemos ser felices sin encajar en moldes preestablecidos, en carreras preestablecidas, en caracteres predeterminados, o eso nos hacen creer, porque existimos por algún motivo aparentemente superior, o algo similar, que debemos descubrir en las etapas iniciales de la vida, o esperar que algún gurú, quién sabe si procedente del dios mercado, nos diga en qué debemos convertirnos para estar completos y ser un fiel engranaje de una sociedad que marcha al unísono en su gris uniformidad.

Lo único que importa es que seas, que existas, abierto a un mundo lleno de experiencias; placenteras o dolorosas, alegres o tristes, sorprendentes o aburridas, cotidianas o desconcertantes, pero todas ellas son las que dan significado a una vida, cuyo único propósito, ¡sorpresa!, es no tener más propósito que estar vivo para disfrutarlas o padecerlas, según sea el caso

Un pensamiento inquietante, al menos para la ortodoxia habitual, recorre el aparentemente inocuo entretenimiento de Soul; la felicidad no depende de que seas alguien en concreto, con una función en la vida, y ser eso te haga feliz, porque eres útil o has nacido para cumplir una  determinada tarea. Lo único que importa es que seas, que existas, abierto a un mundo lleno de experiencias; placenteras o dolorosas, alegres o tristes, sorprendentes o aburridas, cotidianas o desconcertantes, pero todas ellas son las que dan significado a una vida, cuyo único propósito, ¡sorpresa!, es no tener más propósito que estar vivo para disfrutarlas o padecerlas, según sea el caso. Si no cumples lo que se espera de ti, eres una decepción, o en palabras de un personaje que hará las delicias de los niños y niñas que disfruten la película, 22: dicen que naces para algo, pero ¿cómo sabes qué es esa cosa? ¿Qué pasa si eliges la incorrecta? O la de otra persona, quedas atrapado.

'Sou'l de Pixar es una película deliciosa, y antes de profundizar en su filosofía, ante el riesgo de que alguien se ofenda por el destripe, o spoiler, si no lo ha hecho ya, de su argumento o final, avisados estáis. Joe, el personaje principal, es un fracasado, o al menos lo es desde el punto de vista de la sociedad en la que vivimos

Soul de Pixar es una película deliciosa, y antes de profundizar en su filosofía, ante el riesgo de que alguien se ofenda por el destripe, o spoiler, si no lo ha hecho ya, de su argumento o final, avisados estáis. Joe, el personaje principal, es un fracasado, o al menos lo es desde el punto de vista de la sociedad en la que vivimos. Con un trabajo precario que no le motiva, como maestro de música  de unos niños a los que trata de inculcar su amor por la misma, con escaso éxito salvo alguna excepción. Sin pareja, malviviendo en un cuchitril y con su madre siempre reprochándole que se consuele con un trabajo inestable, y exigiéndole que se convierta en alguien de provecho. Su sueño, su chispa, como llaman a la vocación en la película, es la música. Ser músico de Jazz, eso es todo lo que le llena, ganarse la vida como se la ganaba su padre, a trancas y barrancas recorriendo garitos, mal pagado, pero exultante por ser aquello para lo que ha nacido. Cuando está a punto de conseguir sus sueños muere accidentalmente, pero en lugar de caminar hacia la luz de una placentera existencia eterna, se resiste y huye, apareciendo en el lugar en que las almas aún no encarnadas esperan, ayudadas por un maestro, a encontrar una chispa, su pasión en la vida. Joe escapa con un alma rebelde, 22, y ambos accidentalmente vuelven al plano terrenal. Un alma, aquella con la que se escapa, que se niega a vivir, porque no encuentra ningún propósito, chispa o pasión que le merezca la pena, que no le aburra o encuentre mínimamente interesante. Si la vida es un continuo ir de una pena a otra, con gotas de momentos placenteros, qué sentido tiene el trayecto de la vida cree 22. A lo largo de su viaje Joe  trata obsesivamente de volver a la vida para cumplir su propósito, su chispa;  encontrar la manera de dar el famoso concierto de su vida. Mientras trata de averiguar cómo hacerlo,  intenta ayudar a que 22, el alma rebelde, encuentre su propia chispa.

Las pasiones concretas pueden ayudarte a colorear tu existencia, te proporcionan gasolina y te dan placer, objetivos reales o figurados, pero no son el motivo por el que vives o existes. Es el viaje lo que importa, no la meta

Ambos aprenden en su huida hacia adelante la lección más preciosa; la pasión que importa más que cualquier otra, la única que debes amar, es estar abierto a experimentar, a sentir, a existir, a vivir. Las pasiones concretas pueden ayudarte a colorear tu existencia, te proporcionan gasolina y te dan placer, objetivos reales o figurados, pero no son el motivo por el que vives o existes. Es el viaje lo que importa, no la meta. Todos llegaremos a la meta, tarde o temprano, pero lo que merece la pena de la existencia es darte cuenta que estás preparado para vivir, para ese viaje que supone existir. No para cumplir unos objetivos concretos por cuenta propia o ajena, no porque hayas de ser alguien que cumpla un papel determinado, sino por el mero placer de existir.

Tu profesión, sea tu pasión o no, no proporciona sentido a tu existencia. Joe al final de la película se da cuenta, tras dar un exitoso concierto, tras cumplir su chispa, que más allá del placer de haberlo logrado, sigue siendo el mismo, que sigue habiendo muchísimas pasiones por explorar, más o menos placenteras, más o menos exitosas, más o menos grandilocuentes, pero que igualmente merecen la pena. Nada ha cambiado en su interior por haber logrado ese sueño, nada esencial de aquello que es. La vida no varía por haber cumplido ese sueño, su propósito sigue siendo el mismo, vivirla. 22 a través del viaje de su experiencia y sus peripecias con Joe, se encuentra preparada para vivir, no porque haya encontrado su chispa, sino porque está dispuesta  a abrazar el viaje en sí, el cumulo de experiencias, sentidos y sinsentidos, que es la existencia.

Qué necesidad hay de preocuparnos por un más allá, cuando esto que poseemos, la vida que vivimos, no solo es lo único real, sino lo único que debe importarnos

Un precioso texto extraído de  la filosofía vital de Friedrich Nietzsche nos ayudará a comprender un poco mejor esa vida donde lo que importa es el viaje, no el destino: El minutero de la vida. La vida se compone de unos pocos momentos aislados. Sumamente llenos de sentido, y de intervalos en los que, a lo sumo se proyectan sobre nosotros las sombras de esos momentos. El amor, la primavera, una bella melodía, la montaña, la luna, el mar-todo nos habla plenamente una sola vez al corazón, si es que todas esas cosas llegan alguna vez a expresarse por entero. Pues muchas personas no conocen en absoluto ninguno de esos momentos y ellas mismas son intervalos, silencios en la sinfonía de la vida real. La vida es un océano de posibilidades nos recalca el pensador alemán, una aventura que nos incita a vivir con la mirada fija en el aquí y ahora, unos retos que han de alimentar nuestra inventiva, nuestro ingenio. Qué necesidad hay de preocuparnos por un más allá, cuando esto que poseemos, la vida que vivimos, no solo es lo único real, sino lo único que debe importarnos.

El viaje de la vida ha de redescubrir ese placer que disfrutábamos de niños mientras descubríamos nuevas cosas; cada viaje nos excitaba, cada nuevo juego era visto a través de la mirada de la maravilla

La vida es voluntad de poder, no sobre los demás, sino sobre uno mismo, en tanto se quiere a sí misma. Lo que implica esa voluntad de poder es querer vencer a un determinismo que nos dice qué hacer, quiénes ser, cómo vivir. La libertad de la vida trata de imponerse a esas cadenas. El viaje de la vida ha de redescubrir ese placer que disfrutábamos de niños mientras descubríamos nuevas cosas; cada viaje nos excitaba, cada nuevo juego era visto a través de la mirada de la maravilla. Lo nuevo, no lo conocido, lo que está por explorar era aquello que iluminaba nuestro rostro, y borraba las lágrimas de la frustración de lo cotidiano.  En este sentido la vida no es más que el juego definitivo; ha de ser derrochadora, de energía creadora de pasiones, sí, pero no porque sean un propósito que hayamos de cumplir. Qué propósito tienen los juegos sino es el mero placer de jugarlos, divertirnos con ellos, y regocijarnos ganemos o perdamos. Ese y no otro es el secreto de una filosofía vital que pocos comprendieron en el siglo XIX, que sucumbió al terror del siglo XX, y que se encuentra enterrada por la banalidad de un mundo que ha sucumbido a una filosofía que vive por y para consumir trivialidades y para consumirnos en insignificancias que llamamos propósitos.  

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”