Capítulo XII: 'Mamaíta'
¿Quién le iba a decir a la pequeña Loreto, en su niñez alpujarreña de finales del XIX, que iba a acabar sus días, ya octogenaria, en el madrileño Hospital Militar Gómez Ulla, canturreando en catalán, después de haber tenido que enterrar a siete de sus once hijos? La realidad familiar en su Yátor natal no hacía presagiar la azarosa fortuna de la cría.
Loreto de Toro Vela (1891-1975), hija de José de Toro Medina (1843-1894) y de María Antonia Vela Salcedo, provenía de una curiosa saga que, además de las tradicionales labores agrícolas, alternaba por entonces dos ocupaciones bastante dispares: la minería del plomo y la política institucional (aunque es probable que esta última dedicación no fuera un empleo remunerado, teniendo en cuenta que Yátor era más aldea que pueblo).
Durante los primeros compases de la Restauración Borbónica, su padre y uno de sus tíos maternos, Bartolomé Vela Salcedo, fueron elegidos concejales del Ayuntamiento (en una de las farsas electorales en las que se turnaban los conservadores de Cánovas y los liberales de Sagasta)
Durante los primeros compases de la Restauración Borbónica, su padre y uno de sus tíos maternos, Bartolomé Vela Salcedo, fueron elegidos concejales del Ayuntamiento (en una de las farsas electorales en las que se turnaban los conservadores de Cánovas y los liberales de Sagasta). En la misma época, Lorenzo de Toro Medina, tío paterno de la chiquilla, ejerció de juez municipal suplente de la localidad (sustituto oficial del juez de paz). Posteriormente, una vez proclamada la II República, uno de sus hermanos, Juan de Toro Vela, formó parte de la comisión de reparto de aguas de Yátor, en su condición de vicesecretario del comité local del Partido Republicano Radical, la formación liderada a nivel estatal por el emperador del Paralelo, Alejandro Lerroux.
Otros de sus hermanos, José, Francisco y Fernando de Toro Vela, trabajaron como mineros en las explotaciones plúmbeas de Linares y La Carolina (Jaén). Según escribió Gerald Brenan, en su famosa obra “Al sur de Granada”, la inmensa mayoría de hombres de la aldea minera de Yátor vivían en Linares casi todo el año, dedicados a la extracción de plomo, mientras que, en su ausencia, las mujeres se encargaban de faenar en el campo. .
El 5 de mayo de 1909, meses antes de cumplir 18, Loreto contrajo matrimonio con su paisano Antonio Jiménez Ortiz (1884-1956), de 25. Cuando se casaron, Antonio integraba el Ejército de Tierra y estaba destinado en Melilla, sirviendo en las filas del Regimiento de Infantería África Nº 68. En 1911 se incorporaría a la disciplina de la Guardia Civil, iniciando una sucesión de traslados familiares por diversas casas cuartel de la geografía española. Su primer destino en la Benemérita fue la Comandancia provincial de Gerona, a la que se desplazó con Loreto y con su primogénito, Fernando Jiménez de Toro (1910-1929).
En el cuartelillo de Anglés nació el segundo hijo de la pareja, José (1912-1970), el único que seguiría la senda del progenitor dentro del Instituto Armado
En el cuartelillo de Anglés nació el segundo hijo de la pareja, José (1912-1970), el único que seguiría la senda del progenitor dentro del Instituto Armado. Allí, en la comarca rural de la Selva, Loreto se aprendió de memoria una serie de canciones populares catalanas, unas melodías que serían fundamentales en la banda sonora de su existencia.
La mujer, pronto llamada cariñosamente Mamaíta por sus descendientes, se acostumbró a parir y a criar a sus retoños a lo largo y ancho del país, en paralelo a los cambios de demarcación del marido como miembro de la Guardia Civil. Tras la experiencia en Cataluña y un período granadino lejos de la capital, durante el que vinieron al mundo Antonio (1915-1975) y Araceli (1920-1974), la familia se estableció en la ciudad de la Alhambra hacia principios de la década de los 20.
Los esposos y los niños se instalaron en el barrio de la Quinta Alegre, a escasa distancia del nuevo centro de trabajo de Antonio, el cuartel de las Palmas. En el hogar de la calle Santo Sepulcro Loreto daría a luz a sus hijas Pilar (1924-2019) y Teresa (1927-2014).
Corría 1928 cuando Papaíto fue apartado de la Guardia Civil, al declararlo un médico inútil para el servicio. Parece ser que quedó incapacitado al arrojarle un preso arena en los ojos, causándole problemas permanentes de visión.
La paga que le concedió la Benemérita a Antonio, a consecuencia de su retiro forzoso, no era suficiente para mantener a tanta prole, por lo que el matrimonio tuvo que colocarse en el albayzinero Carmen de Palmera (actual colegio Divino Maestro), ejerciendo de porteros de la finca, a la que se mudó toda la saga
La paga que le concedió la Benemérita a Antonio, a consecuencia de su retiro forzoso, no era suficiente para mantener a tanta prole, por lo que el matrimonio tuvo que colocarse en el albayzinero Carmen de Palmera (actual colegio Divino Maestro), ejerciendo de porteros de la finca, a la que se mudó toda la saga. Paralelamente, el cabeza de familia se dedicaba, por las noches, a vigilar acequias de riego, haciéndose acompañar de algunos de sus hijos, debido a que continuaba viendo muy mal.
La desaparición prematura de Fernando, sucedida en 1929, cuando el chico tenía 19 años, tuvo que destrozar a la pareja, que ya había perdido a la pequeña Angelitas y a dos mellizas, fallecidas las tres a muy corta edad. Sin embargo, la vida no se detenía y en aquel tiempo nacieron los dos benjamines, Encarnación (1930-2017) y Matías (1933-1999). Caía la Monarquía, triunfaba la República y en la escena internacional colapsaba la Bolsa de Nueva York y se afianzaba el fascismo en Italia y Alemania, preludiando las tragedias que se avecinaban.
La guerra civil española selló a sangre y fuego la historia de Loreto, separándola para siempre de su hijo Pepe, guardia civil leal al régimen republicano y a su Gobierno constitucional, que terminaría exiliándose en Francia y Argentina tras la derrota del bando legítimo
La guerra civil española selló a sangre y fuego la historia de Loreto, separándola para siempre de su hijo Pepe, guardia civil leal al régimen republicano y a su Gobierno constitucional, que terminaría exiliándose en Francia y Argentina tras la derrota del bando legítimo. Otro de sus retoños, Antonio, combatió también en la contienda, enrolado a la fuerza en las tropas franquistas. Sin embargo, al cesar las hostilidades y a diferencia de Pepe, Antonio pudo volver a Granada y reencontrarse con sus padres y hermanos.
Papaíto empezó a trabajar de maletero en la estación de trenes de Andaluces, buscando un nuevo complemento al escaso dinero que recibía del Instituto Armado
Concluido el conflicto, los señoritos del Carmen de Palmera prescindieron de los caseros, trasladándose los Jiménez de Toro a la calle Grajales, a una casa adosada al Carmen de los Mínimos de la placeta de la Victoria, propiedad de los Dalmases, otra dinastía profundamente marcada por el golpe fascista y sus efectos de terror y muerte. Papaíto empezó a trabajar de maletero en la estación de trenes de Andaluces, buscando un nuevo complemento al escaso dinero que recibía del Instituto Armado.
Los hijos mayores se fueron casando, llegaron los primeros nietos y en el horizonte apareció la posibilidad de un cambio radical: la emigración a la República Argentina, un país entonces pujante para prosperar y labrarse un futuro mejor. La propuesta, lanzada por Pepe desde Buenos Aires, solo fue aceptada por Matías, el más joven de la saga, que se marchó hacia Argentina en el verano del 52. El resto de la familia decidió quedarse en España. Les disuadió la precaria salud de Papaíto, al que casi no le quedaba porvenir.
Loreto se convirtió en viuda en diciembre de 1956, al desaparecer su marido a los 72 años. Su biografía aún duraría dos décadas más, perdiendo en el camino a otros tres de sus descendientes, fallecidos demasiado pronto: José (1970), Araceli (1974) y Antonio (1975).
Mamaíta apuró el recodo final de su existencia en Madrid, en el piso de su hija Encarnita y su yerno, Mariano Aguilera de la Plata (1929-1995), sito en el barrio de San Blas. Vencida por la demencia senil, perdió la cabeza, recordando solamente a Mariano y tarareando, en la lengua de Jacint Verdaguer, las viejas canciones de Anglés.
La niña de Yátor, mi bisabuela Loreto de Toro Vela (su hija Teresa fue mi abuela paterna), emprendió su último viaje en octubre de 1975, ingresada en el Gómez Ulla por haber sido esposa de un guardia civil. Se echaba así el telón de una vida trágica, similar a la de tantas y tantas españolas de su época, las heroínas anónimas de la clase trabajadora que nunca han salido en los libros de historia. Sirva esta Leyenda como modesto homenaje a todas ellas.
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- Capítulo I. 'En un bar, a orillas de la acequia Gorda'
- Capítulo II: 'Aquella niña de la Quinta'
- Capítulo III: Un indiano sin palmera
- Capítulo IV: Pavesas de la guerra civil en el Carmen de los Mínimos
- Capítulo V: Entre paratas y chumberas
- Capítulo VI: 'Estampas del abuelo perdido'
- Capítulo VII: 'El crimen de una noche de verano'
- Capítulo VIII: 'Bajo la sombra del patriarca alpujarreño'
- Capítulo IX: 'Un granadino en la Quinta del Biberón'
- Capítulo X: 'Días de cine y baile en la feria de Colomera'
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