Cómo ser libertario y no morir en el intento

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 13 de Noviembre de 2016
Cómo ser libertario y no morir en el intento en un mundo donde todo se compra y se vende.
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Cómo ser libertario y no morir en el intento en un mundo donde todo se compra y se vende.

'Para ser hombre hay que negarse a ser dios'.

Albert Camus, El hombre rebelde.     

Tan orgullosos estamos de nuestras cadenas que cada día añadimos un eslabón más; el eslabón del orgullo malentendido entrelazado con el eslabón del corazón olvidado. El eslabón del amigo abandonado entrelazado con el eslabón de la causa siempre postergada. El eslabón del amor traicionado entrelazado con el eslabón de los deseos arrinconados. El eslabón de la vanidad exaltada entrelazado con el eslabón de la libertad vendida. El eslabón del futuro traicionado entrelazado con el eslabón de las verdades siempre silenciadas. El eslabón de las palabras resignadas entrelazado con el eslabón de los sueños maltrechos. Y así, hasta que el yugo conformado con todas estas cadenas aprisiona nuestra natural voluntad de libertad, y nos convertimos en esclavos, de nosotros mismos, y de otros, deseosos de ocultar sus propias cadenas enarbolando con mano firme cadenas ajenas.

Cómo ser libertario y no morir en el intento en un mundo donde todo se compra y se vende, empezando por la libertad propia. Cómo vivir en libertad en un mundo lleno de cadenas, las propias que nos imponemos al resignarnos a los avatares del mal llamado destino, y las ajenas, de un mundo hostil a toda noción de libertad que no se encuentre constreñida por las leyes de compra y venta de toda dignidad. Cómo sobrevivir libres en un mundo que hostiga a todo aquel que manifiesta voluntad propia y no se une a una u otra moda con tal de sobrevivir al frío de la soledad y al destierro del calor ajeno. Cómo sobrevivir a un mundo donde la banalidad se premia y la creatividad se castiga. Cómo sobrevivir a un mundo tan hostil a la libertad que premia el egoísmo y maldice la generosidad.

Quizá sea imposible, o quizá eso es lo que quieren hacernos creer. Limitamos nuestra existencia por el miedo a los límites, imaginarios o reales, que la encadenan, aterrorizados por aquello que podría ser, porque condicionamos nuestra existencia a ser percibidos por otros, esperamos su aprobación para seguir siendo, no aquello que podríamos ser, sino aquello que los otros aprueban que seamos. Eso con suerte, para los afortunados que pueden elegir. La mayor parte de nuestra historia es una historia de esclavitud, legal, moral o social.  Y así renunciamos. Ya sea por cobardía propia, o porque nos obligan a postrarnos de rodillas y renunciar al corazón de la libertad, la creación, ser lo que no éramos, ser lo que queremos ser, lo que podríamos ser, no lo que otros quieren que seamos. La sociedad nos da calor, pero también es una prisión. De este dilema fueron conscientes los movimientos libertarios, desde el cinismo y el epicureísmo de la antigua Grecia hasta el anarquismo moderno. Cómo conjugar la libertad propia con la convivencia en una sociedad que la aprisiona.

 Las palabras de pensadores, filósofos, políticos, artistas, nos inspiran, pero eso no basta. No si no van acompañadas por una verdadera voluntad de liberación y hechos. Hay personas que con sus palabras son capaces de romper las cadenas que nos convierten en esclavos y liberarnos, sin embargo, son incapaces de ir más allá y liberarse a sí mismos de sus propias cadenas, porque les falta el valor de arder en su propio fuego, sin ese último sacrificio, es imposible la verdadera libertad, no solo por la credibilidad que da el ejemplo propio, sino que es la única manera de plantar la semilla de la liberación final. Cómo creer a aquellos que emergen para liderarnos de nuestras cadenas si nunca han dado ejemplo en carne propia. Una hipocresía que mancha la credibilidad necesaria para conseguir una libertad que desencadene nuestra sociedad. De esa desconfianza en líderes falsos, que dicen una cosa y hacen la contraria, es de donde nace la desconfianza del movimiento libertario en las cadenas de la burocracia.  Asociado muchas veces al anarquismo, pero sin dejarse constreñir nunca por los límites de un movimiento meramente político, porque además de encontrar sus raíces en filosofías mucho más antiguas que el anarquismo, más que un movimiento concreto es una manera de vivir, de pensar, de nos constreñirse a lazos y dogmas propios o ajenos. De creer que la libertad propia tan sólo es posible si los otros también son libres. El egoísmo no debe caber en un verdadero espíritu libertario.

Albert Camus es un ejemplo con su defensa de un socialismo libertario, influenciado por Nietzsche, que se negaba a caer en los dogmas que aprisionaban el marxismo de los comunistas cegados por la burocracia, y cuya herramienta básica era una brutal represión de la libertad en los regímenes soviéticos que dominaban la escena política de la izquierda en la década de los cincuenta y sesenta del siglo pasado. Doctrinas que cometieron el mismo error que esas religiones absolutistas de las que tanto renegaban; prometer un paraíso futuro, a cambio de un infierno presente. No, la libertad y la esperanza no pueden tan sólo depender de un condicional futuro hipotético, mientras sangramos con las heridas de las cadenas de las injusticias del pasado, que se gangrenan en el presente. Entendamos un poco mejor las raíces de esa desconfianza camusiana en la tiranía que promete paraísos futuros a cambio de sacrificar vidas en el infierno presente, y desvelemos las esperanzas en la única autodeterminación por la que vale la pena rebelarse y luchar, la de cada persona y sus sueños. No porque renunciemos a los sueños de justicia y equidad en nuestra convivencia en sociedades, sino porque nunca podremos vivir con justicia y equidad, si renunciamos a liberar a cada persona de sus cadenas, sino les ayudamos a vivir en libertad. El precio de esa renuncia, a la libertad propia entrelazada con la libertad ajena sería demasiado alto. Destruiríamos todo aquello por lo que merece la pena la rebelión. 

Para el pensador francés la responsabilidad de ese socialismo libertario no se encuentra en la dependencia de dogmas o burocracias ajenas, en dar siempre la patada hacia arriba y dejar la responsabilidad de las decisiones propias en manos ajenas, sino en asumir la propia responsabilidad, cada uno de nosotros en su entorno, cada líder social y político, en comunión con la sociedad que ha de representar. Si esa persona, en el caso de los líderes políticos y sociales, falla en la defensa de esos intereses ha de someterse a una moción de confianza. Cada uno de nosotros somos responsables de combatir el mal, cada injusticia aritméticamente, en nuestro entorno, en nuestras propias responsabilidades, en la familia, en la pareja, en el trabajo, en el barrio. El compromiso empieza cada día, y termina cada noche para recomenzar de nuevo.

No puede conjugarse ningún movimiento libertario sin un rechazo frontal de cualquier nacionalismo. Si trasladáramos su pensamiento a la Europa actual rechazaría cualquier frontera, legal o simbólica. Si queremos unir nuestro destino, qué mejor que a través de las enseñanzas de nuestra cultura común. Porqué poner fronteras terrenales, cuando compartimos legados y herencias comunes que nos hermanan. Nada más ajeno a la libertad que utilizar la identidad cultural para separar, para diferenciar, y no para unir compartiendo el destino en libertad e igualdad. Michel Onfray nos recuerda la esencia del pensamiento de su compatriota Albert Camus: no se debe obtener la igualdad en detrimento de la libertad, o la libertad en detrimento de la igualdad, y sobre todo no en detrimento de la justicia. Hay que conservar todo. Debemos poder tener la igualdad, la libertad y la justicia. Para ser en verdad libertario no se puede sino recuperar la filosofía original de aquellos filósofos cínicos de la antigua Grecia que no se reconocían sino como ciudadanos del mundo. No hay extranjeros, pues todos los somos, y por tanto la verdadera libertad se encuentra en reconocer el absurdo de poner etiquetas que delimiten derechos y que marginen la justicia por el banal hecho de tener otro color de piel, orientación sexual, genero, o haber nacido a mil o diez mil kilómetros de aquí.

Tampoco se puede obligar a ser libre, ese fue el error principal de aquel violento anarquismo terrorista que tanto daño hizo al movimiento libertario en el siglo XIX y principios del XX. Ni la violencia, ni el autoritarismo, pueden utilizarse para atajos en el camino de la libertad, pues las brutalidades de los medios contaminan cualquier fin. La sangre, virtual o real, que derramamos, por una causa justa, siempre nos hace pagar un precio superior al beneficio que se nos promete, a cambio de su uso. Una lección que nunca terminamos de aprender, visto lo visto.

No se puede ser libertario sin la sonrisa irónica que desnuda la verdad del peligro que encierra el abuso de todo poder, la desconfianza por principio de cualquier autoridad, empezando por la propia, y el cuestionamiento de cualquier principio, empezando por los nuestros. Someter a la autoridad y al poder al laboratorio del sarcasmo es el más sano ejercicio libertario que podemos hacer cada mañana, con la autoridad ajena tanto como con la propia, si la hubiera.

El libertario ha de ser capaz de socavar la economía de mercado desde dentro, cambiar las leyes que rigen su funcionamiento, se trata de hacer posible una nueva ley que dé prioridad a un reparto que de la mayor felicidad posible al mayor número de gente. Michel Onfray nos indica como esto puede ser posible; El post-anarquismo es un pragmatismo que socava el poder internacional macro-lógico a través de resistencias micro-lógicas basadas en puestas en común: cooperaciones, federaciones, asociaciones que ahuyenten radicalmente a esos parásitos que son los distribuidores, promotores, agentes, negociadores, comisionistas, que son la plaga mayor.

Ser libertario es renunciar a los dioses, sus religiones, profetas y normas, que tanto daño nos han hecho, y renunciar también a ese ser humano que pretende comportarse con la misma soberbia que esos falsos ídolos. Ni esclavos ni amos. Nunca se insiste demasiado en la necesidad de ejercer un sano escepticismo sobre cualquier autoridad, y siempre poner entre paréntesis cualquier virtud que creamos extraer de su ejercicio. Nunca depender ciegamente de las instituciones, sino ejercer una crítica siempre vigilante en su funcionamiento. Ejercer la sabiduría critica que cuestiona cualquier información venida de ese mundo del espectáculo y vendida a intereses empresariales y de los poderosos, que contaminan una parte importante de la información que se nos ofrece. Cuestionar cada honor concedido, especialmente los propios. Preferir, en palabras del pensador francés, el ser al tener, construir una vida propia lo más independiente posible, sin negar nunca la libertad ajena, tal y como decía Friedrich Nietzsche, maestro de la sospecha, crearse libertad. ¿Cómo ser libertario en estos tiempos y no morir en el intento? Tal y como decían Asfalto en Días de escuelaahora tú qué pensarás, si cuanto más me oprimían más amé la libertad. Es a ti a quien canto hoy, enseña a tus hijos, enseña a tus hijos a amar la libertad.

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”