'Cómo sobrevivir en un mundo de incertidumbres'

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 25 de Septiembre de 2022
“Not Enough Brains to Survive, de Thomas Lerooy.
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“Not Enough Brains to Survive, de Thomas Lerooy.
'La certeza es la disposición intelectual de quien se adhiere firmemente a lo que considera verdadero'. Lagneau

'Incertidumbre: Estado de lo que no está determinado de antemano; carácter de lo que es imprevisible'. Estado de lo que no se conoce con certeza; cosa mal conocida. Jacqueline Russ

O bien el universo en su azaroso devenir posee un extraño sentido del humor, o acaso un aciago y burlón demiurgo, como el bautizado por el filósofo rumano Emile Cioran, nos ha gastado una broma de dimensiones cósmicas. Cómo si no explicar que hubiera aparecido sobre la faz de este planeta una especie plenamente consciente de las heridas y el desgaste del tiempo, de su furor destructor de certezas, y sin embargo, a pesar de vivir en un mundo de incertidumbres, nos agarramos como náufragos a punto de ser arrastrados a las profundidades del mar, a cualquier frágil atisbo de certeza o certidumbre que pudieran proporcionarnos; la ciencia, el arte, las religiones, las supersticiones y hasta esa cosa que hemos llamado amor y sus derivados como la amistad. El solo hecho de ser criaturas temporales, mareadas por el vértigo de un presente que continuamente se convierte en polvo, y de un futuro que ya desapareció antes de poder saborearlo, es síntoma de la irónica broma a la que estamos expuestos en nuestra desesperada búsqueda de certezas. Mientras el tiempo desgasta inmisericorde cualquier certeza que creíamos poseer, buscamos balbuceantes una explicación a la ausencia de ellas.

Necesitamos poseer certeza de que lo que nos cuentan es la verdad, necesitamos poseer certeza de que aquello que nos dicen sentir es verdad. Necesitamos tener fe y creer en políticos, profetas, sacerdotes y amantes

Necesitamos estar seguros de aquello que vemos, necesitamos estar seguros de aquello que sentimos, necesitamos estar seguros de aquello en lo que creemos. Necesitamos poseer certeza de que lo que nos cuentan es la verdad, necesitamos poseer certeza de que aquello que nos dicen sentir es verdad. Necesitamos tener fe y creer en políticos, profetas, sacerdotes y amantes. Necesitamos un clavo ardiendo que queme nuestras incertidumbres y nos proporcione un asidero ante tanto bamboleo de los desconciertos que se presentan en nuestra vida y en nuestra visión del mundo. Pero por muy triste, dramática, irónica, o patética, que sea nuestra situación, anhelando aquello que no podemos tener, no las hay. Y la filosofía durante miles de años no ha dejado de preguntarse cómo sobrevivir a un mundo de certidumbres y verdades que parecen ser y no son, y de incertidumbres y mentiras que contienen algo de certidumbre y de verdad. La búsqueda de certezas es un vacío que nunca podremos llenar y que siempre nos acompañará en nuestro deambular por el mundo.

La incertidumbre es nuestra sombra existencial y tratar de deshacernos de ella es como tratar de eliminar la sombra que nos proporciona cualquier atisbo de luz

Hay cosas más ciertas que otras; la ciencia antes que la religión o la superstición. La felicidad conjugada en el recuerdo de la nostalgia de un pasado que pudo suceder así, o que nos hemos inventado para recordar una felicidad que nunca fue tal. El éxtasis de la felicidad presente que se desvanece al segundo de querer saborearlo, y otras entelequias de nuestra engañosa mente. Estamos seguros de querer a alguien, aunque no de dejar de quererlo, como estamos relativamente seguros de que nos quieren, pero no de hasta cuándo nos querrán. Sentimientos y certezas cambian como cambiamos nosotros, y aquellos que nos rodean. Cambian como cambia el mundo, cada vez a más velocidad de vértigo. La incertidumbre es nuestra sombra existencial y tratar de deshacernos de ella es como tratar de eliminar la sombra que nos proporciona cualquier atisbo de luz. A veces desaparece momentáneamente, pero siempre está ahí como una posibilidad.

Por supuesto, existen los dogmáticos y los fanáticos, aquellos que necesitan mantener su visión del mundo y sus verdades a sangre y fuego, y no soportan a quienes les dicen que podrían no estar en lo cierto

Por supuesto, existen los dogmáticos y los fanáticos, aquellos que necesitan mantener su visión del mundo y sus verdades a sangre y fuego, y no soportan a quienes les dicen que podrían no estar en lo cierto. Repudian a los que afirmamos que la ciencia es el arma más poderosa que poseemos, revisada críticamente por la razón, pero que no nos da nunca verdades absolutas, que las teorías científicas cambian y se adaptan a nuestros contextos históricos, pero funcionan, avanzamos en nuestro conocimiento de la realidad, siempre parcial, nunca completa. Tampoco es que los seres humanos seamos la obra maestra de la evolución, que como sabemos funciona a base de aciertos, errores y mucho azar, sin ninguna dirección predeterminada por mucho que nos gustase a los ateos creer en una fuerza ciega de la naturaleza que nos dirige a algún futuro paraíso como especie.

Es la única manera de desafiar a los dogmas y a los fanáticos, la propia y balbuceante búsqueda de certidumbres que nos proporcionen frágiles sentidos

Los fanáticos, crean en un dios, en un profeta terrenal, en un líder político, o en cualquier pasión que les arrebate el sentido común, no soportan a los que dudan, a los que vacilan, a los que dan un paso adelante y otro atrás, o al lado. Tratan de que desaparezcan de la faz de la tierra. Pero esa duda, esa vacilación, es la clave que nos permite sostenernos en un mundo de incertidumbres. Nos guste o no, la mayor parte del tiempo estamos ciegos a la certeza y a la certidumbre, y necesitamos ir tanteando, paso a paso, adquiriendo mapas existenciales que nos orienten, como aquellos desprovistos de la vista, adquieren destrezas que los que poseemos visión no. Para sobrevivir hemos de desarrollar otras intuiciones y sentidos, que habitualmente dejamos adormilados, mientras confiamos no en nuestra razón o instintos, sino en los de los demás. Es la única manera de desafiar a los dogmas y a los fanáticos, la propia y balbuceante búsqueda de certidumbres que nos proporcionen frágiles sentidos, y de incertidumbres que nos espabilen, nos estimulen y nos permitan sonreír desafiantes y rebelarnos ante tanto desconcierto.

Si la propia física nos dice que los pilares de nuestro mundo descansan en la incertidumbre, quiénes somos nosotros, meros mortales, para contradecir tal afirmación

Hablando de desconcierto, el físico Heisenberg desconcertó al mundo de la ciencia cuando enunció en 1927 el Principio de indeterminación (o de incertidumbre): Se ha establecido que es imposible indicar simultáneamente, a voluntad y de una manera exacta, la posición y velocidad de una partícula atómica. Básicamente porque al percibirlas, al observarlas, alteramos su estado. Popper, filósofo de la ciencia, habla de cómo el nuevo indeterminismo fue introducido por la mecánica cuántica, que supone la posibilidad de sucesos elementales debidos al azar, irreductibles desde un punto de vista causal. Si la propia física nos dice que los pilares de nuestro mundo descansan en la incertidumbre, quiénes somos nosotros, meros mortales, para contradecir tal afirmación.

¿Por qué hemos de temer tanto que nos espabilen a través del caos y el azar? Si no fuera por esos sucesos azarosos que hacen tambalear los cimientos de nuestra apacible y estancada existencia, ¿no terminaríamos por morir de aburrimiento y extinguirnos?

El azar es un elemento que siempre tememos en nuestras vidas, pues introduce el caos en nuestro aparente orden. Incertidumbre en nuestras aparentes certezas. ¿Por qué hemos de temer tanto que nos espabilen a través del caos y el azar? Si no fuera por esos sucesos azarosos que hacen tambalear los cimientos de nuestra apacible y estancada existencia, ¿no terminaríamos por morir de aburrimiento y extinguirnos? Existir es ser percibido. Enfrentarte a la percepción, y por tanto al juicio de otras personas, en tanto que entras en sus vidas, siempre produce circunstancias azarosas e impredecibles, y todo lo que creíamos certeza se escabulle por las fisuras de lo que creíamos nuestros solidos muros de creencias, sentimientos y percepciones. Es la indiferencia de la que nos saca el azar, cuando nos sacude, la que nos devuelve la belleza de la vida, que como toda belleza en ocasiones es aterradora, y nos paralizamos ante ella o huimos despavoridos ante la incertidumbre que nos provoca. Aún así ¿qué haríamos sin el azar y su consecuente incertidumbre, que nos desvela aquello que antes siempre se ocultaba a nuestra acomodada existencia?

La vida, y su imperfecto equipaje; nuestras circunstancias, afectos, desafectos, encuentros y desencuentros, es compleja, y como decía Einstein: 'Debe ser simple para ser cierto'

La vida, y su imperfecto equipaje; nuestras circunstancias, afectos, desafectos, encuentros y desencuentros, es compleja, y como decía Einstein: Debe ser simple para ser cierto. Si no es simple, probablemente no podremos descifrarlo. Al menos no del todo en los dilemas existenciales. Y si necesitamos otra perla de sabiduría del brillante físico alemán para confirmarlo: las proposiciones matemáticas, en cuanto tienen que ver con la realidad, no son ciertas, y en cuanto que son ciertas, no tienen que ver con la realidad. Vayamos acostumbrándonos con el resto de principios dogmáticos que nos inculcan, más allá de las matemáticas. Otro científico y además político, Benjamin Franklin, lo que añade verosimilitud a su afirmación, incide en que en la vida solo tenemos certeza de que dos cosas llegarán: la muerte y los impuestos. Todo lo demás es discutible. Russell, tan buen matemático como filósofo, afirmaba que llamamos matemática al campo en el cual nunca sabemos de lo que hablamos, ni en el caso de que sea cierto (al igual que en la filosofía añadiría yo).

Tras tanto balbuceo pseudo metafísico vayamos a lo importante, la respuesta a la susodicha pregunta: ¿Cómo sobrevivir en un mundo de incertidumbres? Muy sencillo, con la misma actitud que adoptan los felinos ante un mundo que continuamente les sobresalta con sus ruidos, prisas y desconciertos, y con los extraños comportamientos de los humanos que adoptan como servidores; con resignada paciencia, con una pizca de sana curiosidad e irónica rebeldía ante las heridas del tiempo y las incertidumbres, y con cierta alegre y placentera despreocupación. El legendario músico de Rock estadounidense Tom Petty lo tenía claro en los versos de una de sus mejores canciones, Crawling back to you: Estoy tan cansado de estar cansado. Tan seguro como el día sigue a la noche, que la mayoría de cosas de las que me preocupo, en cualquier caso, nunca suceden. Porqué preocuparse pues, lo que haya de ser, será, como me decía mi estoica tía abuela.

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”