Cuatro lecciones de la filosofía helenística en tiempos de pandemia. Parte II: Estoicos y epicúreos

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 2 de Agosto de 2020
Vértigo del confinamiento.
María de la Cruz
Vértigo del confinamiento.
'La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer'. Bertolt Brecht

En la primera parte del texto dibujamos un panorama desolador para aquellos a los que nos ha tocado lidiar con las dos primeras décadas del siglo XXI, que sin querer apenas darnos cuenta nos estafó, sustituyendo todas aquellas promesas de un mundo nuevo y mejor, que proliferaban como las malas hierbas a finales del XX, por algo menos alentador, con el resultado de un desconcierto generalizado, acentuado por un inesperado giro, propio de un mal guion de una película de terror, con la pandemia. Un panorama que ha dejado cualquier atisbo de optimismo en nuestro futuro inmediato, guardado en el mismo rincón del baúl de los recuerdos donde guardábamos los cromos de nuestra infancia, con la fútil esperanza de que algún día pudiéramos revenderlos y hacernos millonarios.

Aconsejábamos recurrir a la sabiduría de tiempos pasados, enfrentados a dilemas similares en lo referente al desbarajuste global que nos aturde, y encontramos en la filosofía helenística cuatro recetas filosóficas, cuatro actitudes vitales ante un mundo que compartía desconcierto con el actual. Ya vimos dos maneras de confrontar con dignidad esta situación, la del cínico y la del escéptico

Aconsejábamos recurrir a la sabiduría de tiempos pasados, enfrentados a dilemas similares en lo referente al desbarajuste global que nos aturde, y encontramos en la filosofía helenística cuatro recetas filosóficas, cuatro actitudes vitales ante un mundo que compartía desconcierto con el actual. Ya vimos dos maneras de confrontar con dignidad esta situación, la del cínico y la del escéptico. Dos recetas que no son las preferidas por los doctores de la moral para ayudarnos superar nuestros males, pero que tienen su público, no cabe duda. Las dos siguientes lecciones fueron algo más populares en sus tiempos, pero lo importante más allá de su popularidad u olvido, es que igualmente pudieran resultar útiles para ayudarnos a paliar los síntomas que padecemos en el mundo actual, muy alejados en lo concreto, pero no tanto en lo abstracto, de esos tiempos pretéritos. Las preocupaciones humanas varían en sus formas, pero en el fondo son siempre las mismas; el amor, el odio, la amistad, el egoísmo o la generosidad, la soledad, la búsqueda de compañía, disponer de un mínimo para poder vivir dignamente, disfrutar de los placeres que nos dotan de sentido, y el sinsentido que nos deja sin placeres, en resumidas cuentas, lo mismo antaño que en el presente, y probablemente igual hoy día que en el día de mañana.

El estoicismo o cómo el control y el orden de aquello que es controlable, es bueno para la salud, la mental y la que frena pandemias: Conocer aquello que es posible conocer, no solo es útil para desenvolverte en sociedad, sino que además te permite mantener un rígido control sobre la otra cara de la moneda; aprender aquello que no es cognoscible, o que no está en tu mano conocer y por tanto controlar. Ser consciente de lo que sabes y de lo que ignoras te permite no desbarrar en exceso en tu comportamiento, y mantener tus emociones y deseos controlados. Ese control te ayudará al objetivo final, tener sino una vida feliz, al menos una vida digna. Menos es más, podría ser el lema estoico. Una de sus principales aportaciones teóricas era el creer que en todo ser humano se encuentra la semilla de la racionalidad, y que a nuestro alcance, de manera innata, se encuentra establecer conexiones lógicas que nos permiten sacar conclusiones. Poco rendimiento le sacaríamos a nuestra innata capacidad de actuar racionalmente, si nos dejamos llevar por el ilógico comportamiento emocional que utilizan los bulos para extenderse, o si somos incapaces de sumar dos más dos y ver que, o actuamos con responsabilidad, o todos nos perjudicamos. Por poner un ejemplo fácil de entender: cuando no llevamos mascarilla y no solo nos ponemos en riesgo nosotros, sino al resto, o dejamos que la noche nos lleve de fiesta como si fuera la última, que dada la estupidez reinante, podría serlo, nuestra o de nuestros seres queridos.

Los estoicos fueron precursores de la interrelación entre pensamiento y lenguaje, establecieron que se piensa como se habla, o se habla como se piensa, lo cual utilizado con algo de sentido común, de ese que también es algo innato, si decidimos utilizarlo, nos ayudaría a saber distinguir qué político merece nuestra confianza, e incluso qué tertuliano o comunicador. Nos bastaría con prestar un poco de atención para distinguir uno de otro, y fijarnos si en su discurso se contradicen y nos dicen una cosa y la contraria. Qué le vamos a hacer, si hasta fallamos en ese ejercicio tan sencillo.

La gran pregunta, como en tantas otras lecciones morales de la filosofía para encontrar un resquicio a la felicidad, o lo más parecido a ella, que en este caso es la serenidad de la paz interior, es responder a una pregunta tan compleja como sencilla es su formulación: ¿Qué debo hacer?

La gran pregunta, como en tantas otras lecciones morales de la filosofía para encontrar un resquicio a la felicidad, o lo más parecido a ella, que en este caso es la serenidad de la paz interior, es responder a una pregunta tan compleja como sencilla es su formulación: ¿Qué debo hacer? Lo primero conocer todo aquello que puedas de la manera más racional posible. Quizás con un exceso de optimismo en la naturaleza humana los estoicos identificaban sabiduría y virtud. Si sabemos que no seguir unas normas higiénicas en tiempos de pandemia nos pone en riesgo a nosotros, y a los demás, que es un mal aún mayor que causar a sabiendas mal a uno mismo, es impensable actuar así. Si sabemos cómo actuar correctamente, es impensable no hacerlo. O eso se creía entre los primeros estoicos. En sus inicios el estoicismo era más idealista, como hemos visto, poco a poco fue aceptando que somos más débiles de lo que creemos, y que saber que algo es bueno, no significa que lo hagamos. De ahí que lo decisivo es la actitud y la fortaleza de un carácter, que nos ayudarán en la carrera de obstáculos que es la vida, si decidimos guiarnos por la virtud.

El azar puede golpearnos, una pandemia por improbable que pudiera parecernos, ha sucedido, y si algo malo nos pasa, hemos de aceptarlo con la mayor imperturbabilidad, pues si nada podemos cambiar, qué sentido tiene perder el tiempo  intentando algo que no es posible, en lugar de emplearlo en lo que sí. Y si el azar nos salva a nosotros, pero castiga a los que nos rodean, es nuestra obligación moral ser comprensivos y ofrecer consuelo, siempre que eso no afecte al mismo núcleo de nuestra imperturbabilidad interior. Al contrario que con los epicúreos, cínicos o escépticos, participar en política era no solo bien visto, sino casi una obligación en tanto que somos parte de una comunidad. Un estoico creía que la política, como el resto de cosas de la vida, debía ser regida por la racionalidad, cualquier atisbo de uso de las emociones para atraer simpatías era catalogado como algo inapropiado. No sabría decir si hoy día queda algún político estoico, que el lector juzgue por su cuenta y riesgo. Para ellos la corrupción era algo inasumible. Dada cierta ingenuidad, o frialdad en su filosofía, creían que como lo importante era la libertad interior, el propio ejemplo de una conducta digna y coherente era suficiente para cambiar las cosas. No eran necesarios grandes cambios en los sistemas políticos, pues estos vendrían por sí mismos, si una mayoría abrazara esta filosofía y comportamiento coherente, ético y racional. No parece que tuvieran mucho éxito, pero quizá algo de ellos podríamos aprender.

Quién no ha decidido en algún momento, harto, que la mejor manera de desconectar de un mundo que se había vuelto insoportable o incomprensible, era volver a lo sencillo; retirarse de todo ese ruido, renunciar a ambiciones espurias, al consumismo barato, y volver la mirada a lo único que importa

El epicureísmo o la sobriedad de una vida rodeada de amistades y frugalidad, sin renunciar a los pequeños placeres de la vida, como mejor solución a los avatares de la pandemia: Seamos sinceros, casi todos en el confinamiento, tras el hartazgo sentido, hemos tenido la tentación de dedicarnos a una vida epicúrea, por convicción o por necesidad. Quién no ha decidido en algún momento, harto, que la mejor manera de desconectar de un mundo que se había vuelto insoportable o incomprensible, era volver a lo sencillo; retirarse de todo ese ruido, renunciar a ambiciones espurias, al consumismo barato, y volver la mirada a lo único que importa; un grupo de selectos amigos o personas de confianza, renunciar a cualquier obsesión que alimente nuestra gula emocional o física, y disfrutar de esos pequeños placeres que apenas cuestan dinero, pero nos proporcionan un mundo: comida y bebida sobria y sencilla, un paisaje natural acorde con la serenidad requerida por nuestro atribulado estado de ánimo, y tiempo para centrarnos en un presente que se desvanece en nuestras manos, eliminando ataduras de un pasado que no nos reconforta, y de un futuro que nos atemoriza.

Aquellos que tras el fin del confinamiento, que no de la pandemia, se han lanzado ávidamente a disfrutar de placeres pocos frugales, serían la antítesis de un buen epicúreo, que si algo ha aprendido de todo esto, es lo inútil de esta conducta para satisfacer lo que uno realmente necesita.

Aquellos que tras el fin del confinamiento, que no de la pandemia, se han lanzado ávidamente a disfrutar de placeres pocos frugales, serían la antítesis de un buen epicúreo, que si algo ha aprendido de todo esto, es lo inútil de esta conducta para satisfacer lo que uno realmente necesita. En su Carta a Meneceo, Epicuro lo explicita con claridad meridiana: Pues ni las bebidas ni las juergas continúas ni tampoco los placeres de adolescentes (…) que presenta una mesa suntuosa es lo que origina una vida gozosa, sino un sobrio razonamiento que, por un lado, investiga los motivos de toda elección y rechazo, y por otro, descarta las suposiciones, por culpa de las cuales se apodera de las almas una confusión de muy vastas proporciones.

En su época, siglo IV a.C. la filosofía epicúrea era considerablemente progresista, nadie era excluido de sus enseñanzas, fuera ciudadano o esclavo, hombre o mujer. Una filosofía que opta por enfrentarse a la enfermedad o a los avatares de la vida, no con cínica renuncia, o con el ceño permanentemente fruncido de los escépticos, o la retirada imperturbable al interior de uno mismo, sino con alegría, la de aquél que es consciente de que no se necesita mucho para ser feliz, y que no hay porque renunciar a los pequeños placeres que nos ofrece el mundo, dada la brevedad de la vida y los múltiples obstáculos del camino que ya nos amargan lo suficiente. Placeres que no te exigen gran cosa, pero son capaces de provocarte sonrisas, propias y ajenas, que de por sí valen un mundo. En su lecho de muerte Epicuro mandó a sus discípulos un mensaje sencillo: vivid alegres y recordad mis doctrinas.

Cierto intelectualismo hay en sus enseñanzas, ya que los placeres intelectuales son preferibles a los corpóreos, pero eso no significa que renunciemos a ellos, a lo que si hemos de renunciar es al abuso, pues éste crea dependencia, y la dependencia crea dolor

Cierto intelectualismo hay en sus enseñanzas, ya que los placeres intelectuales son preferibles a los corpóreos, pero eso no significa que renunciemos a ellos, a lo que si hemos de renunciar es al abuso, pues éste crea dependencia, y la dependencia crea dolor. El placer es definido como la ausencia de dolor, por tanto, cualquier actividad que con la promesa de placer inmediato, lleve aparejada dolor a medio o largo plazo, no merece la pena. Nuestras necesidades se cubren con facilidad en lo material; si  ya has saciado tu hambre, el exceso de un banquete te procurará más dolor que placer, con la previsible indigestión. Y si lo llevamos a los tiempos actuales; el salir desaforadamente a disfrutar debido al hartazgo del confinamiento, tiene muchas más probabilidades de causar un daño que un beneficio. Si optas, en cambio, por pequeños placeres más moderados, no solo el riesgo se reduce, y  te causas mayor bien a ti mismo y a la sociedad, sino que el placer se estabilizará y el dolor se mantendrá ausente con mayor probabilidad.

Un uso de la razón que medite y calcule la consecuencia de tus acciones, de tus deseos, de tus ambiciones, de tus emociones, es el santo grial que nos proporcionará una vida donde haya un poco más de felicidad que de dolor. Si aprendemos a mesurar racionalmente nuestro comportamiento, controlaremos la aponía (ausencia de dolor corporal) y lo que es más importante obtendremos la ataraxia (ausencia de desasosiego). Y todo lo que nos impida alcanzar esa ataraxia sobra en nuestra vida; gula, pasiones o deseos desbordados, abusos, fama, me gustas y similares en las redes sociales, riqueza, y el resto de cosas aparentemente imprescindibles, que hemos de alcanzar, impuestas por un sistema de consumo desaforado que nos insta a angustiarnos por poseer cosas que no necesitamos, ni para vivir, ni para ser felices.

Es decir, que es estúpido desligarte, por tu propio bien, de contribuir y apoyar todas aquellas medidas sociales, políticas o económicas, y qué decir de las sanitarias, que repercutan en una sociedad más cohesionada, más sana, donde prime la cooperación, y donde se priorice ayudar a los más desfavorecidos

Un epicúreo, partiendo de la necesidad egoísta de un bienestar propio, entenderá que la única esperanza de conseguirlo es a través de la cooperación; a no ser que te aísles por completo, siempre que puedas y tengas medios que te lo permitan. Favorecer una sociedad más justa, más solidaria, y por tanto más feliz, contribuirá a que tú puedas, a su vez, serlo. Es decir, que es estúpido desligarte, por tu propio bien, de contribuir y apoyar todas aquellas medidas sociales, políticas o económicas, y qué decir de las sanitarias, que repercutan en una sociedad más cohesionada, más sana, donde prime la cooperación, y donde se priorice ayudar a los más desfavorecidos.

Obremos pues epicúreamente de manera altruista, aunque sea pensando en el bien y la felicidad propia. Respetemos la salud de los demás, respetando a su vez la nuestra, pues la una y la otra, más en tiempos inciertos de pandemia, están irremediablemente unidas.

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”