El difícil equilibrio entre lógica e imaginación

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 3 de Febrero de 2019
De la serie 'Pencil vs Camera”, de Ben Heine.
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De la serie 'Pencil vs Camera”, de Ben Heine.

'La historia hace a los hombres sabios; la poesía, ingeniosos; las matemáticas, sutiles; la filosofía natural, profundos; la moral, graves; la lógica y la retórica, hábiles para la lucha'. Francis Bacon.

'Existe algo más importante que la lógica: la imaginación'. Alfred Hitchcock

Al conocer a una persona, rara vez, una de las primeras conclusiones que extraemos no versa sobre si es una persona racional, fría, lógica, poco dada a sorprender en sus propuestas o puesta en acción, o por el contrario, imaginativa, desbordante en su fantasía, soñadora, siempre sorprendiendo. Ninguno de los dos extremos se encuentra a salvo de crítica. Si eres demasiado racional o lógico suelen acusarte de aburrido, demasiado ordenado o soso. Si por el contrario te dejas llevar por tu imaginación, o bien no tienes los pies en el suelo, o eres un soñador destinado al fracaso que no tiene ninguna opción de triunfar en el mundo, por mucho banal meme que te anime a lo contrario. La dura verdad es que lógica e imaginación se encuentran en el núcleo de nuestra naturaleza, y es la dificultad a la hora de encontrar un equilibrio entre ambas la que determina, en más de una ocasión, los balbuceantes giros de nuestra vida. Enemigas íntimas, como suele suceder cuando coexisten dos fuerzas contrapuestas, amor-odio, alegría-tristeza, orden-caos, ambas se necesitan, con igual intimidad, para subsistir. Michel de Montaigne en un crudo aforismo describía esta paranoica relación, si sustituimos, educación por lógica, pues ambos términos tienen un sentido similar en esta ocasión: el que tiene imaginación, y no se educa, tiene alas, pero no tiene pies. Sin caos el orden no existe, sin orden el caos no podría crear. La imaginación necesita el anclaje que la lógica proporciona, la lógica necesita el salto de fe que la imaginación proporciona.

Son estas dos fuerzas contrapuestas las que configuran nuestra visión del mundo, dos fuerzas contrapuestas que inclinan a un lado u otro nuestra personalidad, dos fuerzas contrapuestas que alimentan amores y odios, dos fuerzas contrapuestas que marcan nuestro destino

Son estas dos fuerzas contrapuestas las que configuran nuestra visión del mundo, dos fuerzas contrapuestas que inclinan a un lado u otro nuestra personalidad, dos fuerzas contrapuestas que alimentan amores y odios, dos fuerzas contrapuestas que marcan nuestro destino. Ambas se impusieron a los instintos que nos mantenían sumidos en nuestra naturaleza animal, ambas reclaman la corona que define lo que nos diferencia de otras especies, ambas se contradicen, nos contradicen, nos impulsan hacia adelante, y nos arrastran hacia atrás. Existe una lucha en nuestro interior de la que no podemos escapar. Un polo de la tensión es la necesidad de focalizar la realidad a través de las frías estadísticas de los números, de la búsqueda de una necesidad entre causa y efecto, una causalidad que nos explique el porqué de las cosas, el anclaje a los fríos hechos, la necesidad de control. El otro polo es la necesidad del ser humano de transcender el encadenamiento de la fría lógica, de ese hay que ser realistas que como mantra nos decimos todos los días, para sobrevivir a la hostilidad de un mundo que nos sobrepasa,  un anhelo de trascender, de soñar, de, por qué no admitirlo, descontrolarnos.

Las personas lógicas adoran lo que llamamos pensamiento coherente, ser capaces de distinguir con claridad aquello que podemos llamar real de lo que no lo es, lo verdadero de lo falso, lo regular de lo irregular, la necesidad del azar. La lógica formal tal y como la entendían los griegos, allá por la época de Aristóteles, uno de sus principales fundadores, es la disciplina  que estudia los principios generales del pensamiento valido.  Aquel pensamiento que es verdadero o legítimo y debe ser admitido también por otros sujetos; es formal al centrarse en la relación, y no en el contenido o la materia de los juicios, y es bivalente; un enunciado o es verdadero o es falso. Consecuente con la plural realidad de los tiempos modernos, las nuevas lógicas simbólicas desarrolladas a partir del siglo XX se abrirían a valores más allá de la estricta verdad o falsedad de los juicios, eso que nos dicta el sentido común, a la mayoría de los mortales, fanáticos excluidos, y que nos conmina a admitir que entre el blanco y el negro, la realidad y la verdad adquieren amplios matices de grises. 

Las personas lógicas adoran lo que llamamos pensamiento coherente, ser capaces de distinguir con claridad aquello que podemos llamar real de lo que no lo es, lo verdadero de lo falso, lo regular de lo irregular, la necesidad del azar

La imaginación ha tenido un prestigio más irregular en la historia del pensamiento, sin duda más que el empleo de la lógica como herramienta del acontecer del ser humano, salvo quizá, en esa época donde el desborde de los sentimientos y la imaginación parecían configurar lo más valioso de la psique humana, época que llamamos romanticismo. Imaginar es algo tan natural como la capacidad que el ser humano posee de formar imágenes en su mente, que no están presentes a los sentidos en el momento en que las percibe. Lo extraordinario, más allá de esa capacidad que nos hace ver objetos que no están ahí, olerlos, oírlos, tocarlos, sentirlos, es la capacidad creadora que poseemos, para a partir de ahí, inventar, proyectarnos por encima de lo dado y crear algo nuevo. Napoleón Bonaparte, el emperador francés admitía poseer una imaginación tan desbordante como su ego, y una de sus máximas preferidas era la imaginación gobierna el universo.

Es normal que artistas, poetas, literatos, incluso filósofos, cuya materia prima esencial es la imaginación, la coloquen en una situación privilegiada en el panteón de las cualidades humanas, pero no solo ellos han sabido valorar sus cualidades. En un ámbito tan dependiente de la articulación lógica, de la razón, de la coherencia, como es la ciencia, sería difícil dejar de admitir, como escribía el filósofo John Dewey, que cualquier avance científico nace de la imaginación. El propio Einstein daba más importancia a la imaginación que al saber. Un científico sin imaginación es como un artista sin disciplina lógica, un brindis al sol. Edgar Allan Poe, uno de los escritores con mayor imaginación en la historia de la literatura, y con un talento poco común para transmitirnos una trágica belleza, a través de sus inquietantes metáforas de terror, aseguraba que el mismo acto de escribir fuerza al pensamiento a hacerse lógico.

Es normal que artistas, poetas, literatos, incluso filósofos, cuya materia prima esencial es la imaginación, la coloquen en una situación privilegiada en el panteón de las cualidades humanas, pero no solo ellos han sabido valorar sus cualidades

La tensión entre lógica e imaginación no es sino una batalla más en el campo de la naturaleza humana, por el control de sus instintos, deseos, pasiones y sentimientos en juego. Una guerra que nos define desde el nacimiento a la muerte; el anhelo de un caos del que nacemos y al que volvemos, y el deseo de un orden que dote de pequeños márgenes de sentido, que nos den un respiro ante el cúmulo de sinsentidos de un universo que no deja de empequeñecernos, con cada esquirla de conocimiento que le arrebatamos. La lógica y la imaginación disputan otro campo de batalla, el del tiempo. Una, la lógica, pretende anclar nuestra imaginación al presente, la imaginación sin embargo lucha por desencadenarse de las ataduras de un presente que es demasiado frágil para construir nada, y por eso a través de los restos de nuestro pasado, nos empuja hacia el futuro, algunas veces para bien, otras no.

De los peligros de dejarnos llevar en exceso por la imaginación en nuestras proyecciones de futuro, ante el endeble anclaje del presente, se manifestaba Thomas Jefferson cuando nos advertía: cuántos disgustos nos han causado algunas desgracias que nuestra imaginación nos hace temer y que no han llegado nunca. El pasado también es colonizado por la imaginación, en ocasiones más allá de nuestros deseos. Las investigaciones sobre el funcionamiento del cerebro humano, sobre cómo funciona la memoria, han descubierto la fragilidad de los recuerdos del ser humano. Fragilidad en la fidelidad a la realidad de nuestros recuerdos, rellenados por la imaginación,  o bien a causa de nuestra propia mente, para huir de acontecimientos trágicos, o difíciles, o bien debido a la influencia externa de personas con capacidad para sugestionarnos. Ambas situaciones son capaces de cambiar hechos tal y como ocurrieron.  Recuerdos que para nosotros son tan reales como cualquier objeto que creemos estar viendo en este momento, sin embargo, esos recuerdos los hemos construido, no existieron, por muy reales que nos parezcan, o al menos no existieron tal y como las imágenes de nuestra memoria creen recordarlos, por muy presentes que se encuentren en nuestra mente. El Instagram de la memoria ha aplicado sus filtros, y los ha adecuado a lo que necesitábamos creer que sucedió.

Al contrario que la imaginación, la  lógica se aferra a los hechos, exige pruebas, contraste, certezas, es fría como el hielo, siempre frenando allí donde la imaginación nos acelera. La imaginación crea allí donde los hechos no llegan, llena todos esos huecos que agujerean nuestra realidad, a veces con miedos, a veces con esperanza, tan impulsiva y ardorosa como fría es la lógica. Ambas, lógica e imaginación juegan un juego en nuestra naturaleza, en nuestra personalidad, que no tiene fin. Buscamos el equilibrio entre ambas, que difícilmente llegará, pues solemos vender bien jóvenes nuestra alma a una de las dos, aunque el peso de los años que pasan puedan herir nuestra apuesta, o hacer que nos lamentemos, pero esa es una apuesta que siempre marcará nuestra naturaleza, nuestras decisiones, y nuestro destino. Solo nos queda preguntarnos con sinceridad, a quién se la hemos vendido, a la lógica o a la imaginación, qué precio hemos pagado por esa apuesta que hicimos, qué ganamos y a qué hemos renunciado, y ante todo ¿mereció la pena?

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”