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Internet y la credulidad

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 22 de Mayo de 2016
lacienciaporgusto.blogspot.com

Confundimos demasiadas veces, por ignorancia, presunción o simplemente ganas de enredar y confundir; acumulación de datos con conocimiento, citas de “autores” con sabiduría, mero ruido de voces con debates, verborrea con inteligencia, silencio con ignorancia, dudas con debilidad, democracia con indulgencia. 

¡No nos gustan las dudas! Para los científicos es la peor de sus pesadillas, viviendo como viven siempre a la espera de arribar a la cotizada isla de las certidumbres. Los políticos la aborrecen, pues la relacionan con debilidad, y nada nos atemoriza más que ver a nuestros líderes con dudas. Un médico aprende desde la primera clase de la universidad que por muchas sombras que los diagnósticos puedan arrojar, siempre ha de aparentar ser una roca frente a la adversidad del paciente. No digamos en el amor o en la amistad, cualquier duda respecto a un sentimiento, o sobre la actuación de la persona que desvela nuestros sueños, es inferida por nuestra consciencia como una traición. Qué cabe decir si es la otra persona, causante de esos desvelos la que la percibe, la relación corre riesgos de agrietarse como una madera carcomida por la plaga de la incertidumbre, y terminar por venirse abajo entre un cruce de acusaciones, amores trastornados en odios, atracciones en repulsión, o aprecio en desprecio. Ni siquiera a los filósofos que nacimos de la duda, vivimos precariamente instalados allí, y probablemente perezcamos debido a ella, nos termina de gustar.

El más claro ejemplo lo encontramos en la famosa duda metódica cartesiana. Su propio nombre nos indica que no es una duda de verdad, es un método, una herramienta que empleamos para distinguir la paja de la falsedad del mundo, del oro que cubre los cimientos de la sólida verdad. O dicho en palabras del sabio francés en su obra magna Discurso del método “sólo consistía en llegar a descubrir algo firme, apartando la tierra movediza y la arena  con el fin de encontrar la roca o la arcilla”. Claro que Descartes hizo un poco de trampas, al afirmar que las verdades claras y distintas que sustentan de contenido real al yo pienso o cogito ergo sum, si nos ponemos académicamente finos, sólo pueden ser garantizadas por la existencia indudable de un Dios que actúa como garante, como notario de la realidad que nos expulsa del solipsismo de nuestra consciencia de nosotros mismos. Dios y las matemáticas, ideas innatas, que no proceden de la experiencia o de las sensaciones, son pues la frágil y dudosa, si se me permite la ironía, columna vertebral, que sustenta la certeza cartesiana. Unamuno en Del sentimiento trágico de la vida, lo tenía bastante claro, “la duda metódica de Descartes es una duda cómica, una duda puramente teórica, provisoria, es decir la duda de uno que hace como que duda, sin dudar.” Unamuno nos definió como un haz de contradicciones, dado que somos un cúmulo de sentimientos y afecciones que conviven con eso que llamamos racionalidad. Un sentir interior y radical tan necesario como el abstracto ente conocido como razón.

Y como consecuencia del pánico a la duda, somos seres crédulos, qué le vamos a hacer, quizá podamos echarle la culpa, como a tantas cosas, a los remanentes genéticos de la evolución, quizá a las presiones de la sociedad en la que vivimos, que repudia la incertidumbre, quizá a la cultura digital, donde cualquiera puede ser sabio o juez, con el simple toque de una tecla de búsqueda, o de un simple emoticón, símbolo del Me gusta. Aunque, un poco de honestidad, podría indicarnos que más bien se debe, al menos en parte, a nuestra propia comodidad, y lo fácil que nos resulta aparentar seguridad, con la que nos vestimos como si fuera un disfraz de carnaval, y lo trágico que puede resultar, en nuestras relaciones sociales, mostrar duda o desconocimiento. ¡Cómo si toda sabiduría no partiera necesariamente de la ignorancia, y de su reconocimiento! 

Internet y las redes sociales, Twitter, Facebook, o WhatsApp, o cualquiera de las otras herramientas modernas con las que nos relacionamos, comunicamos, y nos disfrazamos, en gran parte para presumir, son un escaparate para observar privilegiadamente esa credulidad, en la que caemos todos. Hace unos años, en 2009 en concreto, al albur de la crisis, la izquierda tradicionalista, que llevaba décadas adormecida, despertó desorientada ante lo que estaba sucediendo. Y el Coordinador de IU, Cayo Lara recurrió, al igual que miles de personas en Internet, a una cita  de Marx presuntamente extraída de El Capital: “Los propietarios del capital estimularán a la clase trabajadora para que compren más y más bienes, casas, tecnología cara, empujándoles a contraer deudas más y más caras hasta que la deuda se haga insoportable. La deuda impagada llevará a la bancarrota de los bancos, los cuales tendrán que ser nacionalizados”. Quién que no se sintiera indignado con la crisis financiera no recurriría a esa biblia del despertar revolucionario llamada El Capital, para afianzar sus argumentos y dotarlos del peso de la autoridad. El problema es que Marx nunca pronunció esa frase, ni en su obra principal se encuentra ni de lejos algo parecido, por mucho que nos parezca que si viviera hoy día podría decirlo. Nunca dejes que la verdad estropee una buena cita, ¿no?, tal y como ocurre con el proverbio hermano, sobre la prensa sensacionalista, que nos dice “nunca dejes que la verdad estropee una buena noticia”. Así nos encontramos con las citas en Internet donde acaban todas las dudas, donde suspendemos nuestra incredulidad como si estuviéramos leyendo una novela de fantasía o de realismo mágico, y las reglas que dicta la razón hubieran de ser obviadas. Todo en aras de la fugaz popularidad de las redes sociales.

Nuestra credulidad, viene acompañada de la necesidad de recurrir al argumento de autoridad, ya sea que nos copiemos de la Wikipedia, o de cualquier otro sitio similar, que por muy buenos instrumentos que sean para orientarnos en la búsqueda de conocimientos, no son más que eso, instrumentos necesitados de contraste permanente con otras fuentes, incluyendo las originales. Qué decir de esas citas acompañadas por fotos o dibujos de personajes famosos que acompañan los memes que nos inundan en las redes sociales. Como si la imagen significará la sanción definitiva que suspendiera nuestra capacidad crítica.

Hace unos días con el aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes Facebook y Twitter se inundaron de una imagen del ilustre escritor, acompañada de este texto “Hoy es el día más hermoso de nuestra vida, querido Sancho; los obstáculos más grandes, nuestras propias indecisiones; nuestro enemigo más fuerte, el miedo al poderoso y a nosotros mismos; la cosa más fácil, equivocarnos; la más destructiva, la mentira y el egoísmo; la peor derrota, el desaliento; los defectos más peligrosos, la soberbia y el rencor; las sensaciones más gratas, la buena conciencia, el esfuerzo para ser mejores sin ser perfectos, y sobre todo, la disposición para hacer el bien y combatir la injusticia donde quiera que estén.” A pesar de que en teoría, gran parte de nosotros hemos leído El Quijote, o al menos parte de la obra, y deberíamos saber que ese estilo pedante no le pega nada al irónico escritor, miles y miles de personas, desde anónimos a famosos, de cultos a menos cultos, la dio por cierta, casi nadie la puso en duda. Al fin y al cabo es hermosa.  Vale, cursi, pero hermosa y se dirige a nuestras más básicas emociones. Pero no. Es totalmente falsa.  Nuestra credulidad aumenta si la cita está acompañada de la ilustración, o foto, si es un personaje más moderno, que se supone la pronunció. Otros mucho casos se han dado estos años con supuestas citas, como Einstein, que además de sabio científico, es uno de los personajes más citados, falsamente, en su mayoría, como con “Hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, y de la primera no estoy seguro.”  Frase que nunca dijo, porque por mucho que nos empeñemos, científicos, filósofos, artistas o líderes políticos que han trascendido a la historia, no tenían en mente convertirse en profesionales de la motivación. La experiencia es la madre de la ciencia, dice ese proverbio también merecedor de un buen meme en las redes sociales, pero lo cierto es que la experiencia rara vez te proporciona certezas, sino más bien dudas. Es real todo lo que procede de la amarga duda, lo demás, síntoma de embriaguez o cinismo.

Afortunadamente, no recuerdo la última vez que deje de tener dudas. Y no me importa que ello suponga ser menos popular en Facebook o Twitter, si lo usara. O parecer una persona insegura, que lo soy, o no ser un tiburón político o financiero,  que no lo soy, pero, sin tantas dudas sobre mis decisiones, sin tanta inquietud sobre quién soy realmente, sin tanto escepticismo sobre el valor de mis conocimientos, sin tanta inseguridad sobre los dogmas con los que convivo, sin la incertidumbre que causan las heridas que abren mis sentimientos; quizá sería otra persona más popular o con más éxito, pero no cambiaría una vida de éxitos y popularidad, por los preciosos momentos que he vivido, ni la gente que he conocido, gracias a mis inseguridades y heridas, gracias a mis dudas.

 

 

 

 

  

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”