El menos común de los sentidos

Blog - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 16 de Junio de 2019
'La piazza', de Giorgio de Chirico.
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'La piazza', de Giorgio de Chirico.
 '¡Cuán corriente es no considerar sensatos sino a los que piensan como nosotros!' La Rochefoucauld                                    

Los seres humanos somos unos animales muy peculiares, presumiendo de sentidos que no tenemos. Cinco sentidos nos dan acceso al mundo; la vista, el oído, el tacto, el olfato y  el gusto, que facilitan el material sensible con el que nuestro cerebro elabora la experiencia que, convenientemente aderezada por nuestra poderosa imaginación, y cribada por la razón, nos permite caminar por el mundo con la presuntuosa superioridad de la que usualmente hacemos gala. A esos cinco sentidos, se le añade otro, que existir no existe, pero que a cualquiera que se le preguntara diría que sin duda lo posee. En los otros, la cruel naturaleza puede ponernos a prueba y limitarlos, pero el llamado sentido común, que no es sino algo tan simple como la sensatez, no posee más límites que los que nosotros mismos le ponemos. Todos presumimos de poseer una alta agudeza a la hora de aplicarlo en nuestras disquisiciones, pero como la sabiduría popular nos viene insistiendo una y otra vez, el sentido común es el menos común de los sentidos. La sensatez parece ser una de esas virtudes que acomplejada por el vértigo de los tiempos se ha desvanecido en las cloacas de nuestro subconsciente. Uno no sabría decir si la estupidez que entontece a la mayoría de líderes políticos que gobiernan algunas de las potencias del mundo, se ha contagiado al resto de la humanidad, o es que esa evidente falta de sensatez se la hemos contagiado la masa silenciosa, que de poseer mucha clarividencia tampoco podemos presumir. Las redes sociales sirvan de esclarecedor ejemplo.

Uno no sabría decir si la estupidez que entontece a la mayoría de líderes políticos que gobiernan algunas de las potencias del mundo, se ha contagiado al resto de la humanidad, o es que esa evidente falta de sensatez se la hemos contagiado la masa silenciosa, que de poseer mucha clarividencia tampoco podemos presumir. Las redes sociales sirvan de esclarecedor ejemplo

George Bernard Shaw, con su agudeza y perspicacia habitual, equipara el sentido común a  instinto, una sagacidad que nos permite ponderar adecuadamente las situaciones, y no lanzarnos a tontas y a locas, como si fuéramos mascotas tentadas por una golosina, o jabalís en celo. Poseer una cantidad suficiente de sentido común, incluso te convierte en un genio, añade el hábil escritor de comedias. La presencia de tan escasos genios  en nuestra sociedad, prueba la escasez de ese sentido común tan poco extendido, a pesar de su nombre. Muchos siglos antes, Aristóteles, vino a darnos un buen consejo para actuar con la mesura y sensatez de la que haríamos gala si tuviéramos ese sexto sentido tan demandado; el justo medio entre dos extremos. Un consejo que bien aplicado puede ayudar a poner un poco de mesura en nuestra atolondrada toma de decisiones. Si aprendemos a aplicarlo bien, porque uno de los malentendidos de los que se suele hacer gala en el cuñadismo que coloniza nuestra vida social, cuando se emplea este útil recurso aristotélico, es que la decisión correcta siempre se encuentra en no dar la razón a una posición o a la otra. A ver, depende de cada posición. Si algún iluminado defiende la homeopatía como recurso médico, y un médico defiende la ciencia médica en un debate, y algún listillo nos dice, ni la una ni la otra, un término medio. Pues no. La medicina funciona, la homeopatía no solo no funciona, sino que tiende a provocar graves problemas de salud al alentar que los enfermos no se mediquen adecuadamente.

No, la razón y la sensatez no siempre la alcanzamos en el término medio entre dos propuestas. Se trata de mesurar adecuadamente cuál se acerca más a eso que llamamos racionalidad humana, que exige pasar por una sana criba llena de escepticismo y dudas, previamente. El mejor ejemplo para entender adecuadamente al filósofo estagirita nos lo provee él mismo; el alma humana posee tres funciones; la racional, y dos irracionales; la vegetativa y la sensitiva (esos cinco sentidos que nos ponen en contacto inmediato con los datos del mundo). Con la función vegetativa poco podemos hacer, pero con la sensitiva sí, pues esa función compartida con los animales está en contacto con la razón, la tercera función del alma humana. La virtud de la función sensitiva se encuentra en dominar adecuadamente esos impulsos, no dejándonos llevar por exceso o por defecto. Estas serían las virtudes éticas. La razón, tiene sus propias virtudes intelectuales que Aristóteles llama dianoéticas.

Según el caso actuaremos virtuosamente, con sensatez y sentido común, a veces más cerca del exceso, a veces más cerca del defecto, dependerá, no es algo geométrico. No es algo cuantitativo, sino cualitativo. Algo que no le vendría tampoco mal tener en cuenta a esos gurús que utilizan masivamente estadísticas para pretender tener razón

El ejemplo es claro; pensemos en una situación de peligro; el justo término medio sería actuar con valentía, evitando la cobardía (defecto) y la temeridad (exceso). Una de las claves para entender lo que nos dice nuestro pensador es que cada uno tenemos un término medio diferente que depende de nuestras características. De ahí, que no sea tan fácilmente extensible al resto de la humanidad, como algunos políticos pretenden cuando, lo que para ellos es de sentido común, creen que es algo que todos deberíamos ver igual que ellos. Pero ese es otro problema, la facilidad con la que confundimos que los demás compartan nuestras percepciones y perspectivas, con la sensatez y el sentido común. Preocupante, si a eso le añadimos la facilidad con la que nos irritamos cuando todo el mundo no ve las cosas de la misma manera que nosotros. Ese justo medio, esa sensatez, dependerá, no solo, como hemos señalado, de las características de cada uno, sino del contexto y las circunstancias en las que pretendamos aplicarla. Según el caso actuaremos virtuosamente, con sensatez y sentido común, a veces más cerca del exceso, a veces más cerca del defecto, dependerá, no es algo geométrico. No es algo cuantitativo, sino cualitativo. Algo que no le vendría tampoco mal tener en cuenta a esos gurús que utilizan masivamente estadísticas para pretender tener razón.

Un escritor estadounidense, Taylor Cadwell, resumía el error de pretender confundir el sentido común con estar de acuerdo con nuestras posiciones con esta brillante frase: He notado cuán seguros de sí mismos están los tontos, cuán llenos de dudas los sensatos. La seguridad con la que creemos tener razón en alguna posición nos lleva a creer que todos los demás han de pensar como nosotros. Actuar con sentido común, con sensatez, no es pretender que uno tiene razón, y creer que los demás son estúpidos por no ver lo listos que somos, sino por el contrario, guardar una peculiar sospecha de nuestras conclusiones, siempre provisionales, y respetar que la verdad es algo arduo, que merece cautelosas, y siempre escépticas, aproximaciones.

Una vez descartado que el sentido común tenga algo que ver con tener razón, ¿existe algo parecido? alguna virtud de nuestro carácter, algún hábito que nos permita actuar con esa mesura en nuestra vida, que tienda un puente entre la coherencia con nuestras convicciones, y las ajenas, que rara vez coincidirán plenamente con las nuestras

Una vez descartado que el sentido común tenga algo que ver con tener razón, ¿existe algo parecido? alguna virtud de nuestro carácter, algún hábito que nos permita actuar con esa mesura en nuestra vida, que tienda un puente entre la coherencia con nuestras convicciones, y las ajenas, que rara vez coincidirán plenamente con las nuestras. Recurrir al filósofo británico Hume puede ayudarnos en esta búsqueda; todas las virtudes que exaltamos: lealtad, justicia, amistad, prudencia, inteligencia, y otras tantas, poseen un sentido común con varias cualidades; Son útiles a los demás, son útiles a nosotros mismos, son a su vez cualidades que nos hacen sentir bien y cómodos con nosotros mismos, y a su vez producen el mismo efecto en los demás. Son por tanto agradables. Digamos que entre ellas se encuentra la generosidad: sin duda es útil para aquellos que nos rodean pues estaremos dispuestos a ayudarles cuando lo necesiten, sin caer en que eso nos beneficie o perjudique, pero también será beneficioso para nosotros mismos, quizá no a corto plazo, quizá nos encontremos con algún supuesto amigo, que lo único que haya pretendido es aprovecharse de nosotros, pero con toda probabilidad, en un futuro la mayoría de los amigos acudan a nuestra ayuda cuando lo necesitemos, con la misma generosidad con la que nosotros lo hicimos, sin pensar si les perjudica o les beneficia. Vale, quizás, no la mayoría, pero sí un selecto grupo por los que merece la pena la ardua labor de la amistad.

Recapitulemos y vayamos a lo importante; el sentido común, la sensatez, no es sino entender que en la vida no solo puedes preocuparte por ti mismo, que no solo vale hacer cosas que te beneficien a ti mismo, que has de empatizar con los demás, entender a los demás, comprender sus diferencias, y aceptarlas, y encontrar un término medio

Esa misma generosidad, nos hará ser también, más allá de la utilidad, ser personas agradables a nuestro entorno, y a su vez nos ayudará a sentirnos bien con nosotros mismos.  Ser justos producirá exactamente los mismos beneficios; es útil, más allá de estar haciendo lo correcto o no, y nos hará sentir mejor, seremos parte de algo más allá de nuestro ego. La clave de la moralidad en Hume se encuentra en la empatía, nada de esto sería posible sin que nos preocupe algo más que lo que nos pase, o de que tenga utilidad, por posibles beneficios futuros. Gente egoísta siempre nos encontraremos en nuestra vida, incluso puede que alguno con tendencia psicópata o sociópata, esos incapaces de empatizar con nadie, más allá de su propio ego. Eso, no invalida la mayor, por el contrario, es la prueba de que empatizar es la única alternativa que merece la pena, pues nos protegerá de esa gente.

Recapitulemos y vayamos a lo importante; el sentido común, la sensatez, no es sino entender que en la vida no solo puedes preocuparte por ti mismo, que no solo vale hacer cosas que te beneficien a ti mismo, que has de empatizar con los demás, entender a los demás, comprender sus diferencias, y aceptarlas, y encontrar un término medio, en ese sentido aristotélico del que hemos hablado, que sea razonable, que no trata de encontrarse justamente a mitad del camino, sino que dejando la presunción egocéntrica, dudemos de nuestras posiciones tanto como de las ajenas, y esperando comprender, tanto como ser comprendidos. Puede que lo común sea nuestro sentido de las cosas, o el más cercano, o por el contrario, sea la perspectiva ajena, pero hasta que no aceptemos que aunque ese añorado sentido común, existir no existe, pero que  está ahí en algún lugar, a la espera de encontrarlo, por muy poco común que de momento sea, esperanza habrá. Comencemos por empatizar, y exportar nuestra empatía lo más posible, por útil, y por agradable, para nosotros, para los que viajan con nosotros, o simplemente por aquellos que indiferentes, instalados en sus egocéntricas burbujas de cristal, nos miran al pasar por sus vidas.

 

 

 

 

 

Imagen de Francis Fernández

Nací en Córdoba, hace ya alguna que otra década, esa antigua ciudad cuna de algún que otro filósofo recordado por combinar enseñanzas estoicas con el interés por los asuntos públicos. Quién sabe si su recuerdo influiría en las decisiones que terminarían por acotar mi libre albedrío. Compromiso por las causas públicas que consideré justas mezclado con un sano estoicismo, alimentado por la eterna sonrisa de la duda. Córdoba, esa ciudad donde aún resuenan los ecos de ése crisol de ortodoxia y heterodoxia que forjaría su carácter a lo largo de los siglos. Tras itinerar por diferentes tierras terminé por aposentarme en Granada, ciudad hermana en ese curioso mestizaje cultural e histórico. Granada, donde emprendería mis estudios de filosofía y aprendería que el filosofar no es tan sólo una vocación o un modo de ganarse la vida, sino la pérdida de una inocencia que nunca te será devuelta. Después de comprender que no terminaba de estar hecho para lo académico completé mis estudios con un Master de gestión cultural, comprendiendo que si las circunstancias me lo permitirían podría combinar el criticado sueño sofista de ganarme la vida filosofando, a la vez que disfrutando del placer de trabajar en algo que no sólo me resultaba placentero, sino que esperaba que se lo resultase a los demás, eso que llamamos cultura. Y ahí sigo en ese empeño, con mis altos y mis bajos, a la vez que intento cumplir otro sueño, y dedico las horas a trabajar en un pequeño libro de aforismos que nunca termina de estar listo. Pero ¿acaso no es lo maravilloso de filosofar o de vivir? Tal y como nos señala Louis Althusser en su atormentado libro de memorias “Incluso si la historia debe acabar. Si, el porvenir es largo.”